[EVENTO GLOBAL] R.E.S.E.T: El Ocaso de Iwagakure
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Última modificación: 06-08-2024, 05:05 PM por Kyoshiro.
R.E.S.E.T: El Ocaso de Iwagakure

REGIÓN 1: OESTE
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La barrera roja del R.E.S.E.T. avanzaba implacable hacia Iwagakure no Sato, desintegrando todo a su paso con un resplandor carmesí y silencioso. Los edificios tallados en la roca, símbolos de una historia de resistencia y fortaleza, se convertían en polvo brillante, desvaneciéndose en el aire como si nunca hubiesen existido. Las cavernas y galerías subterráneas, que una vez ofrecieron refugio y esperanza, colapsaban en un suspiro final, llevándose con ellas las vidas y memorias de generaciones. Los trenes de hierro, orgullo de la innovación industrial, se desintegraban en una cascada de chispas, dejando tras de sí un vacío desolador. Las titánicas compuertas de la aldea, guardianas de su comercio y riqueza, se desmoronaban como castillos de arena, mientras el llanto de los que aún resistían se perdía en el estruendo sordo de la destrucción. En el nivel superior, medio e inferior, no había distinción; la barrera consumía por igual a nobles, trabajadores y renegados.

El cielo, que una vez fue testigo de los días de gloria y los atardeceres dorados de Iwagakure, ahora se teñía de un rojo sangriento, reflejando el dolor y la desesperanza de una ciudad que se desvanecía. Los monumentos arquitectónicos, obras maestras de los clanes más poderosos, se desplomaban como juguetes rotos, y las calles, que alguna vez estuvieron llenas de vida y comercio, se llenaban de polvo y silencio mortal. Las voces de los ancianos que contaban historias de tiempos pasados se apagaban, y las risas de los niños se transformaban en llantos ahogados mientras la barrera los envolvía sin piedad. Los artesanos, cuyo trabajo había convertido a la aldea en un faro de innovación, miraban impotentes cómo sus sueños se desmoronaban ante sus ojos, sus manos incapaces de detener lo inevitable.

Las últimas luces de esperanza se extinguían una a una, dejando a la ciudad sumida en una oscuridad abrumadora. La barrera no discriminaba, llevando consigo los sueños de una sociedad que había aspirado a grandeza y prosperidad. Los supervivientes, aquellos que habían logrado huir, llevaban consigo el dolor de los recuerdos perdidos, las promesas incumplidas y el eco de las vidas que ya no estaban. Iwagakure, una vez una potencia industrial y cultural, se desvanecía en una escena de desolación y tristeza infinita, llevándose consigo las últimas esperanzas de sus habitantes en un mar de lágrimas y desesperación. Cada rincón de la aldea resonaba con el lamento de lo que fue y de lo que jamás volvería a ser, mientras el resplandor carmesí continuaba su avance inexorable, borrando toda huella de su existencia.


El aire estaba cargado de cenizas y el sonido de la barrera antimatérea del R.E.S.E.T. rugía implacable, consumiendo todo a su paso. En medio del caos de Iwagakure no Sato, una madre corría con desesperación por las calles destrozadas de la ciudad, su hija de tres años apretada contra su pecho y su hijo de cuatro años agarrado a su falda, tropezando y llorando. Cada paso era una lucha contra el miedo y el dolor. Detrás de ella, la figura de su padre enfermo se desvanecía, tragado por la pared roja de energía que lo desintegraba en partículas brillantes, como el polvo del pasado que se lleva el viento. El la miró alejarse, lamentándose que su dificultad en creer la realidad se había pasado a su hija. Se lamentó estar en cama, sin poder moverse, y haber hecho que su hija se quedara con él. Ella lo vio desaparecer, su rostro arrugado de dolor y resignación deshaciéndose en un destello efímero, un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida. No había tiempo para llorar, solo para correr.

Capítulo 1: Desesperación
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Llegó a la entrada de la aldea, donde la última carroza estaba a punto de partir, llena de los pocos que lograron escapar. Decenas de carrozas ya habían partido y se veían a lo lejos, esta era la última oportunidad. La barrera se acercaba con una rapidez aterradora, y aquellos que alguna vez dudaron de su existencia ahora no podían negar la realidad que los envolvía. La madre, con el sudor y las lágrimas mezclándose en su rostro, gritó con todas sus fuerzas, suplicando por un espacio en la carroza que podría salvar a sus hijos. Pero solo había un lugar disponible. En un acto de desesperación y amor desgarrador, decidió entregar a su pequeña hija a los brazos de un desconocido en la carroza, asegurándose de que al menos ella tendría una oportunidad. La madre se quedó atrás, con su hijo mayor aferrándose a ella, sus ojos llenos de miedo y confusión. La carroza comenzó a moverse, llevándose a su hija mientras ella extendía los brazos y gritaba, su voz rota por el dolor y la impotencia.

La madre miró a su hijo, su pequeño rostro lleno de lágrimas y temor. "Mami ¿Y yo?" preguntó, su voz temblorosa y llena de un dolor que ninguna madre debería escuchar. Ella cayó de rodillas, abrazándolo con fuerza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. "Te amo tanto, mi niño," susurró, su voz quebrada por el llanto. "Perdón" La barrera roja se cernía sobre ellos, el rugido de su destrucción cada vez más cercano. En sus últimos momentos, la madre besó la frente de su hijo, cerrando los ojos mientras la barrera los alcanzaba, deshaciéndolos en una lluvia de partículas brillantes. La imagen de su hija siendo llevada por la carroza fue lo último que vio, su grito de desesperación resonando en el vacío. La barrera los envolvió, y en un instante, madre e hijo se desvanecieron, dejando solo el eco de su amor y su sacrificio en el aire.

Horas después...

La carroza se desplazaba rápidamente, impulsada por la avanzada tecnología arrancada del sistema ferroviario de Iwagakure. La barrera roja del R.E.S.E.T. seguía rugiendo detrás de ellos, una amenaza constante e implacable. A pesar de su velocidad, el resplandor carmesí de la barrera nunca desaparecía de vista, siempre visible en el horizonte, como un recordatorio perpetuo del cataclismo que habían dejado atrás. La carroza avanzaba, pero el terror de la destrucción inminente seguía persiguiéndolos.

En su trayecto, la carroza solitaria finalmente alcanzó a las otras 32 carrozas que habían partido antes. Estas carrozas, cada una única en su ocupación y propósito, estaban llenas de una población muy diversa. Las más finas y elaboradas carrozas estaban repletas de aquellos de la clase más alta de Iwagakure, quienes se habían rehusado a abandonar sus riquezas hasta el último momento. Oro, joyas, y obras de arte sobresalían de las ventanas, símbolos de una opulencia que ya no tenía significado frente a la aniquilación que se aproximaba. En esas carrozas, los ricos aún mantenían un aire de incredulidad, sus ojos vacíos reflejaban la desesperanza y la pérdida irremediable de todo lo que alguna vez valoraron.

Otras carrozas estaban llenas de personas que, a pesar de haber sobrevivido al primer destello rojo que erradicó al 95% de la población, nunca habían creído completamente en la amenaza de la barrera. Habían permanecido en Iwagakure, escépticos, aferrándose a una rutina y a un sentido de normalidad que ya no existía. Solo cuando la barrera apareció en el horizonte hace unas horas, moviéndose implacablemente hacia ellos, se vieron obligados a aceptar la realidad y huir. Sus rostros, marcados por el miedo y la sorpresa, mostraban la incredulidad transformada en terror puro. Niños y ancianos se mezclaban, todos unidos por una desesperación común mientras miraban hacia atrás, viendo la barrera que seguía avanzando.

En algunas de las carrozas viajaban cirqueros, militares y rebeldes que, por diferentes razones, no habían podido huir antes. Los cirqueros, con sus atuendos coloridos y su equipo de espectáculo, parecían fuera de lugar en el contexto de destrucción. Sin embargo, sus rostros reflejaban una tristeza y una resignación profundas. Los militares, curtidos y serios, miraban hacia el horizonte con una determinación tensa, sabiendo que no podían hacer nada para detener la barrera. Los rebeldes, que habían luchado por sus ideales, ahora se encontraban unidos con aquellos a quienes alguna vez habían visto como enemigos, todos intentando escapar del mismo destino implacable.

Carrozas motorizadas
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Al caer la tarde, las carrozas se dirigían a toda prisa hacia Konoha, el supuesto sitio de escape. La madre, desde su posición en la última carroza, veía las filas de vehículos motorizados moverse con desesperación a través del paisaje desolado. El cielo se teñía de naranja y púrpura mientras el sol se ponía, y la barrera roja, aunque más distante, seguía siendo un recordatorio constante de la catástrofe inminente. La esperanza de llegar a Konoha mantenía a los sobrevivientes en movimiento, pero la sombra de la barrera se cernía sobre ellos, una amenaza silenciosa que nunca desaparecía completamente de sus mentes. Cada kilómetro que avanzaban era una lucha contra el tiempo y el destino, mientras el resplandor carmesí persistía en el horizonte, una marca indeleble de la tragedia que habían dejado atrás.


Código:
1- Hola a todos. Los que quieran unirse, tienen hasta el domingo 11 para postear
2- Después del domingo, las rondas serán cada 72 horas.
3- De no hacerlo, y donde se encuentre el personaje en ese momento, puede que sea consumido por la onda antimateria de R.E.S.E.T. En caso de ser así, tienen 1 turno extra para huir o morir. 
4- Si no postean y no están en riesgo de ser consumidos directamente, usaremos un sistema de 3 strikes. Cada strike los acercará más a la barrera.
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El destino era muy caprichoso, de eso no había ninguna duda, y es que para algunos el color rojo evocaba al amor, pero para toda la gente del país de la Tierra significaba la muerte. ¿Por qué? Era un misterio para las personas que sobrevivieron a la primera ola de bajas, incluyendo a un desconcertado Kano ¿Cómo estaba pasando todo eso? ¿Qué era esa luz roja? ¿Lograrán escapar? Eran de las preguntas que se asomaban por los pensamientos del Rokushi. No tenía ni idea de que su vida podría terminar de esa forma, sobre todo porque al final de todo, nunca pudo conseguir a nadie más que perteneciese a su clan. 

Tal vez para muchos el pensar eso era algo insignificante, y realmente lo era, pero para el puberto de cabellos negros era inevitable pensar en eso. Sus ojos habían visto pocas cosas, algo natural debido a su corta edad, pero el simple hecho de ver a la gente correr mientras otros desaparecían era algo aterrador. Cosa curiosa, pues era increíble como el joven había pasado de la felicidad de estar con su familia, a la ansiedad que le provocaba toda la situación actual, la presión por intentar sobrevivir a una catástrofe. 

