Año 1 D.Y.
Hubo un día, en el que la historia del mundo dio un giro imprevisto. Fue el día de la caída de los héroes y del comienzo de su olvido. ¿Cuáles eran las verdades de la historia de la humanidad, y cuál su futuro prometedor? Aquel día fue uno de los momentos en los que un grupo de personas estuvo a punto de descubrirlo, pero se les escapó irremediablemente, como un puñado de arena entre los dedos. En cambio, hallaron una muerte y desesperanza que duraría hasta los tiempos presentes.
Fue un día fatídico, el nacimiento de un nuevo orden mundial.
Tras la reunión de los líderes —los pocos que habían sobrevivido a Yugata, y los que se habían unido a la causa, temerosos— comenzó la marcha hacia la guarida de Boshoku. La escolta de los líderes, que formaba un pequeño batallón de los mejores shinobi que todavía quedaban vivos, inhalaba una atmósfera gris y desanimada, acompasada por los pasos lentos y pesados de muchos que no estaban dispuestos a morir… pero no les quedaba otro remedio. Aquella no era una guerra de la que se pudiese huir, ni en el rincón más recóndito del mundo.
Madres por sus hijos, maridos por sus mujeres, profesores por sus alumnos o mártires por la patria. Nadie en aquel grupo hacía aquello por sí mismos, quizá por primera vez en la vida. Llevaban a cabo esa misión suicida por un futuro mejor para los que no tenían la fuerza suficiente para acometerla.
Algunos, sin embargo, aún conservaban cierto atisbo de esperanza. Yatako era una de esas personas. La joven de diecisiete años acababa de conocer hacía apenas unas primaveras la cara real del mundo, y con su maduración psicológica llegó el sentimiento de querer darle un buen sentido a su vida, y dejar atrás los anhelos infantiles de una niña pequeña. No más convertirse en una heroína y desear el aclamo popular. Con el paso del tiempo había reconocido la vida horrible que debía haber llevado su padre, y lo poco justo que había sido el destino con él.
«Con el nacimiento de mi hermano pequeño, la vida nos dio una tregua. Sin embargo, nos recuerda ahora lo que todavía hay trabajo sin terminar. Esta es una lucha para que nuestra familia tenga el final feliz que merece, padre… y por eso debo estar aquí, haciéndome cargo de que no mueras y puedas tener la recompensa a todos estos años de sufrimiento».
Yatako avanzaba con la mirada fija en la espalda de su padre, sin pararse a observar el camino. Fue su última oportunidad de contemplar la abundancia, y la sensación de estabilidad y normalidad de los caminos en el País de los Campos de Arroz.
—¿Nervios?—sin darse cuenta de que hablaba tanto con ella como con Rukasu Uchiha y Kureha Nara, que viajaban cerca de ella, Yatako negó con la cabeza, pero la mandíbula tensa y los movimientos poco fluidos la delataban. Al contrario que ella Eifen Uchiha, caminando a unos metros tras ellos, los apaciguaba con una serena mirada esmeralda, llena de seguridad. Posiblemente, la procesión iría por dentro en él. Pero mientras se mantuviese al frente, con los inspiradores kanji de Hokage dibujados a la espalda para que todos los vieran, algunos todavía conservarían la esperanza.
—Estoy… preparada.