[FlashBack] ¿Es mejor tener amigos que dinero? Priv.
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País del agua. Aldea desconocida
3 de Jūichigatsu. Año 14 D.Y.

El grupo de siete carromatos iba a paso lento. Con temor, avanzaban con los heridos de un país al otro; cada uno llevaba un jinete, un shinobi de alto rango capaz de defenderles en caso de necesitarlo y un médico encargado de atender las urgencias que se pudieran presentar entre los pacientes agrupados en combos de cuatro o cinco por vehículo. Esperando no ser interceptados en ningún momento por agentes del imperio, una vez ingresado al país del agua, cualquier movimiento debía realizarse quizá con más cautela de la que se había tenido hasta ahora. Pronto, llegarían a la ubicación esperada.

La rubia, por otro lado, iba sentada en el último carromato. Su transporte no llevaba shinobi a cargo, pues ella parecía hacer ambos trabajos. El de atender a sus heridos y el de proteger la retaguardia de todo el escuadrón. ¿Estaba tan capacitada como para tener tal tarea a cargo? No se sabía, pero ella misma había pedido moverse sola. Pocas veces había entrado a ese país y realmente le parecía complejo que la base a la que se dirigían quedase cerca a la fortaleza Shoseki. Los caminos seguros estaban bien vigilados y los mercenarios, a favor del imperio, estaban al corriente de cada movimiento extraño que se pudiera presentar.

Pese a todo aquello, los vehículos habían podido cumplir a término su misión. Acto seguido, la rubia se despediría dejando su trabajo en manos de los médicos de turno y que pertenecían a aquel grupo de ninjas, no sin antes dejar recomendaciones sobre lo que debían hacer en adelante. Suspiró y se marchó por un estrecho camino que en poco tiempo se convertiría en un frondoso bosque de pinos. Ella, por su parte llevaba su indumentaria y aunque su destino era Konoha, iba cuidadosa de cualquier eventualidad que se le pudiera presentar, nunca se sabía con el imperio los percances que pudieran aparecerse.

Pasaron quizá cuatro o cinco horas, antes de que la rubia, quien vestía una especie de capa café un tanto sucia, se topara con una pequeña aldea. Necesitaba comer y beber un poco agua, la que tenía se había acabado y para ser precisos, el desgaste que le había producido estar todo el tiempo alerta requería ahora de un pequeño momento en el que pudiera relajarse. Poco a poco, se hizo paso en medio de aquella aldea. No había demasiado comercio, pero entonces logró dar con un pequeño restaurante que casualmente tenía buena pinta.

Ingresó en el para dar con una especie de hostería mal acomodada. Todo parecía indicar que la familia que habitaba allí se había acoplado a las dinámicas del nuevo mundo y que buscando sobrevivir, habían sacrificado su tranquilidad para convertir, lo que era una casa de familia, en un negocio que les diera lo suficiente para poder vivir. Los niños, casi que con catorce y quince años eran los meseros. Al fondo podría verse la mujer en la cocina y el hombre de la casa atendiendo en la barra. Detestaba que fuera así, el trabajo de la barra a veces era más pesado, pero ¿cocinaba aquel hombre alguna vez? No meditó mucho más el hecho y se acercó a una de las mesas con solo una persona en ella.

Disculpa ¿puedo sentarme aquí?— indagó colocando sus orbes violáceos sobre los del contrario.
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Para aquel ojiazul era más usual de lo que quizás debería encontrarse solo ante sus deberes. En una mezcla entre iniciativa propia y azar absoluto le eran asignada tareas que solo podían ser llevadas a cabo sin el inconveniente práctico de tener compañeros, y le servían a él como un muy necesario receso de la cansina necedad de lamer botas imperiales para sobrevivir. Un respiro que agradecía tener, por más engorrosa que resultase la misión. Y en esta ocasión el respiro le había llevado a una remota región del país del agua.

— Recuerde, buen señor. — Mencionó el shinobi con voz tan neutra como podía modular mientras barría incómodamente un montón de escombros del suelo. — Estas cosas no tienen que pasar. El imperio del agua no busca dañar a quienes se acobijan bajo su sombra. — La respuesta a esta última frase no aguardó mucho, y con un escupitajo al suelo hubo poco más que decir por parte del contrario. — Tampoco hace falta ser hostiles. — Se detuvo de su tarea de limpieza para observar el pedazo de suelo recién profanado y se preguntó si debía barrer allí de nuevo, pero abandonó tal idea enseguida para volver a su recolección de escombros. — Yo solo vengo a dejar un mensaje. Lamento mucho que quienes vinieron antes que yo hayan sido menos comunicativos. — Y es que su tarea era la del “policía bueno”.

El hombre mayor reinaba como el dueño de varias propiedades de aquella pequeña aldea sin nombre. Se había negado -por principios, capricho o cualquier razón- a colaborar con quienes daban las órdenes al joven Heizu, y él estaba ahí para llegar a un acuerdo. Antes que el kirinin llegase, otra comitiva proveniente del mismo empleador había pasado por allí, portándose considerablemente menos amigables y habladores. — Mi empleador solo necesita que sea un poco más abierto. Pagaremos por todos los daños con creces e incluso le recompensaremos. — Agregó mientras terminaba de amontonar todo lo que pudo con aquella vieja escoba. — Jódete. Tú y tus amos. — La intransigencia y el orgullo parecían venir con la edad, y para el joven Kirinin no había explicación alguna que le diese sentido a aquel modo de actuar tan arriesgado. Echándole un último vistazo a aquel hombre con el rabillo del ojo lo notó imponente e inmaculado aún con los moretones que cubrían su piel. El Heizu soltó un suspiro con sabor amargo, y tras unos momentos, salió del establecimiento.

Unos cuantos instantes más mientras se alejaba de aquella cabaña y el estómago le recordó que aún no había comido nada. Por tanto, y haciendo gala de su inocencia, decidió acercarse a alguno de los lugares de comida pese a ser, probablemente, un enemigo público entre aquellos límites. Pero no traía nada consigo y el viaje de vuelta era largo. Su olfato le guió al lugar que desprendía el aroma menos desagradable, y entrando con una sonrisa honesta se anunció. Entre ceños fruncidos y par de maldiciones mudas terminó sentado en una mesa y ordenó lo que el limitado menú tenía para ofrecerle.

