Bajo la superficie [Naoya]
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Si algo tenía claro aquel día era que tendría que buscarse el modo de entretenerse por su propia cuenta, estaba completamente aburrida y aun le queda por lo menos cinco horas hasta que pudiera acudir al punto de encuentro de una misión asignada. Había tenido que viajar al norte, a la costa, en busca de unas mercancías extraviadas. Creyó que yendo por sí misma antes de la quedada con otros compañeros daría lugar a encontrar alguna pista que se le pudiera estar escapando a todos ellos. Así fue su pensamiento durante unas largas horas en las que no encontró nada y lo único que hizo fue asquearse de ciertos imperialistas que se había topado, hablando de grande y maravilloso que estaba siendo lo que tenían entre manos. Ella, como no podía ser de otro modo, sintió que en aquel momento había recibido la señal justa y necesaria para darse cuenta que debía tomarse un descanso antes de que su lengua se le fuera a largar lo que no debía.

Decidió marchar a la propia costa que había, avisando a sus compañeros que ahí estaría, saliendo de la parte más portuaria del mismo, buscando así la tranquilidad que no creía que fuera a tener de otro modo. Resultaba inevitable pensar en lo poco que había compartido con su propio padre a causa del Imperio, de esa lealtad que había entregado en exclusividad a estos. ¿Acaso no veía el mal que les hacía? Realmente, Shiza nunca tuvo un motivo realmente claro y de peso para ser una rebelde, pero bien que se había unido a ellos con ese resentimiento que había acumulado hacia su mismo progenitor. « Algún día se dará cuenta del daño que me hizo y será demasiado tarde... ». Parecía que estaba buscando el destino de tener la sangre de su propio padre derramada en sus manos, y así se sentía ese dolor: dispuesto a tal gravedad. ¿La verdad detrás de ello? Era que posiblemente no fuera capaz de tal hazaña, inmoral para muchos. Quien sabía si algún día iba a darse ni siquiera la situación para ello.

Lejos de encontrar consuelo por el camino hacia la costa, lo único que encontró fueron más recuerdos. Había muchos detalles que se le pasaban, porque ciertamente no era la persona que más atención prestase a su entorno cuando no había algo que realmente captase su interés. Podía recordar en especial los momentos con su abuela, pintando con ella, o jugando con los niños de la aldea al pilla pilla. Tenía buenos recuerdos gracias a que aquella anciana había decidido luchar por ella, posiblemente en nombre de su hija, cuando nadie más estaba dispuesto a ello.

Ahora habían pasado por lo menos cinco años, o más, de criarse prácticamente sola y con a penas el dinero de su padre como presencia del mismo. Llegar a aquella costa finalmente y verse reflejada en el agua, fue como descubrir que ya no era la niña a la que pretendía aferrarse. Se quedó de cuclillas y abrazada a sus piernas frente a aquella orilla, allí estuvo por unos largos minutos, quizá una hora, y a la vuelta trató de buscar dar una vuelta completa antes de llegar al puerto nuevamente. ¿Qué buscaba? Nada en concreto, tan solo despejar sus pensamientos y tal vez animarse un poco. Hoy era un día complicado, o así se le estaba haciendo a cuesta arriba. Puede que haber visto a su madre en casa antes de marchar al norte no hubiera sido el mejor de los acontecimientos, ¿verdad? Pero no tenía mucho que hacer al respecto.

Por suerte, un sonido le acabó alertando, unos sonidos que se trasmitieron por la tierra. ¿Qué era? No lo sabía, pero retiró su gran abanico para tenerlo sujeto en una de sus manos, listo para ser abierto, mientras miraba su entorno con suma alerta en busca de dónde provenía el mismo. « No puede ser que por distraerme me haya metido en un lío... de nuevo... ». Pero quién sabía de qué se trataba.
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Allá en los fríos páramos cercanos a la Costa Norte, Naoya desconocía que en apenas unas horas unos imperiales de Iwagakure estarían tras su rastro. Y es que se había convocado a un grupo de shinobis para recuperar una mercancía "extraviada". Efectivamente, Naoya había robado esa supuesta mercancía perdida de un convoy distraído que llegó desde el puerto y se dirigía a la aldea. "Dudo que alguien se preocupe por esta mierda", pensó. Había guardado en un pergamino el contenido de la mercancía: una caja de madera sellada, que no había abierto para nada. Le estaba picando la curiosidad, pero tras sustraerla de su transporte, Naoya se escabulló en su modo invisible ventoso con el grandísimo Tobidasu.

Avanzaba tranquilo por una llanura bastante extensa. Había algunas dunas que daban un poco de relieve e irregularidad al desierto paisaje, y allá por lo lejos se extendía una arenosa playa de blanca arena que daba a las frías aguas del Mar del Norte. El pergamino colgaba de su espalda baja, atado a su cintura. Tras acomodarlo, el Shoku se hizo de su caja de cigarrillos y se colocó uno en los labios, dándole fuego. Observó a ambos lados y luego le dio una calada. Mientras mantenía el cigarro en sus labios y largaba el humo por la nariz, realizó una tanda de sellos. Se agachó y posó las palmas sobre el suelo, tras lo cuál el mismo comenzó a vibrar. Los leves movimientos tectónicos, cosquillas a la corteza terrestre, lograron extenderse en bastantes metros a la redonda, pero sólo para aquellos suficientemente sensibles y perceptivos.

Doryuu Jouheki

Tras la antesala de su grandiosa técnica modificadora del terreno, aconteció la magia. El suelo donde estaba parado se elevó, dando paso a un gran precipicio de 100 metros de ancho. Naoya quedó en la cima de este, y frente a él, observando al mar, se encontraba la parte inferior. Tras él se extendía por cien metros aquella gran "meseta" que había creado con su Doton. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, y dejó reposar el pergamino en el suelo junto a él, pues ya estaba molestándole. Desde esa altura de 30 metros logró ver el horizonte con mayor claridad. El pelinegro continuó fumando su cigarrillo, apaciguando la ansiedad que lo colmaba en aquellos días. Era un sentimiento muy extraño, pero no podía hacer nada para combatirlo más que recurrir al tabaco.
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No podía mentirse al espectador, pero se había asustado un tanto en aquel momento. ¿Podía ser que hubiera alguna clase de gusano enorme bajo la tierra que hubiera hecho aquel temblor? O podían ser ideas suyas de tantas historias que le había contado su abuela, que tan ingenua como podía llegar a ser, se las creía todas y cada una de ellas. Extendió todo su abanico con la firmeza de una seguridad que no tenía por dentro, y miró a su entorno intentando ver si aquella llanura se pudiera ver algo fuera de lo normal. Si bien no había nada a simple vista, sus ojos no eran capaces de alcanzar más allá de las elevaciones de tierra que había por la zona en la que ella estaba. Si no hubiera sido que aquel ruido no le dejó tranquila, posiblemente lo hubiera dejado ahí.

Por esa misma razón, cerró el propio abanico para volver a colocarlo en la correa de su espalda, donde lo solía sujetar, para comenzar la tanda de sellos con sus manos y mantener el último de ellos. Mantuvo los ojos abiertos y sus oídos atentos. Todo aquello que estuviera más cerca de cincuenta metros de ella se revelaría a su sentido más agudizado en aquel momento.

Kaze no Kotoba


Al comienzo, pudo distinguir distintas pisadas tranquilas de unas personas a lo lejos, posiblemente mercantes por el sonido de las ruedas, pero finalmente acabaría dando con el sonido de ser acabado de elevar con aquel acantilado por el pelinegro. Escuchó el caer de la arena por el precipicio, las pequeñas rocas ceder hacia uno de los lados de la pendiente y, por último, una respiración que iba conectada a un exhalar, las chispas del fuego que hacía en el propio cigarrillo. No tardó mucho más en deshacer el sello para comenzar a caminar hacia aquella dirección, observando tras unos montículos como se hallaba la llanura de la que ella había procedido hacía tiempo atrás, solo que esta vez la vista de la orilla de la playa era completamente distinta para estas alturas.

Distinguiría aquella espalda en cualquier lado, aquellos moñitos que estaba divisando a lo lejos. Ahora comprendía de qué se trataba aquel ruido que había percibido no tan lejos de donde estaba, y se dio cuenta del acantilado que se había formado, como lo que podía estar haciendo aquel hombre en lo alto del mismo. Para cuando pudo distinguir su figura, ya estaba cerca de la mitad del camino ascendente en su dirección. Sabía lo que había escuchado y donde, y que estaba fumando de seguro. A veces se preguntaba a sí misma si realmente fumar era algo bueno, siendo ella tan atenta del aire y el viento que les rodeaba, el humo del tabaco desde luego no parecía ser precisamente un medicamento como para tomarlo tan seguido, pero... ¿Quién era ella para decirle nada a él? Tampoco es que le afectase, solo... creía que debía cuidarse más, porque le nacía ese sentimiento de cuidarle como pudiera.

Pudo pensar muchas cosas, pues tiempo tenía para alcanzar la altura generada por la tierra elevada por el contrario, hasta que finalmente se presentaría por su espalda, sin poner mucha molestia en si sus pasos se escuchaban para él, porque no quería asustarle con su llegada, alertarle de manera violenta. — No esperaba encontrarte aquí, pero no pudiste escaparte de mi oído. — Se asomaría por el lateral del contrario con una gran sonrisa y el índice colocado en una de sus mejillas. Parecía que aquel encuentro le había hecho olvidar todo lo malo que pasaba por su cabeza que tanto le costaba, iluminando su rostro con otras emociones. — Pensé que te encontraría en la aldea a la vuelta, ¿trabajo?

