[EVENTO GLOBAL] R.E.S.E.T: El El Último Lamento de Kirigakure
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El escenario era cuanto menos escabroso y por más que intentaba sacarse la sensación de molestia interna, no podía. Pero algo le llamó la atención de las personas que entraban al centro comercial y decidió seguirlos. Entró por una de las tantas ventanas rotas de la entrada al lujoso centro comercial, aunque claramente el aleteo de su gran paloma arcillosa no pasaría desapercibido e incluso se escuchaba intensificado por el eco del gran salón.

Riku, en este escenario tan apocalíptico, se mantuvo atento a lo que sucedía. Observó toda la situación. Analizó. Pensó. Cuando empezó a contemplar un escenario que mostraba un acto de agresividad injustificado hacia unas personas aparentemente inocentes, tanto por parte de los encapuchados como por una chica que gritaba muchas incoherencias y además parecía fuera de sus cabales, decidió intervenir, aunque eso fuera lo último que hiciera. Al fin y al cabo, su vida en este mundo parecía tener los minutos contados desde el mismo momento que se calzó una bandana ninja.

Dejó su pasividad física de lado y bajó en picada apuntando hacia donde se encontraba la chica. Su paloma se tensó rápidamente. A unos 4 metros del suelo, Riku saltó, pero la paloma mantuvo su recorrido. Su objetivo era Shermie, y la colisión era más que inminente, debido a la velocidad que traía.

Riku se ubicó de tal forma que era un obstáculo natural entre Shermie y los desposeídos. El semblante de Riku era quizás el más frío que había producido en su vida.

—Quizás todos vamos a morir. Pero esos individuos se merecen morir de la forma que ellos consideren. Déjenlos ir.

Riku tomó más arcilla, preparándose para lo que pudiera venir en el futuro. No esperaba una respuesta amistosa o un quiebre de voluntad tan sencillo, así que todo indicaba que, quizás, esa sería su última batalla.

Estadísticas de Riku Ashira

Bakuton: Hō
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Última modificación: 22-08-2024, 12:34 AM por Kyoshiro.
El anciano en silla de ruedas, con un temblor de ansiedad en sus manos, sujetaba las de Teh, quien yacía desplomada en el suelo. Sintió que su corazón se le rompía. Su rostro mostraba un rastro de pánico mientras observaba a la joven inconsciente. A su lado, Sayuri se inclinó con preocupación, su voz teñida de urgencia mientras decía: "Muy útil su ayuda, señor... pero no debo perder tiempo." Con un gesto de agradecimiento, tomó la mano del anciano antes de desvanecerse en un susurro etéreo hacia el muelle, su destino sellado como un poema inacabado. ¿Dejaría aquel caos en manos de la incertidumbre? El anciano, perdido en un mar de confusión, no supo cómo responder, pues las palabras de la chica parecían tan discordantes como un acorde desafinado. Sin embargo, en un instante mágico, un sello floreció en sus manos, dando vida a una réplica exacta. Así, la original se desvaneció, dejando tras de sí solo el eco de su partida.

El clon, atento a la situación, se agachó para evaluar a Teh. "Estaré aquí unos minutos," murmuró mientras se acercaba a su rostro. Con manos cuidadosas, le dio leves cachetadas y examinó su cuello en busca de pulsaciones. Al sentir el latido de vida, suspiró aliviada. El anciano, aliviado al escuchar el murmullo de Teh, quien murmuraba "No moriré... hoy no," encontró calma en su recuperación. Observó al clon que, mientras ayudaba a Teh a sentarse, anunciaba: "Apenas vea que esta chica esté bien, me esfumaré, señor. Pero necesito la descripción de Jako, así mi original sabrá qué buscar una vez llegue al muelle." El anciano comenzó a describir a Jako, mencionando su distintivo tatuaje de un ancla en la cara, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire, a punto de revelar más cuando... La nube negra…

Mientras tanto, en el centro comercial, entre los cultistas, la confusión creció como un incendio descontrolado mientras uno de ellos, con una expresión decidida que cortaba el aire como un cuchillo afilado, tomó unos papeles adornados con flores y se acercó a Shermie. Mordió su propio dedo, la sangre brotó como un río rojo y espeso, y con un gesto ritual, comenzó a trazar una marca en la frente de Shermie. Sin embargo, antes de que pudiera completar el ritual, algo perturbador ocurrió:  Una sombra negra, implacable y devoradora, se desplegó sobre todo Kirigakure, oscureciendo el cielo y opacando el rojo destellante de la muralla que se acercaba. Para todos en Kirigakure, el color parecía haberse desvanecido, transformando el mundo en una visión en blanco y negro, como un viejo filme olvidado. De pronto, la hoja blanca al lado del cuerpo del anciano asesinado, brilló. El único color en un breve destello. Aunque los cultistas en el centro comercial no podían ver el fenómeno directamente, un rayo rojo apareció en el este, ascendiendo hacia el cielo como un dedo de fuego que se apagaba lentamente hasta desaparecer. El color regresó gradualmente y la sombra se disipó, como una niebla que se levanta con el amanecer.

