El recuerdo de aquellos ojos
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Después de varias semanas en el País del Fuego iba entendiendo más o menos como funcionaban las cosas allí, que era lo que predominaba en el comercio y como eran las personas. Su humor, sus gustos, costumbres… era más o menos todas parecidas. El gusto por lo cotidiano y por la casa era algo bastante arraigado a sus costumbres. Por mi parte no era una persona muy de su casa, de hecho, me gustaba inspeccionar, investigar, descubrir nuevos sitios y costumbres, y por lo general no pasaba más de una semana en el mismo sitio. Seguramente me faltaría poco para volver a irme de aquel sitio, pero por el momento estaría desayunando en el bar que habría debajo de la pensión donde me estaría hospedando. La señora ya había hecho buenas migas conmigo, me tenía bien cuidada y mantenida, pues había días en los que tenía todas las habitaciones para mí sola al estar el hostal vacío. Quizás por ello era por lo que la mujer podía mantener el secreto de tener una ninja en sus habitaciones. Ella era una kunoichi retirada durante muchos años en uno de los pueblos cercanos a Konohagakure no Sato, por lo que no le costó demasiado averiguar mi secreto.

Tras una de las múltiples conversaciones que teníamos y habiéndole expresado mi necesidad de entrenar con algo que se moviera más allá de las ramas de los troncos del bosque más cercano, me comentaría el pequeño torneo de combates que se realizaría más o menos cada mes a unas cuadras de distancia de donde me encontraba. La recompensa rozaría las cuatro cifras, y aunque era poco dinero para alguien que podía embolsarse bastante más con un encargo de mi nivel, ahora mismo cumpliría las expectativas de querer batirme en duelo y entrenar con algo más movido. La mujer me fue sincera, hacía mucho tiempo que no oía hablar de aquel lugar, para tras darme dirección, me avisó de que seguramente no fuera la única portadora de chakra y cuyos trucos no debía de esconder. Eso me excitaría en sobremanera, pues no tener que esconderme tras una careta para usar mis técnicas era algo bastante interesante. La cita era por la noche, justo cuando diera la madrugada, por lo que me dedicaría el día a prepararme, entrenar un poco e investigar la dirección.

Las doce de la noche darían en el reloj cuando estaría delante de la puerta del bajo donde se daría la acción. Era una puerta normal de madera, con el único distintivo de que su pomo era una calavera de metal casi oxidado, además de la madera en el centro a la altura de los ojos por la que seguramente se viera desde dentro hacia afuera. Me acercaría y golpearía un total de cinco veces tal como me había dicho la mujer. Unos pasos se escucharían tras la puerta y tras verificar mi posición, un hombre delgaducho con unas pintas un poco preocupantes de salud abriría. – ¿Contraseña? – Preguntaría el hombre. – ¿Naranja verde? – Expresaría a modo de pregunta, algo preocupada de que la mujer no me hubiera dado la información correcta y me hubiera metido en algún lío.

La contraseña había sido correcta, y cuando me dejaron pasar, me acompañaron a una especie de vestuario donde me prepararía. No había nadie por el momento, aunque quizás era que había llegado muy pronto o muy tarde. Una vez allí me cambiaría de ropa para algo más cómodo. Un pantalón corto negro por encima de las pantorrillas dejando mis piernas al aire tan solo cubierta por una red blanca. En la parte de arriba una camiseta ligeramente escotada de color rojo, cortada en el ombligo y dejando este al descubierto. Cubriría mis hombros con una chaqueta negra de cuero sin abrochar, con varios bolsillos a modo de adorno y dos cadenas en los puños de esta también de adorno. Como calzado llevaría unas botas gruesas que a simple vista podrían parecer aparatosas para el combate pero que realmente eran ligeras, además de que estaba acostumbrada a usarlas. Mi cabello estaría atado en aquella cola alta y en el cuello llevaría un colgante con una letra G. Troné los dedos y di varios saltos en el sitio esperando a que llegara mi turno: estaba lista.
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7 de Ichigatsu del 15 D.Y. a las 23:43,
País del Fuego.