Sus viajes por los distintos países de la era actual se habían detenido, esto debido a que Kano visitaba regularmente a su familia del circo, para compartir con ellos, saber que estaban bien, además de participar en las fabulosas presentaciones que estos hacían. Y precisamente fue en una última visita al circo que la luz roja caería sobre todo el mundo, desintegrando a gran cantidad de la población, incluyendo a una buena parte de los cirqueros. Fue terrible para todos, no solo porque habían desaparecido sin dejar rastro, sino que siendo un poco egoístas, el circo se encontraba en la aldea de Iwagakure no Sato para ofrecer un gran espectáculo que era super importante. Evidentemente, no se pudo celebrar nada, pero el caos comenzó a reinar sobre todo el paraje que en algún momento fue una gran fortaleza natural. 

Un estado de shock se apoderó del pobre Kano al momento del primer suceso, y es que aún seguía siendo un niño a pesar de todo lo que maduró durante el tiempo que viajó solo. Sus padres fueron un gran apoyo para él, cosa que alguna forma agradeció el cirquero menor, pues sus dos progenitores estaban vivos aún. No todos corrieron con esa suerte que tuvieron ellos y el dueño del circo, un hombre regordete que, pese a todo lo que podrían decir él, era un líder muy preocupado por su gente, y es que no por nada entre ellos se trataban como una familia. Para este hombre todo era importante, desde sus compañeros hasta sus animales (Al menos los que habían sobrevivido); pero eso no quitó que el sujeto intentó aguardar un par de días dentro de Iwagakure, esto con la esperanza de que la luz roja desapareciera, aunque esto evidentemente no sucedió...


En la actualidad...


Yacía sentado dentro de una de las tantas carretas que estaban siendo usadas para huir de la infernal luz roja, su cabeza estaba cabizbaja con total desgano, y es que hasta hace unos minutos estaba medianamente bien pero algo pasó, había perdido a su madre por culpa de la cobardía de aquel que los dirigía. Este último era el dueño, señor ya mencionado que llegaría llorando a montarse en la carreta en su momento, con los ojos llorosos solo pudiendo decir que no había podido salvar a Evelyn de la luz... ella era la madre de Kano, una mujer de gran picardía que siempre veló por él mismo y por su seguridad. Ya estaba a salvo y en dirección al punto de extracción, pero eso no significaba nada, cosa que se veía en su actuar, pues no había dejado de llorar en silencio y con la cabeza mirando a sus rodillas desde que comenzó el viaje. Su padre, por su parte, se encontraba mucho más molesto con el dueño del circo, cosa que era natural teniendo en cuenta toda la situación que se estaba viviendo en ese momento... no quería decir nada de lo que pasó realmente, limitándose a decir que todo había sido un accidente. ¿Un accidente? Eso era una total ridiculez, o al menos así pensaban los más cercanos a la ya desaparecida, y aunque así fuese, el dolor de la pérdida no les hacía pensar con claridad - ¡Tuviste que salvarla! - decía el padre de Kano en forma de reclamo al cirquero mayor, haciéndolo ya por enésima vez desde que habían comenzado a escapar de Iwagakure - Es... Está bien... No pude salvarla. E-ella se tropezó y de verdad que no podía detenerme... - una confesión había salido a la luz, cosa que para algunos era clara y para otros no tanto. 

Su mirada se levantó al escuchar esas palabras, los ojos de nuestro protagonista llevaban una mezcla entre rabia, ira, tristeza, cosa que no era para menos en esa circunstancia... - ¡Debiste salvarla! - gritó el menor de los cirqueros, subiendo su mirada al tiempo que daba un par de pasos rápidos hasta estar cerca del susodicho - Lo lamento - comenzó a llorar el hombre mientras caía de rodillas, y es que de verdad le dolía la pérdida de uno de sus familiares, le dolía su cobardía... El Rokushi por su parte, no hizo nada más que seguir llorando con el hombre de rodillas frente a él,  con lágrimas de resignación total, pues ya no había más nada que hacer. No subió la mirada, sin siquiera importarle quién más estaba allí en esa carroza, ya no importaba más nada, ya iban hacia su salvación, o al menos eso creía él, ya que el destino, como se dijo al principio, podía ser muy caprichoso...
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En medio del caos y la desesperación de la huida, cada carroza, con espacio solo para cinco personas, se convierte en un pequeño santuario de dolor compartido. Azuli, una panadera de apenas 15 años, se encuentra en esta carroza junto a Kano, el cirquero abatido, el padre furioso y el chofer del vehículo. A medida que el vehículo avanza con velocidad frenética, Azuli observa con un corazón roto el drama que se despliega a su alrededor. La desesperación de Kano, desgarrado por la pérdida de su madre, y el sufrimiento del cirquero, incapaz de consolarse por su fracaso, llenan el aire con una tristeza palpable. El padre de Kano, consumido por la ira y el duelo, lanza reproches que reverberan en el pequeño espacio, mientras el resplandor carmesí de la barrera roja se cierne implacable en el horizonte. Azuli, con el delantal aún manchado de harina, siente que cada lágrima y sollozo de sus compañeros son una punzada en su propio ser, convirtiéndose en un testigo silencioso de una tragedia inmensa y compartida.

Azuli
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Azuli, con el corazón apesadumbrado, observa a Kano sumido en su dolor y, con un gesto tembloroso, saca un pedazo de pan de su pequeño saco. La luz de la carroza ilumina el pan con un resplandor tenue, como un rayo de esperanza en medio de la desesperanza. "Lo- lo lamento...," dice Azuli, su voz quebrada por el dolor. "Yo t-también perdí a todos mis amigos y familiares hace un mes. Conozco el peso de la pérdida y la tristeza que sientes y...." Mientras las lágrimas aún brillan en sus ojos, le ofrece el pan, un gesto de compasión en medio del caos. Toda la comida debió ser repartida al inicio para la carroza de alimentos, pero ella se había guardado un poco para el camino. Mi mamá siempre decía que no hay nada como un bocado para calmar las penas." Coloca el pan en las manos de Kano con delicadeza para dejar sus manos libres y secarse sus propias lágrimas, sabiendo que el dolor de la pérdida es reciente y profundo. 

En la desesperada huida de Iwagakure, 32 carrozas se desplazan a toda prisa, cada una con un propósito y carga distinta. Cuatro de estas carrozas están llenas de provisiones: alimentos y agua, esenciales para la supervivencia en un viaje incierto. Dos carrozas se han convertido en depósitos de joyas y oro, cargadas con la opulencia que alguna vez definió a la ciudad. En estas seis carrozas, los únicos ocupantes son los conductores, encargados de transportar las riquezas y suministros vitales. Las restantes 26 carrozas están abarrotadas de personas, cada una llevando cinco pasajeros y un conductor, haciendo un total de 156 almas, exceptuando la carroza de Kano, que aún tiene un espacio vacío. En total, entre las 32 carrozas, hay 162 personas, cada una cargando su propio peso de dolor y esperanza, mientras la barrera roja sigue su implacable avance, borrando las huellas de lo que una vez fue Iwagakure.

Tensai Kikai, el maestro de las carrozas motorizadas y el cerebro detrás de la última versión del ferrocarril de Iwagakure, se alza como una figura solemne en la primera carroza. Su cabeza calva y su barba roja pero canosa contrastan con los gruesos lentes que amplifican la angustia reflejada en sus ojos. Con un telescopio portátil en mano, escudriña el horizonte con una intensidad casi palpable, mientras a su lado, Shika, su leal compañero, examina frenéticamente un mapa proyectado en una computadora de mano. Los puntos rojos que parpadean en la pantalla representan los puestos que han caído uno tras otro ante la implacable barrera. Tensai, con voz grave y cargada de preocupación, interroga a Shika sobre la distancia y la velocidad de la amenaza que avanza inexorablemente. Se analñizan los puestos en el mapa que van desapareciendo. Primero el puesto A, 5 minutos después, el puesto B.  En un instante de cálculos rápidos y precisión angustiosa, Tensai deduce que la barrera avanza a 24 km/h, situándose ahora a 75 kilómetros de distancia. Ellos viajan a 114km/h. Deberían estar a salvo si el plan se mantiene a pie.

Tensai
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Tensei pregunta ¿Cuánto tiempo pueden detenerse? El tiempo para la pausa es breve pero esencial. Tensai se toma un momento para calcular, y Shika le confirma que, a la velocidad de 114 km/h, pueden detenerse durante 55 minutos antes de que la barrera se acerque peligrosamente. Si se detienen exactamente esos 55minutos y luego mantienen su ritmo durante tres horas, podrían aumentar la distancia a 270 kilómetros, proporcionando un respiro momentáneo. Con una determinación implacable, Tensai toma el micrófono y envía un mensaje resonante a través del pequeño parlante de cada carroza. “Atención a todos,” su voz retumba con la urgencia de una última esperanza. “Nos detendremos brevemente para verificar el estado de las carrozas, permitir que todos usen el baño y coman algo. Partiremos nuevamente pronto; no podemos esperar a nadie.” Su mensaje, cargado de una solemne esperanza, se disuelve en el aire, mientras el rugido de las carrozas se apaga momentáneamente en medio del desolado paisaje.

A medida que la primera carroza reduce su velocidad y se detiene, una sensación de alivio envuelve a los pasajeros mientras comienzan a descender. El sonido del frenado resuena a través del aire cargado de tensión, y las puertas se abren con un chirrido que suena a una pequeña promesa de respiro. Las personas bajan con pasos vacilantes, estirando músculos adoloridos y tratando de sacudirse el peso de la desesperanza que han llevado durante tanto tiempo. Llantos se entrelazan con murmullos de conversación, algunos compartiendo sus miedos y ansiedades con los choferes y el personal a cargo, buscando consuelo en la compañía de otros sobrevivientes. Los adinerados, envueltos en su propio manto de indiferencia y desdén, permanecen recluidos en sus carrozas opulentas, ajenos al torbellino emocional que se desata a su alrededor. Mientras tanto, Tensai Kikai y su equipo se mueven de un lado a otro, revisando meticulosamente cada carroza con una atención casi obsesiva. Sus movimientos son precisos y urgentes, como si en cada inspección residiera la esperanza de un futuro menos sombrío, mientras las sombras de la barrera se ciernen implacablemente sobre ellos.

Resumen


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Nunca se imaginó sentirse así tan mal como en ese momento, había perdido a su madre, cosa que se le notaba en su expresión triste y su rostro lleno de lágrimas. No sabía muy bien qué seguiría en su vida, se sentía tan perdido, y es que dolor que sentía para sus adentros era algo totalmente indescriptible para Kano. No decía ni una sola palabra en esos segundos, hasta que decidió apartarse del dueño del circo en señal de resignación total, y es que ya no quedaba nada más que se pudiera hacer con respecto a su madre...

