"Naoya, tú y Kechizu se encontrarán con Takehiko en la frontera. Su caravana ya está avanzando para salir de la Cascada. Según el Johatsu que nos enlazó con el Imperio del Rayo, los shinobis que los asistirán llegarán a las 7 de la mañana. Sean precavidos, mantengan los ojos abiertos y eviten cualquier conflicto abierto. Takehiko tiene su chakra sellado, por lo que no podrá ayudarlos si son emboscados". Las palabras del Yondai Senchō de la Hangyaku no Kitsune resonaban en la cabeza de Naoya. El Shoku avanzaba junto a su hermano menor, Kechizu, en una rápida carrera por un pedregoso valle al este del País de la Cascada, tras haber sobrepasado Takigakure.
— Kechizu, si surge cualquier inconveniente durante la misión y yo corro peligro, tienes que irte. — pronunció serio el mayor de los hermanos. Su consanguíneo lo miró desafiante, avanzando dos metros detrás suyo en diagonal, mientras era regañado por la mirada de reojo de Naoya. — Pero hermano, me asig-- — intentó explicarse Kechizu. — Pero nada. Si te ordeno irte, corres y te largas lo más lejos que puedas. Una vez a salvo, espera mi comunicación, y si no me comunico en 24 horas, regresa a la aldea. — respondió severo el pelinegro. Su hermanito tragó saliva y también sus palabras.
Kechizu era un jovencito de 12 años. Al igual que su hermano mayor, era un genin, y había sido iniciado en las filas de la Rebelión de la Tierra, el bastión militar más poderoso de la gran Iwagakure. Y es que, en el fondo, el Emperador no podía hacerle frente al poderío de la Kitsune.
Pero en esta misión existían dos bandos que, normalmente siendo antagónicos, cooperarían por fuera de la ley, para asegurar la supervivencia y el bienestar de un grupo de civiles. Por parte de Kumogakure, dos genin igualmente serían enviados en una comitiva que arribaría a la frontera de la Cascada y los Fideos a las 7 de la mañana de aquel martes. Ya la caravana llevaba un día viajando, pero dentro del País de la Cascada todavía no se suscitaban los peligros que suponían las tríadas y grupos criminales del Este.
Zeta, como supervisor del dúo, y Kaname, una Yoichi a la cual el Imperio buscaba probar con un encargo un tanto más peliagudo que sus tareas sencillas dentro de País del Rayo y sus cercanías. Una vez que llegasen, la caravana estaría frenada, en un paraje solitario a unos 2 kilómetros de la frontera física, dividida por un río cruzado por un puente. En el paraje, apenas había una tienda de víveres, palos para atar los caballos y una vivienda humilde de las personas que atendían el lugar. Por el oeste llegaría el dúo rebelde, minutos antes de las 7. — ¡¿Takehiko?! — gritó Naoya, intentando encontrar a su contacto. Su hermano se posicionó detrás de él, un tanto tímido y nervioso. Al cabo de unos segundos, y tras un murmurar de las personas que formaban el grupo, un hombre salió de detrás de la tienda. Llevaba una turba en su cabeza y una barba de apenas unos días, desarreglada. No se veía muy elegante, y más bien parecía que había salido con lo que tenía puesto. "Y no es para menos... Ellos lo perdieron todo", pensó mientras negaba el Shoku.
— ¿Quién eres y qué buscas de mí? — dijo el hombre, bastante a la defensiva y poniendo la mano en su cinturón, donde un kunai desgastado colgaba. — Mi nombre es Naoya Shoku, Misago de la Hangyaku no Kitsune. Él es mi hermano Kechizu. Nosotros los ayudaremos a llegar hasta Yani a salvo. — Naoya se acercó, extendiendo su mano al hombre, mostrando firmeza y plena confianza en sí mismo. — Un gusto, Naoya. Los estábamos esperando. — suspiró aliviado e invitó a sus hijos a acercarse. — Ellos dos son mis hijos. En verdad que ahora estaremos seguros con dos shinobis cuidándonos, ¿verdad señor Shoku? — le dijo palmeando a sus dos engendros, dos varones de unos 5 y 8 años. Naoya sonrió y asintió.
— Bien, en cuanto lleguen los refuerzos de la Nube partimos. No hay tiempo que perder, su nuevo hogar los espera. — Naoya miró a su hermano y este asintió. Se sumaron al grupo y comenzaron a dialogar, aguardando por Zeta y Kaname.