Si por algo se caracterizaba un shinobi era por deber disponer de información. Aquello había pasado de la mera conveniencia a una indispensable obligación. La información era poder, más todavía en los tiempos que corrían. Soterrada bajo la falsa apariencia de la estabilidad y tranquilidad, se gestaba un futuro incierto y caótico que completaría otro ciclo en el infinito girar de la rueda conocida como tiempo. Mi deber era, pues, no solo estar informada, sino también preparada para lo que el devenir tuviera a bien ponerme en frente. Naturalmente, todo aquello lo afrontaría a mí manera, como era costumbre, y no tanto como se esperaba que lo hiciera. Nunca se me había dado especialmente bien obedecer órdenes directas que no fueran total y completamente acordes a mi parecer, soliendo tomarme ciertas licencias. No sé si en esta ocasión podría decirse que era uno de esos casos, pues no tenía orden alguna, pero sí había una pequeña y molesta voz que me decía que debía de informar. Por supuesto, no lo hice.

Había llegado a mí la información de que mensualmente en el País del Fuego se desarrollaba un torneo. Se hacía por la noche y bajo contraseña previamente otorgada, por lo que todo apuntaba a que lo que allí ocurría rozaba la legalidad, cuando no la esquivaba por completo. Presentarme allí con todo un escuadrón shinobi no me reportaría demasiada información, además de que posiblemente cercenara la posibilidad de conocer si efectivamente había algo más detrás de todo aquello o no era más que parafernalia para darse importancia y así ganar adeptos. Por aquel mismo motivo, acudiría sin bandana que me identificara y no como kunoichi, sino como alguien independiente. Además, debía admitir que sería divertido medirme con el talento esparcido por el mundo. Todo aquello serviría para rebajarme el ego y darme un baño de humildad o por el contrario subírmelo y saber que mis futuras amenazas predecerían a las acciones que adelantaban. Como fuera serviría para darme a conocer mis limitaciones y puntos fuertes y con ello conseguiría progresar más de lo que lo haría lanzando kunais en el campo de entrenamiento con algún patan que tan solo quisiera ligar conmigo.

-¿Naranja verde? - respondí a la pregunta que se me hizo desde el otro lado de la puerta. Tras ello, la puerta se abriría lentamente y dejaría entre ver la tenue luz que emanaba la edificación. Sería un hombre delgaducho con una apariencia de abandonar este mundo terrenal más pronto que tarde. Una vez dentro, el mismo hombre cerró pausadamente la puerta tras de mí. La puerta chirrió de manera tenebrosa al realizar el recorrido. Me abstuve de hacer movimiento o gesto alguno. En mi fuero interno sentía crecer un sentimiento de emoción, sin duda fruto de la adrenalina que se iba descargando al torrente sanguíneo. Me acompañaron hasta un vestuario, dónde me limité a llevarme la mano a la empuñadura de la katana que portaba conmigo. Sin desviar la mirada, sentí el peso de mis porta armas y porta utensilios, todo estaba a punto para el combate o lo que fuera que allí fuera a tener lugar.
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Una vez preparada ya con todo lo necesario y respirando una vez más tranquilamente mientras que me miraba en el sucio espejo de aquel vestuario de mala muerte. Vestida y lista, saldría del vestuario sin mucha prisa. El delgado hombre que me había abierto la puerta gruñó al verme y yo le avisé de que estaría lista. – Una niñata como tú caerá en el primer round – Expresó, a lo que yo sonreiría y le reté. – Ya veremos… – Eso mismo lo había aprendido de todas y cada una de las veces que me habrían subestimado en demasía, que habían pensado que por ser una mujer ya caería sin pensarlo dos veces y me sometería al mundo patriarcal que nos rodeaba, pero no estaba dispuesta a que pensaran eso por mucho tiempo.