No obstante, una voz femenina se hizo presente en todo drama, y es que con su llegada apresurada a la carroza y la ansiedad que tenía porque llegará su mamá, Kano no se había percatado de la linda muchacha de cabellos rubios y facciones finas que también se encontraba allí con ellos. Al verla no pudo evitar mirar su rostro por unos pocos segundos, y es que realmente le parecía muy bonita, aunque realmente su rostro lleno de lágrimas y lo que estaba sintiendo en ese momento le hacía sentir raro - G-gracias... - nuestro protagonista no pudo decir nada más, principalmente porque no sabía qué decir. No era el único que estaba pasando por una situación difícil, cosa que para él, en su propio dolor no podía ver  - Muchas gracias, de verdad - bajó su mirada por un segundo para mirar el trozo de pan que le habían dado, solo para caer en cuenta en algo y subir su vista hacia el rostro de la joven frente a él. 

Se secó las lágrimas rápidamente con la zurda en señal de vergüenza, y es que cómo era posible que él estaba siendo incapaz de soportar su pérdida y ella que había perdido mucho más, estaba siendo mucho más fuerte que él - Lamento lo de tu familia - diría ya entrando en un estado que poco a poco le calmaba, muy a pesar de todo lo que estaba pasando - Me llamo Kano ¿Y tú? - intentaba ser lo más amable que podía, aunque la verdad era que su voz se escuchaba débil, como si algo muy en el interior de él se hubiese roto (Como evidentemente sucedió). No obstante, había algo en ella que le daba algo de brillo a toda esa oscuridad que se había apoderado en unos minutos - Seguro nos podremos salvar... - bajó sus orbes por unos segundos para mirar al suelo, casi como si tratara de ocultar su mar de contrariedades: Comenzando con su necesidad por sobrevivir para estar con su padre, con la ausencia de su figura más querida y la aparición de esa muchacha tan linda que no hacía más que provocar más confusiones en lo que sentía el Rokushi. 

Dio un pequeño suspiro antes de subir la mirada y ponerla al nivel de la fémina, examinando sus ojos como si de un escáner se tratara - Toma - diría por lo bajo al tiempo tomaba el pan recibido por ella y lo partía a la mitad, esto con la intención y acción de darle la mitad a ella misma - Si lo estabas guardando es porque debes tener hambre - se lo posó en sus delicadas manos al tiempo que trató de esbozar una pequeña sonrisa, aunque la verdad sea dicha, no pudo hacerlo en ese momento - Está muy bueno - diría tratando de ser lo más empático posible, dando un pequeño bocado al pan. Trataba de ser lo más amable que podía, pero no estaba en las mejores condiciones en ese momento - Guardaré un poco para más tarde - diría mientras hacia lo dicho, colocando el pequeño pedazo de pan que sobró, lleno de tanto sus lágrimas como las de ella, en el bolsillo interno derecho de su chaqueta gris.

Pasaron unos segundos donde la tensión del ambiente se mantenía a flor de piel, y es que el padre de Kano poco a poco se iba calmando, aunque su mirada de ira dirigida al dueño del circo no cesaba. Este último ya se había sentado con una mirada y expresión de deshonra, aunque esto no evitaba que los orbes del Rokushi mayor se le clavaban como cuchillos a una pared. No obstante, una voz masculina se hizo presente en la carroza, interrumpiendo todo lo que estaba ocurriendo - ¿Nos vamos a detener? - eso era algo impensable para el adolescente, y es que eso no le parecía muy buena idea, teniendo en cuenta la cantidad de personas que ya habían fallecido hasta ahora ¿Buscaban más bajas? Eso era lo que parecía, al menos para el pensamiento de Kano en un primer momento - Nada tendrá sentido si todos nos morimos de hambre... - la voz del dueño del circo salió a la luz, llevándose una mirada matadora por parte del shinobi que se fusionaba con los materiales - Hijo... deberías aprovechar de salir con tu amiga. Debe estar cansada del viaje - la voz del padre, ya un poco más calmada, sugirió lo más normal en esos caso - Está bien... - no dijo nada más antes de volver a mirar a la fémina - ¿Me acompañas? - fue una pregunta un tanto rara, y es que la situación actual del protagonista no era la más óptima, pero la verdad sea dicha, no quería quedarse solo en ese momento. 

Apenas abrieron la puerta, el sonido despertó, los sentidos del pelinegro se agudizaron, volteando a la entrada al ver la luz del día y la tierra. Al salir pudo notar como ya algunas personas estaban afuera, otras estaban dentro, unas llorando, otras calladas; todo era tan trágico como desesperante. No obstante, Kano debía de buscar algo de comer, tanto para él, como para su padre y para la linda muchacha que por fortuna del destino, los estaba acompañando - ¿Será él? - dijo por lo bajo mientras veía a un hombre calvo y de barba prominente acercarse - Oiga ¿Usted sabe dónde hay algo de comida? - preguntó apenas este se acercó a la puerta de la carroza donde viajaban Azuli y Kano.
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Me llamo Azuli- Dijo mientras observaba a Kano desde su rincón en la carroza, sintiendo la gravedad de su dolor como un peso que compartía. La voz de Kano, llena de desconsuelo y pérdida, resonaba en su mente, su dolor era algo que ella comprendía profundamente.  Cuando Kano, en su intento de ser amable, le dijo que tal vez podrían salvarse, Azuli le ofreció una sonrisa, pero era una sonrisa vacía, casi forzada, porque algo en ella no le permitía creer que eso fuera posible. Apenas estaba conociendo a Kano, y sentía que el chico tenía buenas intenciones con sus palabras; pero la esperanza que intentaba transmitirle se sentía tan lejana, casi irreal, en medio de la devastación que los rodeaba. Sin embargo, decidió no decir nada, dejando que el silencio hablara por ella mientras compartían un momento de conexión en medio de la tragedia.

Cuando él intentó devolverle la mitad del pan que ella le había ofrecido, Azuli negó suavemente con la cabeza y, con una voz temblorosa pero firme, le explicó:
No, tranquilo, es tuyo. Lo llevaba porque…. Bueno… ¿Sabes por qué me quedé atrás cuando todos huyeron? No sé si lo sepas, pero hace unas semanas se supone que habría un gran espectáculo en Iwa…Mi familia... nos habían contratado para hacer la repostería. Íbamos a tener música, cirqueros, un evento increíble. Pero todo eso se vino abajo cuando...ya sabes. Me quedé con montones de materiales, y en lugar de irme con los demás, decidí quedarme para usar esos ingredientes. Pasé este último mes cocinando para los que no podían irse: los enfermos, los viejos, tu sabes… gente que no tenía otra opción más que esperar. Me gusta creer que con cada pedazo de pan que hacía, podía darles un poco de consuelo para ellos, y ahora, Kano, es todo lo que puedo ofrecerte para aliviar, aunque sea un poco, el dolor que llevas dentro.

En ese momento, les llegó el anuncio. Azuli levantó la vista sorprendida cuando escuchó la noticia de que se detendrían. La idea le pareció extraña al principio, dado el peligro constante que los perseguía, pero las palabras de los hombres en la carroza, hablando sobre la necesidad de comer y descansar, comenzaron a resonar con sentido. Cuando Kano la miró y le invitó a salir, ella dudó por un instante, pero al ver la súplica en sus ojos, asintió suavemente y aceptó. Necesitaban ese respiro, aunque fuera breve, y quizás, en ese pequeño instante de calma, encontrarían la fuerza para continuar.

Tensai, Shikai y los demás conductores comenzaban a examinar las carrozas. Al acercarse a la suya y al ver a Kano y Azuli salir de la carroza, dirigió su mirada hacia Kano por un instante cuando este le preguntó por alimentos. Tensei le iba a responder, pero rápidamente su atención se centró en Azuli. Con una leve sonrisa, se inclinó levemente en señal de respeto y le dijo: "Señorita Azuli, es un gusto verla de nuevo. Quería agradecerte nuevamente por cuidar de mí cuando estaba enfermo. ¿Sabes chico? Si no fuera por su amabilidad y por la comida que me dio, no habría tenido la fuerza para curarme y terminar de construir estas carrozas." - Dijo cambiando su atención hacia Kano en medio de sus palabras.

Azuli le devolvió una sonrisa, aunque fugaz, y respondió con sencillez: "Me alegra que estés mejor, Tensai. Hice lo que pude."

Tensai luego se volvió hacia Kano y añadió: "Sin ella, muchacho, ninguno de nosotros estaría aquí. "

En ese entonces, antes de que alguno pudiera responder, Shikai, el asistente de Tensai, lo llamó desde la carroza anterior, apremiándolo con urgencia. Tensai asintió hacia su dirección y luego se disculpó con ambos. "Debo irme, hay mucho por hacer. Y si chico... Si necesitan provisiones, la carroza amarilla está distribuyendo agua y pan. Diríjanse allí y no olviden apuntarse en la lista."

Con un último gesto de cortesía, Tensai se apresuró a atender los asuntos urgentes, dejando a Kano y Azuli en el umbral de la carroza, observando cómo la gente formaba filas para recibir sus raciones. La persona en la carroza amarilla, con una hoja en mano, registraba el número de carroza, nombre y entregaba una botella de agua grande y una bolsa de pan, indicando que eso debía bastar por ahora por carroza.

Mientras Tensai y Shikai se alejaban, Kano podría notar que desde el frente de la carroza más cercana, ambos hombres parecían sumidos en una conversación tensa. Shikai, visiblemente nervioso, susurraba algo con rapidez, haciendo muchos gestos con las manos, mientras Tensai mantenía un semblante serio, preocupado, y comenzaba a manipular el motor de la carroza anterior a la de Kano y Azuli. 

Azuli, comenzó a caminar hacia la carroza amarilla, esperando que Kano la siguiera. Aunque no tenía hambre, sabía que necesitaban agua para continuar. Mientras pasaban junto a Tensai y Shikai, las palabras de Shikai, llenas de temor, llegaron a sus oídos: "A como mucho, unas dos horas, luego puede que el motor…" Tensai lo interrumpió en ese momento, permitiendo que Azuli y Kano pasaran sin más explicaciones. Sin embargo, la inquietud que habían presenciado quedó en el aire, como una sombra sobre la jornada.

"¿Crees que nos acepten en Konoha?" Le preguntaría Azuli a Kano en voz baja, con una mezcla de curiosidad y cautela. 

La barrera antienergía se movía con una calma implacable, avanzando como una sombra imparable que se arrastra a lo lejos. Mientras tanto, la atmósfera estaba cargada de una melancolía palpable; el horizonte se desvanecía en un gris inquietante. Los choferes de las carrozas, en un frenesí de desesperación, revisaban cada llanta y ajustaban motores con una prisa frenética, como si cada giro de una tuerca pudiera cambiar el destino. Los rostros tensos y la atmósfera cargada hablaban de una verdad amarga: aunque el trabajo seguía, la sensación de perdición era casi tangible. La barrera, inmutable y voraz, avanzaba inexorablemente, una sinfonía siniestra del destino que se avecinaba, y la pregunta desesperada de si escaparían del horror se repetía en cada latido del motor, en cada aliento compartido. A cada paso que daban, la tensión crecía, y aunque los preparativos continuaban, una pregunta inquietante persistía en la mente de todos: ¿sería suficiente para escapar de lo inevitable?