Se quedó mirando desde aquella altura el mar que previamente había divisado, denotándose unos tonos totalmente distintos de los que había podido apreciar antes. Por su parte, se quedó en silencio por unos segundos, antes de sentarse en el suelo junto a él, en el lado contrario del pergamino. — Resulta precioso, ¿no lo crees? — Su voz denotaba lo asombrada que estaba por las vistas, casi parecía que de tanto bajar su tono susurraría al contrario. Apoyó las manos a los lados de su cuerpo, reclinada hacia atrás un poco. — Espero que no tengas que irte ya... — Su tono, que hasta entonces había sido jovial, ahora se tiñó levemente con cierta preocupación, o pena ante aquella posibilidad, mientras posaba la mirada sobre él de reojo. Por lo que ella respectaba, no tenía todavía prisa por volver a donde tenía la misión... ¿y quién mejor con el que olvidar las penas que la persona que siempre te había acompañado?
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Última modificación: 06-06-2024, 02:22 PM por Naoya.
Tras unos instantes viendo el azul del mar a lo lejos y cómo el horizonte parecía difuminarse sin una línea divisoria clara, Naoya quedó completamente abstraído del entorno. No era de los que tenía la chance de ver el mar muy seguido, pues lógicamente, los oriundos de Iwagakure tenían que hacer largos kilómetros fuera de su hogar para tener una masa de agua considerable a su alcance. Contrario a lo que sucedía en lugares como Kumogakure o la mismísima Kiri, donde los barcos, la navegación y las corrientes marinas eran moneda "corriente".

Solo unos pasos a su espalda, unos cuántos metros detrás, lograron sacarlo de aquel estado de fascinación. El mar lo calmaba y le hacía calmar un poco el ruido de su ajetreada cabeza. Pero al volver en sí, el ruido seguía ahí. Dio la última calada a su cigarrillo y lo apagó en el suelo a su lado, para luego tirar la colilla por el precipicio. Miró por encima de su hombro, girando el cuello para divisar quién llegaba, pero la presencia de Shiza lo tomó por sorpresa. Cruzó miradas con ella y no pudo evitar esgrimir una sonrisa genuina. Sí, Shiza era de esas pocas personas fuera de su núcleo familiar que lograrían hacer sonreír de manera natural a alguien tan cerrado y neutro como él. — ¡¿Shiza?! Tampoco esperaba verte por aquí. Ni estando tan lejos uno se asegura de estar solo. — bromeó el Shoku. Oyó el comentario sobre el buen oído de la Tatsumaki, y recordó las veces que durante toda su vida había usado sus habilidades para ubicarlo o salvarle el pellejo de meterse en problemas innecesarios. — Bueno, creo que desde que te conocí jamás pude escaparme. —. Naoya chasqueó la lengua y mostró una sonrisa mientras volvía a ver el mar. Su relación con Shiza se extendía hasta los días de su niñez, aunque el momento exacto en el que la conoció era difuso. Como su vida había sido dura, y su infancia un tanto traumática, la memoria del pelinegro sobre esos días presentaba lagunas considerables. Pero lo único cierto es que eran muchísimos años de amistad, e incluso hacía tiempo habían extrapolado su vínculo al ámbito labora, pues el mismo Shoku se había encargado de presentar a la joven en los círculos de la Rebelión.

— Sí, es una locura. No suelo ver mucho el mar, pero cuando vengo por acá no puedo evitar pasar un buen rato mirándolo. — negó un par de veces mientras observaba un tanto el horizonte. Su voz también era baja, en un tono suave, como si no quisiese romper la paz que el oleaje lejano le transmitía. — Y sabes que no soy de esos tipos que van al mar para llorar, eh. ¡Ojalá fuera tan fácil! — rio, cortando un poco la seriedad del ambiente.

Apoyó su codo izquierdo sobre su pierna, dejando reposar su cabeza sobre su mano, y observando de reojo a Shiza, que permanecía a su derecha. Vaciló y tomó un poco de aire antes de responder a su pregunta. — No, de hecho no tengo que irme todavía. Tengo mucho tiempo. ¿Y tú? ¿Cómo llegaste hasta aquí?
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Última modificación: 06-06-2024, 11:07 AM por Tatsumaki Shiza.
Su sonrisa encontró la posibilidad de ampliarse más incluso de lo que ya estaba en el momento que recibió la sonrisa contraria. Para como era él, aquello era uno de los mejores regalos que le podían hacer en el día. — Ni estando tan lejos te aseguras de librarte de mí. — Movería los dedos de las manos hacia él como si hiciera el gesto de fantasma embrujado que iba hacia él con el típico "boo", para luego reír. Una risa tan sincera y desde el afecto más cálido que se vio acentuada por la siguiente frase del contrario. — Que suerte la mía. — Sonrió abiertamente, y sus palabras no tomaban tono burlesco. La risa lentamente cuando se comenzó a sentar junto a él, y es que lo cierto era que había tenido mucha suerte de tenerle en su vida. Puede que tuviera más amistades a parte, que hubiera conocido a muchos de sus años de academia, pero no había ninguno que hubiera dado tanto en la vida de la joven Shiza, siendo este una de las personas que más admiraba y alegraba sus días más solitarios.

No estaba segura de que ahora mismo pudiera estar feliz si no fuera porque Naoya le había dado una razón nueva por la que luchar, ya que había sido su conexión en muchos aspectos respecto a los rebeldes, pero no era algo que revelar a los cuatro vientos precisamente, aun así: agradeció tener otra familia nueva en la que sentirse más refugiada. Cierto era que sin él, nada de eso hubiera podido existir de este modo, y seguramente no se sintiera tan segura si no fuera porque sabía a ciencia cierta que él siempre estaría ahí cuando le necesitase. Al final, él era el experto en los problemas, pues ella siempre había sido muy buena niña en realidad.

Las vistas y su oleaje eran sin duda cosas que en la vida de unos genin como ellos no podían dejarse de lado. Tenía además razón el contrario, al menos la connotación que había detrás de no ir mucho al mar, por lo lejos que quedaba de donde ellos eran. — Es como si tuviera un imán para que lo mirásemos... — Comentó tan distraída que por un momento iba a disociar de aquella situación, pero hizo sus mayores esfuerzos porque quería provechar la ocasión de aquel encuentro. Sabía lo rápido que se le podía ir las ideas, su atención, y no era algo que le gustase sufrir precisamente con él, aunque posiblemente éste ya estuviera más que acostumbrado. Por ello, miró al contrario cuando se echó esa risa tras un comentario que ella más bien lo tomó como amargo. — Cierto, eres de los tipos que prefiere meterse en problemas. — Seguiría la risa de él mientras le picaba con uno de sus índices, y con suavidad, en una de las mejillas del contrario.

Para cuando él girase la mirada hacia ella, ésta ya permanecía mirándole de modo más directo y con el rostro algo alicaído, hasta que respondiera que todavía no tenía que irse, siendo evidente por su sonrisa, que se relajó, que aquello le había agradado de oír. — ¿Yo? Pues estoy haciendo tiempo para un encargo que debo realizar con otros. — Suspiraría como si fuera aquello la cosa más aburrida del mundo. — Y encima para ellos, pero bueno... toca seguir aparentando — Pues era innegable, que por mucho asalto y revolución que hubiera habido y lo que significaba Iwa y los rebeldes... El imperio ahí seguía permaneciendo y le tocaba mostrar otra cara. — Lo he estado pensando y... — Miraría hacia abajo, o más concretamente, miraba hacia el brazo contrario y sus piernas, lo que significaba desviar la mirada de los ojos contrarios. — Hay veces que me gustaría que desaparecieran y alejarme de todos ellos. — Cerraría los ojos, abrazándose a sus piernas que recogería hacia sí. — ¿Te imaginas algo así? Sin nadie que nos mirase mal, libres... — Claramente, habló en plural porque no se imaginaba que él no estuviera. Entonces, volvería a dejar salir el aire de sus pulmones con total tranquilidad, para volver a abrir los ojos y detenerse en el contrario. — Lo que ocurre es que siento que no estoy aportando tanto como podría, me siento perdida, Nao...
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Si bien el comentario denotaba un poco de su reservada personalidad, el bromear con ello era simplemente una forma de exteriorizarlo y diferenciarse de otro tipo de personas. Su compañera le picó la mejilla riendo, y él se puso serio por un momento, aunque sin perder aquel tono amigable que caracterizaba sus interacciones con Shiza desde pequeños. — ¡Ey! Lo dices como si me gustara estar metido en problemas. No me culpes por odiar seguir órdenes.

Con su mentón apoyado sobre la palma de su mano, Naoya observó de lado a la Tatsumaki, hasta que mencionó para quienes estaba realizando el dichoso encargo. Se giró a verla a los ojos e irguió un poco la espalda. Su mirada fue compasiva, de todos modos, y asintió un par de veces con suavidad. De pronto, Shiza parecía esquiva con la mirada, y tras revelar lo que había en su mente, buscó refugio en ella, abrazando sus propias piernas como si ahí estuviese a salvo. — Por ahora ellos no van a desaparecer. Pero quien si puede hacerlo eres tú, Shiza. — le dijo, bajando un poco la altura de su cabeza para verla más frontalmente y menos desde arriba. — Creo que eres lo suficientemente fuerte como para ser libre aún si te mirasen mal. Y si aún así lo hicieran, siempre tendrás gente a tu lado que te tienda una mano, no tiene que importarte. Al demonio con ellos.