El tatami donde los combates darían lugar se trataría de un cuadrado perfecto de diez por diez, con una altura de medio metro del suelo. No habría gradas ni nada por el estilo, si no que la gente que quisiera ver los combates y estar presente en aquel pequeño torneo no tendría otro remedio que estar en el piso sin subir al tatami. En el primer round me tocaría de frente con un grandullón que me llevaría dos cabezas de altura. Su altura y tamaño corporal al contrario de asustarme, harían que me empleara bastante en hacerle caer rápidamente. Un par de movimientos sin usar el chakra, un par de golpes en el momento y lugar adecuado harían que besara el suelo sin mucha fuerza. Era bien sabido que yo no tenía fuerza, que era algo que no me había molestado demasiado en aumentar el tiempo en que mis entrenamientos estaban en la flor de su vida, optaba más por entrenamientos de chakra, más mentales o de velocidad. Mi cuerpo se movía veloz, rápido y sin peso aparente, podía triplicar la rapidez con la que el grandullón se movía. Cuando ya me cansaría de hacerle esperar, tracé un plan bastante sencillo, haciéndole K.O. en uno y dejando bien dormido en el suelo. Contenta, sonreí y con un gesto de un disparo hacia el delgado hombre que me había subestimado, guiñaría el ojo y su mandíbula casi caería rozando el suelo. Tras aquel pequeño entrenamiento, caminaría hacia los vestuarios de nuevo. Entre medias del camino, no podría evitar fijarme en aquella chica de cabellos anaranjados. Su complexión no era de gran envergadura tampoco, pero ahí fue cuando mi radar me avisaría de su gran chakra. Parecía que no era la única que estaba allí para hacer ver en la fuerza del sexo “débil”.

Así mismo, cuando me enteraría que aquella joven sería la siguiente en luchar, apuré el paso para refrescarme, y una vez que llegaría de nuevo al lugar principal, me quedaría en el suelo viendo como la mujer de anaranjados cabellos se enfrentaba a un tipo con un tamaño similar al mío, pero cuyos músculos estarían más definidos. > ¿Qué harás? < Me preguntaría a mí mismo, llevándome una mano a la mandíbula y esperando que aquello no fuera la carnicería que parecía, por prejuicios, que podía ser.
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El tipo delgaducho aguardó en el vestuario, enarcando una ceja al ver que no me cambiaba. ¿Qué esperaba que me desnudara estando él delante? En otras circunstancias no me habría importado, pero para ello aquel ser tendría que haberme agradado algo más de lo que lo había hecho, pues me despertaba el mismo sentimiento que caerme de bruces en un campo de cactus. Naturalmente no le dije nada, estaba allí para caer en gracia y tratar de conseguir toda la información que pudiera obtener, si es que había algo que obtener, por lo que me limité a dedicarle una mirada amistosa y confiada a quien más pronto que tarde abandonaría el mundo de los vivos.

-Es tu turno – se limitó a decir con total neutralidad. Pude notar como trataba de inspeccionarme con su mirada inquieta e inquisidora, sin saber muy bien qué pensar. ¿Caería al primer golpe?

-Disculpa, ¿aquí admiten apuestas? – tan solo obtuve el silencio por respuesta.

Como fuera me encogí de hombros y salí a dar espectáculo. El combate se llevaría a cabo sobre un tatami elevado, quedando el público ligeramente por debajo. EL lugar carecía de gradas o asientos, por lo que los espectadores tendrían que permanecer de pie y rodeando el lugar del combate. Frente a mí tenía un tipo de complexión atlética a pesar de su gran tamaño - ¡Tsk! - Ignoraba cuánto aguante tendría o cuáles eran sus habilidades, así que decidí ponerlo a prueba desde el inicio y en base a eso adaptarme. El combate dio inicio y le lancé un puñetazo directo al mentón. Aprovecharía su estatura para golpearlo de manera ascendente en lugar de lanzarle ganchos directos a la cara. El tipo encajó con entereza el golpe, aunque no se esperaba algo así, ni por velocidad, ni por fuerza. Prueba de ello fue que retrocedió un par de pasos, aunque no tardó en recuperar el equilibrio. Sonreí confiada. Suerte tenía que había empezado de esa manera, pues de haber ido con todo ya no estaría en pie. Aquello también me sirvió para saber que ya había ganado el combate. Aquel tipo cargó contra mí, con la intención de devolverme el golpe, mas tan solo impactaría con el aire al esquivarlo agachándose. Era momento de ponerle fin al asunto. Aprovechándome nuevamente de su mayor estatura y mis malas artes, lancé un potente puñetazo directo a su entrepierna. El dolor intenso que sentiría lo incapacitaría temporalmente, pero lo suficiente para poner fin al combate. El público estalló en una carcajada y algún vítor por el inesperado resultado y tan particular final.

