[Misión avanzada: A] Operación RED.
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Información de la misión



Aldea Oculta entre la Niebla
2 de Febrero del 15 D.Y
18.15 horas
 
Te dejo la elección a ti. Tampoco es necesario desplegar a los shinobis de más alto rango, alguien competente debería ser suficiente —. Quien hablaba era uno de los senchō, aquellos que son conocidos como los cinco primeros oficiales del bando imperial en cada nación.
 
Entendido, mi lord —. Respondería el subordinado a cargo del trabajo administrativo. Cuando este quedó solo en el despacho, abriría uno de los cajones de su escritorio y sacaría de allí una gruesa carpeta con los registros de los ninjas a disposición del país del agua. Después de repasar las fichas durante algunos minutos, dedicaría su atención en una en específico, la de Sevro Heizu.
 
El shinobi en cuestión actualmente fungía como chunin, había demostrado buenas cualidades y contaba con habilidades favorables para el desarrollo de la labor. No había necesidad de dudarlo ni un poco, él era el sujeto adecuado. De modo que, tras escribir una breve nota citatoria, el funcionario invocaría un pequeño gato blanco ninja.
 
Michiberto, entrega esta nota al dueño de este rastro, por favor —. En el despacho contaban con prendas u objetos de la mayoría de los ninjas de su causa, con la finalidad de contactarlos con más facilidad.
 
El pequeño felino acataría la indicación y saldría en busca de Sevro. Este, una vez leído el citatorio, tendría que acudir al despacho administrativo.
 
Indicaciones
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El peliazul perdía más tiempo del que tenía disponible para perder aquella tarde. Recostado en un árbol de los colindantes a un campo de entrenamiento se dedicaba a lanzar al aire una pequeña shuriken con brillos celestinos. La estrella danzaba al salir de su mano y volvía a caer víctima de la gravedad mientras él, hábilmente, la hacía detenerse con los dedos índice y medio de la siniestra.

Había estado entrenando unas horas antes y buscaba disfrutar de la tranquilidad del descanso en solitario, pues no siempre gozaba de aquella buena fortuna. Pero, entre que la tarde empezaba a caer en su combate contra la noche y que no había comido nada desde antes de empezar a entrenar, sus tripas comenzaban a inquietarse sonoramente.

Con una última atrapada de aquella shuriken tan particular que terminó por guardar en un estuche igual de peculiar, se dejó caer con su propio peso hasta aterrizar en el suelo, bajando del árbol mientras retomaba el equilibrio. Echó un vistazo rápido a su alrededor -más por costumbre que otra cosa- para cerciorarse de su soledad e inició marcha hacia los objetivos que había usado para entrenar, dispuestos estratégicamente en aquel pequeño pero efectivo campo de prácticas. Allí comenzaría con su laboriosa tarea de inspeccionar las armas que había arrojado y guardar de nuevo las que conservasen suficiente filo.

— Podría jurar que ya nos las hacen tan bien como antes. — Entre murmullos dejó salir en una de aquellas tandas de inspección a una shuriken. Al cabo de un rato, y tras haber terminado, una media vuelta bastó para que la puerta de salida fuese su destino. Pero el azar le tenía preparado algo más.

A un costado de aquella puerta un gato blanco esperaba, pacientemente, por la presencia del Heizu. Este, sin prestarle mucha atención, solo pasó de largo. Ya había visto a ese gato antes y sabía lo que significaba, y no quería lidiar con ello en ese momento. Tras emprender camino a casa se topó con el gato un par de veces más, que parecía ser infinitamente más veloz que él. Pero, como siempre, bastaba con fingir que no estaba allí.

Su llegada a casa eventualmente ocurrió tras parar por algo de comer en el camino. Y depositando sus cosas en un lugar seguro empezó con su rutina para despedir el día. Otros tantos instantes más, y ya estaba a punto de conciliar el sueño en cama cuando un sonido estridente le sacó de aquel paraíso.

Era una roca del tamaño de una cabeza, estrellándose contra la pared de madera que estaba justos a su lado. La roca venía, obviamente, desde fuera, habiendo pasado por la ventana que daba hacia la calle. Con un salto el shinobi se puso tan en guardia como pudo y encendiendo la luz notó un trozo de papel blanco pegado a la cuasi-arma homicida. Un vistazo a la calle bastó para ver al mismo gato blanco al otro lado de ella.

— Puta madre… — Volvió a murmurar en soledad mientras volvía su atención a la roca y al papel blanco, suspirando mientras lo tomaba para leerlo. Poco después tomaría sus pertenencias nuevamente y saldría de casa. La noche parecía ser larga.

Llegaría al despacho de quien le había convocado y se acercaría a la puerta hasta tocarla un par de veces para anunciarse, esperando ser llamado a entrar.
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Adelante, está abierto —. Pronunciaría una voz serena pero con evidente cansancio. Se había hecho tarde y el encargado de toda la documentación aún tenía que seguir prestando sus servicios. Encima, situaciones como la de Sevro presentándose muchas horas después de lo previsto, hacían más larga su jornada laboral. Aún así, el hombre era muy político y no demostraría signo alguno de molestia, ni enojo en su trato.
 
Michiberto me dijo que tuviste un día muy ajetreado —. Comentaría el hombre una vez que el kirinin entrase al despacho. Su gato de invocación se encontraba recostado en una esquina de su escritorio, pero no parecía darle mayor importancia a los presentes, simplemente descansaba.
 
Esperaría hasta que el Heizu comentara algo, si es que tenía algún comentario al respecto, antes de continuar con lo suyo. Posteriormente, tomaría una hoja blanca donde se encontraba escrita la información de la misión y la arrojaría hacia el chunin como si de una shuriken se tratase.
 
¿Qué opinas? ¿Puedes hacerlo? —. Le cuestionaría después de unos segundos usando un tono retador.
 
Yo mismo te he recomendado al cuarto senchō para la tarea. Si cumples las expectativas, incluso sumarás muchos puntos de cara a un ascenso de rango —. Actuar solo era algo que no debía de subestimarse, y para que la misión tuviera éxito el encargado debía contar con una amplia gama de habilidades, de modo que alguien que no estuviese lo suficientemente seguro de si mismo, probablemente no la aceptaría. Mencionar un incentivo con suerte haría algo de diferencia.
 
Anotaciones
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A la voz del encargado abriría la puerta lentamente para tratar de no demostrar más energía de la que en realidad tenía en sus reservas. No porque estuviese considerablemente cansado sino por la renuencia ante la razón por la que había sido llamado; una probable misión. Muy en sus adentros estaba lamentándose tal suerte, pero de rostro hacia afuera no había muestra de tal indisposición. Sea como fuere, y si quería evitar terminar colgado de los talones en alguna plaza de la aldea a modo de castigo, no tenía voz ni voto y lo que restaba era acatar. Con algo de buena fortuna sería una misión simple.

Al entrar al despacho no se preocupó mucho en detallarlo. Ya había estado ahí antes y pocas veces las cosas cambiaban lo suficiente para merecer más que un vistazo. Ubicó, por supuesto, a quien le había llamado y a su gato con tendencias homicidas, pero como por arte de una regla no hablada clavó la mirada en su superior y no trató de no moverla de ahí durante la conversación.