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La vida de Muki había alcanzado una calma que parecía infinita, un estado de paz en el que había olvidado el sentido de la vida y la muerte, y lo que significaba vivir en comunidad. Ella se dedicaba por completo a hacer felices a sus hijos, Loki y Morrigan, que apenas tenían unos meses de vida. Los pequeños jugaban entre los brazos de Muki y su compañera, Kumoko y la reina de las arañas, Jorogumo.

Jorogumo y Kumoko eran un gran apoyo para Muki, una verdadera ayuda en la maternidad. En los últimos meses, durante su exilio, Kumoko había sido un pilar para Muki, mientras que Jorogumo actuaba como una madre para la misma, y una abuela para sus crias. La kunoichi encontraba consuelo en recostarse entre las patas de Jorogumo, desnudando su alma mientras cuidaba a sus bendiciones. Dormir entre las arañas se había convertido en un sueño de calma inigualable.

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Sin embargo, muchas noches pasaba en vela, tratando de entender cómo calmar a sus hijos, cómo hacer que dejaran de llorar. A pesar de sus esfuerzos, Muki nunca tendría esa hormona de maternidad, ese aroma a madre que sus hijos buscaban. Nunca sería Akami, siempre sería el reemplazo, la que suplanta, la que llora y desespera. Pero así es la maternidad, ¿no?

Muki generalmente no perdía la calma, y a menudo recibía ayuda de las arañas del bosque que se había convertido en su nuevo hogar. Los consejos de Kumoko eran útiles, pero esta vez, la reina de las arañas parecía haber amanecido con el pie (o patas) izquierdo. Su consejo ante el llanto de madrugada fue - Cómeles las cabezas - Muki, enojada y alterada, se levantó de sus aposentos, dejando a ambos niños llorando y pidiendo a su verdadera madre, no a ella. Kumoko intentaba calmar a los niños con chistes y caras, pero no la querían a ella tampoco - Heey... Muki... ¿qué hacemos? Ya no comen la fórmula que les preparaste - dijo Kumoko desesperada - ¡Cállate! ¡Déjame pensar! - respondió Muki, enfadada - ¡Aaah, me tienes harta! ¡Tú y tus comentarios! ¡No somos arañas, no nos comemos las cabezas! - gritó, mientras movía los brazos con desenfreno, golpeando el suelo con el pie y cerrando los ojos, buscando el vacío, la soledad, la calma que no encontraba... hasta que de repente... lo encontró... ya no habían más sonidos de arañas a su alrededor, ya no se escuchaban los llantos... ya Kumoko no le hablaba al oído... y tampoco... nadie más... estaba para apoyarla...

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No se enteró de nada más. Su retorno a Iwagakure fue peculiarmente poco celebrado. Estaba sola, sin Kumoko, sin sus hijos, desamparada, una kunoichi que lo había perdido todo, sumida en una depresión profunda. Su rostro estaba seco de lágrimas, su piel deteriorada, su cabello rojo desaliñado. El ojo que había perdido en combate, su cuerpo, más trozos que carne, parecía un zombie oculto entre los transeúntes, si es que eso aún se podía considerar humanidad. El escape parecía ser la única opción. Tomó una de las carretas y buscó refugio, ocultando su ser de la vista de la humanidad. No podía contenerse a sí misma ni a los demás, pero eso no era lo importante para ella. Lo que realmente importaba era que, al igual que ella, los demás también habían sufrido.

Su viaje fue tranquilo, sin llamar realmente la atención. Al bajar de la carreta amarilla, con sus habilidades ocultas, al pasar cerca de la carreta amarilla, alzó la mano. Una pantalla táctil apareció frente a su rostro, y con algunos clics, hizo aparecer kilos de pan, queso y jamón, junto con bidones de agua que dejó a disposición de quienes se encargaban de distribuirlos. - P... por favor... usen esto - dijo Muki, escondiéndose nuevamente entre la multitud.

No buscaba ser aplaudida ni reconocida. Simplemente no quería ser una carga. Era bastante simple, pero a la vez, bastante triste... su nuevo objetivo eran los motores, llegar al frente de las carrozas y ofrecerse para ayudar con sus conocimientos... a lo mejor, era su destino, a lo mejor, debería de... salvarlos... salvarlos a ellos... su paso firme iba en dicha dirección, su mirada muerta y su sentir del tiempo alterado de la realidad, alterado de la desesperación colectiva y sumida en su propia depresión... solo quería sentirse útil.
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Al parecer, tanto Azuli como Tensai ya se conocían desde antes, cosa que no le pareció raro a nuestro protagonista, sino que, más bien, añadió un par de puntos más a la impresión que tenía acerca de esa muchacha rubia tan linda. Esta última le había salvado la vida a quién ahora estaba a cargo de la seguridad de todos, cosa que hizo pensar a Kano acerca de la gran sensibilidad que tenía aquella la fémina, cosa que muchas veces no se veía, sobre todo en estos tiempos donde el engaño y las intrigas estaban a la orden del día - La carroza amarilla - diría para sus adentros el adolescente al tiempo que asentía a las órdenes dadas por el hombre calvo. Le echó una última mirada antes de buscar con velocidad por un par de segundos su nuevo objetivo - Allí es - ubicaría su mirada hacia una de las carrozas que tenía, a las provisiones de comida. 

Todo parecía ser muy problemático, y es que no por nada la vida de todos los presentes estaba en juego - Tengo algo de hambre - decía Kano al tiempo que veía como la tensión crecía con demasía hacia la dirección donde estaba ahora Tensai. No era el más experimentado de todos, pero sí que sabía reconocer cuando algo no estaba bien, provocando que una pequeña semilla de ansiedad se plantara en los pensamientos del muchacho de cabellos negros. Pestañeó un par de veces, casi como si tratara de conocer qué es lo que estaba ocurriendo,  ¿Por qué agarraban el motor de esa manera? ¿Había ocurrido algo malo? Esas eran algunas de las preguntas que pasaban por la mente de nuestro protagonista. Sin embargo, el caminar de Azuli despejó la mente de Kano por unos segundos, y es que le hizo caer en cuenta de que debían comenzar a dirigirse hacia la carroza amarilla, si es que quería comer y beber lo más rápido posible. 

Como ya se mencionó, el Rokushi decidió seguir el caminar de Azuli hasta llegar a su lado en sus acciones - Esperemos llegar a tiempo - lanzaría el muchacho al aire, y es que veía con algo de preocupación la cantidad de personas que se encontraban haciendo la fila para los suministros. No obstante, hubo una pequeña frase que volvió a disparar las alarmas del puberto - ¿Dos horas? - fue lo que único que pensó el shinobi menor de edad, cosa que además implicaba muchas cosas, pues la reacción que al parecer tuvieron los dos hombres no hacía más que levantar más sospechas. De nuevo, la voz de Azuli sacó a Kano de sus pensamientos al tiempo que caminaban hacia la fila que se hacía para contener los suministros - Seguro que sí - le diría a la chica, mirándola a los ojos, tratando de ser lo más optimista que podía en esos momentos tan difíciles - Seguro nos reciben a todos allá - continuaría diciendo mientras terminaba de llegar a la parte final de la fila donde se conseguían suministros - No creo que nadie esté en ánimos de rechazar a nadie. Sobre todo, viendo la cantidad de gente que ha muerto... - bajaría su vista por un mísero segundo, casi como si tratara de guardar un pequeño luto, no solo a su madre, sino a todas las personas que ya no estaban en ese plano terrenal. 

- Por cierto, ¿Quién te enseñó a hacer pan? Eres muy buena - subiría su mirada ante los ojos de ella, buscando algo de conversación al tiempo que la fila corría con total regularidad, al menos hasta que pudieron llegar al punto. Allí, recibió su agua y su pan, firmando la  lista para después buscar con su mirada a Tensai, y es que en su mente la semilla de la ansiedad sobre el futuro crecía y crecía - Azuli, espérame un momento - diría con calma esperando que ella le hiciera caso al tiempo que, con pan y agua en mano, se acercó a donde estaba Tensai - Tensai ¿Pasa algo malo? - les cuestionó sin muchos miramientos.
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Última modificación: 17-08-2024, 12:33 AM por Kyoshiro. Razón: TIEMPO=72
Mientras se acercaban a la fila, Azuli buscó un rastro de luz en las palabras de Kano, pero en su pecho solo encontró sombras que se extendían como un eco vacío. "Sí, seguro nos reciben a todos allá," murmuró, aunque en su voz temblaba la duda como hojas secas arrastradas por un viento indiferente. Al final de la fila, la multitud parecía un reflejo marchito de lo que alguna vez fueron, y Azuli no pudo evitar pensar con melancolía a reacción de las palabras: "No creo que nadie esté en ánimos de rechazar a nadie. Sobre todo, viendo la cantidad de gente que ha muerto..." Su mirada cayó por un instante, como una flor marchita que cede al peso del dolor, rindiendo un silencioso homenaje a las almas que ahora descansan en la bruma de la muerte, incluida la de su madre. Pero antes de que el luto pudiera envolverla por completo, Kano la sacó de aquel abismo con una pregunta que, como un susurro, rompió el silencio.

"Por cierto, ¿Quién te enseñó a hacer pan? Eres muy buena," comentó Kano, intentando pintar de normalidad un lienzo de desesperación, mientras la fila avanzaba como un río de almas perdidas. Azuli, sorprendida, levantó la mirada, permitiendo que una sonrisa se dibujara tenuemente en su rostro.
Esa fue mi abuela. Siempre ha sido un negocio de familia. Abu me enseñó primero. Papá dice…decía que aprendí primero a hornear que hablar, y creo que puede que así lo sea. - Dijo con una sonrisa ¿Real? Nostálgica, melancólica, pero real.

Recibieron sus raciones, y cuando Kano comenzó a buscar a Tensai con la mirada, una semilla de ansiedad empezó a enraizarse en el corazón de ella, creciendo como una enredadera venenosa ¿Qué buscaba? "Azuli, espérame un momento," dijo Kano con voz suave, mientras se alejaba con el pan y el agua, dejando a Azuli con una inquietud que retumbaba en su alma como un trueno lejano.

