Para suerte de ambos, el momento de mirarse mutuamente con tanta concordancia generó tal tensión que evitó que se dieran cuenta de un detalle crucial: la incomodidad o intranquilidad de sus corazones. Los latidos acelerados y el calor asomando en forma de rojez en las mejillas de los jóvenes pasaron completamente inadvertidos, pues cada uno se enfocó en disimular y mirar a otro sitio. Si tan solo uno de ellos no hubiese elegido preservar su imagen, habría notado el nerviosismo en los ojos ajenos.
Pero todo continuó con normalidad. Naoya suspiró y se relajó mientras el sol terminaba de bajar, y pronto estaba tirando a Shiza al suelo, enredados en carcajadas y una idea que, pese a parecer fugaz y descabellada, decantó y se volvió un plan sólido en la mente del par de shinobis de Iwa: abandonar su hogar y huir por unos días. La muchacha de cabellos ceniza no dudó en declarar que era capaz de hacerlo, ante el reto del Shoku, que abrió más sus ojos e inclinó un poco su rostro hacia abajo, manteniendo la mirada fija en sus orbes naranjas. "
¿Lo eres?", le preguntó dentro de su mente. Pero ella volvió a insistir, dando su firme "hagámoslo". Naoya asintió dos veces, decidido, y con una media sonrisa recibió a la Tatsumaki, que se pegó aún más a él. Una brisa los sacudió, metiéndose entre sus ropas y haciéndolas ondear. Los vientos provenientes del mar eran lo suficientemente frescos como para que la temperatura de las zonas costeras descendiese abruptamente tras la huida del sol.
Pronto ella cerró sus ojos bajo su cuello. Naoya la abrazó con su zurda, envolviéndola bajo su propia chaqueta. No era la situación más común del mismo, pero tampoco era raro para ellos. Se tenían demasiada confianza, y el pelinegro jamás dudaría en prestarse como estufa ante las inclemencias del tiempo y momentos a la intemperie. Si algo había aprendido, era a dar todo de sí a quienes quería, y a ella la quería mucho. Además, sería una pena que ella enfermase por aceptar aquel plan de quedarse a evadir sus tareas por ver el atardecer con él; sin contar que, con ello, se perdería una semana en cama y su plan de huir perdería gran parte de su sentido. La necesidad de alejarse de Iwa era urgente: cuanto antes. Y no porque estuviesen en peligro, sino porque así lo habían sentido en ese momento juntos. Mientras estaba perdiéndose en sus pensamientos, un tanto abstraído y abrazado a ella, su voz lo interrumpió. La frase no finalizó, y la pregunta terminó inconclusa. Los balbuceos de Shiza hicieron a Naoya arquear una ceja, y esperó unos segundos en silencio, a ver si retomaba la idea.
— ¿Me dijiste...? — interrogó en un tono bajo, por encima de su cabeza.
No recibió respuesta, ella se había quedado completamente dormida. Su respiración en su cuello pronto se lo confirmó. Él sonrió, ajeno a cualquier mirada, y cerró los ojos también, envolviéndola para protegerla del viento.
— ¿Cuándo fue la última vez que se sintió tan bien dormir en el suelo? — susurró para sí mismo, a oídos sordos de aquellos que habían caído en los umbrales del sueño. Naoya recordaba aquellas noches durmiendo en los callejones, buscando cobijo en los niveles más bajos de Iwa para huir del frío que se filtraba desde la helada superficie. Esos días habían quedado atrás hace tiempo, y este momento con Shiza más que recordarle a aquello, le hacía valorar los buenos vínculos que había construido en su vida, a pesar de ser pocos.
Si algo recordaba bien de la Tatsumaki es que tenía el sueño profundo. Así como solía estar en su mundo gran parte del tiempo, en sus sueños habría de divagar y viajar aún más. Tras un largo rato allí acostados, se separó para verla mientras dormía, y sonrió, ahogando una carcajada. Tras ponerse de pie, se sacudió y la cargó con cuidado, dejándola afirmar sus manos sobre su cuello. Así, con Shiza en brazos, emprendió rumbo hacia el sur, en regreso a Iwagakure. Antes había colgado el pergamino que cargaba ese día en su cintura baja, nuevamente.
Pese a ir con su compañera entre brazos, Naoya apresuró la marcha, y su paso era tan ligero como suave. El Shoku poseía una gran destreza para mantener la estabilidad y moverse sin perturbar mucho el sueño de la chica. Cada tanto bajaba su mirada, quedándose un tanto perdido en su rostro dormido. Temía que se despertase, pues sería incómodo para ambos el darse una explicación. Pero haberse quedado en el acantilado no era una opción.
El camino hasta la villa sería demasiado largo, así que Naoya decidió hacer una parada en un albergue transitorio, una cabaña adentrada apenas a unos metros del camino que las caravanas y grupos de mercantes tomaban como ruta hacia la costa. Una vez allí, se encargó de solicitar con el mayor silencio posible una habitación. Hizo hasta señas y movió los labios sin expresar palabra, para evitar despertar a la durmiente. Pagó por una habitación con dos camas, y una vez fue conducido a ella, se encargó de recostar bien a su amiga y de taparla. Tras algunos minutos dando vueltas él también se durmió en el otro colchón.
Naoya no podía dormir demasiado por la noche, así que despertó bien temprano en la mañana. Su instinto natural servía de despertador, muchas veces. Se alistó y, mientras se acercaba a las pertenencias de Shiza para dejar algo de dinero, encontró la carta que le había encomendado esa misión que él le hizo perder. Tuvo que ahogar su propia risa llevando la diestra a la boca cuando leyó que ella buscaba recuperar lo que él mismo había robado. Negó un par de veces, mordiéndose el labio inferior, y una idea pasó por su cabeza.
Tomando su pergamino, lo desplegó y eliminó el sello. La caja de madera que había hurtado con mucha cautela a esos mercaderes, apareció en la habitación. El Shoku la colocó con cuidado junto a la puerta, y luego rebuscó entre lo que había en aquella habitación, encima de una mesa de noche. Tomó una pluma y papel, y antes de marcharse, sin que ella despertase aún, dejó una nota encima de la mercancía robada que rezaba:
Nota de Naoya escribió:"En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es solo plata y no amores".
- Naoya :)
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