— Se supone que iba a ser un día de descanso. — Dijo ante la primera de las intervenciones. — Pero si el deber llama, hay que atender. — Una media verdad manchada con una expresión neutra. Quizás si sus dotes actorales correspondiesen con su habilidad con las armas habría tenido más éxito, pero no fue así, resultando en un sarcasmo evidente. — ¿A que debo el honor? — Diría al final. Su mente le trajo escenas de aquella roca que causó estragos en la humilde habitación donde dormía y, de reojo, alcanzó a mirar al gato que lo había causado. El peludo se retorcía sobre sí mismo, completamente dormido, y el Heizu no pudo evitar maldecir mentalmente. Él debía estar durmiendo así de profundo también.

Poco después, el hombre haría gala de una habilidad sorprendente para lanzar papel. El ojiazul atraparía la hoja con una de sus manos y abriría los ojos denotando sorpresa. — Vaya, si la destreza pudiese cuantificarse en números este hombre la tendría casi al máximo. — Pensó mientras desviaba la mirada para indagar en el contenido de aquella hoja. No le tomaría mucho leer de arriba a abajo e incluso se tomaría el atrevimiento de leerla una segunda vez para evitar saltarse detalles molestos. Si quería aceptar, solo lo haría teniendo la mejor dosis de información posible.

Terminado de leer aquel documento recibiría una suerte de reto por parte del otro, a quien el Heizu volvería a mirar, esta vez por encima del folio. — Suena simple. ¿Algo que me esté perdiendo y deba saber? — Preguntó. — Todo lo que tenemos para ti está en esa hoja. — Y respondió el dueño del despacho. Era la respuesta típica en aquellos casos, y no tomó por sorpresa al más joven, quien terminaría por bajar la hoja al tiempo que hacía un par de dobleces y la guardaba en uno de sus bolsillos. Era un gesto que, aunque mudo, indicaba aceptación. De lo contrario se habría negado a la primera. Aquella linea sobre el ascenso y las recomendaciones llegaría después, y tuvo que resistirse a mostrar un rostro indiferente.

— Será un honor para mi resultar útil al cuarto senchō. — Dijo al tiempo que hacía una reverencia. Los ascensos y quedar bien ante sus superiores le tenían sin cuidado, pero no iba a rechazar la oportunidad de conseguir una mejor vida al escalar. Volviendo a enderezarse luego de la reverencia se acercaría al escritorio de aquel hombre en caso de tener que firmar alguna forma antes de partir, y una vez las formalidades estuviesen cubiertas se alejaría para, eventualmente, salir por la misma puerta por la que había entrado.

OFF
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La premura del asunto le traía una disyuntiva considerable al Heizu. Por un lado si quería aprovechar el tiempo y completar la misión lo más pronto posible debía partir tan pronto como pudiese, aún en medio de la noche. Por otro lado, él era fiel creyente de lo que una buena noche de descanso significaba para un buen desempeño. En lo que volvía a casa luego de la breve reunión con su superior no podía dejar de columpiarse entre las dos opciones. Cada una probablemente tuviese más sentido que la otra según quien mirase pero él las veía igual de simples. Lo que sí aprovecharía, sin embargo, era de comprar algunas provisiones en el camino a casa. Con la ventaja de tener un sitio del que era cliente usual y trabajaba las 24 horas llegó y compró lo necesario para el viaje y el resto de la travesía.

Al salir del establecimiento, unos cuántos minutos después, una idea brillante se le atravesó entre ceja y ceja para conseguir detener el columpio de sus posibilidades. Rebuscó entre sus bolsillos hasta encontrar una de las monedas que el comerciante le había dado como cambio, y mirándola por ambos lados murmuró. — Dejémoslo a la suerte. — Con cierta destreza lanzó la moneda al aire para atraparla con la palma abierta y ver el resultado de su apuesta. Arrugó el semblante cuando notó que la suerte quería evitar que tuviese su descanso por aquella noche.

Volviendo a guardar la moneda, y la mano que no llevaba compras consigo, en uno de los bolsillos del pantalón, dio media vuelta sobre sí mismo y partió a casa. Si, tenía que partir esa misma noche, pero no por ello se apresuraría en hacerlo. Una vez frente a su habitación lanzaría un sonoro suspiro para entrar y cerrar la puerta tras de sí.

La siguiente media hora se basó en armar el equipamiento de viaje. Un bolso de tamaño considerable albergaría provisiones y ropajes listos para distintas temperaturas, algunos documentos necesarios y pergaminos de armas como los que llevaba consigo usualmente. Por lo demás, vestiría un uniforme negro de mangas largas y portaría sus típicos accesorios y riñoneras. Llevaría la bandana oculta bajo la ropa, amarrada al cuello cual collar. Al terminar con los preparativos volvió a sacar del bolsillo donde la había guardado la hoja con la información de la misión para ojearla de nuevo y partiría rumbo al puerto.

El viaje le tomaría poco más de un par de horas a toda la velocidad que sus piernas podían brindar sin cansarse o tener que detenerse. El puerto era una estructura magnifica de desorden y caos, sobretodo por las noches. Muchos marinos preferían aquellas horas para zarpar y otros tantos las preferían para hacer fechorías en tierra. El Heizu no conocía la naturaleza del hombre al que buscaba, pero ello no lo detendría. Entre el ajetreo no resaltaba mucho y la oscuridad previa al amanecer siempre servía para mantener un perfil bajo. Pero el objetivo era otro, y eventualmente tendría que empezar a indagar.

Se acercaría entonces a una de las varias cantinas que servían en aquel puerto, acercándose al cantinero de turno y haciendo la pregunta clave. — Busco a un marinero de nombre Kross, ¿Sabes donde puedo encontrarlo? — Esta misma frase se repetiría tantas veces como fuese necesaria y a tantas personas como fuesen necesarias hasta dar con el susodicho. En caso de encontrar, al menos, una minúscula pista, la seguiría. De vez en cuando incluso se atrevería a comprar un trago y beberlo para intentar ganar la buena fe y voluntad de los cantineros.

De encontrar al buen Kross se presentaría con su nombre y una identificación, alegando haber sido instruido de buscarle.
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El buen Sevro llegó, muy a su pesar, a la zona portuaria. Era ya muy tarde y las noches en el país del agua, y en específico en esa zona, no se caracterizan por ser especialmente apacibles. Según las indicaciones que había recibido, debía de encontrarse con un marinero en específico, sería él quien lo conduciría hasta su siguiente destino. Para llegar al país de la tierra, la vía más rápida era surcar y detenerse en algun territorio de los del reino del Mar del Norte, pero ese sería asunto para más tarde, primero debería de encontrar su embarcación.
 
¿Kross? seguramente querrás decir Modric, ¿no? —. Replicaría la primera persona a la que le preguntó el chico. El hombre parecía extrañado por la pregunta recibida, al parecer, Kross era un marinero infravalorado por el resto de sus colegas y pueblerinos en general.
 