Los cultistas, atónitos por lo que acababan de presenciar, intercambiaron miradas de incertidumbre como si se hubieran despertado de un sueño inquietante. De repente, un inmenso dolor de cabeza, tan punzante como una tormenta de truenos, los hizo caer de rodillas. La voz ominosa que habían escuchado antes resonó nuevamente en sus mentes, intensificando el caos que ya los envolvía, como un eco maligno que retumbaba en el abismo de sus almas.

Minutos atrás, calles al sur…

En el crepúsculo de Kirigakure, el caos se desató como un torrente imparable cuando Saito, en un último esfuerzo por redimir a su aldea, conjuró un enorme Yokai, un titán de pesadilla destinado a cambiar el curso de una masacre inminente. Sus gigantescos brazos trataban de atrapar las almas desesperadas que se precipitaban hacia el abismo marino, pero las garras del Yokai se encontraban con la resistencia feroz de la necedad humana, tan escurridiza como el aire. Frustrado, Saito escuchó la voz traicionera que se deslizó en su mente, una promesa de muerte y destrucción, un eco que le recordaba su fracaso. Con rabia y desesperación, el Yokai se convirtió en un instrumento de carnicería, aplastando y devorando con furia, mientras Saito, cargado de odio y culpa, concentraba su chakra en una ola devastadora. El viento, como un susurro asesino, arrasó con todo a su paso, dejando un rastro de sangre y desesperación. Las personas, temblando de pánico, se dieron cuenta demasiado tarde de la magnitud de la tragedia inminente; aquellas que intentaron huir no pudieron escapar. En su despertar caótico, Saito vio cómo 87 almas se extinguían a su mano, un hombre roto por su propia creación y condena.

Sin que Saito lo supiera, su mano había llevado a cabo un destino que los cultistas solo podían haber soñado. Cada vida que había segado con su furia desesperada estaba marcada por una tristeza abrumadora, un pesar que parecía haberse imbuido en la carne misma de sus víctimas. Cada uno de esos 87 cuerpos caídos llevaba consigo un papel blanco adornado con un símbolo rojo, un emblema cargado de un significado oscuro que Saito jamás pudo comprender. Increíblemente, él era el único capaz de cumplir con la siniestra cuota que los cultistas habían buscado en vano; un capricho del destino que había transformado su furia en un instrumento de cumplimiento ritual. Lo curioso era que, si alguien como Issei o Sayuri hubiera intentado lo mismo, el resultado habría sido otro, pero fue Saito, y su acción desencadenó la pesadilla esperada. Una ola de frío cortante envolvió la aldea, y una nube negra, densa como el luto, se extendió por cada rincón de Kirigakure. La visión de los que estaban afuera, se convirtió en un espectro en blanco y negro, donde el mundo había perdido todo su color. Los cuerpos sin vida de las víctimas de Saito estaban envueltos en el silencio y la muerte, cada uno con el papel blanco adherido, como si desafiara las leyes de la física ¿No debieron haberse separado de los papeles? ¿Cómo seguían aferrados a sus cuerpos desmembrados? De pronto, el símbolo rojo en las hojas brilló en la monotonía grisácea, un destello fugaz que rompió el hechizo monocromático antes de desvanecerse, dejando solo la sombra de una realidad distorsionada por el cumplimiento del oscuro rito.

El sacrificio
[Imagen: document-4.jpg]

Al este de la aldea, una luz titánica emergió del suelo, ascendiendo con una furia indescriptible hacia el cielo. Era una llamarada roja, intensa como la sangre fresca, que atravesó las nubes y desgarró el gris opaco del firmamento. El resplandor, como un faro de esperanza y destrucción, se alzaba imponente, desdibujando el caos en su estela abrasadora. Con cada segundo que pasaba, la luz comenzó a desvanecerse lentamente, como un fuego que se consume en la distancia. A medida que la luminosidad se deshacía, la nube negra que había ahogado a la aldea en su sombra ominosa comenzó a disiparse, dejando que el color regresara a Kirigakure. La aldea, nuevamente bañada en sus tonos naturales, parecía despertar de un sueño gris, renovada y liberada del velo oscuro que había ensombrecido su existencia.