Sin esperar nada más, bajé del tatami para dejar paso al siguiente combate.
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Una vez que me hubiera recompuesto del primer combate y estuviera lista para ver que tenía esa pequeña mujer que ofrecer, apoyé el peso de mi cuerpo en el lado izquierdo y crucé mis brazos a la altura del pecho. Cuando el combate empezó, y de forma bastante rápida, los primeros golpes fueron asestados por la chica de cabellera de fuego. Su cuerpo se movía rápido y veloz, sin duda tendría entrenamiento de combate físico, o al menos parecía que sabía moverse en combates a corta distancia. Tras varios golpes y un vals de fintas por parte de la de orbes azules, su puño saltó como resorte aprovechando la altura que les separaba y golpeó el punto más doloroso para un hombre. – Uhhh… – Mi rostro reflejó el dolor que seguramente sentiría ahora mismo aquel hombre y, aunque me parecía una treta bastante sucia teniendo en cuenta que el combate estaba bastante ganado, el movimiento había sido inteligente para no ensuciarse demasiado las manos. La gente se reía mientras que aquel hombre casi lloraba del dolor en el suelo, yo no me reiría, pero admitía que la situación había sido más que cómica. – Parece que las mujeres están dominando hoy eeeh – Escucharía desde mi cogote. Los dos primeros combates habían sido cortos y precisos, las victorias para el lado que tenían que darse y, aunque no sabía cómo funcionaba aquel lugar, parecía que el tercer y último combate sería entre las dos ganadoras del primero. – ¡Vamos a dejar cinco minutos y pasaremos al siguiente y último combate! – Se escucharía la voz de aquel hombre delgado que me había abierto la puerta.

Cuando la pelirroja saliera del punto de combate y se bajara del tatami, mis pasos fueron casi precisos y me colocaría a su lado sin llamar demasiado la atención. – Buena velocidad, chica, ¿de qué aldea te has escapado? – Una pregunta casi tan directa como el puñetazo que había dado a las partes íntimas de su contrincante. A decir verdad sabía que seguramente me estaría metiendo en terreno que no me importaba lo más mínimo, y quizás aquella chica de cabellos de fuego era algo como yo, un alma libre que se movía hacia donde le fuera conveniente, luchando siempre por sobrevivir. No perdía nada por preguntar, y seguramente no hubiera respuesta o se pusiera a la defensiva, ambas cosas podían ser la contestación de aquella chica. Estaba preparada para ambas y para dar un buen espectáculo tras aquella primera toma de contacto.
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Nada más bajar del tatami, una joven que parecía poco mayor que yo me abordó entre las risas de los presentes. Intuía que aquello traería cola durante bastante tiempo, pero eso no era mi problema y por tanto poco me importaba. La joven tenía mi estatura más o menos, una larga melena azabache recogida en una cola alta y una complexión delgada.

-Un orgasmo y hablamos - respondí pícaramente guiñándole un ojo y una sonrisa en el rostro. Bien sabía que la información tenía un precio y que poseerla era poseer una forma de poder muy versátil. No obstante aquella pregunta a bocajarro me hizo pensar en sí ella también sería una kunoichi de alguna otra aldea o, como mínimo, tenía adiestramiento shinobi.

Dejé atrás a la joven para acudir de nuevo al vestuario, pues el comentarista ya había informado que el siguiente combate sería en cinco minutos. No bien habían pasado unos pocos segundos desde que había cerrado la puerta cuando ésta se volvió a abrir y apareció de nuevo mi adversario - ¡Tú! ¡Maldita zorra! - espetó agresivamente acercándose a mí - ¡Me has hecho perder mucho dinero y me lo voy a cobrar ahora mismo!