Sí, conozco a ese hombre, pero ya debería jubilarse. No te recomiendo que lo busques —. Muchas respuestas de este estilo fueron las que recibió el Heizu. El buen Kross fue muy querido en su momento, pero en los últimos años su estilo de navegación se había tornado muy lento y hasta cansino, eso sí, nadie podía negar la precisión de sus trayectorias.
 
Después de mucho preguntar y buscar, el kirinin se encontró con un hombre que comía merengues justo fuera de una de las múltiples cantinas de los alrededores. Como de costumbre, le realizó la misma pregunta en clave y este respondió.
 
Así que eres tú eh, me habían informado que llevaría a un tipo a una tierra lejana. ¿Y bien, a donde necesitas llegar? — La ruta de navegación era peligrosa, últimamente muchas embarcaciones habían sufrido inconvenientes. Pero cuando las aguas están muy turbias, el buen kross siempre encuentra la línea de pase.
 
Off Rol
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Ya era lo bastante tarde y las energías estaban lo suficientemente escasas como para considerar rendirse. El peliazul había recorrido prácticamente todo el puerto en busca del mítico marinero que le llevaría a su destino sin aparente éxito más que justo al final, cuando estaba a punto de ahogarse en la miseria. Había pegado la frente a la fría madera de una cerca que delimitaba el área del último bar al tiempo que pronunciaba las palabras de siempre, pero esta vez en lugar de recibir la típica negativa fue otra tanda de palabras la que hizo frente a la desesperación. El Heizu alzó la mirada para detallar a quien hablaba y esperando que no fuese una ilusión.

Ahora que le veía bien, el sujeto era un hombre que lucía unos treinta y tantos años de edad, rubio, y con un aspecto señorial. Desencajaba un poco con los comentarios que el resto de cuestionados hacían con respecto al buen Kroos, que parecía dispuesto a dar unos cuantos años más al timón de cualquier navío con una habilidad envidiable. Pero el Heizu no era un experto en la materia, y no se adentraría en tal debate. Prefería, de momento, esperar que todo fuese bien.

— ¿Es usted el señor Kroos? — Preguntó el chico con total ilusión, justo como si estuviese viendo a un ídolo de toda la vida, producto del cansancio acumulado por tener que buscar a aquel hombre en cada recoveco del puerto. — Debo ir a… — Empezó a hablar pero justo tomó previsión al notar que era posible que oídos curiosos pudiesen oírle. Por tanto, se acercó un poco más y lanzó un medio susurro. — Así es, me han enviado a buscarle para contratar sus servicios. Necesito llegar tan pronto como sea posible a los reinos del norte. — Diría Sevro buscando el documento oficial que le acreditaba como participante de la misión. El hombre seguía engullendo merengues como si su vida dependiese de ello. Al encontrar el documento lo acercaría al sujeto hasta que este pudiese ver los detalles. — La ruta es decisión suya, siempre y cuando lleguemos al destino yo me encargo del resto. — El sujeto ojearía el documento sin prestarle mucha atención y volvería a mirar a Sevro una vez terminase con aquel particular bocadillo nocturno.

— Una ruta complicada esa. — Dijo, mientras aclaraba su garganta. — Supongo que no tengo de otra. Pero te advierto, en mi barco no hay lugar para bailecitos o estupideces. Espero sepas comportarte a la altura. — Terminaría por agregar al tiempo que se alejaba de la cantina y empezaba a andar hacia los muelles. El Heizu no entendió el punto de aquel último comentario pero asumió que se trataba de algún código marítimo del que él, obviamente, no sabía nada. Terminó entonces siguiendo al marinero sin más.

Al llegar a los muelles el marinero ya había subido a su embarcación. Era un barco de calado medio y tamaño tal para necesitar una tripulación de unos 11 marinos -contando al capitán-. Todos parecían trabajar al unísono mientras el capitán esperaba por su huésped. Al ver llegar al Heizu, el marino le dio la bienvenida al navío — Sube, debemos salir a la contra con viento a favor. — Otros tantos términos marítimos de los que el Heizu no tenía idea pero asentiría sin más. Era tarde para pedir explicaciones y, francamente, le interesaba poco o nada.

Una vez en la cubierta echaría un ojo a todo lo que pudiese, notando como sobre el camarote principal habían unas letras enormes que rezaban “La 15” con un “La 14” tachado a la izquierda. Un detalle menor que Sevro probablemente ni siquiera registraría en su memoria, pero le causó curiosidad por un momento.

El capitán se tomó la tarea de presentar a Sevro al resto de la tripulación para que todos estuviesen al tanto del objetivo. En poco más que unos instantes el Kirinin ya estaba en su camarote y el movimiento del barco dejaban a entender que habían abandonado la serenidad del puerto.

El viaje fue tortuoso y tormentoso por decir poco, pero al final el destino iba a ser las costas del país de las aguas termales, en un puerto prácticamente desconocido. Aquel punto estaría marcado en los mapas de Sevro como un “checkpoint” importante. A partir de ahí, alcanzaría su objetivo por tierra y volvería, de ser lo suficientemente habilidoso, con el botín para volver a casa. Tras varios días de viaje en barco, entonces, una conversación con el buen Kross indicaría que ya habían recorrido más de la mitad de la ruta.
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La primera parte del viaje transcurrió sin problemas, las aguas fueron surcadas con gran destreza por el mariscal del navío. Durante ese tiempo, el peliazul se hizo familiar con la nave y la tripulación. Además del buen Kross había otros 10 marineros y cada uno de ellos tenía roles distintos, desde la asistencia siempre confiable del buen Luka, hasta el trabajo burdo y rudo de Militao, que por alguna razón nadie se explicaba como había llegado allí, se cree que mintió en la entrevista de reclutamiento.
 
Estando a menos de cien millas náuticas de llegar al puerto del destino, una voz de alerta se emitió desde la canasta de vigilancia de la embarcación. — ¡Piratas, dos barcos piratas intentan emboscarnos desde las 4 y las 8! —. Clamó el marinero.
 
Las naves que se acercaban eran de un tamaño menor al del barco merengue, al rededor de la mitad de su tamaño, pero su diseño permitía que se aproximaran rápidamente hacia él y con discreción. Solo podrías notarlo una vez que su arribo fuese imposible de esquivar, no quedaba otra opción, había que luchar contra ellos.
 
¡Rápido, todos a sus posiciones! ¡Formación 5-3-2! —. Sin perder tiempo, Kross dictó como se pararía la tripulación para encarar ese ataque. Una línea de 5 en el fondo, algo arriesgado si es que no se había trabajado lo suficiente, pero el capitán de la nave seguramente sabía lo que hacía.
 
Segundos más tarde, los navíos llegaron para emparedar al barco merengue y con rapidez comensaron a ascender los piratas para su invasión. Algunos de ellos estaban armados con espadas largas y otros más con cadenas de acero. Su modo de operar era tan simple como bárbaro, matar a todos los del barco y hacerse con el mismo y con todos los bienes. En total eran 20 los sujetos que subían para invadir el barco, pero había otras 5 personas abajo, sobre el agua, que realizaban suitones para contener la embarcación y crear turbulencias en esta.
 