La comida no tardó en llegar, pues por fortuna -o desgracia- el lugar no estaba demasiado repleto. En su primera acción había tomado una taza de té entre ambas manos para calentarlas y se dispuso a dar su primer sorbo cuando una presencia le interrumpió. Alzó los ojos azules hasta encontrarlos con los de quien se anunciaba, y sin considerarlo por más tiempo del necesario asintió con la cabeza. — Claro, adelante, señora. — Comentó, acompañando el movimiento de su cabeza mientras se separaba de la taza de té sin probar. De inmediato hizo un movimiento para apartarse él y dejar más espacio para que la recien llegada se sentase. No contaba con tener compañía local, pero encontrarse con otro viajero se veía como una posibilidad mucho menos realista.

Al instante que pudo le lanzó un vistazo inquisidor a la capa café con rastros de uso, y asumió enseguida que se trataba de otro viajero. — ¿Viene de muy lejos? — Fue lo primero que preguntó mientras, por fin, alcanzaba a sobrer aquel té.
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“Señora”. En aquel instante, justo después de escuchar esas letras organizadas amónicamente y ser pronunciadas por el chico, la rubia pareció quedarse detenida en el tiempo. Parpadeó mirando al otro un par de veces y posteriormente, no dando mucho chance a que notara su disgusto, se sentó despacio mientras que en su cabeza la palabra retumbaba una y otra vez. Y es que claro, aquel infante se veía como de quince años y ella le doblaba la edad. Entendía su cordialidad y por otro lado, aceptaba el hecho de que empezaran a llamarle así, era normal dado que había dejado, hacía mucho tiempo, de verse como una joven atractiva.

Quizá el rombo en su frente ayudaba un poco a que aún pareciera en sus veinte, pero no por eso el chico no notaría que era mayor. Eso, aunado a la forma en la que vestía. La café mugrienta ocultaba un traje un tanto más normal, pero hasta entonces, era imposible que él encontrara que no era tan “señora” como le había dicho. Como fuera, esperó a ser atendida, pero la conversación con el chico se daría antes de que lo primero pasara.

¿Hmm?— se dijo casi a si misma, sorprendida por las palabras del otro.

Kiri era una nación fría y no solo por su clima, sino también con sus habitantes y sus costumbres. En esos pequeños caseríos era donde más había dominio de capataces, terratenientes y de emperadores de tierras, por no declararlos reyes. Así pues, sorprendió a la rubia el hecho de que el menor fuera quien abriera la conversación con ella. Su gesto y sonido había sido más que todo eso, la sorpresa de que alguien intentara tranquilamente acercarse sin temor.

Si, de hecho si.— respondió casi seguido a su quejido dejando claro que había escuchado perfectamente la pregunta.

¿Y tu?¿Eres de aquí?— prosiguió con la charla mientras era atendida.

La mujer en la cocina, a pesar de que el lugar estaba vacío parecía no detenerse con sus labores, pero la conclusión a ellos llegó pronto —Ren, Rin, a comer…— estaba encargada también, y como era natural asumir, de la comida de la casa. El esposo, aún en la barra miraría de soslayo antes de hacer un gesto que indicaba a los chicos que debían suspender la toma de pedidos. Al tiempo, el bajaba de su podio y se ponía un delantal y tomaba el libreto para suplir la labor de los infantes.

No tardaría demasiado en llegar a la mesa de Bisha y su comensal, pero era suficiente como para tener que interrumpir las respuestas que el chico o la rubia se estuviesen dando. —¿Disculpe, desea ordenar?— su actitud sorprendió a la jounin de konoha, pues distaba de ser aquel hombre ordinario que suprimía a su mujer y a su familia. —Para hoy el menú es kare raisu, con sopa de miso, o tenemos yakitori, okonomiyaki, takoyaki, o unagi.— La rubia se quedó pensando, la variedad de comida era tanta que no supo de primera mano que ordenar.

Voy a tomar el kare raisu, por favor… Si es posible, sin el curry— sonrió medio nerviosa y como respuesta, dió lo único que se logró quedar en su cabeza.

¿Estaba loca? La esencia de aquel plato era precisamente el arroz al curry, pero es que había sido tan sorpresiva para ella la actitud de aquel hombre, que había desarmado la defensa que tenía armada para cuando la atendiera. No había tenido más opción que pedir lo que recordaba y salvarlo de lo único que detestaba en el mundo: La comida picante. El hombre afirmó y con una especie de ademán se disculpó nuevamente para marcharse a organizar la tanda de pedidos que tenían ahora. Por otro lado, la rubia soltaría la presión del aire por la boca con cierto peso, de verdad que aquello había cambiado y no por poco, su estancia en el país del agua.
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Solían decir por ahí que los modales construían al hombre -o mujer-. Pero para el Heizu resultaban ser una herramienta. Una que sabía blandir casi con la misma maestría que aquellas shurikens que tanto gustaba lanzar. Los modales casi siempre lograban evitarle problemas y, cuando no, conseguían sacarlo del apuro en el que se hubiese metido. Le costaba a veces encontrar una manera de hablar menos cordial pues aquel tono se había grabado en mármol dentro de los pasillos de su psique. Y aquella interacción no iba a ser testigo de lo contrario.

— Ooh — Pronunciaría con algo de asombro ante lo evidente. Su interés era honesto, sin embargo, y lo demostraría con cierto brillo en sus ojos celestes a la vez que bajaba la taza de té para no arriesgarse a derramar el líquido. — Siempre he envidiado a los viajeros como usted. Deben conocer cada rincón del mundo al llevar tanto tiempo yendo de aquí para allá. — Lo último era más un pensamiento en voz alta que una acusación directa, y se notaría físicamente al verle llevar la mirada a algún detalle poco interesante del tejado de madera que protegía a aquella cabaña y perderse ahí mientras hablaba. 

Pero volvería a bajar la mirada en busca de la taza que aún humeaba a causa del té. — Yo soy de aquí, si. — Diría al principio para darse cuenta de la media verdad que resultaba aquella aseveración. — Del país del agua, digo. — Aclaró mientras llevaba la mano a los palillos y tomaba un trozo de anguila para llevarlo a su boca. El rostro se le transformó en una mezcla entre desagrado y resignación con cada mordida a aquel primer bocado, pero -de nuevo- sus modales le impidieron decir nada.

Al poco tiempo de aquella escena el hombre aparentemente a cargo de tomar las ordenes llegaría y entablaría su conversación de rutina con la rubia mientras el pálido kirinin seguía comiendo y giraba el rostro para encontrarse con quien tuviese el turno de hablar. Sin embargo, se quedó con la mirada fija en aquella chica cuando se tomó el atrevimiento de pedir un platillo de curry, sin el curry.

El Heizu engulliría el último bocado mientras el hombre se retiraba de la mesa con la particular orden entre manos, y no despegaría la mirada de encima de la chica. — Qué gustos tan refinados señora, no se me ocurriría jamás pedir curry sin curry. — Diría con el mismo gesto de incredulidad. — ¿Así comen de donde viene? — Añadiría. La curiosidad se le despertaba cuando se trataba de comer y él mismo no solía darse cuenta.

