Aku se mantenía en la playa como una sombra inmóvil, su mirada fija en el tumulto que se desplegaba ante él. El sol se desmoronaba en el horizonte, sus últimos rayos dorados bañando la escena en una luz melancólica y distendida. A sus alrededores, imperiales y rebeldes peléandose entre si, pero Aku no se inmutó. De pronto, Kaito, con sus palabras gélidas y cortantes, arrojaba comentarios que parecían romper el aire en fragmentos de hielo y acero.
Mientras Kaito se dirigía a los presentes con un desprecio mordaz, la esencia de la playa parecía tomar un respiro profundo, como si la misma tierra estuviera escuchando. Aku lo escuchó, pero su mirada era fiel a la ola roja de energía, un monstruo de fuego y furia, que avanzaba con una amenaza tangible ¿Cuánto era ya? Unos 10 o 20 kilómetros tal vez. No pasaría ni media hora antes de que todo se resolviera, para bien o para mal.
A medida que el grito de Kaito se desvaneció en el crepúsculo, la playa poco a poco se convirtió nuevamente en un escenario de caos y discordia, con los militares y rebeldes aferrándose a sus luchas frágiles como si el eco de las palabras pudiera desvanecer la amenaza inminente. Uno que otro cedió momentáneamente, pero pronto un puñetazo certero a un rostro desprevenido reavivó la furia de la contienda. La lucha, desatada de nuevo, rugía con un fervor desesperado que parecía ignorar la urgencia de la amenaza que se cernía.
En un acto de tranquila autoridad, Aku movió un dedo mientras permanecía impasible, cruzado de brazos, su mirada fija en el horizonte. La arena bajo los pies de los combatientes empezó a temblar, arrastrándolos con una fuerza inexorable que los separó, deshaciendo la frágil red de sus conflictos. Aku observó sin pronunciar palabra, su mente distante, centrada en el mar en movimiento, en la barrera que se acercaba, y en la figura distante de Kaito alejándose. Mientras los cuerpos separados se tambaleaban en la arena, Aku se preguntaba en silencio dónde podían estar los Uchiha, como si el destino de todos dependiera de su ausencia o su presencia.
Desde la perspectiva del Capitán Ohana, el panorama se desplegaba con una intensidad casi palpable. Kaito, sin un atisbo de duda en su rostro, había desencadenado un despliegue de estrategia tan audaz como inquietante. Sus cadáveres avanzaron bajo una orden tácita, y entre ellos, Rogu tomó la delantera como un proyectil humano, desatando un destello que iluminó el horizonte y activó la séptima puerta con una explosión de energía. La velocidad de Rogu era sobrehumana, y su carrera a través de las aguas en dirección a la amenaza era un espectáculo de pura determinación.
Mientras tanto, Sasaki Hígasa, un enigma envuelto en elegancia incluso en su forma de espectro, desplegó su paraguas de combate con una serenidad inquietante. Sus movimientos, precisos y graciosos, contrastaban con el caos alrededor, como si él estuviera en completa armonía con la fatalidad inminente. Sin esperar confirmación ni compañía, Kaito avanzó con pasos firmes hacia su destino inevitable. Su flauta negra, resonante de poder ancestral, y el conjuro que invocó a sus demonios Doki, subrayaron la magnitud de su desafío.
El Capitán Ohana, con su mirada fija en el tumulto desde la proa de su navío, observaba la escena con un creciente desasosiego. Las olas se rompían contra el casco con un ruido persistente, un eco constante que parecía acompasarse con la tensión del momento. Los movimientos de Kaito y su macabro cortejo de demonios Doki cruzaban el horizonte con una determinación siniestra, avanzando hacia la amenaza que se avecinaba. Las sombras de los cuerpos que caían al agua, las figuras de los combatientes y la velocidad sobrenatural de Rogu, todo ello se mezclaba en un espectáculo inquietante.
La furia del Capitán estalló en un grito imperioso que cortó el aire con una autoridad que no admitía réplica. —
¿¡Qué crees que estás haciendo!? —rugió hacia Kaito, su voz resonando con el peso de la frustración y el apremio—.