— ¡Mueran perros! —. Gritos de ese orden eran pronunciados por los piratas una vez se encontraron arriba de la embarcación. Algunos de ellos incluso podían ejecutar ninjutsus elementales simples, como chorros de agua, bolas de fuego o corrientes cortantes de aire.
 
Al ser superados en número, el once merengue tenía que primero tratar de resistir el embate y luego ir reaccionando poco a poco. La presencia de Sevro probablemente influiría en la resolución de la contienda.
 
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Última modificación: 21-04-2023, 04:48 AM por Sevro.
Viajar en altamar era de esos planes que, como oriundo de la niebla, el Heizu tenía bien asimilado y bajo control. Las embarcaciones que había usado el joven shinobi iban desde pequeños barcos donde cabían poco más que dos almas hasta buques cuyo tamaño sorprendía incluso al de pensamientos más férreos. En este caso en particular no había mucho que resaltar de aquel navío, salvo que, de alguna forma y con cierta mística, todos hacían su función y las cosas salían a la perfección. En definitiva no eran los marinos más hábiles, pero la mayoría suplía la falta de habilidad con experiencia.

Los días en los que solo había agua hasta donde la vista pudiese alcanzar pasaron sin percances. Algunos otros con ciertas islas pequeñas que el navío sorteaba sin problema sucedían de vez en cuando, pero no eran el común denominador. Al fin y al cabo la ruta que Sevro había solicitado era una extensa pero relativamente segura. Al menos, de momento.

Las conversaciones y charlas en la cubierta no faltaban. Los marineros hacían su trabajo tan bien que podían incluso hablar entre ellos y mantener conversaciones complejas sin siquiera tener que prestar atención a sus funciones, tirando de pura memoria muscular. Cuando las aguas parecían calmas, todos se dedicaban a tomarse un tiempo de descanso en el que bebían y comían en grupo. El capitán sabía hacer de su tripulación una familia, y eso podía notarse con facilidad.

Sevro no buscaría formar parte activa de la dinámica que los marineros mantenían entre sí. Después de todo él era la figura ajena en aquel campo de juegos y como tal se comportaría. Sin embargo, y aprovechándose de su calidad de cliente, aprovecharía de comer y beber con el grupo cuando la oportunidad se daba, buscando no consumir sus propias reservas y ganar unos cuantos días de comida. Nunca se era demasiado cuidadoso cuando se trataba de viajar a tierras remotas. Cuando no podía conseguir mantenerse al margen, era partícipe de conversaciones grupales en las que volaban historias y cuentos de altamar, mujerzuelas y amores de puerto.

Unos días más tarde la inevitabilidad haría de las suyas para traer otra tanda de problemas al viaje del Kirinin y, por consecuencia, a los marineros. Esta vez los problemas eran considerablemente más serios que no encontrar a un marinero en un puerto, y los gritos del vigía darían inicio a movimientos organizados de los que Sevro solo fue testigo momentáneo.

— ¿Será grave? — Dijo para sí mismo en la soledad absoluta de su camarote, al tiempo que tomaba sus pertenencias y se armaba con ellas solo por si acaso. Hizo el esfuerzo requerido para abrir la pesada puerta metálica y salió en busca del capitán o de alguien que pudiese darle algo de información. No quería dedicar muchos recursos a deshacerse del obstáculo, pero primero tocaba cerciorarse de la habilidad de los marineros para valerse por sí mismos.

— ¡VISCA EL BA- — El grito ahogado de un pirata que se abalanzaba hacia él le recibió en la cubierta. Los movimientos del corsario eran torpes y bastó con un paso al costado de parte de Sevro para que el contrario se estrellase contra la estructura del barco. Además, algo en aquel grito a medio lanzar hizo que el Kirinin se pusiese de mal humor, y no pudo evitar deslizar un kunai desde el bolsillo más cercano y clavarlo en la nuca del pobre pirata que se desplomaba en el suelo.

Kunai - Clavar: 37 de vida | 85 de destreza.

— ¡Necesitamos ayuda muchacho! — La voz del capitán haría que Sevro le buscase con la mirada. Ahora que tenía la oportunidad podía ver como el equipo formado por los marineros de blanco hacía con esfuerzo lo posible por mantener a raya el ataque, lanzando proyectiles desde la cubierta a los que buscaban abordar el navío. — ¡Si puedes encargarte de los hijos de puta de abajo nos facilitarías el trabajo! — Fue la última petición del capitán antes de girarse y dedicarse a otra cosa.

El Heizu no medió palabra y partió con cierta velocidad hacia el borde de la cubierta. Buscaba tener visual de “los hijos de puta de abajo”. Desde el lado donde Sevro miraba, tres piratas se encargaban de causar mareas y daños sustanciales al barco. — ¿Qué pretenden estos idiotas? ¿Hundirnos? — Se lanzó al agua tan pronto como acabó de pensarlo. En el aire, lanzaría el kunai con el que había matado al pirata hace instantes, dirigido al pirata más cercano de los tres. Al aterrizar, y con ambas manos libres, ejecutaría un sello. Los otros dos verían como su compañero caía al agua y esta se pintaría de rojo. Cuando volvieron su atención a Sevro, era tarde. Una lanza de olas se formaba desde un costado de los piratas, y tras unos segundos, los engulliría a los dos. El agua seguiría hasta impactar contra uno de los barcos, haciéndolo tambalear.

Kunai - Clavar: 37 de vida | 85 de destreza | -1 kunai

Suimen Hokou no Gyou
Yarinami
110 de daño | 50 ck | Bonos Aplicados

— ¡Parad a ese imbécil! — Desde lo alto del barco golpeado por el jutsu de Sevro salía una orden que los otros dos piratas que estaban en el agua, que rodearía el barco merengue hasta dar con Sevro, quien se había acercado más al barco pirata y había puesto 2 sellos explosivos en el costado del barco enemigo.

Los dos recién llegados ejecutarían sellos y lanzarían corrientes de aire al Heizu. El rudimentario despliegue de ninjutsu sería correspondido por uno más digno de un especialista. Tras los sellos, el Kirinin haría una técnica simple pero efectiva, tras la cual una bola de fuego de tamaño considerable engulliría a los dos pobres diablos y sus proyectiles de aire. En toda aquella escena habían empezado a caer piratas desde la cubierta, que eran víctimas de la habilidad del equipo merengue para decantar partidos a su favor. Sevro viéndose libre una vez más emprendería carrera en busca del otro barco y pondría otros dos sellos en el segundo barco, para posteriormente pegar un salto hacia el costado del barco merengue y terminar en la cubierta.

Goukakyuu no Jutsu
95 de daño | 45 ck | Bonos Aplicados

— ¡Capitán! ¡Ya podemos movernos! — Gritaría desde el cuarto de máquinas uno de los marineros, el de nombre Lucas. Parecía un tipo confiable y que cumpliría con su labor aunque el mundo entero creyera que no. — ¡Bien hecho muchacho! — Diría el capitán, dirigiendo la mirada a Sevro. Salió corriendo de inmediato hacia donde estaba el timón, y empezó a maniobrar tratando de escapar del sandwich que los otros dos barcos buscaban hacerle. Sin marea en contra y sin impedimentos, logró zafar el bueno de Kroos. — ¡Acaben con el resto y yo me encargo de perderlos! — Las órdenes eran claras.