-Así que al final sí que admitían apuestas… - contesté con total neutralidad.

-Me voy a cobrar hasta el último ryo y romperte un hueso por cada uno que me falte - amenazó antes de abalanzarse cargando su brazo derecho para darme un puñetazo. Esquivé el golpe ladeando la cabeza a la derecha y un instante después subí la rodilla derecha para golpear de nuevo sus pendientes reales aprovechando el hueco. El puñetazo impactó contra la taquilla, liberando el característico ruido metálico que sería enmudeció por las paredes y el escándalo de afuera. Nadie que no estuviera dentro podría escuchar lo ocurrido. Aquel tipo perdió por un instante el aliento a causa del rodillazo, lo que me sirvió para darle un empujón y quitármelo de encima.

-Entonces, ¿dónde dices que se hacen las apuestas?

Salí de nuevo del vestuario y me dirigí al lugar que se me había dicho y solté un fajo de billetes sobre la mesa - Apuesto por…

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La respuesta de la mujer me pillaría un poco de sorpresa, con mi rostro un poco desencajado y mi voz enmudecida, me dejaría atrás para dirigirse de nuevo a los vestuarios. Yo por mi parte me quedaría pensativa de forma no irónica, pues aquella contestación me había dejado un poco descolocada. ¿Qué edad tendría aquella chica? No tenía ni idea, más su respuesta sin duda sería sacada del cerebro de una todavía adolescente que había descubierto el acto sexual hacía más bien poco y estaba descolocada por seguir descubriendo. Por mi parte aunque me habría dejado bastante fuera de lugar, volvería a mi modo normal y tranquilo mientras que seguía el devenir de la historia.

La tensión se podía sentir en el ambiente, quizás fuera por el hecho de que no estaban acostumbrados a que las mujeres vinieran a estos sitios y menos que entraran pisando tan fuerte como lo habíamos hecho. Daría un giro para mirar hacia mis lados mientras que sentía como si algo no iba bien, era algo extraño, una sensación mala como si la preocupación de que algo malo iba a pasar. Un ruido, un golpe metálico y cinco o diez segundos más tarde una voz desde la lejanía que podía reconocer como los vestuarios. – ¡¡¡Coged a esas malditas zorras!!! – Gritaría una voz profunda y potente, aunque claramente había sufrido algún tipo de daño pues sonaba dolorida, como si algo le hubiera pasado.

Para cuando me quise dar cuenta, dos matones salieron de los lados y se dirigieron hacia el vestuario, algo estaría pasando. Y cuando mis pies empezaron a moverse para ver lo que pasaba, otros dos hombres me frenaron el paso poniéndose delante de mí. – ¿A dónde vas, pequeña matona? – Su voz sonaba altanera, las malas vibraciones se hicieron cada vez más grandes. No había buenas intenciones en aquellos que tenía delante, y seguramente algo habría pasado o habría liado aquella chica en los vestuarios. No era yo quién iba a averiguarlo, pues ahora tenía cosas más importantes que hacer que pensar en la seguridad de otros. Así mismo, cuando vi la posición de ambos rivales, un kunai voló por mis ropajes para llegar a mi mano diestra por la manga de mi ropa. Colocaría mi cuerpo de manera defensiva, con las manos por delante de mi cara para defender mi rostro, el kunai apuntando hacia el exterior y las manos ligeramente separadas para un mejor movimiento corporal. Con un ademán de mi mano desnuda flexionando y extendiendo mis falanges y un rostro que denotaba seguridad daría señal para que podían venir cuando quisieran.