De vuelta al centro comercial…

Los cultistas, aún atónitos por el caos reciente, murmuraban entre ellos. La voz les susurraba en sus cabezas. La confusión predominaba mientras uno preguntaba: "¿Ya? ¿Todos? Pero, ¿Dónde estaban...?" - Dijo con miedo. 

El silencio se instaló por un momento, interrumpido solo por un murmullo etéreo que solo ellos podían oír. Sin que Shermie ni los secuestrados pudieran captar lo que se decía, uno de los cultistas, temblando, respondió a la voz invisible: "¿Un desfile en plena luz del día? No lo sabíamos, si no nosotros hubiéramos..."

La voz, implacable y dolorosa, les respondió con una intensidad que provocó una oleada de sufrimiento. Ellos se miraban confundidos. "¿Quién carajos es Saito?" susurró uno a otro mientras el solo hecho de escuchar la voz parecía torturarlos, haciéndoles sangrar por la nariz y las orejas, y una vena en la frente palpitaba peligrosamente. Finalmente, todos los cultistas, ahora con los rostros pálidos y asustados, volvieron sus miradas hacia Shermie. Uno de ellos, con resignación, dijo: "Entiendo. Es una lástima." En ese momento, la voz dejó de hablarles y el cultista que había estado pintando la seña en la frente de Shermie trató de agarrarle el cuello con una firmeza inquietante.

En ese entonces, un aleteo bullicioso, una ventana rota que terminaba de destruirse. Los cultistas miraron en dirección del sonido. Le miraron. En un acto de desesperada resolución, Riku descendió en picada hacia Shermie, la paloma arcillosa tensando sus alas con la misma urgencia que su propósito. Cuando Riku saltó a unos cuatro metros del suelo, la velocidad de su descenso se convirtió en una inminente colisión. Los cultistas, incluyendo el que quiso sujetar a Shermie saltaron varios metros hacia atrás.

Riku, con su cuerpo como un muro de resistencia, se posicionó entre Shermie y los cultistas. Los secuestrados, viendo la oportunidad, comenzaron a correr a como podían. Uno de los cultistas hizo a detenerlos, pero otro se lo impidió. 

Quizás todos vamos a morir. Pero esos individuos se merecen morir de la forma que ellos consideren. Déjenlos ir —declaró Riku mientras tomaba más arcilla.

Los cultistas comenzaron a separarse lentamente, sus miradas atentas se dirigían a los dos intrusos: Shermie y Riku. La ceremonia se había completado, la cuota de sacrificios se había cumplido, y el oscuro rito que esperaban se había llevado a cabo. La presencia de Shermie, cuya apatía y desconexión mostraban claramente su falta de compromiso con la causa, y Riku, un desconocido que había irrumpido sin motivo aparente, planteaba un dilema innecesario. ¿Por qué otorgarles la salvación cuando su participación había sido nula y su comprensión del ritual, inexistente? El sacrificio ya se había hecho, y la razón detrás de los sacrificios adicionales parecía irrelevante. Aunque la disrupción causada por Riku había sido inesperada, los cultistas no creían que su intervención alterara el propósito final del rito. El sacrificio se había completado y, mientras decidían qué hacer con los dos sobrevivientes, el enfoque regresaba a la satisfacción de haber logrado su objetivo oscuro.



Cultistas x5


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Última modificación: 24-08-2024, 02:31 AM por Shermie.
Shermie observaba la situación con una mirada coqueta, jugueteando con su "juguetito" mientras una sonrisa maquiavélica se dibujaba en sus labios. Sus ojos azulados brillaban tras la cortina de su flequillo pelirrojo. Se había detenido al notar que uno de los cultistas se acercaba a ella, pero su sonrisa desapareció tan pronto como comprendió las intenciones del hombre.

Sin moverse ni intentar detener lo que aquel hombre pretendía hacer, Shermie lo miró con una expresión asesina e indomable. Cuando él estuvo a punto de tocar su cuello, ella murmuró con frialdad - No me molesta ser ahorcada, pero no eres mi tipo. - Al pronunciar estas palabras, una corriente eléctrica comenzó a recorrer su cuerpo, emanando un aura de pelea que era claramente imponente.

El ruido alrededor de ellos desvió momentáneamente la atención hacia un costado. Tanto Shermie como el hombre retrocedieron, saltando hacia atrás. Aprovechando el momento, Shermie lanzó su "juguetito" en dirección a la gigantesca ave de arcilla, casi por instinto, sin detenerse a pensar en las consecuencias. La explosión de la criatura detonó a varios metros de distancia, justo cuando estaba a punto de tocar el suelo.