¡Vuelve a la costa, marinero! ¡No es el momento aún!
En un movimiento rápido, dos figuras se lanzaron desde el barco al agua, aterrizando con precisión calculada. Sus cuerpos cortaron la superficie del mar, acortando el paso de Kaito y sus siniestros aliados, aunque no la de aquel revivido cuya velocidad fue incomparable e imparable.
Rogu, el cuerpo reanimado, se convirtió en una fuerza imparable de velocidad y determinación. Cada zancada suya era un destello de energía que cortaba el aire, acercándose rápidamente a la barrera roja que se cernía sobre el horizonte. A medida que la distancia se acortaba, el mar, aún tranquilo, parecía alzar su voz en un murmullo ominoso ante la inminente colisión. La barrera, una masa de fuego y furia, avanzaba con una cadencia constante, a unos 15 o 20 kilómetros de la costa, y no mostraba signos de detenerse.
A medida que Rogu se acercaba, un fenómeno peculiar comenzó a ocurrir. Kaito, conectado de alguna forma mística con el cadáver que corría hacia la barrera, experimentó una serie de visiones fugaces, producto de la cercanía de Rogu con la barrera. Primero, vería un destello rojo frente sus ojos. Un recuerdo: su padre, un maestro marionetista del Clan Chikamatsu, en una tarde de primavera, enseñándole el arte de las marionetas en medio de los yermos. La imagen era clara, pero el silencio que la acompañaba era palpable, como si el tiempo se hubiera detenido para ese breve instante. Luego, un segundo flash, más breve y menos detallado, mostró al Maestro Iwagiri, en una mañana luminosa, instruyéndole en las técnicas básicas de manipulación de la arena. El recuerdo era efímero, pero intenso, como un susurro en medio del caos.
Hay más tiempos- Le susurró una voz en su cabeza.
Cuando el último de estos destellos se desvaneció, la visión de Kaito regresaría a la realidad, encontrándose frente a un grupo de figuras expectantes. Ellos esperaban una respuesta de la pregunta que Kaito no habría logrado escuchar, sus palabras se perdieron en el rugido del viento y el estruendo de la batalla. ¿Que había sido eso?
Mientras Rogu se acercaba inexorablemente a la barrera roja, un nuevo flash invadió la mente de Kaito. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en medio de la Zona Comercial de Konohagakure No Sato. Era un evento del pasado, uno real, una escena vibrante con tiendas y vendedores, el bullicio de la vida cotidiana en el aire. En el centro de ese bullicio, Kin, el Uchiha, se le acercó con una sonrisa franca y un gesto amistoso.
—
¡Kaito hombre! No esperaba verte por Konohagakure! ¿Estás de visita? —decía Kin, levantando una mano en saludo, su voz resonando con una calidez inesperada en contraste con el presente sombrío. - Pero Kin no era Kin, le faltaba un brazo ¿Eso había pasado de esta manera? De repente, el flash cambió, transformándose en otro recuerdo. Kaito se vio a sí mismo en un entorno menos definido, rodeado de figuras borrosas. Kaname, Adán Yamanaka, aquello era otro recuerdo.
—
Bien, miembros de Kakusei, algunos de ustedes ya me conocen, pero para aquellos que aún no lo hacen, mi nombre es Kaito Chikamatsu. Estoy aquí como alguien que comparte sus ideales en esta búsqueda común. Los he convocado por una razón específica —decía el Kaito del recuerdo, su voz manteniendo la serenidad y la autoridad que le caracterizaban.
A medida que el recuerdo avanzaba, la imagen se tornó en un rojo intenso, una luz que parecía envolverlo todo. Este era el momento en el recuerdo donde las raíces aparecerían, enredándose de manera voraz alrededor de las figuras presentes, atrapando a Adán, Renji y a él mismo sin piedad ¿No? Sin embargo, Kaito se daría cuenta de que este no era el curso real de los eventos. No eran Adán, no era Renji. En cambio hablaba con una chica llamada Namida, y otro llamado Issei ¿Había sido esto lo que pasó realmente? ¿Quiénes eran esos? ¿Dónde estaban Adán y Renji? La escena se transformó, distorsionada por la luz roja y el tumulto, y una voz susurrante apareció en su mente.