La cubierta del barco merengue seguía repleta de marinos y piratas luchando entre sí. Los piratas tenían ventaja numérica, pero los marinos tenían garra y organización. Y a Sevro. El shinobi sacó un rollo de hilo metálico y lo ató a una de sus kunais. Ya había perdido recursos que probablemente no iba a recuperar, y no seguiría en esa misma honda. Llegado el momento y con un parpadeo los ojos del chico brillarían con un tono azulado, y una niebla tan densa como amplia cubriría toda la cubierta del barco. — Qué coño… — Escucharía Sevro proveniente de alguien. Y comenzaba la masacre.

Heizugan
5 ck

Kunai - Clavar: 37 de vida | 85 de destreza.

Desde el centro de la cubierta empezaría a lanzar el kunai buscando clavarlo en puntos vitales de los piratas. Él sabía dónde golpear y cómo, y los cuerpos empezaban a caer. Tras acabar con uno, jalaba por el hilo para recuperar el kunai y volvía a atacar a otro. Había gritos y confusión en ambos bandos. Los más astutos buscaban cobertura, pero Sevro eventualmente los encontraría. Aquello era un infierno y como tal parecía eterno, pero la niebla se disiparía llegado el momento, revelando la docena de cadáveres de piratas en la cubierta.

Sevro limpiaría la sangre del kunai antes de volverse hacia el capitán, que observaba perplejo. — ¿Los perdimos? — Preguntaría a Kroos una vez cerca de este. El capitán tuvo que reincorporarse tras un segundo. — ¿Ah? Los piratas, si. Nos pisan los talones pero eventualmente los perderemos. — Alzaría la diestra para señalar hacia el este, y los dos barcos piratas se mantenían a la distancia. — ¿Podemos dejar que se acerquen un poco? — El capitán le miró, de nuevo, perplejo. Pero la seguridad en el rostro casi inexpresivo del Heizu le hizo acatar. — Al cliente lo que pida… — Y la marcha del barco bajaría.

Cuando los piratas estuvieran lo suficientemente cerca, Sevro ejecutaría un sello de manos. Esperaba que los sellos siguieran ahí. Y efectivamente, ahí estaban. Ambos barcos fueron víctimas de dos explosiones cada uno. Cuando los piratas que quedaban notaron la jugada, era tarde. El agua empezaba a entrar a sus barcos. Sevro dedicó una mirada al capitán quien enseguida entendió, volviendo a aumentar la marcha.

Tras unos minutos, los piratas eran una mancha que se hundía en el agua. Una mota en el horizonte.

OFF
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Tras el episodio con los piratas la tensión había crecido por alguna razón. Al viaje le quedaba relativamente poco tiempo de vida y ahora los marineros rara vez mediaban palabra con Sevro. Él no se molestaba por cambiar la situación o aminorar los ánimos, y hasta cierto punto él entendía que todos lo pensasen dos veces antes de tener algo que ver con el monstruo sanguinario al que habían visto hace días. Muchos incluso seguían tratando de limpiar las manchas de sangre que la masacre había dejado tras de sí.

El capitán, por otro lado, sí se atrevía a conversar con Sevro con relativa normalidad, quizás por el cierto sentimiento de deber. Al fin y al cabo, Sevro no dejaba de ser un cliente, y ahora era un cliente que le había ayudado a salir de un apuro. — Entenderás que mis muchachos prefieren no tener nada que ver con alguien como tú. — Las palabras del capitán venían acompañadas con un tazón de estofado. Ambos estaban en la cubierta, e incluso ahí se escuchaba el clamor y las risas de la tripulación que se congregaba en el comedor. Sevro comía afuera desde hace días, pues ya había probado entrar al comedor y todo se volvía amargo. — Siendo honestos me imaginaría que marineros experimentados como ustedes estarían acostumbrados a un poco de violencia. — Respondería Sevro.

— Acostumbrados estamos. Pero la misma experiencia nos lleva a alejarnos de desastres como el que dejaste. Contrario a lo que podrías pensar, no es fácil deshacerse de cuerpos en altamar. No si quieres evitar dejar un rastro de migajas. — Pegaría un sorbo largo a una jarra de licor que sostenía entre sus manos. — No pregunté demasiado y no voy a preguntar, pero toda esa mierda del imperio nos tiene sin cuidado. Nadie quiere que le corten el cuello por ideologías políticas, y ahora que la tripulación murmura cosas sobre tí, es mejor que este viaje acabe rápido. — Al terminar, casi como acompañando su mensaje, se alejaría para volver a entrar al comedor. 

El resto de la noche transcurrió sin percances. Y así el resto de días. Eventualmente el puerto de llegada se asomaría en el horizonte y todos los marineros suspirarían aliviados. Las maniobras de acercamiento y posterior atraco llegarían con naturalidad. El puerto era uno relativamente pequeño, incluso Sevro se atrevería a calcular que se trataba de una fracción del puerto del que había salido. Sentía en el aire cierta calma mezclada con resignación. El frío empezó a golpear, y de entre sus pertenencias tomaría un poncho relativamente abrigado que lo protegería del frío durante su camino. Dada las circunstancias no se despediría de los marinos, y al capitán le dedicaría un gesto que sería correspondido. Un simple asentimiento.

Tras desembarcar, se acercaría a alguna de las tiendas que posiblemente habían en el puerto y estuviesen abiertas a esas horas de la mañana. Quizás podría recuperar un poco de las provisiones gastadas, conseguir un mapa de la zona, o simplemente partir para continuar su misión.

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Un simple gesto de cabeza sería suficiente para marcar el despido entre Sevro y el capitán de la tribulación, no hubo más implicados y eso era hasta cierto punto comprensible. Tras llegar al puerto, los primeros rayos solares de la mañana le brindaron una mejor panorámica del lugar a comparación con la vista que podía apreciar desde el barco, antes de arribar. El shinobi de Kiri constataría que no era una zona portuaria muy grande, pero eso era porque no se trataba del recinto principal, donde solían llegar barcos mercantes principalmente. La zona era un puerto secundario, mucho más discreto, pero aún lo suficientemente desarrollado como para satisfacer las necesidades básicas de los marineros y proveerlos de alguno que otro entretenimiento.
 
Puerto


El trayecto desde el país de las Aguas Termales, en su extremo portuario, hasta el país de la Tierra, no sería para nada corto. No había certeza de cuantas paradas de abastecimiento podría realizar el Heizu en su camino, así que aprovechar cada ocasión disponible era indispensable. Uno de las chozas de madera de por allí fungía como una tienda de mapas y revistas. Su especialidad eran las rutas marítimas de navegación, pero también tenía otros planos geológicos, orográficos y hasta de carreteras del país y las zonas adyacentes.
 
El objetivo final del Kirinin se encontraba en Ciudad Iô, la familia Tatewaki era una que había escalado en la jerarquía social debido al gran flujo de armas y utensilios que proporcionaba para las fuerzas imperiales. Antiguamente se desempeñaban únicamente como mercaderes, pero ahora habían tomado una clara postura y hasta tenían algunas fuerzas especiales de mercenarios que desplegaban para asesinar o secuestrar personas de las familias enemigas. Además, su influencia no se limitaba al país de la Tierra, también contaban con algunas bases en Takigakure y en el país de los fideos.