[Imagen: __shermie_the_king_of_fighters_and_1_mor...d8df99.jpg]

Las palabras del niño resonaron en el campo de batalla, mientras él se situaba frente a los civiles con el cultista a pocos metros, y Shermie se encontraba frente a los prisioneros que huían despavoridos. Los religiosos parecían permitir que esto ocurriera, todo mientras se posicionaban a su alrededor, pero la mente de Shermie no dudó ni vaciló.

Niño, no te confundas, yo soy la víctima aquí - dijo con una voz fingida y delirante - Como ninja de Kiri... - Porque si, aunque era una villana, en su momento se había ganado la licencia de ninja para llevar a cabo sus fechorías - Tengo el deber moral de acabar con estas sabandijas aquí y ahora - agregó, mintiendo descaradamente, solo porque estaba enfadada. Había aceptado unirse a ellos para divertirse, pero su ataque la había molestado y hecho cambiar de opinión. Ya no sentía esa voz en su cabeza, al parecer, simplemente reclamaba sangre y muerte, no le importaba de quien viniese.

[Imagen: orochi-shermie-kof-orochi-shermie-kof-xv.gif]

Shermie adoptó la Pose del Rayo, una postura poco conocida del Gotai. Su cuerpo se impregnó de chakra, pero su manto de rayos era inusual, no eran los típicos rayos eléctricos que cualquiera vería en el mundo ninja. Estos eran rayos morados, mortíferos, una fusión del fuego y la electricidad, presentes en una única y singular postura. 

Postura - Kyōryoku no Shinka
Postura - Gogyō no Kata

Velocidad +20 y Fuerza +15, Costo 65-10 de Ch
Chakra: 940/995


Estaba lista para empezar.

off


STATS
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Última modificación: 25-08-2024, 03:14 PM por Saito Yamamoto.
La gente de Kirigakure había sido necia en su decisión y Saito ya no tenía su mente tan tranquila como para aceptarla. Por ello, alimentado de su recelo ante aquella voz que lo atormentaba, le dió fin a aquella gente que lo vió crecer, gente que en un tiempo donde todo era mas sencillo logró llamar maestros, amigos e inclusive familia aunque la sangre no los uniera.

Un feroz viento erradicó el pueblo de Kirigakure y el cielo se oscureció en lamento. Las almas que abandonaron los cuerpos se volvieron cenizas ante los ojos privilegiados del muchacho, aquella escena gris no le daba tanta paz a Saito como esperaba pero se encontraba convencido que así debió ser.

De pronto Saito notó como aquellas hojas seguían intactas ¿No eran simples papeles? Era una lástima que Saito no fuera un ninja sensorial como su madre... Hubiera detectado que aquellas hojas pertenecían a un fuinjutsu que nunca había visto. Las rosas rojas empezaron a brillar con fuerza y de pronto al este explotó un haz de luz del mismo color que provocó jaqueca en el Onmyõji... Sentía que no era normal...

Maldita sea...-el muchacho salió corriendo a alta velocidad a dicha zona, saltando de tejado en tejado e incluso invocó una de sus shuriken gigantes para tenerla a la mano. Sentía que pronto debía luchar contra algo asqueroso.
Estadísticas de Saito Yamamoto
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'Vah.... ni siquiera me van a dejar llegar al puerto oeste...' Pensamientos intrusivos comenzaban a circular por mi mente, los cuales la gran mayoría de estos eran bastante desalentadores, teniendo en cuenta todo lo que nos estaba pasando estas últimas semanas. Seguía corriendo hacia aquel lugar donde se suponía debía de encontrar a dos objetivos. Uno de ellos un sujeto que posteriormente sabría que tendría un tatuaje en el rostro. El segundo objetivo era un barco, y podía ser la única alternativa a escapar de esta isla y viajar hacia el País del Fuego. No sabía como estaba el asunto allá, pero parecía ser la única opción posible.

Mi estado de ánimo había decaído un poco en mi andar, debido a una extensa oscuridad que se había posado por sobre todo el terreno, y lo que seguiría a esto era aún más inquietante. ¿Sería un genjutsu? No sé, a estas alturas podría ser ya cualquier cosa, después de todos, hay un domo de color rojo cuyos bordes hacen desaparecer todo aquello que tocan tras su rastro. 

Ahora ya no veía ningún tipo de color, más que los espectros del negro y el blanco. Los tonos grises abundaban en cualquier lugar que me fijase, salvo uno en particular, donde nuevamente el rojo volvía a ser el protagonista de esta historia, cuyo fin parecía ser el ya destinado, y que solo unos pocos necios estábamos tratando de modificarlo, sabiendo quizás que no lo lograríamos. 