Realmente no sabía como exteriorizarle con certeza que podría protegerla, pues aunque eso deseaba, por considerarla alguien a quien quería, ¿cómo podría vivir si no lograba cumplir su promesa y algo le pasaba? Shiza era lo suficientemente madura como para comprender eso, a diferencia de sus hermanos, a los que podría transmitirles una verdadera seguridad al garantizarles que los protegería siempre. — Llegará un día en el que ya no tengamos que preocuparnos por estas cosas y podamos dejar de librar batallas que parecen imposibles. Parece difícil mostrarte como eres y exponerte a ellos, pero créeme, no son tan fuertes como pensamos. —. Y es que pese a la autoridad que fictamente pretendían establecer sobre los habitantes de la oscura Iwagakure, el Imperio no tendría la fuerza suficiente para contener a la Hangyaku si toda la villa se rebelase.

Iba a darle una palmada, pero eso sería muy frío de su parte, e iría un poco a trasmano de la situación. ¿Estaría reconociendo debilidad en ella si lo hiciese? De cualquier modo, mientras aquellos pensamientos recorrían su cabeza, la joven abrió los ojos y volvió a mirarlo, aunque su rostro denotaba más tranquilidad ahora, como si aquellos gestos anteriores la hubiesen serenado por sí sola. — Creo que aportas más de lo que crees. Siempre das todo de ti, y eso es más que suficiente. No quiero que sacrifiques lo imposible ni te martirices por algo que... al fin y al cabo, no es más importante que nuestras vidas. — pausó durante un momento y desvió la mirada, volviendo a ver al horizonte y reparando un poco en las nubes que se fundían con el lejano límite divisorio de la visual humana. Suspiró y cerró sus ojos un momento, adoptando una postura un poco más relajada y apoyando sus manos a los costados, reclinándose ligeramente hacia atrás. — Ya sé qué estás pensando. Creo que cambié un poco. Toda mi vida fui muy impulsivo y pasional en todo lo que respectaba a la rebelión, lo sé. Pero entendí que dar todo de uno sin usar la razón ni detenerse a pensar en las consecuencias, quizá no sea lo mejor. — dijo volviendo a sus ojos, girando la cabeza y sonriendo levemente. — Quizá lo sobrepienso demasiado, ¿no?
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Más enternecida aún no pudo estar cuando le reprochó de vuelta, manteniendo esa sonrisa como si fuera la última. — Oh, ¿no te gusta ni un poquito? El hacerles rabiar cuando no les haces caso ~ — Seguiría un poquito más, con un tono que iba disminuyendo a una de picardía con complicidad, como si estuviera contando su secreto en voz alta, mas no era otra forma que querer jugar con él y tener un momento cuanto menos agradable en un mundo que les estaba dando la espalda de todas las formas posibles. Y precisamente por eso se aferraba a la sonrisa, porque realmente lo que pasaba por su cabeza en ocasiones hacía que se fuera convirtiendo en una conversación como la que estaba por llegar que ella misma acabaría por traer.

Abrazada a las piernas, todos los males parecían estar más alejados, solo que al encontrarse con la mirada de Naoya, justo por frente su rostro por haberse agachado, sintió que era posible aislarse del mundo, aunque su consciencia no se diera cuenta de ello. — Pero yo no quiero desaparecer, quiero que lo hagan ellos, que tengamos el mundo libre para nosotros... — Suspiró, escondiendo la mitad de su rostro tras los antebrazos, pero luego acabaría por salir de ellos y estirar las piernas, pero sin retirar el rostro de delante de él. — ¿Crees que no debería ocultar que no me caen bien? — Preguntó con confusión, aquella jamás se le había ocurrido porque temía las consecuencias, pero tampoco sabía si era posible vivir de otro modo. — Igualmente, jamás desearía desaparecer porque... ¿qué harías sin mí, Nao? — Su rostro, que había permanecido con cierto aire más neutral, ahora volvía a asomar una tímida sonrisa que desvelaba el querer quitarle seriedad a aquel asunto, y un sentimiento verdadero al que tampoco quería darle tanto protagonismo.

Su mirada por unos instantes se perdieron el horizonte, como si estuviera su escapatoria, escuchando las palabras que calaban en el corazón de la menor porque quería creer en él, en ese ideal y en aquellos que le acogieron con calidez. — Aunque no sean más fuertes, ¿no son más? Parecen hormigas... — Su tono ahí se mostró más molesto, pensando en la existencia de tantas hormigas que quería quemar vivas y que a penas podía hacerlas volar más lejos, pero no borrarlas de la existencia. ¿Qué era acaso ese sentimiento que le nacía como si buscara una venganza? ¿Una venganza sobre qué? Si no había perdido nada aún. Quizá solo un padre que no parecía quererla demasiado...

Por unos momentos tuvo que cerrar los ojos, pero cuando volvió al contrario sabía que sus palabras no harían menos de lo que esperaba, que sería calmar aquellas dudas que pasaban por su pequeña cocorota. — ¿Pero qué es vivir si me siento encadenada a veces? — Suspiró, quedándose viéndole a pesar que él había retirado su vista al horizonte, donde antes ella se había perdido. Así se quedó mirándole hasta que se acomodara, sobresaltándose un poco al ser pillada que le seguía mirando y reaccionando con una sonrisa, más que retirar la mirada como si no hubiera pasado nada. — No considero que lo sobrepienses demasiado, solo creo que puede que haya cosas que te comiencen a importar más como para dejarte llevar por esos impulsos. — Ladeó la cabeza ligeramente, manteniendo la sonrisa que se relajaría hasta volver a un rostro neutro, entrelazando los dedos de sus manos para apoyarse de frente en el hombro ajeno, apoyando la cabeza y mirándole desde ahí. — A veces me pregunto si sabes las cosas porque me lees la mente. — Reiría por lo bajo, tratando de ocultar su boca con el antebrazo, pero sin abandonar su postura. — ¿Qué más crees que pienso, Naonao? — Y así apoyada de lateral la cabeza en las manos que seguían sobre su hombro, se quedó esperando con curiosidad, intriga, lo que pudiera decir el mayor.
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La calma que le traían las interacciones con Shiza eran solo la antesala de la profunda conversación que les esperaba instantes después. Ella rio y continuó molestándolo, con un tono pícaro mientras continuaba picándole la mejilla. Al principio serio, Naoya no tardó casi nada en mostrar las comisuras de sus labios empinarse hacia arriba, y pronto se vio repeliendo la mano de su contraria con suavidad, como si buscase que lo "dejase en paz", luego de haber contrariado sus dichos y haber apelado a hacerse la víctima, para bromear un poco.

Pronto todo se puso más oscuro. La calma sobre la superficie se rompió como cuando algo pesado cae sobre el mar. Primero encontró una resistencia lógica, y las risas reflejaron la calma del oleaje allí arriba, pero apenas se asentaron, los dos jóvenes no pudieron evitar que el peso de sus palabras hicieran a la conversación adentrarse en las profundidades de sus corazones. Negó ante la pregunta de Shiza. — Eso mismo. Ocultándolo solo los complacemos. Hacemos su existencia más amena, sin que nadie se atreva a incomodar sus posiciones llenas de privilegios a costa del sufrimiento de los que menos tienen. — respondió. Si bien luego comentaría sobre que estaba volviéndose menos activo en la difusión de las ideas de la Hangyaku, todavía era pasional en sus sentimientos, y más porque se trataba de ella. No soportaba que Shiza o alguien a quien quería tuviese que vivir una vida miserable por callar y tragar el malestar que el Imperio producía en su interior. Pronto ella sonrió, contagiándolo y devolviéndolo a la realidad. Esa realidad en la que la brisa movía sus cabellos y los saludaba mientras el sol caía, arriba del precipicio artificial creado por el Shoku. — Tienes razón. ¿Y tú sin mí? Creo que este dilema nos condena a tener que morir juntos. Ninguno sobreviviría mucho más allá. — desvió la mirada hacia el mar, y luego la miró de reojo comenzando a carcajear. — Sólo bromeo...

La siguiente pregunta de Shiza logró desestabilizarlo. El sentimiento de encadenarse a algo le era familiar. ¿Qué sería de la raza humana sino? Si verdaderamente vivieran sin encadenarse a una cosa, quizá perderían su condición de humanidad. — Vas a hacer que llore. ¿En verdad tengo cara de saber qué es vivir? — comentó mientras se volvía hacia ella. Naoya sintió el contacto de las manos de la Tatsumaki en su hombro, y su cabeza apoyándose allí. Le ofreció una sonrisa, la más sincera que podía darle. Todo era bastante nostálgico, y que estuviesen planteándose inquietudes tan existenciales le hacía al Shoku dar ganas de volver a cuando era un niño, el tiempo en que ambos se conocieron, y al menos él no tenía estos pensamientos atormentándolo tan a menudo.

— ¿Estás probando cuanto sé de ti? Porque si llego a fallar en algo me matarás, estoy seguro. — dijo abriendo un poco los ojos, con un temor fingido. — Hacía mucho que no hablábamos de esta manera. ¿Será porque crecimos? —. Y es que el pelinegro sentía que Shiza siempre estaba en su mundo, distraída e ignorando los problemas como podía. Él sabía que los tenía, pero creía que su amiga era lo suficientemente buena sobrellevándolos como para no mostrarse nunca débil. Él, a la par, se había cerrado cada vez más con el paso de los años, y si no fuese por personas como la Tatsumaki, casi no expresaría lo que apenaba a su sincero corazón. — No sé si estés pensándolo, pero será un buen atardecer como para que lo desperdicies haciendo ese encargo. ¿Y si te lo saltas como cuando te hacía huir de clases para ir a ver el sol? Por esta vez podrías desaparecer.
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Lo que le estaba diciendo realmente le había impactado. Así fue que se había quedado mirando al contrario por unos instantes en silencio como si no se hubiera esperado aquella respuesta. — Si lo ves de ese modo... tienes razón... — Agacharía la mirada, pero permanecería mirando hacia su rostro, sin ser hacia ningún sitio en concreto. — Tal vez deba callar menos, quiero trabajar por el bien del resto, pero no por el bien de ellos. — Alzaría la mirada nuevamente hacia él, ligeramente más confiada, estaba menos pensativa. Puede que ciertas dudas que más le afligían se hubieran marchado al conocer que él pensaba de ese modo. Casi es como si estuviera esperando que él le confirmara que sus pensamientos no eran tan alocados, que sus deseos no eran inhumanos y que podía sentirse así. 

