The Red Guard [Saga]
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El inicio del fin

De repente, el cielo se bañó en un resplandor rojo, como si una herida en el firmamento sangrara con una intensidad abrumadora. Esta luz, que los científicos futuros denominarían Reconfiguración Estructural del Sistema Espacio-Temporal (R.E.S.E.T), descendió con una calma inquietante sobre el campo de batalla. La vibrante tonalidad carmesí se extendió como un manto, envolviendo todo en su abrazo implacable. Bajo esta luminiscencia sobrenatural, la existencia misma comenzó a desmoronarse.

Los soldados, tanto rebeldes como imperiales, se vieron envueltos en una escena surrealista. Los gritos de guerra se desvanecieron en el aire, reemplazados por un silencio asfixiante. Las armas, que momentos antes habían sido símbolos de poder y resistencia, caían al suelo, olvidadas y abandonadas. La furia del conflicto se desvanecía, dando lugar a una soledad que se sentía casi tangible. Las siluetas de los combatientes se volvían cada vez más difusas, como si la realidad misma estuviera arrancando los hilos de su existencia con precisión dolorosa.

Los cuerpos y las almas de aquellos que habían estado en la contienda comenzaron a disolverse bajo la luz roja. La energía que emanaba del cielo parecía deshacer todo a su paso, como si una fuerza invisible estuviera borrando cada trazo de la presencia humana. Las formas se desdibujaban lentamente, desintegrándose en partículas ínfimas que se esparcían en el aire. Era como si la realidad estuviera deshaciendo un tapiz complejo, y cada hilo, cada figura, se estuviera desprendiendo, sin dejar rastro. En un parpadeo, millones de personas se convirtieron en recuerdos difusos, arrastradas por el poder abrumador del R.E.S.E.T.  Las personas, Núcleos de Población Común (N.P.C), como se les denominaría más tarde, fueron borrados de la existencia con una facilidad aterradora. Los campos de batalla, antes vibrantes con el caos de la lucha, se convirtieron en ecos de una era que ya no existía. Las huellas de la batalla, los cuerpos caídos, y las armas dispersas eran ahora nada más que vestigios de una realidad que había sido desvanecida.

Estos fueron los afortunados, los primeros en partir, en desaparecer en la inmensidad del olvido. La luz roja continuaba su curso implacable, arrastrando con ella el dolor y el conflicto, dejándolos como fantasmas en el vacío. En un instante, el caos y la lucha se convirtieron en un recuerdo desvanecido, como una prenda cuyos hilos habían sido tirados uno a uno, dejando solo un rastro de inexistencia en su estela. Así, el campo de batalla se disolvió en la vasta nada, dejando tras de sí un vacío de silencio y soledad, una etapa cerrada en la interminable danza del R.E.S.E.T.



Continúa en Evento Global: R.E.S.E.T


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Última modificación: 04-08-2024, 10:07 AM por Kenju Issei.
Issei canalizó toda su energía en el ataque, lanzando un rayo de calor concentrado. El láser, con un fulgor cegador, atravesó la neblina como una lanza de pura energía, dirigiéndose con precisión implacable hacia la posición donde sentía el chakra de sus enemigos. A medida que el ataque se desplegaba, su mente se preparó para lo peor, con la aceptación de su posible muerte pesando sobre él como una losa.

En ese instante, la determinación y la desesperación se mezclaron en su corazón. Los recuerdos comenzaron a invadir su mente, como si el tiempo mismo se ralentizara para permitirle una última mirada a su vida. Recordó el día que conoció a su esposa, cómo la rescató de debajo de una roca que la había atrapado durante el colapso de un edificio. El alivio y la gratitud en sus ojos cuando la liberó aún permanecían grabados en su memoria. Después, el nacimiento de su primer hijo, Ishi, su llanto al venir al mundo, y la sensación de inmensa alegría y responsabilidad al sostenerlo por primera vez en sus brazos.

Inesperadamente, la imagen de su amante surgió en su mente. Su primer beso, lleno de pasión y furtividad, un momento de debilidad que complicó su vida de maneras que nunca pudo prever. Pero junto con estos recuerdos felices, también vinieron los oscuros. Las veces que golpeó a su esposa, los gritos de sus hijos asustados, las peleas intensas con su amante. La culpa y la vergüenza se entrelazaron con el dolor y la tristeza. Cerró los ojos mientras algunas lágrimas caían de sus ojos, aceptando que sin él, probablemente las personas que más quería tendrían una vida mejor.

De repente, Issei notó que algo extraño comenzaba a ocurrir. Un resplandor rojo invadió el cielo, llenando el aire con una luz inquietante. Miró a su alrededor, viendo cómo los soldados a su alrededor empezaban a desvanecerse. Las figuras, tanto aliadas como enemigas, se volvían cada vez más difusas, como si la misma realidad las estuviera arrancando de la existencia. La confusión y el miedo se apoderaron de él mientras trataba de entender qué estaba ocurriendo.

Los gritos de guerra cesaron abruptamente, reemplazados por un silencio abrumador. Las armas caían al suelo, olvidadas y sin dueño. El Kenju observó con incredulidad cómo todo a su alrededor se disolvía. Los soldados, los árboles, incluso la niebla misma, se desvanecían en el aire como si nunca hubieran existido. Su mente se llenó de preguntas sin respuesta mientras la sensación de soledad y desolación lo envolvía.

Finalmente, sintió que el prisma de cristal empezaba a resquebrajarse. La luz roja lo envolvió también, y en ese momento, supo que su destino estaba sellado. El último pensamiento que cruzó su mente fue el de su familia, esperando que, de alguna manera, su sacrificio les diera una oportunidad de vivir en paz.

Pero el destino tenía otros planes. El prisma se rompió con un estruendo, y Issei cayó, golpeando ramas y troncos en su descenso pero que a la vez amortiguaron un poco su caída. Finalmente, aterrizó duramente en el suelo del bosque, herido y agotado por la falta de chakra. Su visión se volvió borrosa, y el dolor le impidió moverse con facilidad. Miró alrededor con dificultad, intentando entender qué había sucedido.

Todo a su alrededor estaba desierto y en silencio. Los árboles que alguna vez estuvieron llenos de vida ahora parecían sombras de sí mismos, como si el mismísimo infierno se hubiera apoderado del lugar. El paisaje era un reflejo de la devastación y el caos que había experimentado, pero también de una extraña calma, una quietud que no había sentido en mucho tiempo.

Intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. El agotamiento y las heridas le pesaban, y todo lo que podía hacer era mirar el cielo rojo y desolado. Pensó en su familia una vez más, esperando que estuvieran a salvo en algún lugar lejos de este infierno. Con la vista nublada por el dolor y el cansancio, se permitió cerrar los ojos, esperando encontrar algún descanso en medio del caos que lo rodeaba.
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