Aquella era la dirección a la que iba, allá a lo lejos era donde se levantaba ese haz de luz rojiza que se elevaba por todo lo alto hasta llegar al techo del domo. 'Qué mierda...' Era increíble todo lo que estaba sucediendo. Me atrevería a decir que ni en mis sueños más bizarros había presenciado este tipo de actividades.

Los colores volvían a mi vista. Aquella nube negra que había cubierto toda Kirigakure también se había esfumado, así como lo hacía la luz roja que se había levantado por sobre todos los presentes. Pero el domo seguía ahí, latente, recordándome todo el tiempo que mi futuro estaba escrito, y que era una tonta por querer cambiarlo. Mis piernas seguían corriendo y corriendo, no sabía si detenerlas o que. Eran ya mucho los habitantes que habían sido asesinados, porque iba a creer que mis padres no estaban dentro de esos cientos y cientos. O quizás, a lo mejor y mis viejos ni estaban viviendo nada de esto y el Imperio Boshuku se había encargado de ellos ya hace bastantes años.

Mis esperanzas se desvanecían con cada paso que daba hacia el muelle, estaba cansada de tener que ser una salvadora. 

-Será mejor que me dé prisa, los tengo que dejar.- Ahí se encontraba el clon, con aquel viejo que me había dado esperanzas y la chica que ya parecía encontrarse en un buen estado. Tenía la información del viejo, y suponía que ya debía ser suficiente con eso. -Espero verlos de nuevo en el muelle oeste.- Miraba a ambos, y sin esperar mucho más, se autodestruiría, esfumándose de la escena y pasando todos los recuerdos a la Sayuri original, quien al tener todos estos, una pizca de fe volvía a latir en su ser, apresurando su marcha. A su vez, llevaba sus manos al frente para formar unos sellos. Al terminarlos, nubes y más nubes comenzaron a cubrir el cielo, todas ellas de un color grisáceo, anunciando así la próxima gran lluvia torrencial que caería sobre aquella gran isla.
Kirime no Jutsu
Pasivas
[Imagen: uaGWsi6.png]
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Última modificación: 04-09-2024, 12:00 AM por Kyoshiro.
Todo había transcurrido según el plan, el ritual casi completado, la figura en la frente casi completa cuando una energía disruptiva irrumpió en el círculo. De pronto explosión, humo y ahora tras la confusión, el inicio de una masacre. A medida que los cultistas comenzaban a formar sellos de mano con rapidez frenética, uno de ellos se detuvo en seco, su rostro contorsionado por un extraño sentir desde lo más profundo de su pecho. De repente, su respiración se hizo visible, y pronto, la de Shermie y los demás también se volvió tangible en el aire frío. La escena se tornó aún más surrealista cuando el papel más cercano al cuerpo del anciano degollado comenzó a levitar lentamente. En un suspiro arrastrado por la brisa, el papel se enrolló y, como una flecha guiada por un destino incierto, se lanzó velozmente hacia el este, desapareciendo en la distancia.

Este fenómeno no era un caso aislado. Mientras Saito y Sayuri corrían hacia el este, donde la luz roja había teñido el mundo con su angustiante resplandor, serían testigos de un espectáculo sobrenatural. Desde cada rincón de Kirigakure, papeles, que habían estado adheridos a los cuerpos inertes de las víctimas, comenzaron a moverse con una fuerza implacable, guiadas al muelle del este por los aires.

A medida que el horizonte se llenaba con el flujo interminable de estos papeles, parecía que el aire se volvía denso y opresivo, cargado con el lamento colectivo de las almas sacrificadas. Cada uno de estos papeles, ahora danzantes en el aire, era un emblema de dolor y desesperanza, llevados con precisión hacia el muelle del este. El cielo, cubierto por una capa de sombras densas, se convertía en un lienzo de terror, con estos papeles como pinceladas de una pesadilla manifiesta. Cada uno de ellos portaba una carga que trascendía lo físico, transformándose en un símbolo del sacrificio final que se estaba concretando bajo el manto sombrío de la noche. Cada papel, un sacrificio realizado.

Al llegar al muelle, Saito y Sayuri  se encontrarían con una escena que parecía sacada de un oscuro sueño. Un torbellino de papeles giraba frenéticamente en el centro del muelle, como un huracán de promesas rotas y lamentos silenciados. Estos papeles se enrollaban y entrelazaban, creando un espiral de caos que lentamente se cerraba sobre sí mismo, formando un gigantesco esqueleto de unos diez metros de altura. Su estructura, imponente y grotesca, se erguía como un coloso de la noche, hecho de fragmentos de desesperanza y muerte.

Alrededor del monstruo de papel, unos veinte cultistas estaban unidos de las manos, formando un círculo ritual que vibraba con una energía oscura. Su canto, una mezcla de susurros y gritos inhumanos, parecía resonar con el retumbar del viento y el crujido de los papeles. La escena era un ballet macabro donde cada movimiento de los cultistas sincronizaba con el giro de la estructura, como si el destino estuviera siendo sellado en un siniestro pas de deux.