No lo pensaba a modo de "tener permiso", pero si "tener la aceptación" de que podía hacer tan atrevimiento. — Si, debo empezar a dejar salir más mis pensamientos, pero sin retarles... toca ser más inteligentes que ellos. — Habló con confianza, pero pronto pasaría a distraerse con otro asunto, con la mirada perdida en el horizonte, entre no querer darle más importancia y haber sido suficiente. Mas fue inevitable sonreírle, especialmente cuando le buscaba dar en un punto sensible, una broma inocente y unos sentimientos de afecto que escondía entre risas. ¿Lograba de aquella forma hacer su vida más amena? Porque eso era lo que más deseaba, y no por el hecho de ser su persona más cercana desde la infancia precisamente, realmente: Naoya siempre le hizo bien a sus ojos y le entregó la mejor vida que pudo cuando se quedó sola, nadie le había cuidado como él nunca.

Se señaló finalmente a sí misma mirando hacia el pelinegro, ante el "¿Y tú sin mi?" y echó una risa por lo bajo sin interrumpirle con palabras. Pensó en sus palabras y realmente creía en ellas de manera personal, tanto que le dedicó una mirada de marcada indignación cuando se rio y declaró aquello como una broma. — No me importaría esa condena. — ¿Debía pensar así? Quizá no fuera lo más apropiado, no desde un sentimiento de posible dependencia por ese estado de seguridad en el contrario. — Yo... no quisiera imaginarme sin ti, después de tanto... — Le miró de reojo esta vez. — Y yo no bromeo. — Ahora sería ella la que declarase aquello, pues no se andaba con vueltas, ni sabía tampoco como darlas. — Quiero decir... Sin ti en mi vida, ya sabes... tú me entiendes... ¿no? — Se puso nerviosa, atropellándose por un momento con la torpeza de no saber decirlo de un modo que, a sus oídos, no sonase incriminatorio sobre una profundidad que se le escapase de las manos de alguna forma.

Para aquel momento en el que los sentimientos comenzaban a tomar mayor profundidad, se hallaba ahí en su hombro observándole, cruzando miradas y fijándose en aquella sonrisa. Casi se le hacía ver una sonrisa que, en su corazón, se sentía tan distinta a la que una vez había conocido de él. No sabía si por el tiempo, la edad o las experiencias, pero deseaba poder provocar en él sonrisas mayores. — No desearía hacerte llorar — Pero tenía razón, realmente: ¿alguno de los dos podía decir lo que era vivir? Quizá Shiza había tenido algo más de suerte con ello. — Tienes cara de saber lo que es vivir una vida difícil, pero es una linda cara al menos. — Sonrió de manera más amplia, a punto de reír, pero conteniendo la risa por dentro. Deseaba que cosas así le animasen, porque realmente le dolía que aun hubiera tanto sobre sus hombros. ¿Quizá eso le diera la imagen de despreocupada? Ella creía que era la mejor forma de cuidar y proteger.

Ni corta ni perezosa, ella decía tanto como quisiera y se le antojase con él, siempre solía ser así porque siempre eran cosas sencillas por decir hasta el momento. Tuvo que hacer un esfuerzo considerable incluso en no reír ante una frase que le delataba estrepitosamente. — Una muerte lenta y dolorosa, además. — Sonrió con una confianza burlona, alzando ligeramente el mentón por unos segundos, antes de volver a apoyarse en las manos sobre su hombro sin quitarle la vista esta vez. Solo que lo acabaría por preguntarle tras eso le hizo relajar su rostro, quedándose mirando con cierta sorpresa. — Puede ser, ya... no somos los críos. ¿Cuánto llevamos conociéndonos? — Se cuestionó, pensando unos segundos. — Son por lo menos trece años ya, no... quince años juntos.... conociéndonos. — Añadió al final de modo aclarativo y carraspeó con suavidad para quitarse del apoyo de su hombro e incorporarse.

Se giró hacia él, encarándole desde el lateral por el que siempre estuvo, cruzando las piernas en forma de mariposa, recogidas entre sí y pegadas al suelo por completo. Lo que acabó por proponer le sorprendió, o la sorpresa fue más bien el hecho de plantearse aquello. No fue la petición en sí, fue el modo en el que lo hizo y los recuerdos que le trajo. — No me está gustando darte la razón tantas veces hoy, ¿eh? — Se mesaría el mentón con seriedad. — Si que parece un bonito atardecer, y si... — Le miró nuevamente con una sonrisa socarrona, apoyándose en una de sus rodillas con el codo e inclinándose hacia ese lado y ligeramente hacia delante, viéndole desde algo más abajo - por la diferencia de altura - e inclinarse, pero de forma más frontal. — ¿Y si me lo pides, Naonao? — A decir verdad, quería escucharle decirlo. — ¿Quieres que me quede contigo a ver el atardecer? — Su tono indicaba que diría que sí, pero quería algo más que aquel incitarle a hacerlo. Puede que fuera algo nuevo en ella, que en otra ocasión se hubiera conformado en aceptar su idea, pero aquel día... ¿Por qué no tratar de ir más allá y saber si él era capaz? Capaz de expresar algo que ella deseaba escuchar con sus propias palabras, no con sus intenciones tras las invitaciones no tan directas.
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Shiza era de las personas de las que jamás se esperaría un acto de maldad, pero también era de las personas que más divagaban y fluctuaban entre sus pensamientos. Su cabeza parecía ser un mundo, uno muy diferente al de Naoya, pero uno que toda su vida intentó conocer. Hubo momentos en los que lo consiguió más, y otros en los que pareció alejarse de la Tatsumaki, pero eran más de 10 años de un lazo que aún seguía vivo. El pelinegro se preocupaba cada vez que la sonrisa desaparecía del rostro de su contraria. Y es que, si bien quería ayudarla, su perspectiva de la vida cotidiana y de los asuntos humanos no era la más positiva. Temía seriamente arrastrar a su amiga a su vorágine de negatividad y una vida conflictiva. Ella se merecía más que eso. Finalmente concluyó con más confianza y positividad en sus palabras respecto a sus temores sobre sus pares imperiales, así que Naoya pudo asentir firme y orgulloso.

Y lo que comenzó como una broma terminó desencadenando pensamientos de lo más egoístas en ambos jóvenes. ¿En verdad quería morir él con ella? No, no era para nada cierto. Él tenía a sus hermanos, y no podía dejarlos solos. Cuando Shiza lo confrontó con palabras, viéndolo de reojo, su corazón dio un vuelco. Pronto sintió un fuego que le quemaba por dentro, y sus latidos se aceleraron. El nerviosismo de ella y su forma tan directa de encarar el asunto dejaron pasmado al Shoku. Intentó vociferar algo, pero no pudo. Sus labios se movieron de manera cortada, pero nada. — Tú... Yo... No puedo arrastrarte conmigo, Shiza. — las palabras finalmente brotaron. Sus ojos la buscaron y acercó su derecha a las manos de la chica, posando su propia mano sobre los dedos entrelazados de ella. — Perdón, fui egoísta al decirte eso. Yo no moriré, te lo prometo. — una sonrisa se dibujó un su rostro, y sus ojos se volvieron un poco tristes. Si bien intentaba calmar los nervios de Shiza, él estaba tan nervioso como ella. Su cabeza daba vueltas, ¿cómo podía pretender protegerla cuando la arrastraba a la oscuridad? Él no quería morir, no podía hacerlo, pero vivían en un mundo de guerra, y sabía que cualquier día podía ser el último. "Quizá la mejor forma de protegerte sea alejarme de ti. Pero por alguna razón, quiero seguir siendo egoísta contigo", pensó mientras esquivaba sus ojos.

Tras aquella escena, Naoya retiró repentinamente su mano de las de ella, mientras su rostro se enrojecía un poco. Había sido un momento un tanto extraño para él, poco acostumbrado a ser tan serio con sus sentimientos. Jamás había experimentado la incomodidad al lado de Shiza, pero por alguna razón, en ese momento se vio nervioso e indefenso. Pronto ella apoyaría sus manos nuevamente en su hombro y su cabeza junto a él, mientras la conversación viraba por otros cauces y se descontracturaba un poco, alejándose momentáneamente del depresivo tópico respecto a la muerte. — Quince años, sí. — asintió viendo de reojo a los observadores y lindos ojos de su par. Ellos le recordaban a su momento favorito del día, y quizá por ello la idea de permanecer juntos en aquel risco, aunque implicase ignorar las responsabilidades, cruzó por su cabeza.