Pasó un instante más y una hipotética bombilla se le encendió encima. — ¿O es por el dinero? — Lanzó la idea como si careciese de filtro, en forma de pregunta. — No creo que acá vayan a cobrar menos por quitar un ingrediente del menú. — Por un instante le pasó por la cabeza el compartir la comida que ya se había acabado, pero era tarde para siquiera considerarlo. Además, honestamente, ¿Habría compartido algo con aquella desconocida? No, probablemente no.

De cualquier manera el tiempo pasaba a trompicones mientras el chico esperaba allí. En teoría no tenía nada más interesante que hacer salvo esperar un poco a que el temple de aquel hombre que había visitado más temprano se suavizase e ir a intentar de nuevo su tarea. Pero eso solo lo sabía él y su objetivo, al menos de momento.
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Bisha miraría al chico y su intervención sobre sus viajes. El mundo era un lugar hostil y su trabajo se lo confirmaba. En absoluto lo suyo era divertido, siempre estaba viendo heridos, muertos, personas sufriendo pérdidas o cualquier tipo de calamidades. Era increíble, si se ponía a pensar, todo el conjunto de males que había en la sociedad actual. Por otro lado, tendría un poco más de conocimiento sobre el chico. Todo parecía indicar que era del país del agua, pero dejó una pregunta suelta.

Así que también eres viajero ¿No?— le miró con tranquilidad mientras probó su primer bocado.

Sabía perfectamente que algunas personas no podían disimular cuando algo no les agradaba. Ella, por su parte, era de las que se indisponía siendo franca y directa, pero el chico había hecho mala cara y había sido suficiente para sacar dos conclusiones: O aquella comida no había sido de su agrado, o definitivamente la comida estaba mal. Ya lo sabría ella, aunque le preocupaba, precisamente por que no era de las que se reservaba ese tipo de opiniones, finalmente estaba pagando por ello.

¿Señora? ¿De nuevo? Esta vez, a diferencia de las demás, la rubia hizo un gesto tosco alzando la ceja. Pero de inmediato, recordó aquello de la edad y de lo joven que se veía el contrario.

Hahaha— sonrió forzada —No, se come el curry como en el resto del mundo, supongo… Pero algo me ha tomado por sorpresa. Fue difícil decidirme, pero efectivamente no me gusta la comida picante. Así que, agregué la condición— comentó —Y no me llames señora, sé que parezco mayor, también creería que lo soy, pero no soy tan vieja como para recibir tal calificativo, llámame Bisha.— comentó un poco más tranquila.

Parpadeó de nuevo, como lo había hecho antes, suspiró tras inflar sus pulmones de aire y soltarlo despacio. No tenía confianza con el chico, pero prefería que la llamara como la llamaba todo el mundo y no caer en el disgusto de sentirte anciana. ¿Señora? Es que eso para ella era casi como si le estuvieran diciendo que tenía sesenta o setenta años.

¿Cuál es tu nombre y de que parte del país del agua vienes? Entiendo que no eres de aquí. Capaz y pueda desviarme un poco y ayudarte con lo que tengas que hacer por estos lados— propuso después de indagar en el otro, mientras posaba sus ojos sobre la barra. El hombre se había marchado y ahora, simplemente se había sentado en su lugar mientras su esposa seguramente organizaba el plato de la rubia.
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De un último sorbo terminaría con el contenido de aquella taza en otrora humeante. Sus papilas gustativas se encargarían de mandar el impulso eléctrico que menos esperaba al cerebro, y es que los amargos restos de las hierbas con las que se había hecho el té se habían asentado en el fondo y por cuestión de infortunio y unos milímetros el Heizu las había probado, arrugando el semblante de inmediato. Para aquel punto la chica que le acompañaba mencionaba aquello de llamarla por su nombre, y el shinobi tuvo que hacer un esfuerzo por no pasar por maleducado con aquella cara de asco.

— Perdón señ… — Parón en seco. Sabía cuando estaba a punto de pisar una mina y aquella era una peligrosa. — Perdón, Bisha. Yo odio los sabores amargos y este té no es de los mejores. — Esta vez fue sincero aunque le escuchasen. La comida y bebida eran aquellas pocas cosas con las que se atrevía a lanzar un juicio de valor sin temor a ser castigado por ello. — Y no me llamaría viajero, solo voy de aquí para allá según se me necesite o se me ordene. — Terminando, acomodaría un poco los utensilios que había usado para hacer más sencilla la posterior limpieza.

Con la siguiente tanda de cuestiones de su improvisada acompañante el ojiazul titubeó antes de permitirse hablar. No porque tuviese algo que ocultar salvo la típica suspicacia que venía con su linea de trabajo, sino porque temía aburrir a la contraria con detalles insignificantes y poco emocionantes. — Ohh, déjeme más tiempo para poder pensar en alguna historia interesante que contar, señora Bisha. — Por alguna razón terminó mezclando instrucciones y llamando a la otra señora de nuevo, pero parecía no ser consciente de ello. Después de todo era su manera de hablar.

— Aunque para ser sinceros cualquier cosa que se me ocurra será más interesante para un viajero que un pueblo como este, en medio de la nada. — Esto fue más un pensamiento en voz alta que algo dirigido a la Senju, pero ella no lo sabría. — De cualquier forma, puede llamarme Sevro. — Agregaría luego de estarse cuestionando si presentarse o no. — Vengo desde Kirigakure no Sato a verificar que los socios de mi empleador estén haciendo sus labores correctamente y que todo se mantenga en orden. — Aquel mensaje era un amasijo entre medias verdades y realidades enteras. Se mantendría para sí su condición de ninja aprovechando que no llevaba la banana consigo y se limitaría a detalles crípticos de sus funciones.

— No me molestaría su compañía, la verdad. Pero no quiero ser quien se interponga entre su delicioso curry sin curry y menos con algo tan aburrido como lo que me corresponde hacer a mi. — Bromeó, aún sentado en aquella silla medio incómoda. Si la contraria insistía él accedería.
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El chico parecía no poder controlar sus gestos. Ella misma de cuando en tanto también solía tener problemas para expresar como se sentía, aunque claro, sentía que podía darse ese lujo, puesto que tenía la fuerza suficiente para poner a comer polvo a mas de uno, así que su altivez de alguna forma siempre estaba por las nubes. Sonrió un poco al ver el disgusto del chico con su último sorbo, pero su ceja se alzó cuando la sílaba "señ" salieron de su boca creando una tensión que desapareció en el momento en el que el chico decidió mover toda esa palabra a un trato informal. Además de ello, entendió que era una especie de mandadero.