La base en el país de los fideos era administrada por el hijo mayor de la familia y se orientaba más a la fabricación de raciones e insumos militares, comida en general. Si Sevro quería optar por un intercambio de rehenes, atacar esa base sería la opción ideal. Por su parte, la base en Taki fungía como la fabrica principal del desarrollo y ensamble de armamento bélico. El camino a esta era más corto y más directo, y un ataque exitoso a esta industria significaría un duro golpe para la familia Tatewaki.

Toda la información anterior la podría recavar en la choza de revistas. Esa familia era tan arrogante y daba tanta importancia a la imagen pública y a su reputación, que a menuda patrocinaba notas en periódicos o publicaciones para dar a conocer el trabajo de su clan. Desde luego, también existía la opción de ignorar dichas bases y avanzar directamente hacia la principal.
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Una vez en el puerto las posibilidades se abrían en un abanico. El objetivo estaba claramente delimitado por la descripción de la misión, pero los medios para llegar a este no estaban del todo claro. Sin embargo, y como parte de las habilidades de todo ninja incluían la habilidad para obtener información, no se detuvo ante la incertidumbre. Ya el camino le había llevado a la mitad del recorrido y era su turno de recorrer el resto. Aprovechó su estancia en el puerto, entonces, para reaprovisionar sus existencias de armas y comida, y obtener información valiosa.

El primer instinto del Heizu fue dirigirse a alguna cantina o sitio de comida. De encontrarlo, y tras echarle un ojo al menú, pediría alguno de los platos que menos desagradable sonasen a su estómago. Pagó por la comida a quién le atendió e incluyó una pequeña propina, dibujando una sonrisa amable. Cuando la comida llegó por fin, comenzaría a comer. Si podía llamar la atención de quien le atendía intentaría sacar información, contando que vino de muy lejos buscando trabajo. Mencionaría el apellido de la familia que tenía por objetivo intentando encontrar alguna reacción favorable o desfavorable y empujaría hacia el camino pertinente de obtener una u otra. El enfoque de la interrogación sería, sobre todo, oportunidades de trabajo con dicha familia.

Acabada su comida partiría del lugar habiendo obtenido información o no. Su siguiente parada serían las tiendas de productos, comprando algunos alimentos no perecederos para el viaje y rellenando su cantimplora de agua fresca. De encontrar armas compraría las que había perdido en la batalla marítima. Terminaría entonces en la tienda de mapas, entrando con el perfectamente válido pretexto de obtener información de la zona. Sus ojos se fijaron de inmediato en una revista en cuya portada resaltaba el aparentemente famoso apellido de los magnates.

El tendero no le prestó prácticamente nada de atención hasta que tomó la revista. — Cómprala antes de leer. — Dijo el viejo, golpeando con un bastón un aviso que tenía colgado en la pared que, en esencia, ponía lo mismo que dijo. Tomó la revista, un mapa de las zonas inmediatas y pagó lo necesario. Antes de salir echaría un ojo a los artículos de la revista. — ¿Sabe algo de esta familia? — Preguntó al vendedor señalando el apellido. — Se supone que debo buscar trabajo con ellos. — Terminaría. De obtener información o no por parte del vendedor de mapas, compraría un mapa del país de los campos de arroz, uno del país de los fideos y otro del páís de las cascadas.

Con provisiones, información y un norte hipotético, saldría rumbo al oeste. En el camino intentaría evitar rutas concurridas, parando tanto como pudiese para descansar y comer sin descuidar la cantidad de raciones que llevaba consigo. En esos tiempos de descanso se dedicaba a estudiar los mapas que traía consigo y la revista. Tras pasar por el país de los campos de arroz era hora de decidir, y tras consultarlo consigo mismo giraría un poco al norte; hacia el País de los Fideos.

— Vamos por este… — En su último descanso antes de virar al norte declararía su objetivo mientras veía una foto del hijo mayor de la familia. Guardaría el resto de mapas y prestaría especial atención al del país de los fideos, marcando con un lápiz el punto donde, aparentemente, estarían los terrenos y fábricas de la familia en caso de haber obtenido tal información, y estudiaría la topografía para planificar una ruta de entrada y salida. De salir bien todo, no tendría que luchar siquiera.

De camino al país de los fideos repetiría la misma táctica; evitar caminos principales y detenerse cada tanto. Con suerte, podría acercarse al complejo sin ser detectado y con una posición ventajosa.


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Como consejo, no hagas nada que pueda enojar o siquiera disgustar a los Tatewaki. Son una familia muy rencorosa y no están dispuestos a perder la cara frente a nadie —. Comentó el cantinero hacia el kirinin. Su tono fue quedito, casi rayando en los murmuros y se acercó lo suficiente como para asegurarse que nadie más oyese lo que le acababa de decir. Al parecer, era una especie de tabú expresarse mal de dicha familia en público. A pesar de los intentos de Sevro para obtener más información allí, el hombre no dijo nada más, era evidente, por su comportamiento, que existía mucho temor de su parte.
 
Su siguiente para sería más fructífera. Aprovecharía para surtirse de agua, reponer suministros y hacerse con algunos mapas de la zona, esos terminarían por serle de mucha ayuda. Además, también podría comprar algunas armas que reemplazarían aquellas que había perdido durante el enfrentamiento en el barco. Su inventario, aunque todavía sin programar por Kurosame, se encontraba ahora lleno de nuevo.

En el kiosko de revistas, la reacción que recibiría sería distinta a la de la cantina. — Entonces supongo que te diriges al país de los fideos ¿no?. El hijo mayor ha estado contratando mucha gente para la apertura de su segunda fábrica. Te recomiendo comprar este otro mapa para que no tengas problemas para llegar — Y así, Sevro pescaría otro poco de información, aunque también le habían ensartado la compra casi obligada de otro mapa.
 
Reanudando su viaje y con ya varias fuentes de información en mano, avanzaría con su trayecto hasta llegar a un punto en donde tendría que tomar una decisión de cómo actuar. Finalmente se decantaría por desviarse hacia el norte y asaltar la fábrica en el país de los fideos. De salir todo bien, contaría con un buen rehén por el cuál podría negociar en igualdad de condiciones, pero primero tendría que tener éxito en ello.
 


[Imagen: e6a1c545e67923dd02d770e11837247a.jpg]
 

Ya en el país de los fideos, la escena que el Heizu se encontraría sería, probablemente, una muy distante a la que esperaba. Lejos de parecer una fábrica, la zona de industrial del hijo mayor parecía más bien una especie de campamento bélico, o una mini cuartel militar.
 
Todo el perímetro se encontraba rodeado por una gran cerca de madera de 3 metros de altura, formando una especie de hexágono. Había únicamente dos entradas, una en la zona norte y otra en la sur. En cada vértice del hexágono perimetral, había una torre de reconocimiento donde hacían guardia una pareja de militares. Múltiples edificios pequeños estaban dispersos en el interior, presumiblemente allí es donde se realizaba el proceso industrial de los alimentos. En el centro de todo, se encontraba un edificio mucho más grande y ostentoso, tan solo los detalles exteriores denotaban que allí se encontraba algo o alguien valioso.
 