Pronto no sabía si lo había pensado o realmente esas palabras salieron de su boca. Antes se había visto vulnerable, pero ahora se sentiría mal si Shiza se marchaba y lo dejaba con la hermosa pero melancólica imagen del atardecer. Ella lo confrontó, y él le clavó la mirada. Su rostro permaneció neutro, y casi sintió su corazón detenerse cuando ella lo retó. Su codo se hundía por encima de su rodilla, pero sus palabras se hundían aún más en él. ¿Y si se lo pedía? No, Naoya definitivamente no era de los que expresaban lo que querían tan abiertamente. Y más siendo una petición tan individualista. ¿Pedirle que se quede con él dejando su vida laboral de lado? ¿Por un capricho? Pese a habérselo propuesto, estaba luchando contra sí mismo para no pedírselo. Ella diría que sí, seguramente, pero él volvería a sacar a relucir su lado egoísta si lo hacía. — Quédate a ver el atardecer conmigo. — dijo finalmente. Sus ojos eran un reflejo directo de su determinación. La marca del puente de su nariz resplandeció por un fugaz instante para luego volver a apagarse en aquel oscuro negro. "No me importa. Seré egoísta contigo, Shiza", pensó. De verdad se creía un mal tipo por ello, pero ahora no le importaba.

Por alguna mística razón, en ese momento sentía una atracción irresistible hacia su compañera de viaje, quien lo había visto crecer. — ¿Puedes quedarte, aunque sea esta vez? — preguntó finalmente. Había sentido que fue muy frío con su petición, y ahora su tono era más cercano, más cálido y afectuoso. Se acercó un poco más hacia ella, bajando su rostro un poco más para quedar cara a cara. Con su leve presión, Shiza lo había empujado más allá. Allí en las profundidades de su corazón, la presencia de un intruso lograba movilizarlo por completo.
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Sintió el tacto de él, junto a sus palabras, alterando ligeramente un poco más el estado de paz de ella que intentaba encontrar. — ¿Arrastrada contigo? No lo digas así... — Su tono denotó un pequeño regaño, una queja. ¿Cómo se atrevía a decirlo así? Por razón que hubiera en sus palabras. — ¿Por qué fuiste egoísta? — Pensó por un momento que se había vuelto a perder de algo, que por un instante se había despistado como tantas otras veces había hecho. No comprendía de donde venía aquel pensamiento, o quizá no era capaz de ver el plano general. — ¡Y claro que no morirás! Si no lo quieres hacer conmigo... — Dejó unos segundos mientras buscaba su mirada, pero él la evitaba y consideró que quizá algo más pudiera haber que no le decía, pero no tenía la capacidad de desvelar lo que realmente pudiera pasar detrás de aquella acción. — Estaré ahí para impedirlo. — "Aunque sea con mi propia vida". Por mucho que él no quisiera ser egoísta, ella era todo lo contrario respecto a él, se lo quería dar todo. ¿Y si quizá también era un pensamiento egoísta el querer aquello a pesar de él querer alejarse por su bien? Sin duda, Shiza no iba a permitir que aquello pasara.

Observó preocupada el sonrojado del rostro ajeno, completamente sorprendida porque no recordaba haberlo visto en un momento así. Rápido se le olvidó aquella imagen, pero no porque quisiera... es porque otra cosa le había llamado la atención su mirada se dirigió a otro lado más allá de sus mejillas. Los ojos contrarios eran la mejor decisión que encontraba siempre sobre a dónde mirar de él. Que le mirase así de reojo le llenaba de felicidad, que le mirase en general, por eso ella siempre trataba de tener la mejor sonrisa en el rostro para él. — Se dicen rápidos, tus hermanos no eran más que unos chiquitines... — Como si ella no lo hubiera sido, pero ella también se acordaba de ellos porque si tan importantes eran para él, también lo eran para ella. — Y ahora nosotros somos adultos, algunos más que otros... — Le guiñaría el ojo, buscando molestarle con ternura. Aunque ella, por su parte, no era más que una joven adulta queriendo jugar en un mundo de mayores donde no sabía todas las reglas, donde la madurez que tuvo que aprender no iba encaminado a un mundo horrible, porque siempre había encontrado un refugio mayor en aquel a quien miraba en aquel momento.

No importaba realmente si él se negaba a pedírselo, ella jamás se hubiera podido enfadar con él, o eso creía, pero una parte de sí misma pedía en silencio a gritos que lo hiciera como si buscara sentir que él la quería cerca, como lo había sido hasta ahora. Tan solo quería escucharlo, porque las acciones también podían tener muchas intenciones. Sus palabras siempre podían significar muchas cosas. ¿Y pretendía que Shiza sacara conclusiones? Se perdía por los pensamientos, divagando tan distraída que se había quedado en un espacio de pensamientos mientras le miraba, esperando su respuesta. Una respuesta que llegaría en forma que llegó más en una orden que en una petición, de primeras. Abrió los ojos con sorpresa, se incorporó y posó las manos sobre las piernas de él sin abandonar la inclinación delante de él. 

Se fijó que la marca que siempre había permanecido en el rostro de Naoya y parpadeó, saltando de sorpresa en sorpresa. No dijo nada en aquel momento porque pasó a la pregunta de él, la cual finalmente haría que su pecho sintiera calidez, que se fue expandiendo por el resto de su cuerpo y disoció con la realidad frente a ella hasta que el rostro de Naoya se le presentó frente por frente. — Puedo... — Susurró sin apartarse de esa cercanía, que a diferencia de otras personas: aquella no le incomodó. Es más, sintió que tal proximidad era tan cálida que necesitaba algo más. ¿Tal vez un abrazo? Nunca supo, pero era a lo que solía pensar de primeras.

Las manos que estaban apoyadas sobre las piernas de él se tomaron con cuidado a la misma para usarlos de punto de apoyo y tirar para alzar un poco su trasero, haciendo de ese modo que no solo estuviera frente a su rostro, ahora estaba más cerca y acabaría por dejar un beso pausado junto a su mejilla. Del titubeo de dárselo, se había aproximado demasiado al otros lugares más íntimos que ella ni se había pasado por la cabeza ir a por ellos. No ella. Un sentimiento estúpido le nació, junto a un pensamiento que le acompañaba. — Esta vez y muchas más. — Nuevamente, sus palabras salieron en un susurro delicado, dejando de hacer el esfuerzo para ponerse algo más elevada y volver al punto anterior, sin alejarse aún de él porque... ¿Qué importaba? Él podía estar tan cerca como quisiera que ella no retrocedería, la confianza era plena y el cariño también.

Estaba inquieta por dentro, sentía calor y su cerebro volvía a estar tan inquieto como su corazón. — ¿A que no te ha costado pedirlo? — Sonrió con cierto tono de picardía, llevando una mano a la mejilla derecha de él y acariciar parte de la marca que él poseía su rostro. — Por cierto... se ha iluminado tu marca, ¿te ha pasado antes? — Con aquella acaricia de una mano, pasó a llevar la yema de sus dedos hacia los bordes de la marca a la que se refería, acariciando por encima con cuidado. — Justo cuando me dijiste que me quedase contigo. — Sin conocimiento de causa, preguntó intrigada sin perder la vista de encima. Si no volvió a tornarse sus pálidas y pecosas mejillas a tornarse de otro color fue precisamente porque su concentración estaba centrada en la marca y la luz que emitió, tampoco percatándose que estaba quizá invadiendo más aún el espacio personal ajeno no solo con la cercanía de los rostros.

Mientras hacia aquello, se centró en la marca, pero casi como si de un impulso se tratase: miró hacia abajo sus labios y luego sus ojos, dándose cuenta de qué estaba haciendo. — Estoy tan acostumbrada a verla que no pensé que hiciera algo realmente... — Se quedó entonces mirando en sus ojos, clavados como si estuviera siempre deseando descubrir algo de ellos. Y por mucho que el motivo de quedarse en aquel lugar hubiera comenzado siendo un bello atardecer, aquello había quedado en un segundo plano muy lejano con a penas el gesto de él acercarse a ella.
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— Porque en verdad no quiero que mueras conmigo. — le sonrió con sinceridad. Tras aquello Shiza le prometió que estaría para impedirlo, y Naoya se tragó sus palabras, simplemente asintiendo. — Lo agradezco mucho. Cuenta conmigo también. — dijo señalándose con el pulgar. El gesto de los que estaban destinados a morir peleando, casi siempre. ¿Era un mal presagio? Quizá no volviese de Shimo, pensó el Shoku, pero prefirió guardarse su idea negativa y mufa para él, anulándola mentalmente. Cerró los ojos con fuerza un instante y volvió a la conversación, cuando se iba por otros rumbos.

Pese a mostrarse serio e inamovible en su primera petición, la cercanía de Shiza logró hacerlo tambalear un poco. Ella se apoyó en su pierna para acercarse y dejar un beso en su mejilla. Naoya cerró los ojos un instante, otra vez con fuerza. Sin embargo, aunque su marca ardió mientras dejaba de brillar, el dolor fue totalmente circunstancial y secundario a la escena. Es más, le dio al momento un condimento que lo hizo todavía más sentido para él. Sin dudas aquél fenómeno de la marca en su rostro era algo que jamás había comprendido. Brillos, transformaciones en flechas, enrojecimientos y hasta sangrado. ¿Qué terrible maldición caía sobre él para tener que soportar dicha carga sobre el puente de su nariz? ¿A qué lo habían expuesto sus padres cuando era un bebé? No tenía la menor idea, pero tampoco había buscado respuestas con mucho ahínco, pues sabía que no las encontraría.

El susurro de la Tatsumaki logró calmarlo por completo. No eran palabras que esperaba escuchar con frecuencia, y solían hasta incomodarlo en ocasiones, pero en ese momento las sintió tan cálidas y sinceras, libradas de toda mala intención, que su corazón se relajó. — No me cuesta pedirte que dejes tus responsabilidades, para ser sincero. — sonrió también con picardía cuando ella colocaba la mano sobre su mejilla. El suave tacto de las manos de Shiza recorrieron su rostro hasta los confines de su marca, rozando los bordes como si intentase delimitarlos. Naoya arrugó el rostro, en una mueca de dolor. — Aghh... —, se quejó. Ella sintió su pulgar mojarse, y enseguida brotó una gota de sangre de la marca, cayendo por la mejilla izquierda del Shoku. Abrió un poco los ojos al notar la sangre caer. No era la primera vez, pero sí la primera que brillaba para luego sangrar.