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[Imagen: de4R0Kb.md.jpg]


A unos metros del círculo, Sayuri y Saito podrían identificar una pila de cuerpos recién sacrificados y amontonados, un macabro montículo de carne y hueso que se elevaba como un altar profano. Eran al menos quince cuerpos, sus rostros desfigurados en una última expresión de horror. Al lado de esta pila, una fila de prisioneros encadenados y temblorosos aguardaba su destino. Los cultistas, con su ritual en pleno apogeo, habían abandonado a estos prisioneros, ahora una mera nota al pie en la sinfonía de la destrucción. Sayuri, reconocería entre los prisioneros a aquellos que había buscado incansablemente. Estaban abrazados, casi esqueléticos y cubiertos de heridas, pero vivos. Sus ojos, llenos de terror y esperanza desesperada, se encontraban fijos en el fenómeno que se desplegaba frente a ellos. La desesperación en sus miradas se entrelazaba con la oscuridad del rito, como una luz débil en medio de una tormenta interminable.

De regreso en el centro comercial, el caos se desató con una súbita y brutal claridad. Uno de los cultistas, con la furia de un rayo atrapado en su mano, se preparó para el ataque. La esfera de electricidad en su mano brillaba con una intensidad cegadora, como una estrella moribunda. Con un grito cargado de odio y determinación, el cultista corrió hacia Shermie, su figura recortada contra el fondo desolado. En un instante, levantó su mano, su mirada llena de furia y desesperación. Pero antes de que pudiera lanzar su ataque, una explosión ensordecedora sacudió el centro comercial. Desde la marca en su frente, en un estallido de energía incontrolable desintegró su cuerpo en una lluvia de fragmentos. El aire se llenó de una cascada de sangre y restos.

Shermie quedaría empapada en la lluvia macabra. Los demás cultistas, sus rostros pálidos y desorientados, quedaron paralizados por el impacto. El horror y la incredulidad pintaban sus miradas, mientras el eco del estallido resonaba en sus corazones. ¿Qué acababa de ocurrir? La pregunta flotaba en el aire. Uno de los cultistas, su rostro contorsionado en una mueca de furia y desesperación, gritó: "¿Qué hiciste, maldita perr...”? Pero su voz se cortó abruptamente, tragada por una explosión violenta que desintegró su cuerpo en una lluvia de sangre y vísceras. El caos se desató en una secuencia infernal, uno tras otro, los cinco cultistas explotaron con una ferocidad incontrolable, dejando atrás una estela de destrucción.

La sangre, en un surrealista fenómeno de desobediencia a las leyes de la física, comenzó a flotar en el aire como un torrente sin gravedad. Al igual que el papel antes, la sangre se disparó hacia el muelle del este, elevándose en una danza grotesca hacia su destino final. En una vista que parecía arrancada de una pesadilla, el cielo de Kirigakure se transformó en un lienzo de caos rojo, donde las gotas de sangre se diseminaban por los cielos.

A lo largo y ancho de Kirigakure, la escena se repetía. Decenas de cultistas, uno a uno, estallaban en explosiones de carne y sangre. Cada fragmento, cada gota de sangre, viajaba por los cielos, convergiendo hacia un punto en el este. Allí, el gigantesco esqueleto, una monstruosa estructura de huesos y papeles, absorbía el torrente de sangre como si fuera el culminante sacrificio de un ritual ancestral. A medida que el líquido rojo tocaba el esqueleto, el líquido comenzó a endurecerse, solidificándose en una capa grotesca y viscosa. Los restos orgánicos de los cultistas se entrelazaban, formando un grotesco amalgama de vísceras y órganos que se adherían al esqueleto, dándole vida con una siniestra morbosidad. Los órganos, esos relictos de la carne y la vida, se materializaban a partir de la sangre y los fragmentos de los sacrificios, dándole una forma monstruosa y aterradora.

Los cultistas que se encontraban alrededor, testigos impotentes de la macabra transformación, comenzaron a estallar uno a uno. El temor se reflejaba en sus rostros, un miedo primitivo que se apoderaba de ellos mientras veía cómo el destino inexorable se desplegaba ante sus ojos. ¿Por qué estaban siendo sacrificados? El pánico creció con cada explosión, como un coro de desesperación en una sinfonía de caos. Algunos, intentando desesperadamente escapar de la carnicería inminente, se dieron cuenta demasiado tarde de la cruel trampa en la que habían caído. Los símbolos grabados en sus frentes, un sello de condena que habían cargado durante semanas, ahora actuaban como cadenas invisibles que les ataban a su destino fatal. La mayoría de ellos estallaron, dejando tras de sí solo fragmentos y desechos para volverse parte de aquel demonio, los más afortunados en su desgracia, quedaron atrás, mirando con lágrimas de horror y desolación. Tres de ellos, abrumados por la devastación y el desespero, lloraban impotentes, testigos solitarios del fin de su cruel ritual, rogado, suplicando, entregados aún a una errónea fe.

