Última modificación: 18-02-2024, 09:41 PM por Jikaro.
La vida nos ha tratado muy mal, demasiado si me preguntas a mí. Un veterano de guerras que causaron un grandísimo impacto en el mundo como lo conocemos, tanto que hasta dolía recordar esos viejos momentos. El cuerpo desgastado, con heridas y cortes en todo su cuerpo. Estaba llorando, el simple hecho de quedarse sin nada. Después de un arduo camino en una misión lamentablemente fracasada, volvía lento pero seguro a la habitación de hotel dónde me hospedaba con la niña que recogí de uno de mis paseos. Me sentí extraño pues cuando llegue a la recepción me miraron con cara de tristeza, joder era el bajo mundo, podía pasar cualquier cosa. Subí las escaleras, esperando lo peor. La niña era prácticamente Sarutobi, pero aún no desarrollaba todo su potencial, estaba nervioso. Iba a ver a mi niña después de un largo tiempo, quizás no me reconocería, no lo sé. Tenía barba de leñador. Con miedo, toque la puerta; No me respondió nadie y seguí llamando hasta que me preocupe, pudiera estar durmiendo, eso es verdad. Pero el simple hecho de estar en este lugar me daba miedo, no por mí. Por ella, con una fuerza extraordinaria abrí la puerta, rompiendo el manubrio, entre corriendo y lo que presencié no tuvo punto de partida, mi corazón se rompió en mil pedazos. El cuerpo todo ensangrentado de mi pequeña en el suelo, cuando me fijé ni siquiera tenía todo su cuerpito, no tenía las dos piernas. Empecé a llorar como un niño pequeño, ni siquiera me fijé del mensaje que había en la pared del frente. ”— Somos la sociedad de las sombras… Te conocemos Jikaro Sarutobi, tú no nos conoces. Pero nos debes algo. Suerte que encontramos la paga… —” No tenía ni puta idea quienes eran, mi cuerpo estaba manchado de sangre con el cuerpo de mi pequeña. Me sentía fatal, con un nudo gigante en la garganta la tomé e intenté arreglar un poco su cabello que estaba por todo su rostro. Mire todo lo que había, suerte que recogí todo pues no había nada que recoger para poder irme, suspiré. No tenía ni idea qué es o fue la sociedad de las sombras, pero de algo estaba seguro. Los iba a hacer sufrir, completamente.
Sin pensarlo mucho me moví con rapidez, llevando el cuerpo ensangrentado de mi hija en mis brazos, corrí como nunca, mis lágrimas aún no paraban de caer, todavía en el camino seguía llorando, pero… Era un sufrimiento en silencio, mezclado con dolor y odio, por las calles del bajo mundo me miraban raro, pensaban que fui yo quién la mató, que tontería. Corrí y corrí hasta llegar a lo que fue una de mis cabañas a las afueras del País del Fuego, ahí fue cuando pude hablar de nuevo con Rhooh y sus “Hijos”, me traía mucha nostalgia pero no podía soportar. Tomé las herramientas que había dentro de la casa y empecé a cavar un hoyo profundo, no tenía caja, no tenía lápida. Pero si algunos trozos de maderas y con eso era suficiente. Logré hacer el hoyo muy rápido, con suerte. Le quité un goma del pelo, ensangrentada, entré a la casa, la lavé y me la puse en la mano derecha. Ella iba a quedarse conmigo para siempre. Con delicadeza la tomé y la lleve lentamente hacia la tumba, baje y la coloque con cuidado. Me daba pena y tristeza enterrarla. Pero es lo que toca. Con delicadeza tire la tierra sobre ella, no tenía ni palabras. Al terminar, hice que quedara liso y con una tabla de madera puse algunas flores y su nombre, decía así. “— En Memoria de la joven promesa: Irya Sarutobi. —” No pude evitar fumar, no lo hacía por ella, me convenció pues mis pulmones no estaba del todo muy sanos, pero ahora que ella no estaba aquí no tenía nada que perder. Mi vida era una basura.
