El patio donde Kyoshiro aterrizó era un cuadrado de aproximadamente 20 por 20 metros, compartido por tres casas. El césped, bien cuidado y de un verde vibrante, estaba salpicado de juguetes de los niños vecinos: un triciclo rojo, una pelota de fútbol, y varias muñecas abandonadas a la intemperie. En un rincón, un pequeño jardín de flores silvestres florecía con colores vivos, contrastando con el caos que se desataba. Un gran tendedero atravesaba el patio de un lado a otro, con ropa de diferentes tamaños y colores ondeando suavemente al viento, símbolo de la vida cotidiana que en ese instante parecía tan lejana.
La atmósfera del lugar era tranquila, casi idílica, con las tres casas que daban al patio creando un espacio común que hablaba de comunidad y convivencia. Cada casa tenía su propio encanto; una al este con una fachada de ladrillo rojo, otra al oeste pintada de un azul pastel, y la tercera, al sur de todo la de donde Kyoshiro había salido por la ventana, mostraba signos evidentes del desastre reciente con paredes agrietadas y ventanas rotas. El césped, aunque bien cuidado, tenía zonas donde se notaban los juegos intensos de los niños del vecindario, marcados por manchas de tierra y pequeños agujeros.
El gran tendedero no solo servía para secar ropa, sino que también parecía ser un lugar de encuentro, con sillas viejas y una mesa de madera situada cerca, como si los vecinos se reunieran allí regularmente para charlar. Pequeñas luces colgaban de él, sugeriendo que por las noches, el patio se iluminaba con un resplandor cálido y acogedor. Cerca del tendedero, casi en la esquina noroeste exacta, una pequeña fuente de agua burbujeaba suavemente, añadiendo un sonido calmante al ambiente.
Sin embargo, la serenidad del patio fue rápidamente interrumpida. Los gritos estallaron cuando Kyoshiro salió de la casa con el bebé en brazos, y la estructura de la casa se desmoronaba detrás de él. Una mujer mayor, con el rostro lleno de pánico, gritó dramáticamente creyendo que presenciaba un secuestro. Otras voces se unieron al coro de alarma, aumentando la confusión. Habían unas tres señoras, unos cuatro niños y dos gatos en el patio cuando todo inició. Kyoshiro, en su frenético escape, rodó por el suelo y, en su último giro, dejó caer al niño. Sin saber manejar sus propios poderes, el niño se envolvió instintivamente en una esfera de rocas, creando una especie de caparazón protector. ¿Lo hizo él mismo? ¿Lo hizo el chakra para proteger a su nuevo cuerpo? Quién sabe; algo más que añadir a la investigación.
En el centro de aquel patio, Kyoshiro se levantó rápidamente, observando a su alrededor. La casa detrás de él al sur de todo seguía escupiendo polvo por las ventanas, indicativo del colapso interior. Una mujer salió corriendo por el único camino abierto del patio compartido, hacia el norte, atravesando la única puerta en la malla metálica que separaba aquel patio de la calla. Iba gritando desesperadamente y pidiendo ayuda. Kyoshiro, con la mente en un torbellino, sabía que debía actuar rápido. La situación estaba fuera de control, y cada segundo contaba en su misión para proteger y estudiar al niño, a pesar del caos que había desatado.