Kano se acercó a Tensai con el peso de la preocupación reflejado en sus ojos, como un marinero que presiente la tormenta antes de verla. "Tensai, ¿pasa algo malo?" preguntó con la urgencia de quien busca un salvavidas en un mar tempestuoso. Pero apenas había pronunciado las palabras, la calma se desgarró como un velo, revelando la furia contenida en Shikai. Con la furia de un relámpago, Shikai, mucho más pequeño que Tensai, descargó una bofetada cargada de ira y resentimiento. La tensión entre ambos creció, pesada como el aire antes de una tormenta, mientras Shikai se alejaba bruscamente, sin mirar atrás, con la amargura latente en cada paso. Tensai, con la cabeza inclinada y la mirada perdida en un vacío insondable, dejó que el silencio se asentara como un manto sobre él.

"No pasa nada, chico. Ve por tu pan," murmuró Tensai sin ignorar la presencia de Kano, con una voz que parecía emerger de lo más profundo de su resignación. Cerró la tapa del motor con un gesto que intentaba sellar no solo la máquina, sino también el caos que bullía en su interior. Sin decir más, se dirigió a otro vehículo, dejando a Kano con el eco de sus palabras resonando en su mente, mientras la incertidumbre se enredaba más en su alma, como un nudo que se niega a deshacerse.

Azuli observó a Kano y Tensai, atrapados en su propio drama, pero su mirada pronto fue atraída por una escena que destilaba una desesperación aún más cruda. Un hombre, con el rostro marcado por la angustia, llevaba en sus brazos a una niña pequeña que sollozaba, sus manitas luchando por liberarse. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta de que aquella criatura no era su hija; la forma torpe en que la sujetaba y la desesperada manera en que ella intentaba zafarse, además de la evidente falta de semejanza entre ambos, delataban la verdad.

Con pasos titubeantes, el hombre se acercó a Muki, como si cargara una bomba de tiempo en lugar de una niña. Azuli recordó de inmediato a la pequeña cuya madre no había podido subir a la carreta, viéndose obligada a entregar a su hija a desconocidos para evitarle un destino fatídico. Mientras esto ocurría, Azuli notó que la atención de la multitud había comenzado a desviarse de la carreta amarilla hacia la que estaba a su lado, donde ahora aparecían, como por arte de magia, kilos de pan, queso, jamón, y bidones de agua. La gente, asombrada, comenzaba a recibir más de lo que originalmente les correspondía, pero Azuli solo podía concentrarse en el hombre, que se veía tan fuera de lugar como un niño perdido en la oscuridad, incapaz de descifrar las necesidades de la pequeña que sostenía.
El hombre, con una mezcla de desesperación e incertidumbre en los ojos, se dirigió a Muki:

Angustia
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"Por favor, ¿tienes algo que pueda comer esta niña? No sé qué darle… No sé qué comen a su edad y tengo miedo de darle algo que le haga daño."- Dijo y en su voz parecía romperse algo. No era un hombre que supiera de esto.

Azuli permaneció inmóvil, absorbida por la complejidad del sufrimiento que se desplegaba ante sus ojos, mientras la escena se desenvolvía con una intensidad que desafiaba la comprensión. La preocupación y la angustia se entrelazaban en un tapiz emocional, tejido con hilos de desesperación y resignación. La multitud, que una vez se había amontonado alrededor de la carreta amarilla, ahora estaba sumida en una vorágine de avidez y sorpresa ante el súbito desbordamiento de provisiones. La imagen del hombre con la niña en brazos, y la preocupación palpable en sus ojos, contrastaba fuertemente con la despreocupada eficacia con la que la gente recibía sus raciones.

Mientras los murmullos y las súplicas se mezclaban en el aire, la escena de caos y humanidad fue observada desde la distancia. A unos 30 kilómetros de distancia, en la cima de una torre abandonada de telecomunicaciones, erguida sobre un monte solitario, una figura observaba el panorama con una mirada fría y calculadora. Su sonrisa era una mezcla de satisfacción y crueldad, como si la desesperación ajena fuera una sinfonía para su propio deleite.  Bajó los binoculares Se relamió los dedos con desdén y, con un susurro que se perdió en el viento, dijo: "Un banquete."

El tiempo para postear de 72 horas ya ha expirado.

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Muki estaba absorta en su mundo, sin ver más allá de sus narices, cuando de repente, un hombre peculiar se aproximó a ella pidiéndole algo de comer para una niña que claramente lo estaba pasando mal. No era solo hambre lo que aquejaba a la niña, su llanto y descontento revelaban miedo, soledad y tristeza... probablemente había perdido a alguien querido. La Kunoichi observó al hombre, mientras ocultaba su rostro bajo una simple capucha de tela. La niña pudo ver su cara cosida, sus ojos de distinto color, uno de ellos con un corte en la córnea, y su cabello rojo escondido bajo las telas.


[Imagen: __celine_kimi_ragnarok_online_drawn_by_y...1667aa.jpg]

Tras titubear un segundo y volver a mirar en dirección a los motores, la muchacha levantó la mano, se detuvo un segundo, y luego volvió a extenderla frente a ella para llamar a una pantalla táctil flotante con esquinas de madera que servían para proyectar chakra. Navegó lentamente en la pantalla y luego, mirando a la niña, sonrió - Perdón... si mi aspecto asusta... pero, aquí tengo algo para ti - dijo, haciendo clic en la tableta. De ella, salió un par de pequeñas marionetas con forma de muñeca unidas por un cable en donde debería estar uno de sus brazos. Hábilmente, con su otra mano, extendió un dedo, y de él salió un hilo de chakra que tomó posesión de las marionetas, las cuales yacían en el suelo tras caer frente a ella. Las marionetas se miraron una a otra, una se rascó la cabeza, mientras que la otra se paraba y sacudía el polvo, la primera miró a todos lados y luego alzó la vista hacia la niña, saludándola alegremente, para luego ser levantada por su marioneta amiga usando su único brazo para impulsarla.

Kugutsu no Kaitaishinsho Mdl. Kodomo no ningyo
Kugutsu no Jutsu


Era un truco infantil, bastante habitual en su familia. Cuando Muki era niña, a ella también la calmaban con juegos como este. Pero más importante, con su mano zurda, sin dejar de manipular la pantalla flotante, la mujer sacó una canasta con fruta fresca, un par de botellas de leche y algunas golosinas. La tomó con su mano y la tableta desapareció, volviendo a sus ropajes esas tachuelas de madera que generaban la pantalla. Extendió la canasta hacia el hombre - De seguro algo de aquí le pueda gustar - dijo, sonriendo mientras ocultaba su cara bajo sus ropajes. - Espero... no le cause un trauma verme el rostro... - ignorante de la presencia de aquel ente que a la distancia los observaba.


Si me disculpan... quiero ayudar con la mantención de los vehículos... creo que puedo ser de ayuda - dijo, mientras que, sin querer, por un movimiento del viento o del destino, su capucha era destapada, liberando su extensa cabellera y dejando al descubierto ese rostro tan fácil de reconocer para los ninjas de la aldea... donde, si alguno de los presentes evocaba su nombre, la mayoría solo podría recordar el rostro moreno y bello de lo que alguna vez fue esta mujer.

Estadísticas de Muki Chikamatsu

Chakra: 1511/1525


[Imagen: Heion-Sedai-no-Idaten-tachi-10-1.jpg]
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La respuesta que recibió Kano por parte de Tensai fue sin duda decepcionante a la vez que extraña. Nuestro protagonista no era apenas un adolescente, pero la verdad sea dicha, su forma de ver el mundo era tan práctica que a veces podía pecar de ser algo vago, por decirlo de alguna manera. No obstante, el contexto no hacía más que causar confusión en el adolescente, y es que literalmente la humanidad se estaba muriendo por una luz roja que se podría considerar como la peor masacre del mundo - Nada está bien - diría a sí mismo mientras veía como le ignoraban épicamente, lo cual solo demostraba lo mal que estaba todo. 

El Rokushi pensó por unos segundos en qué hacer, y aunque quiso insistir para saber la verdad, la tristeza que cargaba encima no le permitía actuar más allá de mirar como Tensai se alejaba con la tensión del momento - Espero que todo salga bien... - soltaría al aire, tratando de buscar un poco de esperanza, aunque en su corazón la oscuridad de la pena estaba cargaba. En ese momento, recordó a Azuli, haciendo que Kano se volteará y se dirigiera hacia donde estaba ella. No tenía mucho por hacer, pero sentía que tal vez estar con ella le haría sentir mejor. 

- ¿Todo bien? - diría mientras llega con al rubia, mirándolas a los ojos, pero siendo interrumpido por la aparición de un hombre con una infante - ¿Tu tienes idea de qué comen a esas edad? - diría hacia Azuli, revelando su ignorancia en esos temas, y dando a entender que comprendía la situación del hombre desesperado - ¿Qué es eso? - comentaría al aire, mientras que observaba a esa especie de muñeco que estaba allí - ¿Cómo te llevas con los niños? - le preguntaría a Azuli en cuanto a lo que estaba ocurriendo.
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Azuli observaba con una intensidad. La desesperación se hacía palpable cuando un hombre, visiblemente angustiado, se acercó a Muki pidiendo comida para una niña que, más allá del hambre, mostraba un sufrimiento profundo, como si hubiera sido separada de alguien querido. La niña le miró el rostro, pero el miedo inicial fue reemplazado por asombro a lo que pasaba. Aquella tableta, los “juguetes”, la niña parecía entre una mezcla de asombro y confusión.  De pronto, fruta fresca, leche y golosinas ¿Qué clase de magia era aquella? 

El hombre que cargaba al infante compartía la misma expresión de confusión y asombro. Ella, la encapuchada, enunció su intención de ayudar en mecánica y partió. La capucha de Muki se alzó brevemente, revelando su extensa cabellera y un rostro que, aunque marcado por el tiempo, seguía siendo ligeramente reconocible por algunos. Los murmullos entre la multitud crecieron al reconocerla: "¿No es ella…? Dijeron unos ¿Qué hace aquí? – Dijeron otros. La interrogante no era tan fuerte en el ¿Qué? De su apariencia, si no el ¿Por qué? De su ubicación. ¿Por qué sigue aquí en medio de todo esto? Los rostros que la reconocían reflejaban la misma pregunta: ¿por qué una figura como ella había decidido quedarse hasta el final en lugar de buscar seguridad?
 
Azuli observaba atenta mientras Kano se le acercaba, visiblemente afectado por la fría respuesta de Tensai. Su pregunta "¿Sabes qué comen a esta edad?" sería respondida con un alza en los hombros en muestra de duda. Lo mismo al interrogante de “¿Qué es eso? “. Para Azuli, al igual que para Kano y muchos otros, aquella escena solo había servido para aumentar la confusión general.

¿Cómo te llevas con los niños? – Sería lo único que Azuli podría responder.

Pues, me llevaba mal con mi hermano menor, pero eso era normal creo. No son lo mío – Diría con una sonrisa, sorprendiéndose por un instante el no sentir una apuñalada en su corazón al hacer referencia al joven. Probablemente porque su muerte no estaba ligada a la luz roja ¿Había sanado ya eso? ¿La convertía en mala persona que no le recordara con dolor? Prefirió ignorar su pensamiento.