Algunas personas comenzaron a llegar por la puerta norte, caminando con cansancio. Era seguro asumir que se trataba de aquellos que acudían para ser contratados. Allí eran recibidos por un soldado que hacía de guardia de registro. En la puerta Sur, por el contrario, solo se encontraban algunas personas uniformadas que metían y sacaban carretas con cargamentos de trigo, cebada y arroz.
 
El cuartel estaba ubicado en un valle geográfico, de modo que podría ser visto a detalle, desde un punto alto en el camino, por Sevro. De él dependía cómo y cuándo ingresar al sitio.
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Frente al Heizu se formaba un valle figurativa y literalmente. Estaba sobre un risco observando con cautela y buscando no ser visto, detallando cada movimiento de aquella supuesta fábrica procesadora de alimentos. Antes de llegar sí que había explorado las posibilidades en su mente, y tratándose de una familia con lazos militares, no era descabellado pensar que una escena así acaecería. Y, aunque nadie le había preparado para ello, se sentía confiado. La tarea era simple, después de todo, aunque la ejecución se hubiese torcido.

Observó y dibujó un mapa mental de la ubicación de los puestos de vigilancia y del complejo tras las cercas de madera. Para cuando se sintió satisfecho con la información memorizada, el grupo de nuevos reclutas llegaría por la puerta norte. De aprovechar oportunidades iba su trabajo, y las casualidades tenían una tendencia a transformarse en oportunidades para quien las supiese manejar.

A toda velocidad, y siguiendo la línea del valle, se alejaría del complejo para bajar por una de las paredes montañosas, saltando y deslizándose sin llamar demasiado la atención. El objetivo era llegar al mismo camino por el cual habían transitado los nuevos trabajadores y, antes de tocar el suelo, ejecutaría un sello para envolverse en una nube de humo efímera y cambiar su apariencia, asemejándose al civil más intrascendente que alguna vez pudo ver en alguna misión lejos de casa.

Con su nueva apariencia y ubicado en el trecho que llevaba a la entrada norte del campamento, apretaría el paso para no quedar demasiado rezagado. La idea era entrar con el grupo si le era posible. Sin correr para evitar resaltar alcanzaría la puerta, y esperando su turno se anunciaría con el guardia. — Mi nombre es Kenji, señor. Vengo del país del fuego en busca de trabajo. He visto en esta revista… — Sostendría con la diestra la revista de dónde había obtenido información antes, para darle respaldo a su historia. — … y decidí venir acá. Tengo 4 esposas que mantener y la vida cada vez es más dura… — Terminó, rogando que el guardia tomase su información y se le permitiese entrar a la nómina.

De lograr el primer paso de la infiltración haría según le indicasen, detallando todo lo que pudiese del campamento. Con algo de suerte tendría un momento a solas en el que poder actuar sin comprometer su anonimato. De lo contrario, esperaría al anochecer para hacer su movimiento.

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— Pasa, pasa, pero no jodas. Al primer error estás fuera. — Respondería el encargado de registrar a cada recién llegado. No era un secreto para nadie que la familia estaba en una muy buena posición económica y empezaba a sonar en los más altos estratos del país de la tierra. Los perfiles que llegaban en busca de trabajo eran tan variopintos como extraños, pero al final todos se reducían a la necesidad o la ambición. Ninguno, con algo de suerte, estaba ahí para intentar algo extraño que de alguna forma u otra entorpeciese las labores del Heizu.

Cuando consiguió entrar al complejo trató por todos los medios de mantenerse al margen esperando su oportunidad. Las labores no eran tan distintas a una fábrica común y corriente, por lo que no había motivo alguno para suponer que había un entramado más allá de lo que se notaba a simple vista. Pero, según lo que Sevro había aprendido de su objetivo, el oro reluciente que aquella familia guardaba en sus arcas estaba manchado de sangre. Y sangre imperial, por si fuera poco.

Manteniendo su transformación tanto como fuese necesario aprovechó los momentos de soledad y descanso entre sus rondas de trabajo para dar paseos aparentemente inofensivos. Pero, con cada una de aquellas rondas de reconocimiento disfrazadas iba formándose una imagen mental de todo el complejo para fungir de mapa cuando fuese necesario. Ubicó aproximadamente a los guardias que hacían rondas, y vería un par de veces a la cabeza de todo el proceso; el hijo mayor de la familia. Este último, siendo su objetivo, captó más su atención que el resto. Solo en una ocasión consiguió seguirle de cerca antes de ser regañado por uno de los guardias, a lo que respondió haciéndose el perdido. La vigilancia era estricta pero no demasiado, escudándose detrás de la ilusión de poder que el apellido de la familia confería. Nadie, teóricamente, sería capaz de levantar la mano contra ellos.

Un día completo pasaría, y luego otro. Sevro empezaba a ajustarse al trabajo que, esencialmente, requería que moviese pesados sacos de materiales y alimentase las lineas de producción con lo necesario para que se mantuviesen andando. Cuando tenía la oportunidad y conseguía alguien dispuesto a conversar, disfrutaba inventando historias y cuentos que se ajustaran al personaje que estaba interpretando. Buscaba también rascar un poco más de información de entre los trabajadores, y alimentaba el descontento de vez en cuando. Con el pasar de otros dos días lo último se había vuelto una tarea más consistente.

Notando que el promedio de los trabajadores eran similares en cuanto a la ambición no resultó difícil encontrar a un grupo considerable que estuviesen dispuestos a dejar atrás el miedo y buscar un poco más de aquellas riquezas que la familia escondía. Al final del cuarto día se reunían en un punto remoto de la zona que tenían destinada para descansar. — ¿Estás seguro de que podremos salirnos con la nuestra? — Preguntaría, en voz baja, uno de los participantes de la reunión. — Claro que sí. — respondió Sevro. — Solo debemos ser rápidos y distraerlos mientras otros se roban lo que puedan. Luego nos reuniremos a repartir el botín. — continuó. Los detalles siguieron discutiéndose hasta que llegó el momento de revelar el arma secreta. Sevro escudriñó entre sus pertenencias y sacó unos 4 sellos explosivos, mostrándolos a los otros presentes. — ¿Eres un ninja? — preguntó uno. — No, no. Tengo un conocido que los fabrica. No son tan buenos como los de un ninja pero podremos usarlos incluso sin ser ninjas. — Al tiempo que explicaba, sacaría otros 10 sellos y los entregaría uno a cada uno.

La tarea sería simple; durante el último turno de trabajo y justo antes de la cena todos saldrían al patio y lanzarían los sellos hacia las habitaciones de los guardias y otros puntos clave. Aprovechando el caos y las explosiones un grupo reducido de 3 trabajadores se escabulliría hacia donde guardaban las pertenencias de valor y se harían con el botín mientras el resto escapaba.

