El inicio del fin
De repente, el cielo se bañó en un resplandor rojo, como si una herida en el firmamento sangrara con una intensidad abrumadora. Esta luz, que los científicos futuros denominarían Reconfiguración Estructural del Sistema Espacio-Temporal (R.E.S.E.T), descendió con una calma inquietante sobre el campo de batalla. La vibrante tonalidad carmesí se extendió como un manto, envolviendo todo en su abrazo implacable. Bajo esta luminiscencia sobrenatural, la existencia misma comenzó a desmoronarse.
Los soldados, tanto rebeldes como imperiales, se vieron envueltos en una escena surrealista. Los gritos de guerra se desvanecieron en el aire, reemplazados por un silencio asfixiante. Las armas, que momentos antes habían sido símbolos de poder y resistencia, caían al suelo, olvidadas y abandonadas. La furia del conflicto se desvanecía, dando lugar a una soledad que se sentía casi tangible. Las siluetas de los combatientes se volvían cada vez más difusas, como si la realidad misma estuviera arrancando los hilos de su existencia con precisión dolorosa.
Los cuerpos y las almas de aquellos que habían estado en la contienda comenzaron a disolverse bajo la luz roja. La energía que emanaba del cielo parecía deshacer todo a su paso, como si una fuerza invisible estuviera borrando cada trazo de la presencia humana. Las formas se desdibujaban lentamente, desintegrándose en partículas ínfimas que se esparcían en el aire. Era como si la realidad estuviera deshaciendo un tapiz complejo, y cada hilo, cada figura, se estuviera desprendiendo, sin dejar rastro. En un parpadeo, millones de personas se convirtieron en recuerdos difusos, arrastradas por el poder abrumador del R.E.S.E.T. Las personas, Núcleos de Población Común (N.P.C), como se les denominaría más tarde, fueron borrados de la existencia con una facilidad aterradora. Los campos de batalla, antes vibrantes con el caos de la lucha, se convirtieron en ecos de una era que ya no existía. Las huellas de la batalla, los cuerpos caídos, y las armas dispersas eran ahora nada más que vestigios de una realidad que había sido desvanecida.
Estos fueron los afortunados, los primeros en partir, en desaparecer en la inmensidad del olvido. La luz roja continuaba su curso implacable, arrastrando con ella el dolor y el conflicto, dejándolos como fantasmas en el vacío. En un instante, el caos y la lucha se convirtieron en un recuerdo desvanecido, como una prenda cuyos hilos habían sido tirados uno a uno, dejando solo un rastro de inexistencia en su estela. Así, el campo de batalla se disolvió en la vasta nada, dejando tras de sí un vacío de silencio y soledad, una etapa cerrada en la interminable danza del R.E.S.E.T.
De repente, el cielo se bañó en un resplandor rojo, como si una herida en el firmamento sangrara con una intensidad abrumadora. Esta luz, que los científicos futuros denominarían Reconfiguración Estructural del Sistema Espacio-Temporal (R.E.S.E.T), descendió con una calma inquietante sobre el campo de batalla. La vibrante tonalidad carmesí se extendió como un manto, envolviendo todo en su abrazo implacable. Bajo esta luminiscencia sobrenatural, la existencia misma comenzó a desmoronarse.
Los soldados, tanto rebeldes como imperiales, se vieron envueltos en una escena surrealista. Los gritos de guerra se desvanecieron en el aire, reemplazados por un silencio asfixiante. Las armas, que momentos antes habían sido símbolos de poder y resistencia, caían al suelo, olvidadas y abandonadas. La furia del conflicto se desvanecía, dando lugar a una soledad que se sentía casi tangible. Las siluetas de los combatientes se volvían cada vez más difusas, como si la realidad misma estuviera arrancando los hilos de su existencia con precisión dolorosa.
Los cuerpos y las almas de aquellos que habían estado en la contienda comenzaron a disolverse bajo la luz roja. La energía que emanaba del cielo parecía deshacer todo a su paso, como si una fuerza invisible estuviera borrando cada trazo de la presencia humana. Las formas se desdibujaban lentamente, desintegrándose en partículas ínfimas que se esparcían en el aire. Era como si la realidad estuviera deshaciendo un tapiz complejo, y cada hilo, cada figura, se estuviera desprendiendo, sin dejar rastro. En un parpadeo, millones de personas se convirtieron en recuerdos difusos, arrastradas por el poder abrumador del R.E.S.E.T. Las personas, Núcleos de Población Común (N.P.C), como se les denominaría más tarde, fueron borrados de la existencia con una facilidad aterradora. Los campos de batalla, antes vibrantes con el caos de la lucha, se convirtieron en ecos de una era que ya no existía. Las huellas de la batalla, los cuerpos caídos, y las armas dispersas eran ahora nada más que vestigios de una realidad que había sido desvanecida.
Estos fueron los afortunados, los primeros en partir, en desaparecer en la inmensidad del olvido. La luz roja continuaba su curso implacable, arrastrando con ella el dolor y el conflicto, dejándolos como fantasmas en el vacío. En un instante, el caos y la lucha se convirtieron en un recuerdo desvanecido, como una prenda cuyos hilos habían sido tirados uno a uno, dejando solo un rastro de inexistencia en su estela. Así, el campo de batalla se disolvió en la vasta nada, dejando tras de sí un vacío de silencio y soledad, una etapa cerrada en la interminable danza del R.E.S.E.T.
Continúa en Evento Global: R.E.S.E.T