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No bien salí del vestuario, aquel pobre diablo vino tras de mí para dar la voz de alarma con un potente alarido. Parecía que no estaba dispuesto a dejar pasar sus derrotas, ni tampoco conservarlas en la intimidad. Suspiré. Cada vez estaba más segura que aquello solo era un antro en el que se llevaban a cabo combates amañados para forrarse. Si bien aquello era de dudosa ética y moralidad y muy seguramente también fuera ilegal, no tenía intención alguna en poner en orden aquello. Si acaso daría parte a quién correspondiera y que se encargara de hacer lo que considerara oportuno. En el mejor de los casos trataría de sacar beneficios ya que me encontraba allí. Sin embargo, la vida no me dejaría obtenerlos. Al menos no de una manera sencilla, rápida y cómoda.

Al grito de mi rival aparecieron dos matones más cerrándome el paso. A penas fue a escasos metros de la puerta del vestuario, truncando mi intención inicial de ir a apostar para mi siguiente combate. Desde mi perspectiva pude ver que parte de los presentes centraban sus miradas en mí y mis no muy queridos compañeros de baile. Demasiada atención cuando había pretendido pasar inadvertida y con un perfil bajo. Quizás me tendría que haber dejado ganar en el primer combate, pero a fuer de ser sincera conmigo misma no me había planteado que semejante patán fuera uno de los principales cabecillas de todo aquel embrollo.

-Supongo que dejarme tranquila para que apueste, como que no… ¿no? – pregunté con tono despreocupado – Tenía que intentarlo… - añadí encogiéndome de hombros ante la negativa de uno de ellos.

El que no había respondido se abalanzó sobre mí con la intención de darme un fuerte puñetazo en el rostro. Conseguí esquivarlo saltando hacia atrás. Un nuevo envite por parte del mismo gorila y esta vez a duras penas conseguí esquivar el golpe. Aparté la cabeza, sin embargo recibí de refilón el golpe. Aproveché la proximidad de mi atacante y la pared para estamparle la cara contra el muro. Había demasiada gente ahora rodeándonos, limitando el espacio de combate y, por tanto, de movimiento. ¿Debía terminar con todo aquello drásticamente o por el contrario debería alargarlo hasta poder escapar o acabar con aquel par aún a riesgo de recibir algún golpe más?
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No sabía el motivo de aquel grito, pero si sabía que aquella movilización y aquellos dos matones que tendría delante no serían para nada buen presagió. No quería usar técnicas, pero parecía que me vería ligeramente obligada a hacerlo. Por el momento me mantendría de forma pasiva, como había hecho hasta ahora, simplemente con golpes y ligeros taijutsus de fuerza, nada más que se pudiera llegar a intuir como el chakra. Mi fuerza era algo desmedida con aquellos golpes, pero tampoco era que me fuera a golpear así como así, ¿no? Apenas un par de minutos pasaron cuando los golpes fueron y vinieron con aquellos dos matones. Saldría por el pasillo golpeando una mano por la otra, como sacudiendo el polvo que pudiera tener en ellas, mientras que a mi espalda se vería dos bultos en el suelo retorciéndose de dolor. La sonrisa en mi rostro era algo totalmente audible y palpable, siempre me gustaban los finales felices, aunque ahora tocaba ver que era lo que pasaba y porque aquellos alaridos.

Para cuando llegara a la zona de los vestuarios – si aquello se podía llamar así – podría ver una entretenida pelea donde los golpes iban y venían. Se trataba nada más y nada menos que de aquella mujer de cabellos anaranjados que repartía golpes y apenas los recibía de parte de unos de los matones. Se le veía algo atareada, aunque entendía que no se estaba esforzando ni lo más mínimo teniendo en cuenta la cantidad de chakra que manejaba. Aquella mujer tenía algo dentro, aunque hacía como yo, intentaba reprimirlo por no captar la atención de los escépticos ni los alarmistas que no tardarían en llamar al Imperio. Eso sí que quizás podría ser un problema.

– Tú si necesitas ayuda solo tienes que decirlo, eh… – Expresaría con aquella habilidad que poseía para hablar a una sola persona mientras que el resto no escuchaba nada. Mi mensaje fue a parar a los oídos de aquella mujer, esperando que fuera ella la que me pidiese ayuda y no se tomase mal si dejaba a su pequeño juguete k.o. de un golpe.