Pero el esqueleto no escuchaba sus lamentos, no le importaba sus súplicas; había utilizado a los sacrificios y a los cultistas sin ningún interés en su destino final. En todo Kirigakure, la carne de los cuerpos caídos comenzaba a desprenderse, como un espantoso desfile de restos que se diseminaban por toda la aldea. Shermie podría observar cómo la piel del anciano degollado frente a ella se despojaba de su cadáver y volaba, arrastrada por una fuerza invisible, hacia el este. Los enormes sacrificios ofrecidos por Saito en el muelle sufrían un destino similar. Las pieles y fragmentos de carne se desprendían de los cuerpos muertos y se unían en un siniestro peregrinaje. Kilos de carne y piel se entretejían alrededor del esqueleto, formando un grotesco tapiz que se amalgamaba en el cuerpo gigante frente a Sayuri, Saito y los prisioneros sobrevivientes.


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[Imagen: de4YwW7.md.jpg]

El esqueleto gigante ya no era solo un esqueleto; se había convertido en un cuerpo desnudo y completo, una grotesca amalgama de huesos y carne, que se erguía con una amenaza palpable. Levantando su mano derecha, la aldea entera comenzó a temblar bajo la presión de su presencia. Edificios enteros sucumbieron a la furia del titán: la casa de Issei perdió vigas y tejado, el centro comercial se desplomó en varias de sus paredes en cascadas de escombros, toneladas de acero y piedra se alzaron en el aire, comprimiéndose todas en la mano de aquel coloso se formaban juntas en un gigantesco Kanabō. Con una fuerza titánica, el cuerpo golpeó el suelo con su arma, provocando un nuevo terremoto que sacudió los cimientos de la aldea.

A medida que el caos se desataba, una capa de chakra salió del suelo y rodeó al monstruo, comenzando a formar sus ropas rojas con una precisión sobrenatural. Cabello blanco brotó de su cráneo, al igual que un par de cuerpos adicionales, ojos y dientes se materializaron. Finalmente, sus cuerdas vocales se desarrollaron por completo, y su voz resonó con una resonancia profunda y temblorosa, como un trueno que presagiaba el final de todo lo que había sido.

Ⱥł ӻīꞥ, ħē łłēꞡⱥđꝋ. La voz retumbó como el retumbar de un trueno lejano, una resonancia que parecía rasgar el mismo tejido del universo. Los cultistas sobrevivientes temblaban, sus cuerpos sacudidos por una ola de terror visceral, como si cada célula en ellos estuviera gritando en desesperación. Esta no era la voz que había impregnado sus mentes, un eco omnipresente que había sido el susurro de sus pesadillas más oscuras. Uno de ellos, con los ojos desorbitados y el aliento entrecortado, murmuró con una desesperación que apenas podía ocultar su pánico: “Él no es el prometido...

El gigantesco coloso, que había sido una figura imponente de diez metros, comenzó a comprimirse en una espiral de horror palpable, reduciéndose a una entidad de apenas tres metros de altura. Saito, en medio de este caos, podría reconocer aquella voz. La transformación del gigante en una forma aún más aterradora parecía desafiar la realidad misma, como si la naturaleza misma estuviera rompiéndose bajo la presión de su presencia. Un cultista, con una voz temblorosa y desalentada, sollozó: Él no es la muralla de energía... él es...

El gigante, ahora una figura compacta y temible, avanzaba con una lentitud casi cruel hacia el cultista que había pronunciado esas palabras fatídicas, mientras los otros dos corrían como animales acorralados, sus pasos llenos de desesperación. La atmósfera estaba cargada de un terror que se podía cortar con un cuchillo, la presión palpable como un manto opresivo. El cultista, en un último acto de desafío, balbuceó: “Él es...” pero sus palabras se desvanecieron en un grito ahogado cuando el demonio, con una fuerza sobrenatural, lo levantó del cuello de su túnica como si fuera una marioneta.

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[Imagen: de4Igna.jpg]
“Ɏꝋ ꞩꝋɏ...” dijo el demonio, su voz resonando con una frialdad que congelaba la sangre en las venas. El cultista, con un último susurro de desafío, murmuró: “Tú eres...” antes de que el demonio, con un gesto despiadado y brutal, lo arrojara lejos. El impacto contra el suelo fue un estallido de horror y sangre, una explosión grotesca que pintó el suelo con una sinfonía de muerte y desolación.