Tragó saliva cuando ella mencionó el momento en que se iluminó su cicatriz. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado, y luego utilizó su propia diestra para secar la sangre. — No te preocupes. —.Se miró el dorso de la mano, ahora manchado de rojo, y sonrió.  Sí, ya me había pasado. Pero la verdad desconozco la causa. Esta cosa suele comportarse extraño, es todo un misterio para mí. — dijo suspirando ampliamente mientras miraba hacia abajo, para luego volver a mirarla.

Sin embargo, aunque deseaba filosofar e intentar hacer un análisis interno de su mente para averiguar las causas que subyacían a tal fenómeno, Naoya abrió sus ojos ampliamente, y con sus manos tomó a Shiza por los hombros, ejerciendo una leve presión. Era la suficiente como para ponerla en alerta, pero ni mucho menos le causaría dolor. Tras apenas un instante, sus dedos dejaron de tensarse, al notar la fragilidad y suavidad del tacto con su compañera. Si bien era una shinobi muy entrenada, la fuerza del joven pelinegro era un tanto más pronunciada. — Dos minutos para que comience la puesta, Shiza. —. Inmediatamente se giró a ver hacia el horizonte, allí al oeste donde el mar también se extendía. Mantuvo su diestra en el hombro de ella, y acercando el rostro de costado, casi pegando su mejilla a la de ella, plagada de pecas, señaló con la zurda al mar. — Lo siento, me distraje un poco. Por el color de los rayos de sol, la intensidad y cómo va volviéndose la luz aquí, puedo calcular cuánto falta para que se ponga. — comentó con mucha seguridad. — Creo que nunca te lo dije, pero este es mi momento favorito del día.

Poco a poco había dejado la tensión atrás, y el solo ver el tono anaranjado que el reflejo del cielo en el mar iba tiñendo, lograba serenar su afligido corazón. En verdad el atardecer era un momento especial para él, y consideraba a Shiza una persona especial también. Simbolizaba mucho para él, más allá del lindo momento. Aunque pareciese ser sólo una cuestión de gustos y sentimientos, el cambio de el astro mayor hacia la luna compañera, significaba para los Shoku muchísimo más. Y para alguien tan noctámbulo como él, incluso era más importante que el alba. Durante el tiempo en que dicho evento astronómico sucedía, su chakra fluía mucho más ligero, perdiendo densidad y volviendo extremadamente sensible sus sentidos.
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No es que ella pretendiese morir, pero si debía hacerlo deseaba que fuera junto a él, aunque fuera en su lecho de muerte dándole la mano para despedirla. Podía sonar trágico, pero cuando te acostumbrabas a tener a alguien tu vida era difícil imaginarse destinos en los que no estuviera. Si el destino en sí era luchar juntos, así lo haría, y si podía defender su vida lo haría con la propia. De ahí ese pensamiento inicial, pero no quería indagar demasiado más en el mismo porque no creía que fuera necesario, él sabría de sobra todo lo que ella pudiera hacer por él. Porque... ¿Acaso no lo había demostrado hasta día de hoy? Esperaba que hubiera quedado claro a lo largo de los años, ya que le había seguido allí donde él hubiera apuntado como si su estrella fugaz fuera.

Reiría por lo bajo con un impulso desconocido que acabó culpando a la sonrisa contraria. — No me cuesta dejarlas por ti. — Sonrió con la confianza de un cómplice, de su mayor confidente, mientras dirigía sus manos hacia él. No creyó que una acaricia tan inocente a su marca fuera a provocar aquella reacción al contrario, haciendo que retirase en el momento sus manos y le mirase completamente confusa, pues jamás había acariciando tanto el rostro de él, o al menos no aquellas marchas de aquel modo. Y si lo había hecho... ¿Había reaccionado igual? No creía, pues no le hubiera extrañado que de pequeña lo hubiera hecho por curiosidad. ¿Qué había de distinto? — Lo siento, Naonao, no... no esperaba... — Se miró las manos y apreció en su pulgar una gota de sangre que recorrió hasta el final de la propia palma. Se quedó mirando incluso cuando él explicaba y le quitaba importancia, pero... ¿Por qué todo aquello? Tampoco comprendía como estaba tan tranquilo, pero si lo estaba era porque nada había que temer.

Un pequeño "gasp" fue el que le acabó robando Naoya en el momento que apoyó sus manos en los hombros de ella con aquella intensidad, robándole la atención y sacándola de esa disociación en la que se había sometido poco a poco desde que vio la sangre recorrer su mano. Sus ojos se marcharon fijos en la mirada contraria y su corazón se agitó por lo desconocido, o lo que estaba por conocer. No temía por lo que pudiera hacerlo, tenía la confianza absoluta entregada a él, y eso era un arma de doble filo que por suerte no había sido usada en su contra, pero permaneció quieta ante él y a su merced para todo lo que quisiera disponer de ella. Nuevamente, ya que él no decía nada en aquel momento, se perdió en unos pensamientos que ni ella era consciente, una conversación consigo misma en la que no escuchaba.

Volvió en sí cuando él se colocó junto a su rostro mirando hacia el mar y el como el sol comenzaba a ocultarse. Justamente se quedó en silencio, en especial cuando denotó que a él le importaba aquel momento, o le interesaba más que cualquier otro tema cotidiano. — Creo que nunca hemos visto este momento así como ahora, o creo que... se ve distinto... — Aunque ella inevitablemente, como si sus ojos tuvieran vida propia, pasaron poco tiempo mirando hacia el ocaso y acabó fijándose de reojo hacia Naoya, mirándole disimuladamente. Si es que en algún momento diría la mirada hacia ella, respondería ligeramente sobresaltada como si le hubieran pillado, volviendo a mirar hacia delante en un intento de continuar con el disimulo, pero sin ser capaz de ocultar la calidez que amenazaba por sus mejillas.

No retiró el rostro del contrario, y una vez que el sol ya se hubiera ocultado por completo, ella pegaría su mejilla a la contraria para frotarla con suavidad y una risa por lo bajo, cariñosa. — ¿Cómo es que siempre se te da tan bien estas cosas? ¿Es como cuando yo logro saber el clima que puede hacer? — Preguntó con curiosidad, pues no era algo que se hubiera planteado hasta darse cuenta que aquello no era una cualidad especial. Lo preguntó mientras se abrazaba un poco hacia sí misma y es que... la brisa de la noche comenzó a adentrarse. 

De normal, la temperatura podía ser templada, pero en esta ocasión se mezcló la altura de aquel acantilado provisional, la humedad del agua y la brisa de las alturas... Shiza comenzaba a tener algo de fresco, en especial porque sus ropas estaban centradas más hacia el calor. — Que he de decir que, por irónico que suene, no esperaba estar aquí afuera con esta ropa... — Fue entonces que, quizá con excusa porque estaba entrenada, se acercó a él en busca de su calor corporal apoyándose de lado con plena confianza. — Pero... no nos vayamos aún, ¿vale? — Quiso retirarle la idea de recogerse, a la par que sin pensarlo demasiado buscó colarse por debajo del brazo que él usaba para apoyarse en el hombro de ella, haciéndose hueco en ese apoyo de costado. Como si quisiera refugiarse bajo su ala. — Oye... ¿Y si desaparecemos unos dias y nos vamos lejos? Quizá a Takigakure unos días, sólo los dos... — Miraría de entonces al contrario, alzando la mirada por la diferencia de alturas y más de aquella postura. — Siempre atendiendo a tus hermanos, claro..., quizá el plan pueda ser más cerca, pero... a un lugar escondido. ¿Por qué no buscamos una guarida secreta para nosotros? — Sonreiría entonces con mucha ilusión, tanto como la ilusión que brillaba en sus ojos viéndole. — Solo los dos... — Su tono volvió a bajar al susurro mientras le miraba, y es que... por alguna razón deseaba tener más de aquellos momentos junto a él y descubrir si aquel sentimiento distintivo era real, si algo realmente había cambiado y no se había dado cuenta antes.
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No podía controlarlo. Aquel fenómeno de la cicatriz en su rostro no era algo sobre lo que Naoya pudiese predecir algo. Y exactamente eso le molestó, pues al ver la reacción asustadiza de Shiza ante su ardor, ella atinó a pedir disculpas. — No, no. Tranquila, Shiza. — negó un par de veces, intentando calmarla y mostrando una leve sonrisa, pese a tener la mano con un poco de sangre y su rostro un poco manchado todavía. Nadie diría que el Shoku estaba agonizando, pero tampoco era la definición de "estoy perfecto". — No fue por tu culpa, quédate tranquila. Es algo normal, incausado o eso quiero creer, pero normal. —. Sí, no darle muchas vueltas al origen de la sangre, el ardor y el brillo era una buena forma de esquivar el sobrepensamiento.

La ansiedad que le provocaba a Naoya el carcomerse la cabeza intentando buscar respuestas a algo así, era motivo suficiente para intentar hacer la vista gorda. Y este momento le hacía todavía querer pensarlo menos. Estaba teniendo sensaciones extrañas, diferentes a lo que solía experimentar con la Tatsumaki. Fueron muchos años de ser muy cercanos, pero él creía no haber sentido lo que ahora. ¿Habían crecido? ¿Cambiaron tanto este último tiempo? Se veían, aunque no con tanta frecuencia por cuestiones normales de la vida adulta. Pero ahora, desde que se encontraron tan fortuitamente y terminaron por presenciar el atardecer en el rincón más boreal del País de la Tierra, Naoya sentía un irracional deseo de no volver a separarse de Shiza.