El día siguiente pasaría, y Sevro haría una última ronda de reconocimiento antes de la operación, colocando sellos en ciertos puntos estratégicos y dejando algunas shurikens especiales en otros. Cuando la hora había llegado, y el turno de la noche terminaba, el caos llegaría.

— ¡AHORA! — Gritaría un joven trabajador en el patio, frente a dos guardias. Tras gritar lanzaría una roca que entraría por la ventana del barracón de los guardias. Otros emularían tal comportamiento a donde Sevro les había indicado. Algunos guardias reían, otros miraban con total incertidumbre, pero ninguno entendía a ciencia cierta lo que ocurría. Poco después, una explosión en uno de los silos haría un estruendo que tomaría a todos por sorpresa. Un par de segundo más tarde, los barracones estallarían. Otros segundo más, las habitaciones de los trabajadores se encenderían en fuego. Cuando los guardias entendieron que aquello era una suerte de motín empezaron a atacar a la turba de trabajadores que parecía alzarse, y una densa neblina mezclada con humo aparecería para engullir todo el complejo.

El plan de Sevro era simple pero efectivo. Tras provocar la insurrección de los trabajadores los armaría con supuestos sellos explosivos que resultarían ser falsos. Pero el ninja habría plantado sellos reales en ciertos puntos del campamento que iría accionando poco a poco para hacer creer a los trabajadores que habían sido ellos y, por consecuencia, provocar que los guardias se enfocaran en ellos. Mientras tanto, usaría la niebla sombría para causar más caos y ubicar a su objetivo.

El jefe siempre terminaba su cena poco antes de que los trabajadores comenzaran a comer. Prefería no mezclarse con el populacho si podía evitarlo. Y el comedor era uno de los sitios menos vigilados. El momento era preciso, y así lo indicaba la disposición de guardias. Con algo de astucia y velocidad entraría al comedor y terminaría justo detrás del objetivo, golpeando la nuca del pobre diablo para provocar su inconsciencia. Le tomaría por los hombros y volvería a salir por donde entró. Aprovechando la niebla y el caos de los trabajadores conseguiría una ruta fuera del campamento con su objetivo colgado de sus hombros, inconsciente.

Dejaría enseguida la zona para partir a su nuevo destino en Ciudad Io. En algún punto habría atado de manos a su nuevo prisionero y le habría amordazado para evitar comentarios innecesarios. El chico despertaría y, víctima del terror, intentaría gritar y deshacer las amarras sin éxito alguno. — Esto terminará pronto, joven señor. — Diría de vez en cuando Sevro en un intento fallido por tranquilizarlo. De cualquier forma, el camino hacia Ciudad Io se haría el doble de largo al tener que mantener velocidad de civil y, además, evitar caminos transitados para no tener que explicar la naturaleza de su prisionero.

Poco después de cruzar la frontera con el país de la tierra empezaría a planificar su próximo paso; el intercambio de rehenes. Para este punto la familia probablemente estuviese en busca de su hijo mayor. Pero, si todo había salido bien, las noticias de un motín de trabajadores en la fábrica del país de los fideos maquillarían la desaparición del chico como una consecuente a eso, y nada que ver con ninjas o luchas de poderes.

En una noche en particular las cosas se volverían amargas. El ninja y el resignado prisionero estaban sentados alrededor de una fogata improvisada en el claro de un pequeño bosque. Ambos comían raciones típicas para viajes largos como carnes secas y verduras desecadas. El prisionero ya había aceptado su suerte, y Sevro le había compartido el plan, por lo que eventualmente confiaba en quedar en libertad y volver con su familia. Pero en un arrebato aquella noche Sevro le quitaría la comida para amordazarlo y atarlo de nuevo, esta vez a un tronco. El Heizu tomó una de sus kunais y quedó observando la oscuridad, como esperando algo.

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Última modificación: 13-06-2023, 02:07 AM por Hirose.
— No puedo creer que he viajado desde tan lejos solo para esto...  — Una silueta se abrió paso de entre el grupo de árboles más cercanos a la posición de ambos individuos. La silueta entrando era cual serpiente reptando, sus largos dedos se posaron sobre la corteza de aquel último árbol, mostrando una mirada ligeramente inexpresiva y muy penetrante...

El hombre se reincorporó con facilidad y atravesó los últimos árboles antes de mostrar de lleno su figura. Su cabello despeinado hacia el costado y vestimenta algo desgastada era su carta de presentación. — Impresionante, pero muy poco elegante. — Comentó, mientras sus manos limpiaban los costados de sus ropajes, que ahora tenía alguna que otra mancha.

— Una operación muy bien laborada, he de decir, no obstante, la hora de rendir cuentas ha llegado. — El Shinobi activo su Doujutsu que probablemente sería visible desde la distancia debido a la oscuridad del escenario.

Aspecto del Personaje


Información del Personaje
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El inequívoco sentir del peligro le había erizado los pelos de la nuca cuando escuchó las palabras del recién llegado. Si bien sabía que la posibilidad de ser seguidos era una que estaba presente siempre que estuviesen en la espesura salvaje, de vez en cuando se permitía bajar la guardia buscando refugio en la probabilidad de ser atacado o no. Llevar una vida entera esperando el próximo ataque era un castigo igual a la muerte, y eso lo había aprendido hace poco. Sin embargo ahora se recriminaba por el descuido, al tiempo que maldecía a su propia suerte por haber permitido que una noche tranquila se transformara en la danza que estaba por comenzar.

No esperaría a que el otro acabara su introducción. Tenía virtualmente nada de interés en el contrario más que la necesidad de deshacerse de él, y el enérgico movimiento del rehén le hacía perder la concentración en un vaivén que iba desde las palabras del Miroku hasta los amordazados suplicios de su carta de intercambio. Para cuando el kumonin había terminado de hablar, Sevro habría tomado el kunai con sus propios dientes y sacaba un par de cosas de sus bolsos. En la izquierda, tres shurikens, y en la derecha, un par más y un sello explosivo.

Con un veloz movimiento lanzó las armas que sostenía en la derecha. El sello se quedaría en su mano. Sin prestar ni un segundo entre un movimiento y otro lanzaría las de la izquierda mientras pegaba en el tronco del árbol donde estaba el rehén el sello explosivo. Tras pegarlo, ejecutaría un sello de manos, y las tres últimas shurikens lanzadas parecerían multiplicarse en dirección al Miroku. Todas iban destinadas a clavarse en puntos vitales del otro, repartiéndose entre cuello, rostro y pecho.

Shuriken Kage Bunshin no Jutsu
3x4 = 12 shurikens | 30 de chakra (3 shurikens multiplicadas) | 85 de destreza

Daño de Shurikens:
Clavar: 10 + 0.2*(85) = 27
Cortar: 10 + 0.1(85) = 19

Completando el sello de manos empezaría alejarse tanto como el claro del bosque en el que estaban se lo permitiese. El rehén tenía un sello de explosivo pegado muy cerca de su cabeza, y estaba atado y amordazado. Sevro, sin mediar palabra alguna, había hecho una amenaza directa; un movimiento en falso y el pobre diablo terminaría sin cabeza. Mientras saltaba en dirección contraria a su ataque, ejecutaría sellos de manos para preparar su próxima técnica.
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Salto de foro:

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