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Lejos de conseguir knoquear al tipo al estamparle la cara contra la pared solo conseguí enfurecerlo. La sangre que ahora le brotaba de la nariz le daban un aspecto más temible, aunque no terminaba de hacer mella en mí. El círculo que limitaba la zona de combate se habría y cerraba a medida que nos movíamos los tres, desplanzándose para evitar recibir ningún daño colateral, aunque eso no libró a más de uno de recibir algún empujón cuando alguno de los tipos venía a por mí. Estaba consiguiendo manterlos a raya recibiendo más bien poco daño, saltando y esquivando en una suerte de danza. También conseguía hacerlos chocar entre ellos alguna que otra vez cuando las circunstancias lo permitían, evitando un golpe y atacando al tiempo de ese modo. A pesar de estar concentrada en los dos tipos que pretendían romperme los huesos, pude escuchar como la gente ya había hecho apuestas por ver quién salía victorioso. Lejos de manterse pasivas, esas mismas personas ponían de su parte empujando a los gorilas para entorpecer su labor y trataron de retenerme a mí en una ocasión para que aquellos dos les permitieran cobrar sus ganancias. Si bien con los dos tipos tenía más paciencia, con los dos que osaron agarrarme los dejé fuera de combate en un instante. Con un fuerte tirón me liberé de la prisión y tomándolos con ambas manos los estampé contra el suelo. Ninguno de los dos estaba hecho al combate como sí era el caso de los dos que tenía en frente, así que ese agarre fue lo último que hicieron esa noche.

-Por mi no te cortes, ¡eh! No seré yo quién te prive de la diversión – grité tratando de identificar el origen de la voz. No tardé en dar con él, pues esa misma voz me había hablado minutos antes. Se trataba de la joven que a bocajarro me había preguntado por mi origen y a quién había conseguido dejar fuera de combate con mi respuesta. Era una lástima que no la hubiera tomado en serio, pues la chica estaba como para dejarse hacer algún que otro favor. O hacérselo a ella… En ese momento no tendría forma de saber que sus palabras tan solo habían sido escuchadas por mí, pues para mí habían llegado nítidas entre todo el jolgorio y algarabía que me rodeaba.

-¡Hija de puta!
- el tipo del vestuario parecía haber recobrado energías y quería un tercer asalto, lo que granjeó que suspirara hastiada y algo cansada. ¿A caso no se cansaba de recibir golpes en sus genitales? Esperaba que ya hubiera dejado toda la descendencia que deseaba, porque al ritmo que iba después de esta noche ya no tendría la capacidad de hacerlo...
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Era gracioso como muchas veces mis habilidades innatas hacía que los que recibieran el mensaje no eran conscientes de que no sabían que eran los únicos destinatarios. Quizás había sido por eso que su reacción habría resultado graciosa para mí, dando una pequeña risa inaudible entre todo el gentío que se había formado. – Nunca me cansaré de salvar incautos – Expresaría para mí mientras que empezaba a correr rápidamente hacia la joven de cabellos llamativos, seguramente bajo la mirada de los que controlarían aquel lugar.

Para cuando estuviera al lado de la chica, la cogería del brazo y comenzaría a correr hacia la salida. Para desgracia nuestra, el círculo que habían formado era bastante cerrado, pero nada que uno de mis gritos no pudiese solucionar realmente. – ¡Fuera! – Expresaría gritando con aquel chakra que me caracterizaba. Así mismo, aquel chico fue suficiente para hacer que las ondas de choca dejaran por el suelo a los que nos impedían salir de aquel lugar de mala muerte. – Salta – Expresaría a la joven salvada a la vez que mis piernas actuarían de resorte para hacer lo propio, esquivando los cuerpos en el suelo de los que habría derribado con aquella voz.