Tras señalar al astro mayor, que ya otorgaba los últimos rayos de luminosidad, teñidos por la lejanía y las nubes que pintaban tan celestial paisaje rosado y naranja a partes iguales, el Shoku contempló las irreales vistas con un sentimiento de profunda nostalgia. Pero no de algo del pasado, era más bien sentir nostalgia del presente, de esos momentos que a partir de ahora atesoraría en su corazón, allí en el rincón que su compañera de aventuras tenía reservado desde esa mañana en el segundo año de la academia. — Dime exagerado, fantasioso o hasta mentiroso si quieres, pero este es de los atardeceres más... únicos, que he visto. — le respondió a su mención de la "distinción" de la escena frente a ellos. Después de un par de segundos, mientras la puesta todavía continuaba y los haces de luz aún tenían vida, Naoya desvió su mirada, sin mover la cabeza, observando de reojo a la muchacha de ojos naranjas, ahora a juego con el mismísimo firmamento. Ambos cruzaron una mirada furtiva, una que se suponía debía estar puesta en el horizonte. En un movimiento espejo, él también sufrió un leve sobresalto. Sin tener control sobre sus emociones, su corazón casi da un vuelco. "QUÉ ME PASA", pensó con preocupación. Sus mejillas tampoco pudieron ocultar el rubor que dicho momento causó.

Siempre había visto a Shiza con una mirada de cariño muy sincero, y ciertamente le parecía una chica deslumbrante. Pero ese día, sus ojos se veían forzados a mirarla con una admiración todavía superior a la habitual. Parecía que tenía un imán, e involuntariamente la buscaba incluso cuando se suponía que el sol era el espectáculo principal. Quizá, como la Tatsumaki también debía haber pensado, lo verdaderamente importante del plan no era ver a una estrella caer. — Creo que es un poco menos increíble que eso. — dijo mientras sentía el tacto del cachete de Shiza, cerrando un poco los ojos. Era cierto que el viento había comenzado a soplar un poco más frío con el correr de los minutos allí arriba, y él lo había notado con claridad. Adelantándose a las intenciones de su amiga, estiró su brazo derecho y rodeó su cuello, dejándola apoyarse en su hombro y acercarse, en busca de algo de calor. Tomó aquello como algo natural. No era la primera ni sería la última vez que le tendía un brazo a Shiza para protegerla del frío, y había habido noches mucho más gélidas que aquella tarde de primavera en la costa. — Según me han contado, los miembros del clan Shoku eran errantes del desierto en el Viento, y viajaban en caravanas y rutas comerciales constantemente. Supuestamente nuestras habilidades vienen de que entraron en sintonía con el sol, la luna y las estrellas. Si es de noche, se ubicaban a la perfección bajo el manto estelar. Siendo francos, no soy el más orientado, lo reconozco, pero supongo que está en mi sangre calcular todo lo relacionado al cielo. — dijo con una carcajada. Su sonrisa se amplió por un momento.

— Yo tampoco, pero está lindo. — dijo mientras observaba cómo ella comenzaba a acurrucarse un poco, en razón al descenso de temperatura. Naoya se apartó un instante y se quitó la ancha bufanda que cubría un poco su cuello. La tomó por uno de los extremos, y con cuidado comenzó a enrollársela a Shiza, cubriéndola del frío. Le ofreció una sonrisa y, tomándola del hombro opuesto, cruzando su brazo por su espalda, se tiró hacia atrás. — ¡Woooooaah! — exclamó entre risas mientras la agarraba, para quedar acostados sobre la superficie del precipicio. Fue un movimiento para nada suave, y probablemente tomaría de imprevisto a la contraria. Pero pese a la impresión de ir a golpearse al caer de espaldas y quedar tumbada, el brazo de Naoya pasó por detrás de su cuello y amortiguó el movimiento por completo.

Instantes después de compartir la risa, la kunoichi tomaría de imprevisto al pelinegro, trayendo una propuesta que llevaba detalles, destino y hasta modalidad: desaparecer. De estar viendo hacia el cielo, ella pasó a girar el cuello para verlo a los ojos, y él la imitó. Su primera mirada fue de sorpresa, y la dejó seguir desarrollando su, hasta ahora, improvisado plan. El brillo en los ojos de Shiza era impagable, y el Shoku no quería que se apagase jamás. Por alguna extraña y mística razón, sentía que si podía lograr que ella lo mirase siempre de esa forma, su vida dejaría de ser tan oscura. Y las últimas tres palabras de la chica de cabello ceniza volvieron a darle al intercambio un tono de confidencia similar al que había cuando él le pidió que se quede. La idea era brillante, sin dudas, tanto como ella. Naoya sonrió ilusionado, con un brillo en la mirada como el que tenía al ver el espectáculo anterior. — Por favor. ¿Serías capaz? Ni siquiera debo preocuparme por mis hermanos. Eizou está en Kouten, sirviendo a la guardia imperial de la ciudad, y Kechizu está ocupado haciendo sus primeros encargos en la aldea. — rememoró el itinerario de sus hermanos menores, de 17 y 12 años, respectivamente.

— Solos los dos... — dijo bajando un poco el tono de voz. Su mirada descendió, como si buscase algo, pero de inmediato notó lo incómodo que sería ver hacia abajo desde su posición, tumbado de lado, enfrentado a Shiza. Tras rectificar y volver a cruzar miradas con ella, asintió con seguridad. — ¿Takigakure te gustaría? Creo que puedo conseguir unos documentos falsos. Desaparezcamos de aquí, hagamos de cuenta que Shizu y Naoya se esfumaron de la faz de la tierra. — propuso con un tono de picardía y una media sonrisa.
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Comprendió que era cierto lo que el contrario decía, y no algo que respondió para que ella no se sintiera mal de tener la sangre de él derramándole de uno de sus dedos. No comprendió el porqué de la existencia de esa marca, y no es que hubiera deseado saberlo tanto como aquel día. Para ella, en su cabeza, era como una marca de nacimiento más, no era un lunar... pero era algo que siempre estuvo con él y se acostumbró estuviera en su rostro que a veces se olvidaba que estaba ahí, de alguna forma aquello ocurría de manera automática. Tampoco es que le fuera difícil en sí olvidarse de aquel tema de conversación, ya que el contrario al restarle importancia hizo que la mujer de cabellos claros hiciera que aquellas preocupaciones y pensamientos se desvanecieran casi al instante.

Si bien estaba teniendo muchas sensaciones nuevas recorriendo sus sentidos, Shiza no tenía la capacidad de centrarse en ellas mientras hubiera elementos que siguieran distrayéndole de un lado a otro. Simplemente hacía y deshacía como sentía. Si ella actuaba como estaba actuando aquel día con él, tanto física como verbalmente, era por el hecho de que se había dado así, se sintió bien y continuó con ello. La confianza tan ciega que tenía hacia el mismo solo hacía que se tomase las confianzas para hacerlo sin cuestionarse si debía. ¿Realmente llevaba a cuestionarse algo con él? No, resultaban ser demasiados años como para preguntarse si él le molestaba su cercanía o no... ¿Cuántas veces habría podido llevarle a cargas en la espalda? O abrazarla cuando ella lo hubiera necesitado. 

Estaba claro que algo había cambiado, posiblemente por la distancia previa que distanció ciertas cosas, o les hizo darse cuenta otras que estaban escondidas bajo la superficie de la vida. El reencuentro tras tanto tiempo hizo que ella reavivara cosas en su interior. ¿Cuánto pasó? Posiblemente.. ¿Días? ¿Semanas? Ni siquiera le importó contar, ni lo hizo en aquel momento, solo que por fin estaba ahí con él y que quería seguir disfrutando de ello. Si alguien preguntaba, la razón de que siguiera hablando era por el hecho de no querer hacer que ese momento se acabase.

Y dado que él hizo una referencia mucho más directa a aquel momento, Shiza acabaría ladeando su rostro con curiosidad al escuchar aquello. — ¿Único? — Preguntó casi de modo retórico, justo en aquel momento que desviaba de manera sutil su mirada para tomar una foto mental de él con el reflejo de la poca luz que iba haciendo del entorno. Hubiera continuado hablando, pero había sido pillada mirándole, claro que eso también significaba que él fue a mirarla de igual modo. Tras desviar la mirada, sus mejillas ardieron como el mismo infierno y se mordió la punta de la lengua con mucho sofoco de la situación. « ¿Qué fue eso? ». Tomó aire, inquieta, y lo sostuvo en su propio interior buscando calmarse, antes de continuar con la noche. — Si... es único. — Acabó diciendo como si de aquel modo admitiera cosas no dichas y tratase de desviar la atención de aquel cruce de miradas que ninguno se esperó tener.

Se refugió finalmente bajo el brazo de él, en especial por como había salido de él también el rodearla. Se quedó ahí abrazada de costado al mismo, mirando hacia un escenario que dejó de ser el que habían decidido quedarse a mirar porque ya no había espectáculo del sol. Siempre fue agradable el refugio físico que él le entregaba, siempre se había sentido como un lugar seguro, pero aquel día... el calor se sentía más envolvente de lo normal. No lo cuestionó, lo aceptó y simplemente quiso prolongar esa sensación. « Será cosa del tiempo.. ». Lo achacó claramente a que cada día se sentía más cómoda, pero... ¿Cómo podía pensarlo así? Cuando esa barrera en sí ya fue superado hacía años.