Mejor ayúdame a cargar todo esto- Le dijo Azuli que al fin había recogido su porción de comida, agua y extras proporcionados por Muki.

Por otro lado…Si Muki decidiera examinar el sistema mecánico que se desplegaba frente a ella, se asombraría al ver una amalgama de conexiones y sistemas que parecían desafiantes para la época. La intrincada red de tecnología, con sus cables entrelazados y paneles brillantes, parecía burlarse de la tecnología actual, presagiando un nivel de desarrollo muy avanzado para su tiempo. No es de extrañar que Tensei, con tal nombre y reputación, estuviera tan alineado con una ingeniería tan adelantada; el sistema que operaba los vehículos y maquinaria era un testimonio de su genialidad y de una era tecnológica que trascendía las limitaciones del presente.

Tensei, tras encender el micrófono en su carreta, dio una orden firme y clara. “Hagan lo que tengan que hacer, partiremos en 47 minutos exactos,” anunció con una voz que no dejaba lugar a dudas sobre la urgencia de la situación. Después de dar las instrucciones, Tensei se dirigió hacia Shikai. Juntos comenzaron a revisar a las personas presentes, consultando una hoja de cálculo y hablando en tono grave durante unos veinte minutos. Calculaban pesos y discutían detalles, incluyendo lo que había hecho Muki.

20 minutos después...

Finalmente, Tensei se dirigió a Muki y le dijo: “Gracias por eso" – Dijo señalando a las provisiones que aún eran repartidas. -"Serás reubicada en la carreta… aquella"- Dijo señalándola a unos 5 metros. "Espero no te moleste".

Tensei le pidió a Muki que lo acompañara y le indicó la ubicación de su carreta. Sabía que mantener los protocolos era esencial para mantener la calma, y esto no excluía a los de saludos y presentaciones. Mientras él la dirigía a su nuevo vehículo, un extraño pitido comenzó a emitir desde el radio de Shikai. Corriendo hacia su carreta, Shikai agarró su computadora de mano y revisó algo que le parecía desconcertante. Se acercó corriendo a Tensei y le susurró algo al oído. Las palabras “Musuko... planes... ruedas” llegaron a los oídos de Azuli, Muki y Kano.

Tensei miró a Shikai con preocupación y le preguntó si estaba seguro. Shikai, en voz alta, respondió: “Es el único que tenía los planos, y coinciden con el sistema nuestro.” La alerta se reflejó en el rostro de Tensei, quien luego miró a las personas alrededor y se preguntó a sí mismo cuánto habían escuchado. Sin perder tiempo, corrió hacia su carreta, tomó el micrófono y anunció con urgencia que, sin importar lo que estuvieran haciendo, debían partir de inmediato.

Las personas, al principio confundidas y lentas, empezaron a reaccionar ante los gritos de Shikai, moviéndose rápidamente hacia las carretas. A medida que las carretas se llenaban, comenzaron a acelerar una tras otra, poniéndose en marcha y dejando atrás basura, botellas y otros desechos que pronto serían deshechos. La escena se transformó en un movimiento frenético, con las carretas reanudando su curso en dirección al camino, mientras la ciudad, ahora vacía, quedaba atrás.

Mientras las carretas se ponían en marcha, avanzando a toda prisa hacia el este, la barrera roja continuaba su avance implacable desde el oeste. A medida que el grupo se alejaba hacia el este, la amenaza de la luz mortal se aproximaba por el oeste. Aunque la barrera roja parecía inalcanzable, el verdadero peligro residía en lo que se aproximaba a una velocidad aún mayor que la de las carretas. Imperceptible a simple vista por la distancia a unos 25km, una amenaza motorizada se acercaba rápidamente desde el sur. Sus motores rugiendo mientras se dirigía hacia ellos con un propósito siniestro. La combinación de la barrera inminente y la amenaza emergente mantenía a todos en un estado de alerta constante, mientras las carretas aceleraban su marcha en un intento desesperado por escapar de un destino que parecía cada vez más inevitable.


Resumen



El tiempo para postear de 72 horas ya ha expirado.

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Kano solía llevarse bien con los niños, aunque esto era tremendamente subjetivo, pues tampoco es que conocía muchos. Era un muchacho normal, pero no dejaba de ser eso, un muchacho que fue criado en el circo y que, además, decidió salir de su casa a una corta edad (Al menos para muchos estándares) - Está bien - haría caso a las amables órdenes que le había dado la rubia, cosa que le hacía pensar acerca de aquella mujer: de tez clara, cabellos castaños y una apariencia que le hacía pensar y pensar - ¿Quién es ella? - se decía para sí mismo en respuesta a los murmullos de la gente, especialmente porque la gran mayoría de los presentes parecían estar claros acerca de su identidad. Lo mostrado, esas evidentes muñecas raras y tantas cosas, ¿Quién era? ¿Qué fue lo que hizo? Eran tantas las preguntas que pasaron por los pensamientos de Kano. 

- Yo nunca tuve hermanos... al menos no de sangre - le diría a Azuli al tiempo comenzaba a organizarse, teniendo en cuenta sus cosas y las de ella, tratando en cuestión de llevar la mayor cantidad de cosas, demostrando la mayor caballerosidad posible. - Es bastante comida - comentaba con algo de esperanza, manteniendo ese tono confuso que mezclaba esperanza, nostalgia, tristeza y hasta algo de desilusión - Mi papá debe tener bastante hambre - una pequeña luz se asomó por los ojos del Rokushi, cayendo en cuenta de que este último se había mantenido en la carreta junto al otro cobarde - Él come mucho. Incluso diría que come mucho más que yo - soltaría al aire, tratando de dar contexto mientras echaba una ojeada a la comida que llevaba en ambos brazos que estaban en forma de cuna para poder llevar todo de manera más cómoda. 

Dieron 47 minutos para poder descansar antes de poder seguir, por lo cual Kano ya se había acercado (probablemente con Azuli), ya con el pensar de esperar dentro de la carroza, todo con la idea de tratar de ahorrar la energía. No obstante, decidió quedarse en la entrada de la carroza para ver qué hacían los demás, aunque la verdad sea dicha, tampoco había mucho que ver - Azuli, ¿has pensado qué harás cuando lleguemos a Konoha? - cuestionó a la chica (en caso de que estuviese cerca) sin mirarle a los ojos, casi como si la conociese de toda la vida, aunque realmente tenía pocos minutos de haberla conocido. Y así como muchas cosas, algo llegó a voz del muchacho de cabellos oscuros, provocando que este arqueara una ceja, esto en señal de que todo eso era muy raro, sobre todo porque Kano ya hace unos minutos había escuchado algo que le había hecho sospechar - ¿Planes? ¿Ruedas? ¿Qué es todo eso? - ya a esas alturas no entendía mucho de lo que estaban hablando, y aunque estaba preparado para preguntar directamente a Tensai, no obstante, el poder comenzar el viaje de inmediato lo llevó a quedarse callado.

El muchacho no hizo mucho, limitándose a entrar a la carroza, pues estos ya iban a comenzar el viaje nuevamente. Al ingresar fue con su padre para dejarle la comida y cosas que le dieron, no sin antes comer algo menor para el camino. No habían empezado aún, por lo que Kano llamó la atención de Azuli, haciéndolo con la palma de su diestra, esto con la intención de que esta se sentara a su lado durante el viaje - Oye ¿cuál es tu nombre? - cuestionamiento dirigido hacia la otra chica que les acompañaría - ¿Cómo has hecho lo de antes, con la niña? - diría en señal de curiosidad.

Vida: 121/121

Chakra: 252/252
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Muki decidió examinar el sistema mecánico que se desplegaba frente a ella, asombrándose al ver una amalgama de conexiones y sistemas que parecían desafiantes para la época. Era como si las palabras hubieran cobrado vida en su mente, explicando la increíble diferencia entre su tecnología y la de aquella carreta que aquel narrador había planteado frente a ella.

Tsk... qué frustrante - murmuró la marionetista en voz baja mientras comenzaba a revisar los mecanismos.

Sin perder tiempo, se puso manos a la obra. En un despliegue de habilidad y destreza, se quitó el abrigo, revelando un crop top corto que dejaba su espalda al descubierto. Tras un simple sello de mano y un poco de concentración, dos brazos adicionales emergieron de su espalda, mostrando los músculos tonificados de un cuerpo que, aunque no dedicado a la musculatura, tenía un aspecto fitness que superaba al de la mayoría.

Manos a la obra - dijo mientras se disponía a trabajar, ayudando en todo lo que pudo y tratando de investigar y entender los mecanismos sin romper ni mover nada de su lugar. Sabía que, antes de intervenir, debía comprender el funcionamiento del sistema.

[Imagen: __original_drawn_by_yunimaru__sample-d67...e66a16.jpg]

~ 20 Minutos Después ~

El tiempo pasó rápido mientras Muki hacía lo que estaba a su alcance. Aunque solo pudo mejorar la refrigeración de la máquina, limpiar los componentes para evitar su deterioro, apretar tornillos flojos por el trayecto y rellenar de aceite los engranajes, siempre solicitó la asistencia de quienes estaban a cargo. Finalmente, alguien se acercó a hablarle - Gracias por eso - dijo Tensei, señalando las provisiones que aún se repartían. Muki solo respondió con una mirada, dirigiendo luego su vista hacia las provisiones.

Serás reubicada en la carreta... aquella - dijo Tensei, señalando una de las carretas cercanas - Espero no te moleste.

¿...y el pueblo? La gente pobre como yo... esa niña y ese señor, ¿no puedo viajar con ellos? - preguntó Muki, algo desconcertada y cabizbaja.

Muki siempre acataba las órdenes cuando se trataba de organización, así era ella. Sin embargo, estar entre la multitud, siendo una más, había sido... cómodo hasta ahora. Acompañó a Tensei hacia la nueva carreta, observando a su alrededor, hasta que un pitido llamó su atención y algunas palabras resonaron en sus oídos.

"Los planos" era una señal clara de que algo estaba ocurriendo... o estaba por ocurrir. Algo no estaba bien y la alarma se confirmó cuando Tensei hizo un anuncio urgente por el micrófono. Muki sabia que debía actuar... no por su propio bien, si no por el de los demás... una mujer dedicada al espionaje, a las trampas y al asesinato podía ingeniárselas para sacar algo de información.

Tsk... le iba a preguntar sobre el motor... - murmuró, molesta, mientras miraba de reojo a Azuli y Kano. Aunque aún no se habían presentado, parecía que iban al mismo sector que ella.