¿Tienes algún amo o algo? ¿O solo haces recados para ganarte la vida?— indagó.

La respuesta, podría ser simplemente que el chico era shinobi y que por lo mismo andaba realizando misiones de un lado a otro. Sin embargo, prefirió no suponerlo hasta que el chico se lo dijera y claro, en ese momento empezaría a buscar en las ropas del contrario cualquier indicio que demostrara que así fuera. No por malo, era más bien una precaución que tomaba la rubia. No conocía las inclinaciones políticas de mucha gente y, en definitiva, era mejor estar alerta. Muchos niños solían servir al imperio de formas impensables y nada raro sería que en aquel pueblo la rubia tuviera enemigos.

Rodó sus ojos con aburrición, pero más bien era sentir que el chico sería incapaz de dejar de llamarla “señora”. Parecía estar pagando una especie de karma así que con resignación no emitiría ninguna corrección. Simplemente esperó que el chico respondiera sus preguntas. Le parecía gracioso que por momentos parecía hablando con él mismo al tiempo que contaba a la rubia quien era.

Sevro de Kirigakure— fue imposible no pensar en ellos. —Tengo… Deudas con la gente de tu aldea.— sonrió en medio del recuerdo aunque mentía sobre el tema de las deudas.

Por su mente pasaron nombres significativos: Gaia, la difunta Mizukage con quien la había liado una vez en un bar, Our, a quien perdió con los caníbales en su misión final, a Hyoga… De quien estuvo colgada en algún momento y estaba el tiburón de cabellos rojos. Sonrió al recordarle, Colt era, por sobre todo, un sujeto agradable y hacía demasiado tiempo no sabía nada de él. ¿Seguiría con vida?

Creo que acompañarte me vendría mejor que el curry sin picante que pedí, pero si no quieres que una señora tonta te estorbe, pues tampoco voy a cambiarlo— comentó tranquila mientras ponía sus ojos en la barra. —Como sea, no suena una misión demasiado compleja. Imagino que eres un gennin o chunnin ¿No?— agregó colocando sus orbes en el otro, dando por sentado que era un shinobi, salvo el otro la desmintiera.
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Última modificación: 14-04-2023, 02:39 AM por Sevro.
Sevro era un joven particular. Era de los que muchos llamaban producto del nuevo orden del mundo. Él, en su corta vida, no había conocido nada ajeno al imperio y sus consecuencias. Hubo un tiempo en el que quizás el idealismo hubiera aflorado en aquella psique dañada por la tortura, pero las cosas habían tenido que ser muy diferentes entonces. Con una historia tan caótica como triste solo restaba tener un presente tranquilo y sin percances. La armonía que no consiguió vivir en sus primeros años de vida consciente era un tesoro que ahora perseguía a como de lugar. Y eso le llevaba por caminos peligrosos más veces de las que sería capaz de confesar sin sentir pena por sí mismo.

Es por ello que, a la mención de un posible “amo” no pudo evitar dibujar una sonrisa casi imperceptible. Él se consideraba amo de sí mismo, y por tanto único responsable de su propia seguridad y estabilidad. Le faltaba la fuerza para imponerse al resto, pero trataba de compensar con inteligencia. Saber elegir qué batallas luchar era siempre más eficiente que luchar e intentar ganar todas.

— ¿Un amo? — Murmuró en voz alta. Pudo haber lanzado alguno de los comentarios astutos que pensó por un instante pero no era necesario. Aquella mujer se presentaba lo suficientemente amigable como para no tener que levantar guardias entre ella y él. — Hasta donde sé soy libre, pero sí, de algún modo debo ganarme la vida. — Alzaría la mirada al tejado de aquel restaurante, de nuevo, para tratar de darle forma a sus pensamientos antes de decir algo de lo que pudiese arrepentirse.

Al comentario de las deudas reaccionó casi por inercia. — Oh, siento mucho escuchar eso. — Por supuesto que el chico no recibía el contexto entero de aquella frase, y en su mente solo resonaba la simple ecuación de “deuda + imperio = situación de mierda” que básicamente le había dado forma a su vida en los últimos años. Un poco más adelante en la conversación y la rubia le pondría una encrucijada al Heizu que le tomó por sorpresa. Un paso en falso y podría estar revelando información vital a alguien que, aunque pudiese no parecerlo, perfectamente podía portar un estandarte enemigo. Por lo pronto, y haciendo gala de una actuación digna de un drama de segunda, ignoraría la pregunta para atacar lo primero.

— Entonces está hecho. Aceptaré su compañía siempre y cuando cuente con su palabra de que no intervendrá en ningún momento. — Dijo, volviendo a bajar la mirada para encontrarse con la de ella. — Lo que debo hacer es mi total responsabilidad. — Ahí dibujó un semblante serio, como si su tarea fuese una que solo él podía y debía llevar a cabo.
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La respuesta del chico había sido perfecta. Era evidente, incluso ella misma lo hacía: Servir al imperio, ayudar a quienes la llamaban “colega” o “doctora” o incluso, “amiga” y todo ello nada más para ganarse unos pesos con los que pudiera sobrevivir. Afortunadamente, el mundo estaba dando un volcó y aunque ella no lo sintiera del todo real, la fuerza rebelde cada vez era mejor, más unida y más capaz. Muestra de ello había sido el repentino ataque en el que un rebelde, en facha de imperial, había armado un revuelo en una plaza pública en Konoha. Ella, aunque desaprobaba por completo el hecho de haber herido, e incluso asesinado civiles, estaba de acuerdo en que ese tipo de cosas tenían que suceder para lograr el cambio.

Eso está bien entonces, nos deja en condiciones similares— agregó a las palabras del chico.

No, no lo lamentes, de hecho, son deudas que estaría encantada de pagar…— bajó su mirada y lo meditó. Realmente habría sido hermoso volver a verlos. Reunirles como en antaño y volver a disfrutar de una cerveza mientras reían y conversaban. Normalmente se contaban historias de aventuras, incluso en aquel momento pasaron por su mente innumerables Shinobi y Kunoichis que había conocido. Tsugumi, Surazal, Makoto, Sayumi, eran demasiados y ahora, ninguno de ellos estaba. La rubia tragó con esfuerzo justo antes de volver a centrarse en su compañero de mesa.

Encogió sus hombros alzándolos a la vez que sus manos hacían lo mismo dejando la palma hacia arriba. Con ello significó que, si el chico deseaba su compañía, la iba a tener, pero que de lo contrario, entonces tampoco se inmutaría por cambiarlo. La rubia acababa de tener una misión y lo que mejor le convenía ahora era ir tranquila, pero la daría una mano si lo necesitaba.