Cuando terminé de fumar mi cigarrillo pude observar como el sol se ocultaba y salía la Luna a darnos las buenas noches. Estaba sentado en la fogata, descansando. Se escuchaban los sonidos de los grillos y de la fría noche que nos esperaba. Mientras me calentaba un poco escuché el sonido de un sapo, después de tantas peleas recordé que tenía una responsabilidad grandísima, y no podía perder la compostura. Pero ya nada tiene sentido en la vida, con un vacío gigante en el pecho hice unos sellos haciendo que de una bomba de humo apareciera Gamaruto, el sapo no me dijo nada, solo me miró y me dejó caer en sus brazos, estaba llorando en los brazos de un sapo, esto no tenía nada bueno. — Quiero adquirir un nuevo poder… Tengo que acabarlos… — Con una tristeza profunda mi lengua decía esas cosas. ¿Mi cuerpo?, derrotado. Gamaruto simplemente suspiro. — Es Hora de enseñarte los pasos de la energía natural. — Dijo mientras me intentaba limpiar las lágrimas. Asentí, puso mi mano en su hombro. En unos segundos estaría en el gran Monte Myoboku.
Sin pensarlo mucho me moví con rapidez, llevando el cuerpo ensangrentado de mi hija en mis brazos, corrí como nunca, mis lágrimas aún no paraban de caer, todavía en el camino seguía llorando, pero… Era un sufrimiento en silencio, mezclado con dolor y odio, por las calles del bajo mundo me miraban raro, pensaban que fui yo quién la mató, que tontería. Corrí y corrí hasta llegar a lo que fue una de mis cabañas a las afueras del País del Fuego, ahí fue cuando pude hablar de nuevo con Rhooh y sus “Hijos”, me traía mucha nostalgia pero no podía soportar. Tomé las herramientas que había dentro de la casa y empecé a cavar un hoyo profundo, no tenía caja, no tenía lápida. Pero si algunos trozos de maderas y con eso era suficiente. Logré hacer el hoyo muy rápido, con suerte. Le quité un goma del pelo, ensangrentada, entré a la casa, la lavé y me la puse en la mano derecha. Ella iba a quedarse conmigo para siempre. Con delicadeza la tomé y la lleve lentamente hacia la tumba, baje y la coloque con cuidado. Me daba pena y tristeza enterrarla. Pero es lo que toca. Con delicadeza tire la tierra sobre ella, no tenía ni palabras. Al terminar, hice que quedara liso y con una tabla de madera puse algunas flores y su nombre, decía así. “— En Memoria de la joven promesa: Irya Sarutobi. —” No pude evitar fumar, no lo hacía por ella, me convenció pues mis pulmones no estaba del todo muy sanos, pero ahora que ella no estaba aquí no tenía nada que perder. Mi vida era una basura.
Cuando terminé de fumar mi cigarrillo pude observar como el sol se ocultaba y salía la Luna a darnos las buenas noches. Estaba sentado en la fogata, descansando. Se escuchaban los sonidos de los grillos y de la fría noche que nos esperaba. Mientras me calentaba un poco escuché el sonido de un sapo, después de tantas peleas recordé que tenía una responsabilidad grandísima, y no podía perder la compostura. Pero ya nada tiene sentido en la vida, con un vacío gigante en el pecho hice unos sellos haciendo que de una bomba de humo apareciera Gamaruto, el sapo no me dijo nada, solo me miró y me dejó caer en sus brazos, estaba llorando en los brazos de un sapo, esto no tenía nada bueno. — Quiero adquirir un nuevo poder… Tengo que acabarlos… — Con una tristeza profunda mi lengua decía esas cosas. ¿Mi cuerpo?, derrotado. Gamaruto simplemente suspiro. — Es Hora de enseñarte los pasos de la energía natural. — Dijo mientras me intentaba limpiar las lágrimas. Asentí, puso mi mano en su hombro. En unos segundos estaría en el gran Monte Myoboku.