Rápidamente, Muki corrió hacia la carreta amarilla, separándose de los jóvenes por un instante, pero sin despegar un ojo de a donde se había dirigido Tensei previo a ese momento. desplegó su tableta y les habló a los presentes - Chicos, no pierdan tiempo en guardar. - Con un par de clics, guardó todo mágicamente dentro de un sello, luego, corrió de nuevo hacia la nueva carreta, realizando una serie de sellos de mano que invocaron dos pequeñas arañas. Una saltó de su mano y se mezcló con la multitud, mientras la otra aguardaba a Muki, acercándose al sector donde estaba Tensei, para separarse de ella apenas estuviese lo más cerca de el posible. Algo no olía bien, y no era su carne pudriéndose, el sudor de la multitud, el olor a poto o el guano de araña entre su ropa, había algo relacionado con Tensei y lo que podría ocurrir. ¿Por qué la reubicaba justo ahora? ¿Por qué el repentino despliegue? ¿Qué estaba ocultando?

Chikaku kumo
Chakra: 1451/1525


Al llegar a su nueva carreta, Muki trató de recobrar la calma, o al menos aparentarla. Caminó entre las personas y se sentó en un lugar sin asignar, recostándose y cerrando los ojos para ver a través de sus pequeñas compañeras. La primera araña se escabulló por la carreta, buscando a la niña y al hombre, asegurándose de que estuvieran bien y de que abordaran sin problemas. Una vez que lo hicieran, la araña vigilaría desde el exterior de la carreta, atenta a todo lo que ocurría. La otra araña, por su parte, seguiría a Tensei, ocultándose en sus aposentos y tratando de escuchar y observar lo que estuviera tramando. Era cierto, no iba a dejar su mal hábito de lado... siempre desconfiaba, siempre vigilaba, siempre obtenía información.

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Su concentración fue súbitamente interrumpida por una pregunta. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que esos dos jóvenes se habían sentado cerca de ella. Aunque su cuerpo tenía una apariencia similar a la de ellos en cuanto a edad, su rostro tenía algo monstruoso. Aun así, no pudo evitar sonrojarse y sonreírles al ver como le hablaban con tanta soltura.

Oh... es... Muki... Muki Chikamatsu... - respondió, rascándose la cara mientras sonreía. Era raro que gente de Iwagakure no la conociera, tal vez ellos no eran de por aquí - ¿Te refieres a la comida? - preguntó, levantando los dedos de su mano izquierda mientras apoyaba su codo derecho en el marco de la ventana y su mejilla apoyada en su diestra - Solo utilizo unos retazos de madera con tachas de metal especial, un metal que es sensible al chakra, mismo metal utilizado en la mayoría de armas especiales del mundo ninja... - Muki continuó explicando, mientras la tableta se desplegaba frente a ella - Los controlo con hilos diminutos de chakra, tan finos y frágiles que ni se pueden ver. Coloco un hilo en cada tachuela, distribuyéndolas en un rectángulo frente a mi, por geometría básica, si posiciono cada uno de manera equidistante con respecto a su eje y al centro, el rectángulo se mantendrá plano, y, utilizando el metal especial, puedo canalizar mi chakra para hacer aparecer, a través de estos cuatro puntos una pantalla de energía. Esta me sirve para recrear los sellos que contienen las cosas que traigo, aunque son sellos muy rudimentarios, similares a los que usan en los pergaminos que venden en las tiendas de armas - dijo mientras desplegaba los pequeños retazos frente al joven, para dejarlo verlos más de cerca, con una leve sonrisa dirigida a los jóvenes, continuó - Hago la mímica con mi mano de buscar en las pantallas... porque así me es más fácil para mi cerebro recordar lo que estoy buscando, como si hojeara un libro - explicó sonriente, mientras volvía a guardar las tachas en sus bolsillos tras un leve movimiento de sus dedos - Las marionetas que vieron hace un rato las controlo de la misma forma, con hilos de chakra - dijo, brindándole una sonrisa - No es difícil, si quieres, algún día puedo enseñarles - dijo, invitando a sonreír a los presentes, y no era mentira, ella albergaba la esperanza de vivir un día más, y la enseñanza, eso era algo que le apasionaba.
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- Master of puppets, I'm pulling your strings -
The Devil
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Última modificación: 31-08-2024, 04:43 PM por Kyoshiro.
Muki, con la diligencia y destreza que la caracterizaban, se dedicó a mejorar la refrigeración de la máquina, limpiando con meticulosidad los componentes para evitar su deterioro, apretando tornillos que se habían aflojado durante el trayecto y rellenando de aceite los engranajes con la precisión de un relojero antiguo. Siempre pidió la asistencia de quienes estaban a cargo, pues no era su intención interferir, sino asistir. Al principio, el chofer de la máquina intentó detenerla, pero al comprender sus verdaderas intenciones, le permitió continuar, observando con atención. Muki, sin embargo, pronto comprendió que aquella maravilla de la ingeniería, aunque impresionante, no era perfecta. No porque hubiera algo roto que ella pudiera arreglar, sino porque la ciencia que gobernaba aquellos vehículos aún no alcanzaba la cúspide de la perfección. La máquina, una joya entre la tecnología del mundo, revelaba sus debilidades a ojos entrenados como los de Muki: su corazón metálico, aunque vigoroso, latía al ritmo de una inestable danza entre la ciencia y el azar. Un leve desequilibrio en el motor sugería que, a pesar de su avanzada ingeniería, la estabilidad aún se decidía en un juego de probabilidades. Repararlo, si llegara a fallar, no sería un desafío para alguien con las habilidades de Muki, y menos con su capacidad de hacer aparecer lo necesario. Pero lo que preocupaba a Tensei no era la dificultad de la reparación, sino el tiempo. Y tiempo, en aquella carrera contra el destino, era precisamente lo que no tenían.

Mientras tanto, Azuli escuchaba con atención mientras Kano, visiblemente concentrado en organizar sus cosas junto con las de ella, hablaba. "- Yo nunca tuve hermanos... al menos no de sangre," decía Kano, esforzándose por llevar la mayor cantidad de cosas posible, demostrando una caballerosidad que casi rozaba la desesperación. Sus palabras, aunque sencillas, cargaban una mezcla de emociones que no pasaron desapercibidas para Azuli: esperanza, nostalgia, tristeza y una leve desilusión se entrelazaban en su tono. "- Es bastante comida," comentaba, casi como si quisiera convencerse a sí mismo de que todo estaría bien, "Mi papá debe tener bastante hambre." Una chispa de realización brilló en los ojos de Kano, al recordar que su padre había permanecido en la carreta junto al otro. "- Él come mucho. Incluso diría que come mucho más que yo," añadió con una risa forzada, observando la comida que acunaba en sus brazos. Azuli, sin decir nada, le respondió con una sonrisa mientras tomaba un trago de agua, intentando enfocar su mente en algo más sencillo.

Al entrar en la carroza, Azuli se dio cuenta de lo silencioso que estaba todo. Kano, por su parte, decidió quedarse en la entrada, vigilando lo que hacían los demás, aunque la verdad era que no había mucho que observar. "- Azuli, ¿has pensado qué harás cuando lleguemos a Konoha?" preguntó de repente, rompiendo el silencio. "- Supongo que seguir viviendo," respondió ella sin pensar demasiado, pero al oírse, notó lo sombría que sonaba su respuesta. "- Y cocinar, quiero ser de ayuda," añadió rápidamente, intentando suavizar el tono. "- ¿Y tú?"

De pronto, un cambio en la distribución. Azuli, sumida en la vorágine de los eventos que se sucedían, no lograba enfocar su mente en otra cosa. Tensei había reubicado a la chica mágica en su carreta, y el tiempo de partida se había adelantado con urgencia. Muki, con su habitual destreza, recogió todo rápidamente antes de mirarla por un instante y entrar en la carreta, recostándose con los ojos cerrados. Azuli la observó en silencio. Kano, curioso, le preguntó su nombre, y al escucharlo, Azuli creyó reconocer aquel nombre. "Muki Chikamatsu". Sí, algo había escuchado de boca de otros, pero nunca fue de su interés las cosas de fama y popularidad. Con un tono agradecido, le dijo: "Muchas gracias por todo lo de allá afuera... Mi nombre es Azuli".

La conversación poco a poco fue tomando un tono más natural. Azuli, que siempre había sido más intuitiva que técnica, escuchó atentamente, pero pronto se dio cuenta de que lo que Muki hablaba parecía ser otro idioma. Cada término, cada explicación técnica sobre los hilos, el chakra, y la mecánica del sistema se le antojaban a Azuli como una maraña de palabras complejas, difíciles de descifrar. Aunque impresionada por el vasto conocimiento de Muki, la joven no pudo evitar sentirse perdida, como si estuviera navegando en un mar de conceptos que no comprendía. Sin embargo, esa misma sensación de desconocimiento solo aumentó su admiración hacia la chica, quien hablaba con una pasión y precisión que revelaban una maestría muy por encima de lo que Azuli podía entender.

Unos minutos más tarde, mientras las conversaciones se deslizaban como ríos tranquilos en medio de la tormenta, el peligro comenzó a tomar forma, esculpiéndose en la distancia. Originalmente desde el sur, una banda de motorizados emergió del horizonte, sombras amenazantes que se acercaban con la inevitabilidad de una tormenta. Primero a 10 kilómetros, luego cerrando la brecha con la velocidad del viento, se interpusieron entre la caravana y la barrera roja, como una guadaña esperando a segar. Eran 12 en total, lobos sobre ruedas. Al acortar la distancia a 5 kilómetros, se dividieron en dos manadas: 6 se desvanecieron hacia el norte, mientras los otros 6 se lanzaron directamente hacia la presa, con la ferocidad de una tormenta en ciernes. 5 kilómetros, 4 kilómetros, 3 kilómetros, 2 kilómetros, y el aire se llenó del estruendo de los motores, una sinfonía de amenaza que resonaba en los corazones de todos.

Amenaza Motorizada
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Durante todo ese tiempo, Tensei y Shikai permanecieron en silencio, como dos estatuas de mármol en un templo, hasta que Shikai, con la voz rasgada por la tensión, pronunció las palabras que marcarían el inicio del caos: "1 kilómetro." La distancia entre la vida y la muerte. Tensei, con la serenidad de un general antes de la batalla, tomó el micrófono y su voz resonó como un eco de advertencia: "Todos, bajen sus cabezas y manténganse protegidos."

La caravana, un río de esperanza serpenteando a través del desierto, estaba compuesta por 32 carrozas que transportaban 162 almas, incluyendo a los conductores. Entre ellas, cuatro carrozas eran arcas de provisiones: alimentos y agua, y otras dos llenas de joyas de la corona en un viaje donde la supervivencia era la única moneda de cambio. Una de esas carrozas, la amarilla, donde Muki había estado antes, ahora se había transformado en un bastión de guerreros, hombres y mujeres cuya presencia misma irradiaba la promesa de batalla.