Tampoco esperes demasiado de mí, que normalmente solo soy una damisela en apuros— sonrió.

Por otro lado, también entendía que no pintaba nada una kunoichi jounin elite de konoha, en un pequeño pueblo en el país del agua. Si levantaba sospechas, muchos podrían preguntarse que haría un shinobi de tu reputación en aquel lugar, lejos de casa, sin compañía alguna más que sus cosas y ayudando a un chico que no tendría mucho más por ofrecerle. Si, lo mejor para ella incluso era conservar el bajo perfil, hacer parecer que solo estaba por allí como foránea.
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– ¿Una damisela en apuros? – Preguntó en voz alta el ojiazul. Algo de la apariencia de aquella extraña le hacía ruido con tal aseveración. Quizás instinto, quizás aquella necesidad de hilar historias con poca información como tan frecuentemente hacía el Heizu. – ¿Cómo puede una damisela en apuros viajar sola? – No pretendía inmiscuirse demás en los asuntos de ella, pero la curiosidad le podía. – Aunque para ser honestos me encuentro en apuros más frecuentemente de lo que me gustaría admitir. ¿Eso me hace a mi un caballero en apuros? – Lanzó la pregunta al aire mientras soltaba algo parecido a una risa breve.

Poco después, y cuando los negocios en aquel establecimiento hubiesen acabado, el chico invitaría a la extraña a acompañarle. – Vamos entonces, señorita Bisha. – Dijo el pelinegro, tomando la delantera para salir al pueblo de nuevo.

En camino a su destino no diría mucho a menos que su improvisada acompañante hiciera alguna observación a la que él pudiese responder. Trataría de no adelantarse mucho para evitar dejarla atrás por pura educación.

Llegados a un punto del pueblo donde el Heizu había estado más temprano serían recibidos por un cordón de jovenes. Detrás de estos jóvenes estaría el hombre con el que Sevro había hablado horas antes. – ¿Traes a otra rata del imperio contigo? – Dijo el hombre, en la distancia. Sevro inmediatamente hiló la situación y entendió su posición. – Ella no tiene nada que ver. – Diría el Heizu, alzando ambas manos en posición de “paz”. Comenzaría a caminar lentamente en dirección a los jóvenes mientras la ansiedad se empezaba a acumular visualmente en ellos y tomaban sus rudimentarias armas con más fuerza.

Momentos antes de la desgracia Sevro giraría el rostro para mirar a Bisha, con una expresión que por primera vez suplicaba por algo. Era algo tan inocente como inconsciente, y la súplica iba por el órden de “Por favor, recuerda no intervenir”, pero sin mediar palabra. ¿Qué entendería ella? Algo difícil de descifrar. Y ya era tarde. Una vez el Heizu se encontrase al alcance de uno de los jóvenes armados, caería al suelo tras recibir un garrotazo en las tripas.

Los atacantes eran 4, mientras el hombre que parecía comandarles miraba la escena y le regalaba vistazos a Bishamon. La cruda escena era también curiosa, porque el shinobi se retorcía cual serpiente esquivando golpes potencialmente letales pero recibiendo de lleno los que no hacían que su vida corriese riesgo. Era tan hábil haciéndolo que parecía un experto.

Al cabo de unos minutos de intensa golpiza, el hombre hizo el típico sonido con el que aclararía su garganta. Los ataques cesaron. – Vuelve al basurero de donde saliste y di lo que pienso de tu propuesta. Y no vuelvas. Ni tú ni ninguno que venga del mismo lugar que tú. – Fue claro, y los jóvenes se separaron del Heizu. Algunos tenían expresiones amargas, otro sonreía por la adrenalina. Estaban exhaustos, pero sentían que de alguna forma habían contribuido con el bienestar de su pueblo. El Heizu había quedado boca arriba, respirando entre jadeos y con heridas considerables pero totalmente fuera de peligro. Sabía que se iba a enfrentar a una situación hostil, pero en sus calculos no estaba que escalase a tal punto. Y mucho menos que su nueva conocida sirviese de testigo. 

Cuando tuvo suficiente energía para moverse, empezó a rebuscar entre sus pertenencias, aún acostado boca arriba y con la respiración entrecortada. El grupo de chicos seguía cerca y el miedo se apoderó de ellos, provocando que tomasen de nuevo las armas. Pero lo que sacaría el Heizu sería un pequeño botiquín médico portable con el que pretendería curar sus propias heridas.
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Última modificación: 16-04-2023, 04:14 PM por Bishamon.
Afirmó despacio con una sonrisa ladina al sobresalto del chico. No, no era ninguna damisela en apuros. De hecho, Bisha era una temible contendiente para quien quisiera sobrepasarse con ella o para quien quisiera dañar a los suyos. Escucharía todo por completo antes de responder.

Bueno viajar sola nunca es un impedimento. Simplemente estoy por aquí y por allá— su mirada de afiló sobre el contrario dándole a entender en ese preciso momento que quizá tenía al frente a un monstruo en combate, pero su mirada se rompió de inmediato nada más dejando, nuevamente, el rostro de una rubia tonta y angelical.

La comida de la rubia llegaría y acabaría esta con una fuerza voraz. Solían decir que la comida sabía más rica con hambre y aplicaba perfectamente a la rubia. Todo le había sabido tan bien, que las quejas que el chico había dejado pasaron a un plano inexistente. Ahora mismo, estaba realmente feliz dado que aquella familia satisfizo por completo su necesidad.

Afirmó, de nuevo, antes de ponerse de pies. Pagaría su comida y terminaría por acompañar al chico que ahora se veía más alto que la rubia. Saldrían del establecimiento y antes de darse cuenta estarían camino a cumplir con la tarea del pelinegro. No sabía del todo que hacía, de hecho, era un tanto incongruente que hubiera aceptado aquello, ¿pero que más podía hacer? Sonaba entretenido y si podía servirle al chico, ¿por qué no hacerlo?

No dijeron mucho camino a su destino cuando entonces un cordón de jóvenes haría presencial delante de ellos y claro, la rubia supo en ese momento que habían llegado a su destino. Les observó, los contó con rapidez y enseguida puso sus ojos en quien hablaba —¿Rebeldes? ¿Entonces este chico?...— no se adelantaría, esperaría las acciones de ambos lados antes de juzgar. El Heizu caminaría hacia ellos con tranquilidad y Bisha solo se quedaría en el lugar en el que estaba con sus manos por debajo de la capa café que la cubría.

