Me encontraba caminando de nuevo en el País del Fuego, concretamente en un pequeño pueblo de casas humildes y comercio local. Los puestos eran de comida y algunas herramientas para labrar el campo. Estaba claro que me encontraba en un pueblo pobre, sin muchos recursos, cuya única fuente de alimento además de los productos que pudiera importar eran la ganadería y la agricultura. Me acercaría tranquilamente a echar un vistazo, las manzanas tenían buena pinta, buen color, aunque todavía estaban un poco verdes para su ingesta, seguramente habrían sido arrancadas antes de tiempo del árbol que las alimentaba, pues cuan más rápido se vendiesen antes el dinero llegaría al bolsillo del pobre.
La brisa tranquila se arremolinaba entre mis orejas, ligeramente a la vista por el peinado en alto que siempre acostumbraba a llevar. Mi capa estaría descansando en mis hombros mientras que debajo de ella llevaba el conjunto oscuro y cómodo que solía acostumbrar a llevar. Tapando la gran mayoría de mi cuerpo y apenas viéndose un hilo de mi silueta tras la tela, caminaría por allí mirando hacia los puestos, lugareños, y todas las cosas que me fueran llamando la atención. Mi estómago rugía, como de costumbre, pero todavía no era la hora de comer y podía aguantar varias horas más. Aún las doce del mediodía darían en el reloj de bolsillo y el día apenas acababa de comenzar.