Como un río que se bifurca, de la caravana 30 carrozas continuaron su avance y 2 de ellas comenzaron a menguar su paso, como si la tierra misma las reclamara. Muki reconocería la amarilla, y con ese reconocimiento vendría la comprensión de lo inevitable. De los 162 a bordo de tanta carroza, 150 almas continuaron su travesía hacia lo desconocido, y 12 valientes se quedaron atrás, abrazando el destino que se cernía sobre ellos. A lo lejos, los 6 motorizados que no habían desistido, finalmente alcanzaron las dos carrozas rezagadas. El preludio de la batalla se había tocado, y ahora, solo quedaba esperar el estallido del primer acorde.

A un kilómetro detrás, el horizonte se transformó en un lienzo caótico de explosiones y destellos eléctricos. Azuli, Kano, Muki y todos los demás contemplaron, con el corazón en un puño, cómo las murallas de piedra se levantaban en un desesperado intento por contener la tormenta que se avecinaba. Los estallidos sacudieron el aire, y la electricidad danzaba como serpientes de fuego antes de que el humo envolviera todo en un manto de incertidumbre. Finalmente una gran explosión que se sintió a lo lejos. Un silencio ominoso se extendió mientras la nube de humo se disipaba lentamente, solo para revelar a los seis motorizados emergiendo, triunfantes, como demonios escapando del infierno. Los 12 de Iwa habían caído, pero no en vano; habían comprado el tiempo y la distancia que la caravana necesitaba para seguir adelante. Ahora nuevamente 5 kilómetros entre los motorizados y la caravana de 30 carrozas.

El horizonte se teñía de un ominoso presagio, y en la primera carreta, Shikai aferraba las riendas con una fuerza que no solo controlaba el vehículo, sino también el dolor que le carcomía el alma. Su mirada se posaba una y otra vez en Tensei, quien, con una determinación inquebrantable, observaba el campo de batalla que se extendía detrás de ellos. Sus ojos se encontraron por un instante, un momento que pareció eterno, cargado de emociones no dichas, de palabras que quedaron atrapadas en el silencio ensordecedor de la despedida.  Shikai sintió un nudo en la garganta, un ardor en el pecho, una lucha interna que le imploraba dar la vuelta, acompañar a su amigo, enfrentar el destino juntos como lo habían hecho tantas veces antes. Cada fibra de su ser quería estar al lado de Tensei, compartir el peso de ese sacrificio, pero sabía que su deber era con los demás, con los que dependían de él. Las vidas que llevaban en esas carretas, las esperanzas, los sueños, todo estaba sobre sus hombros. Y por mucho que le doliera, comprendía que debía seguir adelante, que no había lugar para la indecisión.

Con un gesto lento y casi reverente, Tensei comenzó a buscar algo en la carroza. Sus manos encontraron el gran martillo, un arma que había sido testigo de innumerables batallas, que ahora sería la única compañía en su enfrentamiento final. Shikai sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor mientras observaba a su amigo erguirse con el mazo en mano. Un pesado silencio se instaló entre ellos, un silencio que gritaba más fuerte que cualquier palabra.
El dolor de Shikai se tornó casi insoportable cuando Tensei, sin decir una palabra, saltó de la carroza. Rodó por el suelo, levantando una nube de polvo, pero se levantó con la firmeza de un guerrero que ha aceptado su destino. Los segundos se estiraban como si el tiempo mismo quisiera prolongar ese momento, esa última visión de su amigo preparándose para lo inevitable. Shikai deseaba con cada latido de su corazón volverse, desobedecer la lógica y unirse a él, pero sabía que debía seguir adelante. Los demás lo necesitaban, y él no podía fallarles.

Con un nudo en el estómago, Shikai aceleró, obligando a sus manos a mantenerse firmes en las riendas, mientras la distancia entre él y Tensei crecía. Las carretas siguieron su camino, alejándose del lugar donde Tensei se había quedado, una figura solitaria en medio de la vasta llanura. El viento llevaba consigo el rugido de los motores, un anuncio de la tormenta que se acercaba. A cada kilómetro que se reducía, el sacrificio de Tensei se hacía más palpable, más real. Cinco kilómetros… cuatro… tres… dos… uno. Y allí estaba Tensei, solo pero imponente, con su martillo en mano, esperando el enfrentamiento que se avecinaba. El dolor en el corazón de Shikai se mezclaba con un orgullo silencioso; sabía que su amigo haría lo imposible, que su sacrificio no sería en vano.

Tensei
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Tensei, de pie, erguido como una montaña ante la tempestad que se cernía sobre él, era una imagen épica que quedaría grabada en la memoria de todos los que alguna vez lo conocieron. La caravana seguía su curso, llevándose con ella el dolor y la impotencia de Shikai, mientras él, con un último vistazo hacia atrás, se prometía que nunca olvidaría aquel sacrificio. Tensei, solo en el campo de batalla, se preparaba para enfrentarse a los seis motorizados que se acercaban con la velocidad del rayo, listo para luchar hasta el final.


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Última modificación: 04-09-2024, 04:20 AM por Muki Chikamatsu.

Arañas... benditas arañas. Esas criaturas, que eran como un radar viviente y cámaras de seguridad a la vez, habían sido aliadas en cientos de misiones de espionaje. Perfectas para infiltrarse y entregar la información precisa. Pero en una situación como esta, esa información parecía ser de poca utilidad.

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Tensei, un hombre de pocas palabras y mucha acción, sacrifico un grupo de ninjas enfrentándose a su destino. Nuestro vagón estaba lleno de personas que quizá ni siquiera comprendían por qué estaban allí. Y Muki... ella simplemente estaba terminando esa última conversación relajada antes de detenerse en seco, interrumpiendo su tono educativo y lleno de conocimiento adquirido con el tiempo, para mirar afuera y luego cerrar los ojos... Las arañas solo sirvieron para advertirle de lo que venia a continuación, pero lo que pudo ver a traves de ella... poco le servia.

En su visión, la sala de la carroza que llevaba a Tensei se tornaba clara. La voz de su compañero solo demostraba una conversación tan vaga y libre de información... desde el techo del vagón de civiles, le avisaba una de sus arañas que una de las carretas se alejaba del resto... eran carne de cañón. Todo sucedió tan rápido que Muki apenas pudo advertir a los demás con un simple - Estamos bajo ataque - justo cuando Tensei ordenaba a todos que se resguardaran de la muerte.

¿Qué podría seguir en un evento como este? Ya era demasiado tarde para acompañar al intrépido Tensei, demasiado tarde para dejarse guiar por su deseo de unirse al combate. Solo quedaba proteger a quienes permanecían allí y desearle suerte al hombre del mazo, que se perdía en la distancia...

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Muki, rápida y ágil, subió al techo de su carroza a través de la ventana. Se posó en la cima, sentada, con los codos apoyados en las rodillas y las manos listas para actuar, maquineando esos dedos diestros y agiles como solia hacerlo, con ese juego tan maquiavelico y tetrico, con una mirada que solo demostraba que la muerte se aproximaba a ella... ¿al fin iba a morir? ¿o más gente moriría por sus hilos? Su conexión con las arañas se había desvanecido... No, el espionaje no era útil en este momento. Lo que debía hacer ahora era otra cosa... prepararse para lo que venía. Solo le quedaba aguardar, observar lo que se aproximaba y, cuando llegara el momento... actuar.

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Toda esa pequeña conversa que había iniciado en el interior de la carroza parecía ser irreal, sobre todo porque en la vista de cualquiera, estaban en peligro de morir ante una gran masa de energía roja que los estaba siguiendo como si de un cazador se tratase. El simple hecho de tener a su padre allí le ayudaba mucho, sobre todo por haber perdido a su ser más querido hasta hace unos minutos, pero el mismo contexto actual no hacía más que llenarle de pensamientos algo más esperanzadores e irresponsables; tanto así, que el muchacho no supo responder a la pregunta de Azuli sobre qué haría al llegar a Konoha. No tenía una respuesta para ello, pero en ese instante el siquiera estar vivo era un privilegio que no todos podían tener. 

Se llamaba Muki Chikamatsu, un nombre bastante raro de escuchar para el cirquero, en especial por el apellido tan peculiar que tenía - Yo soy Kano -  Aunque lo verdaderamente extraño fueron las palabras de explicación que ofreció la ¿Niña? ¿adolescente? donde en teoría explicaba algo del funcionamiento de sus habilidades. El pelinegro no hizo más pestañear muy rápidamente, y es que él era alguien muy práctico que a duras penas sabía qué era el chakra y para qué debía utilizarse - Que complicado todo eso - soltó sin mediar sus palabras, revelando la practicidad de la que tanto se podía centrar al joven Rokushi. No era algo tan inexplicable para el adolescente, pero la verdad sea dicha, esa inmensa explicación no era necesaria, al menos desde el punto de vista del cirquero menor.

Pasaron quizás minutos o segundos, todo el tiempo necesario antes de que la voz de la ya establecida como Muki irrumpiera la paz ¿Era real lo que acababa de mencionar? la voz y las palabras de aquella mujer retumbaron en los oídos y en los ojos del decepcionado Kano, no podía creer aquello, simplemente no podía hacerlo ¿Quién en su sano juicio los atacaría? Y es que se suponía que todos iban morir si no escapaban de la luz roja. Justo después de las palabras de Muki, se escuchó a Tensei confirmando lo que parecía ser imposible - ¿Qué es esto? - fue lo que alcanzó a decir el muchacho mientras sus oídos se llenaban, estos estaban siendo apoderados de un particular ruido que venía desde las afueras de la carroza ¿Qué era eso? No sabía ni tenía idea de lo que estaba pasando afuera. Tanto fue así que el muchacho se movilizó rápidamente hacia la ventana, viendo así como Tensei aterrizaba en el terreno con un martillo en mano... planeaba hacer un sacrificio para todos, pero ¿Qué se supone que iba a hacer? pregunta interna importante hecha por el muchacho, realizada más que nada porque podía ver como seis figuras se acercaban hacia el. calvo.. fijando su destino de forma total. 

Esa no era la primera baja ese día, pues la eliminación de una primera caravana ya se había hecho, cosa que el muchacho ignoraría pues le atribuía eso al ruido ambiental que eso significaba. - ¿Qué haremos? - se preguntaba a sí mismo mientras comenzaba a pensar y pensar, y es que estaban dentro de una carroza, no tenían mucha ventaja, y por mucho que se dedicara a hacer lo mismo que Muki y se dispusiera a subir al techo, no sentía que pudiese hacer algo con unos enemigos tan lejanos. No tenía muy en claro qué debía o podía hacer, por lo que se quedó en la ventana viendo cómo pasaban las cosas, rezando para que Tensai lograra cumplir con su objetivo.


Vida: 121/121

Chakra: 252/252
Salto de foro:

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