– ¡Que no escapen maldita sea! – Escucharía a mi espalda a la vez que los secuaces de aquella voz que se hacía las de jefe empezarían a correr a nuestra espalda. Apenas visualizaría la salida, una simple y llana mirada fue la necesario para que el tipo que estaría de seguridad se quitara de en medio. Aunque eso no terminaría allí, si no que frenaría al llegar a la puerta y daría la espalda. – ¿Todo bien? – Preguntaría a la kunoichi mientras que aquellos tipos se acercarían corriendo como energúmenos a intentar cazarnos. Y había dicho intentar porque claramente una nueva voz llegó al lugar saliendo de mis cuerdas vocales y derribando a los tres o cuatro que llegarían, cayendo todos como bolos de bolera, pues apenas golpeasen las ondas a uno, los otros caerían bajo el peso del anterior. Me reiría de forma un tanto psicopática mientras que me deba la vuelta, ahora ya sin seguir sosteniendo el brazo de la peli naranja, y saldría por la puerta despidiéndome del hombre que se había acobardado. – Un servicio excelente, ¡gracias! – Expresaría a sabiendas de que cuando el jefe llegase a la puerta y le viera sin un solo rasguño tendría problemas.

Una vez hubiera abandonado el lugar y la puerta se hubiera cerrado a nuestra espalda, miraría hacia atrás esperando que la damisela en apuros hubiera salido también, dando un salto hacia subir al tejado de ese mismo edificio por si los orangutanes salían tras nosotras. – Ahora sí que creo que merezco respuesta a la pregunta, ¿no? – Expresaría con una sonrisa en el rostro y mi lengua a medio salir entre los dientes.


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La joven que había ofrecido su ayuda no tardó en aparecer en escena. Lejos de luchar junto a mí para dejar fuera de combate a aquellos tipos como había pensado que haría, me tomó por el brazo y tiró de él para que corriéramos juntas hacia la salida. El círculo que nos cerraba el paso se abrió tras un potente grito, dejando por el suelo a todo aquel que había estado enfrente nuestra. ¿Qué clase de jutsu era aquel? - Supongo que eso despeja la incógnita de cómo sabía que pertenecía a alguna aldea… - pensé. Una cosa era intimidar con un grito como lo hacía una madre o incluso tirar al suelo a un pobre despiestado al pegarle un grito a pleno pulmón en el oído y a traición y otra muy distinta lo que la joven acababa de hacer. Eso era otro nivel.

Dejé que la desconocida, y ahora salvadora, me guiara. Seguí las instrucciones que me iba dando, siguiéndole el paso y viendo como aquí y allá con el mero poder de su voz iba dejando fuera de combate a nuestros perseguidores – No podría estar mejor – ironicé a medias. Cierto era que había estado en situaciones peores y que distaba mucho de estar en problemas realmente, pero a pesar de que me estaba divirtiendo no podía decir que estuviera en mi mejor momento - ¿Y tú? - devolví la pregunta al escuchar su risa psicópata al derribar a los energúmenos que habían intentado darnos caza. Finalmente todo terminaría tras cruzar la puerta – Un placer – dije para despedir al guarda de la puerta llevándome los dedos índice y corazón a la sien. Al ver lo ocurrido durante la persecución había tenido el buen juicio de simplemente dejarnos pasar, aunque ese buen juicio a buen seguro le costaría más de un problema después.

-¡Oe oe! ¿A dónde vas? - grité al ver que la joven subía al tejado. Por mi parte me limitaría a alejarme un poco más de la entrada por si alguien salía tener tiempo suficiente de reacción, pero no subiría al tejado. Si quería mantener mínimamente las apariencias andar trepando a los tejados como si nada no era una buena idea; aunque con aquella chica ya era estúpido pretender mantenerlas - ¡Pero si antes te la di! - repliqué fingiendo ofendimiento – Otra cosa es que no fuera la que tú querías… - agregué para mis adentros – No obstante… No voy a negar lo que ya sabes, pero preferiría mantener el misterio, salvo que quieras cumplir tu parte del trato, claro… - negar lo que ella ya sabía era estúpido y no iba a mentirle - ¿Y tú? Porque he visto madres más enfurecidas y mujeres metiendo en cintura a sus maridos con menos potencia de voz...
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