Mis pasos no tenían más rumbo que el aprendizaje, avanzaba por los caminos mas discretos e intentaba pasar desapercibido con un observador más de la obra de teatro. Mis andares me llevaron a un pueblo relativamente grande del País de las Aves, aquella zona del mundo estaba poblada por pequeños Países conectados unos con otros así que prioricé hacer una ruta que los atravesase todos para intentar bañarme con la cultura de cada uno. Los edificios de aquel lugar estaban hechos de piedra en la parte mas central de pueblo y con materiales de menor calidad en las afueras, algo habitual en las zonas pobres. Di un paseo por la calle principal de la ciudad, era mediodía y aún no había comido, solo había desayunando un poco para tratar de racionar la comida que llevaba encima lo máximo posible para evitar desgracias. Mi atuendo era el habitual, un pantalón de tela flexible y negro, una camiseta negra, sandalias de madera y por encima una capa de un azul marino oscuro que me cubría en demasía, la capucha de esta también puesta.
Me detuve junto a un puesto de frutas en una calle en la que todos los locales habían cerrado, aquel estaba abierto y regentado por un tipo con unas ropas mas elegantes que la media, pregunté por el precio de un par de productos y con una cortesía impoluta el dueño me contestó, todo parecía injustamente caro, pero no me atreví a juzgar pues no conocía las costumbres de la zona. De pronto, un imprevisto surgió a una corta altura, un niño de escasa edad (estimo que unos 5-6 años) pasó a mi lado como una centella con una bolsa de tela en mal estado, metió la mano en los cestos más exteriores que se usaban para exponer la fruta y empujó piezas que iban cayendo a la bolsa, sin detener la carrera salió disparado en dirección a las afueras por un callejón.
¡Al ladrón! ¡Al ladrón! Siempre me hace lo mismo, maldito ladrón.
Gritó y después susurro el tendero, me hinché de valor y orgullo, creía saber lo que era justo y lo que no y ante el buen servicio y los buenos modales de aquel señor decidí que la justicia era coger al pequeño ladrón.
Yo me ocupo, estén tranquilos.
Le dije al frutero y a la gente que ahora presentaba atención a la escena. Lo que yo no sabía es que aquel frutero era un tipo de la peor calaña, se las había ingeniado para cerrar todos los locales que le hacían competencia y por eso ahora subía los precios y vendía tanto. En sus tretas para cerrar locales había usado a ese niño pequeño y a sus hermanos y ahora que estos necesitaban ayuda el se la negaba como si no los conociera. Salí decidido a perseguir al pequeño por los callejones.