Tras aquella explicación de su clan, no tuvo otra opción que reír junto a él al final cuando señaló su falta de orientación, frotando la mejilla contra el cuerpo de él en aquel momento. — Eso es una maravilla, la verdad... que sí suena a algo como lo mío supongo, no te hagas de menos. — Mantuvo la mirada desde abajo hacia él con una sonrisa dulce. — Saber cosas sobre el cielo y las estrellas, o conocer más que yo, ya me parece fascinante... porque son cosas muy bellas. — Aunque ella era bien feliz con las cualidades propias heredadas por los Tatsumaki. — ¿Quién no quiere aprender y conocer de cosas bellas? — Reiría nuevamente con ternura, imaginándose a Naoya explicándole todo sobre aquel mundo de las estrellas. Quizá en el pasado no le hubiera prestado tanta atención, pero con el paso de los años y la edad... una comenzaba a comprender o intentar hacer las cosas mejor. Además, siempre surgían nuevas motivaciones para ello...

Una de esas motivaciones era él, quien en aquel momento había tomado su bufanda y, de un movimiento inesperado como rápido para la capacidad de reacción de ella en aquel instante, había provocado que ella cayera al suelo de espalda, amortiguada por él. — NAAOO — Sus palabras salieron con tono de una semi-queja que acabó en risa y en enroscarse más en la bufanda rodando hasta completar una vuelta y quedar de costado frente a él, más cerca. Se tensó al principio de ver nuevamente su rostro tan cerca, pero estaba lo suficiente cómoda y pudo controlar su distracción lo suficiente como para poder proponerle ideas que creyó descabelladas, pero que igualmente debía comentarle.

¿Cómo que si sería capaz? ¡Claro que lo soy! — Sus parpados bajaron ligeramente, entrecerrando la mirada mientras le reclamaba con aquellas palabras, pero entre la sonrisa de él y sus palabras... no duró demasiado en su rostro. Especialmente porque cuando él repitió las palabras de ella, vio el intento de mirar hacia abajo de él, que comprobó con facilidad por la cercanía y volvió a mirarle a los ojos: sintió una punzada en el pecho que le hizo volver a inquietarse lo suficiente para estar nerviosa sin darse cuenta. ¿Era consciente lo que le había propuesto a él? Si, pero no las consecuencias. — Podríamos empezar por ahí, si... — Una clara declaración de que no sería el único lugar al que le pediría si todo iba bien. — Hagámoslo. — No había vuelta atrás, quería desaparecer y lo quería hacer con él. — El tiempo que queramos, a donde queramos...Solos los dos... Volvió a pensar, sintiendo el calambre y las cosquillas recorrer suavemente su cuerpo.

Se pegó tanto a su cuerpo como pudo, escondiendo su rostro bajo el cuello y justo ahí cerró sus ojos. Una de sus piernas se quedó estirada y la otra optó por mayor comodidad de estar pasado por encima de la rodilla de él, no más alto, no se atrevía a acomodarse... ¿No sería muy atrevido de su parte?  — ¿Alguna vez te dije que te ad-ourghj... — Al final de la frase se volvió más bajito su volumen y, a su vez, comenzó a balbucear sin completar la frase por completo. Quizá él intuyera algo, pero lo cierto es que se había encontrado tan cómoda, tan calentita y algo más que no distinguía que: se quedó completamente dormida sobre el brazo de él.
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Para suerte de ambos, el momento de mirarse mutuamente con tanta concordancia generó tal tensión que evitó que se dieran cuenta de un detalle crucial: la incomodidad o intranquilidad de sus corazones. Los latidos acelerados y el calor asomando en forma de rojez en las mejillas de los jóvenes pasaron completamente inadvertidos, pues cada uno se enfocó en disimular y mirar a otro sitio. Si tan solo uno de ellos no hubiese elegido preservar su imagen, habría notado el nerviosismo en los ojos ajenos.

Pero todo continuó con normalidad. Naoya suspiró y se relajó mientras el sol terminaba de bajar, y pronto estaba tirando a Shiza al suelo, enredados en carcajadas y una idea que, pese a parecer fugaz y descabellada, decantó y se volvió un plan sólido en la mente del par de shinobis de Iwa: abandonar su hogar y huir por unos días. La muchacha de cabellos ceniza no dudó en declarar que era capaz de hacerlo, ante el reto del Shoku, que abrió más sus ojos e inclinó un poco su rostro hacia abajo, manteniendo la mirada fija en sus orbes naranjas. "¿Lo eres?", le preguntó dentro de su mente. Pero ella volvió a insistir, dando su firme "hagámoslo". Naoya asintió dos veces, decidido, y con una media sonrisa recibió a la Tatsumaki, que se pegó aún más a él. Una brisa los sacudió, metiéndose entre sus ropas y haciéndolas ondear. Los vientos provenientes del mar eran lo suficientemente frescos como para que la temperatura de las zonas costeras descendiese abruptamente tras la huida del sol.

Pronto ella cerró sus ojos bajo su cuello. Naoya la abrazó con su zurda, envolviéndola bajo su propia chaqueta. No era la situación más común del mismo, pero tampoco era raro para ellos. Se tenían demasiada confianza, y el pelinegro jamás dudaría en prestarse como estufa ante las inclemencias del tiempo y momentos a la intemperie. Si algo había aprendido, era a dar todo de sí a quienes quería, y a ella la quería mucho. Además, sería una pena que ella enfermase por aceptar aquel plan de quedarse a evadir sus tareas por ver el atardecer con él; sin contar que, con ello, se perdería una semana en cama y su plan de huir perdería gran parte de su sentido. La necesidad de alejarse de Iwa era urgente: cuanto antes. Y no porque estuviesen en peligro, sino porque así lo habían sentido en ese momento juntos. Mientras estaba perdiéndose en sus pensamientos, un tanto abstraído y abrazado a ella, su voz lo interrumpió. La frase no finalizó, y la pregunta terminó inconclusa. Los balbuceos de Shiza hicieron a Naoya arquear una ceja, y esperó unos segundos en silencio, a ver si retomaba la idea. — ¿Me dijiste...? — interrogó en un tono bajo, por encima de su cabeza.

No recibió respuesta, ella se había quedado completamente dormida. Su respiración en su cuello pronto se lo confirmó. Él sonrió, ajeno a cualquier mirada, y cerró los ojos también, envolviéndola para protegerla del viento. — ¿Cuándo fue la última vez que se sintió tan bien dormir en el suelo? — susurró para sí mismo, a oídos sordos de aquellos que habían caído en los umbrales del sueño. Naoya recordaba aquellas noches durmiendo en los callejones, buscando cobijo en los niveles más bajos de Iwa para huir del frío que se filtraba desde la helada superficie. Esos días habían quedado atrás hace tiempo, y este momento con Shiza más que recordarle a aquello, le hacía valorar los buenos vínculos que había construido en su vida, a pesar de ser pocos.


Si algo recordaba bien de la Tatsumaki es que tenía el sueño profundo. Así como solía estar en su mundo gran parte del tiempo, en sus sueños habría de divagar y viajar aún más. Tras un largo rato allí acostados, se separó para verla mientras dormía, y sonrió, ahogando una carcajada. Tras ponerse de pie, se sacudió y la cargó con cuidado, dejándola afirmar sus manos sobre su cuello. Así, con Shiza en brazos, emprendió rumbo hacia el sur, en regreso a Iwagakure. Antes había colgado el pergamino que cargaba ese día en su cintura baja, nuevamente.

Pese a ir con su compañera entre brazos, Naoya apresuró la marcha, y su paso era tan ligero como suave. El Shoku poseía una gran destreza para mantener la estabilidad y moverse sin perturbar mucho el sueño de la chica. Cada tanto bajaba su mirada, quedándose un tanto perdido en su rostro dormido. Temía que se despertase, pues sería incómodo para ambos el darse una explicación. Pero haberse quedado en el acantilado no era una opción.

El camino hasta la villa sería demasiado largo, así que Naoya decidió hacer una parada en un albergue transitorio, una cabaña adentrada apenas a unos metros del camino que las caravanas y grupos de mercantes tomaban como ruta hacia la costa. Una vez allí, se encargó de solicitar con el mayor silencio posible una habitación. Hizo hasta señas y movió los labios sin expresar palabra, para evitar despertar a la durmiente. Pagó por una habitación con dos camas, y una vez fue conducido a ella, se encargó de recostar bien a su amiga y de taparla. Tras algunos minutos dando vueltas él también se durmió en el otro colchón.

Naoya no podía dormir demasiado por la noche, así que despertó bien temprano en la mañana. Su instinto natural servía de despertador, muchas veces. Se alistó y, mientras se acercaba a las pertenencias de Shiza para dejar algo de dinero, encontró la carta que le había encomendado esa misión que él le hizo perder. Tuvo que ahogar su propia risa llevando la diestra a la boca cuando leyó que ella buscaba recuperar lo que él mismo había robado. Negó un par de veces, mordiéndose el labio inferior, y una idea pasó por su cabeza.

Tomando su pergamino, lo desplegó y eliminó el sello. La caja de madera que había hurtado con mucha cautela a esos mercaderes, apareció en la habitación. El Shoku la colocó con cuidado junto a la puerta, y luego rebuscó entre lo que había en aquella habitación, encima de una mesa de noche. Tomó una pluma y papel, y antes de marcharse, sin que ella despertase aún, dejó una nota encima de la mercancía robada que rezaba:

Nota de Naoya escribió:"En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es solo plata y no amores".

- Naoya :)

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