Sevro se fijaría en Bisha una última vez, dándole a entender que en serio, no debía entrometercer. ¿Qué estaba a punto de pasar? La rubia sintió en ese momento un escalofrío recorrer su espalda, tal y como si supiera de sobra lo que iba a pasar haciendo que su mandíbula y puños se apretaran con fuerza. Una especie de contienda empezó segundos después. Una que a los ojos de la rubia tenía ventaja clara sobre el chico de Kiri. Sus movimientos eran certeros y evidentemente sabía que golpes recibir y cuales esquivar. Era estaba a la altura de los mejores shinobi del mundo y había visto tantos enfrentamientos que definitivamente lograba leer los movimientos de los torpes que atacaban y los movimientos conscientes del Heizu.

El espectáculo, poco a poco cesó. El Heizu ahora estaba sobre el piso y quien comandaba aquel grupo de sujetos lanzó palabras contundentes. Era claro, debía irse de inmediato si no esperaba que todo fuera a peor. En este momento, sin poder evitarlo, la rubia empezó a caminar rumbo al tumulto de chicos mientras despacio desabotonaba su capa y la dejaba en el piso. Tenía dos necesidades: Ayudar médicamente al chico y darle una paliza a los otros cinco. No sabía del todo por qué, pero su instinto le exigía moverse, muy a pesar de que el Heizu suplicara que no intercediera minutos antes. La capa cayó al piso y antes de que pudieran verla, la rubia se había abalanzado con toda su velocidad haciendo un sello de mano justo antes de golpearlos de derecha a izquierda. Tras terminar, la chica esbozaría una sonrisa.

Soy Bishamon Senju, kunoichi de Konoha. Ahora, parece que no saben de modales. ¿Piuedo saber exactamente qué cosa ha pedido el chico ó tengo que usar la fuerza para preguntarselo a alguien más?— Esperó las acciones del jefe mientras sus piernas parecían listas para moverse conforme lo necesitara. Por otro lado, el Heizu parecía estar bien, se movía y aunque sus acciones pretendían sanar el mismo sus heridas, sabía bien que tendría tiempo perfecto para encargarse del jefe y volver para sanarle.

Técnica usada
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Parte de la vida de un ninja se limitaba a adaptarse. De entre todas las ocupaciones habidas y por haber, casi ninguna tenía un componente tan incondicional de sorpresa como el camino del shinobi -y la kunichi-. Lo que es más; según muchos, la calidad y potencial de un ninja eran dictados por la capacidad de adaptación que demostrase. A Sevro le gustaba pensar que, en ese departamento, él tenía sus atributos bien distribuidos. Y trataba de demostrarlo con frecuencia, adaptándose a los problemas que surgían hasta en el más inesperado de los escenarios.

Aquella vez, con aquella chica, la improvisación había salido bien. O eso creía él. Se creía amo y señor de la situación, aún durante aquella golpiza. Confiaba, no en la desconocida Bishamon, sino en su propia capacidad para mantener el control de las variables que le rodeaban. Cuando por fin pudo respirar, casi cae en el error de sonreír al verse victorioso mientras buscaba aplicar aquel rudimentario tratamiento médico.

Pero sus ojos se abrieron como platos para declararle perdedor. Había perdido la batalla, y con ella había perdido el control. Su improvisada acompañante se había lanzado contra los muchachos y les había golpeado. El Heizu intentó levantarse de inmediato pero un dolor punzante en el costado derecho de su tronco le detuvo, manteniéndose a medio levantar y resultado de rodillas. La voz estridente de la chica presentándose hizo que Sevro apretara la mandíbula. Detestaba cuando las cosas escalaban hasta un punto fuera de su control.

— ¿Que no tiene nada que ver? ¡JA! — Fueron las palabras de aquel hombre, dirigidas a Sevro, mientras señalaba a Bishamon con un dedo. — Ya no tenemos miedo. Estamos cansados, y no pueden hacernos nada que ya no nos hayan hecho. — Los chicos golpeados intentaban recuperar el equilibrio pero sus cuerpos no parecían responder correctamente. El hombre mayor lo notó, y volvió a mirar a Bisha. — Ya hemos sufrido mucho. Nos defenderemos siempre que haga falta. — El hombre escupiría al suelo y se acercaría a los muchachos, ayudándoles a levantarse para llevarlos lejos del sitio.

Sevro fijaría la mirada en Bisha, y en caso de que esta se moviese un milímetro o hiciera el amago de hablar, alzaría la voz rápidamente. — Bisha, por favor… — Aquello era una súplica que le dolería hasta el alma decir en voz alta tras la golpiza. — Déjalos ir, te contaré todo si hace falta. Esta es mi responsabilidad. — La única carta que el Heizu podía ofrecer era la información, y esperaba que fuese suficiente para la Senju.

Luego de hablar se sentaría en el suelo y trataría de continuar con su tratamiento. Quería deshacerse de las heridas más dolorosas antes de poder hablar con normalidad y recuperar el aliento.


OFF
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El mundo era un lugar inseguro. Lo sabía de sobra y lo aprendió a sus siete años, cuando uno de los monjes, supuestamente en cargado de velar por su seguridad, había intentado violarla. Su ser por completo se estremecía nada más sintiendo por dentro como le hervía la sangre. Desconocía por completo que estaba pasado en aquel lugar, pero era imposible no sentir que tenía que ver con ella. Tenía la necesidad imperante de ayudar al chico y de conocer, además, que era lo que lo había llevado a soportar tal golpiza.

El comandante del grupo de chicos que ahora era incapaz de moverse se dirigiría a Bishamon, quien alzó la ceja y se observó continuamente. Sus acciones y todo lo que decía parecía tener sentido. Capaz eran parte del cuerpo rebelde y cansados de todo lo que había pasado hasta ahora sentía la necesidad de tener “limpio” el lugar en el que vivían. Sin embargo, por muy lógico que sus palabras sonaran a los oídos de la rubia, entendía que no estaba usando las formas correctas para aplicar lo que él mismo denominaba “el sufrimiento”, el que al parecer habían atravesado y que los tenía indignados por exceso.

Uno a uno, el hombre empezó a dar auxilio a sus camaradas para retirarse del sitio. Bisha, por otro lado, empezó a calmarse, notando de soslayo que Sevro no había podido moverse. Claro, su urgencia había pasado a sanar al otro, pero se enfocaría primero en tener lejos a los enemigos para poder encargarse. Poco a poco, el grupo de hombres se marchó conforme recuperaron su movilidad y eran ayudados por quien los comandaba.