Con el campo de batalla bañado en un silencio sepulcral, el demonio dirigió su mirada hacia Saito, sus ojos ardían con una intensidad infernal que prometía tanto destrucción como revelación. 

Y̵̧̲͔̖̼̳̤̖̘̺̱͗͑̽͑́͛̽̃̂͋́̓̿̕͝͝ͅơ̵̧̨͇͎̳̳̖͙̣̬͍͓̘̼͍̞̖̓̆̌̂ ̴̛̫̙̽͛̂̒͂̀͐̌͠ş̸̹͕͓̖̘͍̤̙͙̺̘̾̀̏̀̉̅̃͒̚̕͜ơ̵̥̟͙̾͐̀̍̓̄͐y̸̧̪̩̰̪̺̱̟̞͗ͅ ̴̛̗̮̜̰̎̄̒̌̽͆͌̉̓͊̓̚͜ͅͅJ̴̡̝͙̥̯̫͚͆̿̋͆́̀̀̉̀́͂͘̚͠a̸̡̧̗̙͈̤͈͇̭̠͎͈̻͉͆s̵̯̋̆̉̿ḧ̶̬̲̬̦͓̦̟͍́̒́̂̎̽̅̈́̑̅͑̽̚͠i̷̦̩͆̓͘ǹ̷̢͚͇̩̘̺͒̐̿͛̈́̑͠,” 

- Pronunció con un tono que vibraba con el eco de la condenación, dejando claro que su llegada no era sino el preludio de un caos inimaginable y una tormenta de terror desatada.


Inicia Combate Final
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Boom... bang... boom... El sonido de las explosiones resonaba en sus oídos, mientras la sangre palpitante y el fervor del momento se apoderaban de ella. Una sonrisa malvada se dibujó en su rostro. Shermie, sumida en un éxtasis sangriento, no podía evitar sentirse viva en medio de tanta muerte. Su cuerpo estaba cubierto de aquel líquido carmesí, indiferente al ninja caído del cielo que trato de interponerse entre ella y su objetivo, el ya no era de su interés, y el mar de sangre que lo inundaba al igual que ella, ese mar de sangre seria su cobertura. Un anciano permanecía allí, observando la destrucción. A su alrededor, la gente huía despavorida, aquellos malditos sacrificios que ya habían dejado de ser útiles.

[Imagen: __kazama_iroha_and_kazama_iroha_hololive...faebb6.jpg]

Las ansias por la sangre, la electricidad recorriendo su cuerpo, la mantenían en un estado de locura. Estaba rota por dentro, pero eso no importaba. Lo realmente importante era cómo haría sentir a sus víctimas.

La voz en su conciencia, siempre exigiendo más sangre, había cesado. Ya no importaba. Shermie le había prometido un acto de caos como este, y no seguir sus impulsos sería una blasfemia, una traición a su propia naturaleza. Su sonrisa se transformó en una mueca macabra que marcaba el compás de la muerte. En un parpadeo, apareció detrás del anciano, su mano derecha cubierta de sangre, con las uñas largas y tensas. De pronto, la sangre brotó del cuello del hombre, cayendo en el limbo luego de una muerte rápida en medio de tanta confusión.

Nagai Kugi


Rápidamente, Shermie corrió ignorando a quienes quedaban detrás, eliminando al anciano que se desintegraba igual que su compañero previamente asesinado. Sus pasos fueron cubiertos con explosiones de sangre proclamadas por los cultistas quienes no paraban de morir uno tras otro. No, esta mujer no tenía piedad. Salió del centro comercial tal cual Carrie, cubierta de sangre, pero con una risa maquiavélica y una felicidad absoluta en busca de aquellos niños, esos sacrificios que intentaban escapar. Dos de ellos cayeron fácilmente bajo su mirada despiadada.

[Imagen: __shermie_the_king_of_fighters_and_1_mor...45aec6.jpg]

En un instante, sus gritos de terror fueron silenciados. Shermie, ahora en el techo del centro comercial, cargaba los cuerpos inertes de sus víctimas, y tras dejarlos caer, estos se desintegraron y viajaron hacia el Este, hacia donde su dios la aguardaba. Los siguió con la mirada, pero no para dar con Jashin, sino para encontrar a su última presa, quien corría desesperadamente.

Te encontré - murmuró Shermie, ofreciéndole una ultima sonrisa, mientras se disponía a correr en su caza infernal, decidida a dar caza al último cuerpo que ofrecería en sacrificio.


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