—
Hay más mundos —decía la voz, enigmática y cautivadora, mientras Kaito volvía a la realidad de la batalla, la barrera aún acercándose y su conexión con el pasado dejándole una sensación de incertidumbre y asombro.
Mientras Rogu avanzaba con una determinación imparable hacia la barrera roja, otra serie de recuerdos fragmentarios, pequeños y nebulosos, que parecían surgir de una grieta en el tejido de la realidad.
Primero, la escena cambió al Coliseo Sabakugami. Allí, en un combate épico contra Fujitora, Kaito alzó la mano izquierda, apuntando con precisión. Un haz de luz se disparó, cortando el aire con intención mortal. Pero antes de que pudiera culminar su acción, Fujitora esquivó y lo azotó contra el suelo, quebrándole el cráneo.
Luego, el escenario mutó a otro recuerdo, una conversación con Izuku y Ohana. El Kaito del recuerdo, con una expresión de asombro genuino, exclamaba:
—
¡Ah, Edo Tensei! ¡De verdad! Esa es justo la investigación en la que estoy trabajando. ¡Ni siquiera sabía que ustedes conocían la técnica! Ahora me entero que uno de ustedes la ha perfeccionado —comentó el Kaito del recuerdo, antes de continuar hacia las celdas con Izuku. Su mirada se dirigió a la joven ciclope con un interés indiscreto. —¿
Qué tal? Soy Kaito, alumno de Akami. Me encantaría conocer a esa tal Aiko de la que hablas —añadió, su curiosidad evidente.
El recuerdo se desdibujó en una serie de imágenes borrosas, antes de desvanecerse en una visión perturbadora: él mismo en el suelo, a los pies de Ohana, sangrando y derrotado. ¿Qué era esto? Claramente esto no había ocurrido así en el pasado.
En ese momento, una voz susurró en su mente con una claridad inquietante:
—Hay más realidades.
El susurro resonó como un eco en el vacío, acentuando la sensación de que la realidad que enfrentaba estaba entrelazada con dimensiones más complejas y desconocidas. Mientras Rogu seguía avanzando hacia la amenaza inminente, Kaito se debatía entre el presente y un pasado lleno de sombras, recuerdos que no pasaron de la manera que él recordaría.
Finalmente, un último destello rojo cegador atravesó la visión de Kaito, arrastrándolo a otro recuerdo que no era suyo, pero que parecía resonar con una inquietante familiaridad. En el nuevo flash, un hombre distinto se perfilaba ante él. O mejor dicho, Kaito era él, pero él no era Kaito. Este hombre, con una presencia digna y un aire de sabiduría, regresaba al País del Fuego. Había renunciado antes de la completa instauración del imperio, pero ahora sentía el llamado de regresar y aportar su conocimiento único. Su nombre era Iroh.
Antes de que pudiera procesar completamente esta visión, el escenario cambió a otro recuerdo, esta vez de una persona común, años atrás. Pertenecía al clan Nara y se llamaba Shikagetsu. La escena se desarrollaba en un contexto de cotidianidad, lleno de un aire de normalidad y paz que contrastaba marcadamente con el tumulto presente.
Una voz susurró por última vez en sus oídos, con una urgencia serena le dijo:
—Hay más 'tú'.
El último flash se desvaneció, y Kaito volvió a la realidad. Ante él, los dos hombres de antes esperaban, uno de ellos repitiendo con impaciencia:
—
¿Hola? ¿Alguien en casa?
Mientras la barrera roja se acercaba inexorablemente, y Rogu estaba ya a un kilómetro de distancia de llegar a ella, el peso de los recuerdos y visiones parecía condensarse en el presente ¿Qué estaba pasando?
El tiempo para postear de 72 horas ya ha expirado.