La rubia suspiró y se acercó a Sevro mientras realizaba un par de sellos y salía de sus manos una especie de aura de color verdoso. —Efectivamente vas a tener que contarme mucho más, nadie se gana una paliza de ese tamaño gratis.— poco a poco, pasaría las manos por le cuerpo del chico, casi que analizándolo. Posteriormente, empezaría a sanar, con la ayuda del shosen no jutsu, las heridas de más grave a más leve del chico. Tras unos minutos, rompería el silencio.

Creo que… Está bien lo que intentas hacer, pero también deberías saber cual es tu lugar.— comentó. —No sé del todo si esperabas la golpiza, pero pronto estarás en estado aceptable para continuar tus tareas. Supiste moverte, pero fue un golpe de suerte, un mal movimiento te pudo haber dejado completamente fuera de combate. — esperaría que el chico hablara y tras esto, tomarían o no medidas. De alguna forma se sentía ya involucrada en lo que fuera que estuviera pasando.
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Con el calmar de las aguas llegaría un suspiro de Sevro. Sentirse seguro no estaba entre sus posibilidades en casi ningún sitio, pues el mundo le resultaba tan hostil como grande, pero en aquel momento, al menos, sintió algo muy cercano. Todo su esfuerzo podía haberse visto reducido a la nada misma si tan solo la noble desconocida hubiese interferido un poco más de lo que lo hizo. Pero la fortuna le recibía con los brazo abiertos ese día, para que incluso la chica conociera ninjutsu médico.

Cuando notó el cálido abrazo de aquella luz verde que desprendían las manos de Bisha, desistió de aplicar el kit médico, guardando los restos en su lugar. — Haberlo dicho antes… — Murmuró para sí, sin intenciones de que ella lo escuchase. Cerró los ojos cuando escuchó las palabras de ella. Si bien había ofrecido información a cambio de su cooperación, ahora dudaba si debía darla o no. En aquel cruel mundo decir las palabras indicadas podía llevarte lejos, pero decir las incorrectas te sepultaba bajo tierra.

No respondió, ni hizo mueca alguna durante la curación silenciosa. Cuando la chica por fin habló de nuevo, recitó ciertas palabras que resonaron en la psique del Heizu, quien sonrió en consecuencia. — Saber cual es mi lugar… — La sonrisa era, sin querer, amarga. Recordando las torturas y golpizas que terminaban considerablemente peor que esta. La bota del imperio pesaba considerablemente más que cualquier daño que un aldeano pudiese infringir en él.

Cuando logró sentirse lo suficientemente estable como para levantarse, lo haría a medias, quedando prácticamente de rodillas. Estiraba sus músculos entumecidos y se deshacía de la tensión atrapada en sus articulaciones. La batalla mental que estaba luchando había terminado y, de alguna forma u otra, la rubia había ganado. — No es la primera vez que se me asigna a este pueblo. — Comenzó, volviendo a sentarse en la tierra. — Debo venir aquí cada mes, según órdenes de mis superiores. Mi tarea es convencer a los mercaderes y productores de este pueblo y otros aledaños de pagar un impuesto para garantizar la seguridad de sus bienes. — Miraría al cielo, intentando encontrar las palabras para explicar de la manera más simple que pudiese la situación. — Al mencionar de parte de quien vengo siempre encuentro alguna forma de resistencia. Al parecer, no a todos les agrada la forma de trabajar del imperio. — Sevro era un chico joven y, hasta cierto punto, inocente. Se detuvo unos segundos antes de continuar.

— Por norma general, si vuelvo con las manos vacías y una negativa de parte de los mercaderes, enviarán un grupo de mercenarios a causar estragos contra quien se haya negado. Vidas se han perdido por mi, por mi culpa, por no conseguir convencerlos de dejar el orgullo atrás. — Una amargura notoria pintaría aquellas palabras. — Y aunque sean vidas de desconocidos, prefiero evitar hacerles daño. Me ayuda a evitar las pesadillas. — Aclaró su garganta.

— Luego de mis primeras dos misiones aquí descubrí que, si dejaba que los aldeanos descagaran sus frustraciones conmigo, no atacarían a los mercenarios que vinieran después de mi. Al menos las perdidas serían solo materiales, recuperables. — Soltaría otro suspiro sonoro. — Y a mi empleador le gusta que regrese golpeado. Dice que le ahorro el trabajo. — Terminaría con una ligera carcajada.

Tras callar unos segundos y analizarse, no sabía exactamente por qué le había contado todo a ella. Pero tampoco le daría muchas vueltas. — Así que como ves, esta es mi manera de ayudar. Calmando las aguas de lado y lado para que no corra otra sangre salvo la mía. — Sonreiría honestamente, a ojos cerrados, hacia la Senju. — Gracias por curarme, por cierto. Y gracias por no intervenir. No espero que entiendas, pero gracias de todas formas. — Estirando los brazos hacia el cielo para intentar alcanzarlo volvería a su usual expresión plana. — ¿Quieres ir a tomar té? Estoy sediento y conozco un sitio donde no le pondrían veneno a mi bebida. —

A partir de ahí escucharía lo que la contraria tuviese que decir, respondiendo a cualquier duda que surgiese. Por lo demás, trataría de levantarse y buscar su propio equilibrio. No pretendía quedarse ahí hasta que anocheciese si podía evitarlo.
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Los intentos por aplicarse una curación él mismo habían desistido. La rubia sonrió cuando sus labios se abrieron justo antes de que cerrara los ojos y se relajara. Para esto era que ella se había desgastado por años entrenando. No era una médica normal, la curación de Bishamon lograba recuperar casi cualquier herida en muy poco tiempo y por lo mismo, el chico empezaría a sentir alivio en sus heridas casi al instante.

Sin embargo, una vez empezó el sermón, logró notar la sonrisa forzada en la cara ajena, por lo que entendió que debía ser más prudente. No conocía nada de la historia del chico y no todos tenían la misma fortaleza que ella había adquirido y claro, que también le había costado un montón. Luego, cuando intento incorporarse, la jounin le daría el espacio suficiente para que lo hiciera.

Hazlo con cuidado, podrías sentir mareos…— dijo antes de prestarle atención.

Todo empezaba a cobrar sentido con las palabras del chico. Sus superiores, seguro gente del imperio, estaban buscando recaudar dinero de una pequeña población que parecía no necesitarla y si era así, mandar a un chico a hacer frente a un grupo de hombres de apariencia criminal no era precisamente lo más acertado. Y claro, era apenas normal que, si en el pueblo había más rebeldes, la resistencia fuera mayor.

La de ojos violáceos puso su mano en el hombro ajeno. Entendía perfectamente la sensación del chico. Ella misma muchas veces había sentido como la angustia y la culpa carcomían su ser. Podía casi que saborear y sentir propia la frustración del menor. Tragó saliva con esfuerzo, escucharlo no era fácil y claro, era una de las razones por la que sentía que todo ahora estaba mal con respecto al imperio. Era increíble la cantidad de disidencias que había, pero era mucho peor que corrieran vidas inocentes por el conflicto de poderes mucho más grandes.

Sin embargo, sobre su empleador no pudo sentir alivio. Su otro puño se cerró con fuerza. Sabía bien que no debía meterse, pero todo este tema le había llegado tan dentro del ser, que se le hacía imposible hacerse la de la vista gorda. Claro, muy probablemente no iba a acabar con el conflicto, pero si lograría que Sevro saliera que aquel círculo en el que salía molido a golpes para satisfacer las ansias de guerra e ira acumulada de otros, definitivamente no lo merecía.

Si, claro, podemos ir a tomar algo. Sobre lo demás... Creo que te entiendo, pero no diré nada más por ahora. Mejor ahora que estemos en el sitio que me dices.— le ayudaría a incorporarse y aunque no diría mucho más, encontraría la forma de hacerle entender que por filantrópico que fuera el fin, no podía permitir que todos pasaran por encima de él.
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Si de por sí le costaba entender por qué había optado por explicarle demás a la desconocida, ahora se encontraba con una pared de frustración por no recibir comentario alguno a cambio. Claramente no esperaba compasión ni mucho menos lástima, pero siempre que intentaba hablar demás recibía una respuesta drástica entre los dos polos posibles. Esta vez la carencia de respuesta le generaba la misma reacción que le produciría un suceso extraño a un animal salvaje.

Cuando tuvo la oportunidad terminaría de levantarse, con la ayuda necesaria, y sacudiría su ropa con las manos para tratar de deshacerse de la tierra que se había prendido de ella, y registraría bolsillos y bolsos para hacer recuento de sus cosas, y dirigiría una mirada a la rubia. — Vamos entonces. No es demasiado lejos. — Diría, para tomar camino y, de nuevo, dirigir a la chica.

Sus pasos le llevarían a atravesar el pueblo. Varios de los habitantes que estaban en las calles reirían entre dientes al verlo con los moretones que, aún tras el tratamiento aplicado, podían verse ligeramente en su piel. Otros reaccionaban escupiendo el suelo. Y otros tantos simplemente suspiraban con resignación. El Heizu parecía inmune a cualquiera de esos estímulos, dibujando un rostro neutro e inexpresivo mientras caminaba.

Su objetivo estaría prácticamente al borde del pueblo. Era una cabaña pequeña con un aviso de madera al lado de la puerta. Rezaba algo referente a hierbas, y el kirinin entraría sin pensarlo mucho. Si la Senju le seguía y entraba, ambos serían recibidos por una mujer mayor que les echaría un ojo de inmediato. — ¿Otra vez tú por aquí? — Diría, con tonos de molestia entre sus palabras. — Y otra vez vuelto mierda. — Agregó, antes de percatarse de la presencia de Bisha. — ¿Tú quién eres? Si eres una conocida de él, hazle entrar en razón. Estoy harta de curarle las heridas para que venga de nuevo a hacer lo mismo. — Mientras hablaba buscaba entre sus varios bolsos de telas unas hierbas y las ponía en una olla para preparar una infusión. — ¿Quieres algo en particular para tomar? — Preguntaría a Bisha.

El Heizu soltaría un suspiro. Nunca podía interrumpir el discurso de aquella mujer, y en cierta forma agradecía que de los pocos pobladores de aquella comunidad que no le odiaban la curandera fuera una de ellas. La mujer, si bien tenía un carácter fuerte, siempre priorizaba el bienestar del resto. Además, era de las pocas personas que conocían la historia de Sevro.

— Que no se note la felicidad que le trae verme, señora. — Si, Sevro bromearía, mientras tomaba asiento en uno de los tatamis disponibles. La mujer eventualmente se acercaría a entregar las bebidas. — Me alegraría genuinamente no verte de nuevo. — Aunque la frase tenía un sentido subliminal, de buenas a primeras sonaría como una broma más.
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Por la cabeza de la rubia pasaban demasiadas cosas. Entre tantas, el hecho de que Sevro sintiera que sus heridas valían la pena, tanto para evitar las muertes de un lado como del otro, eso realmente la descomponía. Ella lo había llegado a contemplar en antaño, cuando siendo una niña se había visto forzada a robar y demás, pero aquellos tiempos habían quedado atrás. Ahora, sabía bien que lo primero era darse su lugar y luego, imponer el orden a cualquier costo.

Sin problema… — dijo empezando a caminar y siguiéndole.

Poco a poco, con sus pasos atravesarían el pueblo, no sin antes sentir el desprecio en carne propia. En más de una ocasión, la rubia había contenido su ira y sus ansias de venganza. Eso quería, satisfacer de alguna forma toda la rabia contenida que la historia de Sevro le había hecho almacenar. Inflaba sus pulmones tanto como podía y luego los soltaba con total resignación. Llegó a alzar la ceja frente a ciertos sujetos y además de ellos, memorizó la cara de unos cuantos.

El destino, parecía estar al final de todo el caserío que componía el pueblo. Justo allí, una pequeña cabaña con un letrero que ponía algo sobre plantas. La rubia esbozó una sonrisa al ver que el chico entraba con premura a dicho lugar. Entendió de inmediato que era un lugar seguro para él y que eso ello, aunque quizá no lo demostrara, era feliz. Ante las palabras de la mujer, Bisha solo había encogido los hombros y puesto en su boca una mueca de descontento.

Bueno, yo estoy bien. Mi nombre es Bishamon, pero me dicen Bisha. Soy Médico de Konoha.— comentó tranquila —Y, ya que lo pregunta, me serviría algo con manzanilla, por favor— agregó mientras detallaba el lugar.

Una vez cerca de Sevro, y sobre el tatami, Bisha recibiría su te. Y tras escuchar a la señora, afirmaría en señal completa de comprensión. —Si lo les molesta, quisiera saber un poco más la razón de todo esto… ¿Por qué hay quienes se rehúsan a pagar sus impuestos y qué beneficio les trae si los pagaran? Y… ¿Por qué no lo han detenido antes?— sus palabras eran contundentes y querían solo una cosas: Saber como parar el enfrentamiento entre un bando y otro.

La verdad es que solo pasaba por aquí, pero si puedo detener esto… Lo haré.— sus palabras de nuevo, parecían una sentencia que nadie debería incumplir. Sus ojos afilados se abrían puesto sobre la señora. En ese momento, ambos podrían haberse preguntado que más había de la médico, pues se veía especialmente temible tas aquella observación, lo suficiente como para dar por sentado que no era un simple médico.
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