[Priv. Namida] Lo que el mar trajo consigo.
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Última modificación: 08-04-2024, 09:50 AM por Toji Zennin.
En algun punto del pasado...










Esta historia tiene un comienzo en pleno oceano, no muy lejos de la costa Norte del Pais del agua. Aquel dia el cielo parecia que iba a caer sobre la tierra, las nubes negras y violáceas lo cubrian todo y los relampagos decoraban el cielo como ramificaciones de un gran arbol ancestral. Los truenos ensordecian tanto como el viento el cual azotaba con violencia el mar generando gigantescas olas que arrasaban con todo a su paso. Todo era caotico, sin embargo extrañamente solitario, pues en pleno oceano no se veia ni un alma, ni un barco, ni un bote sin importar la direccion en la que mires hasta el horizonte, pues claro, todos los lugareños sabian que estaba pronosticada esta peligrosa tormenta, una que se repite todos los años por estas fechas y que mantiene a todos dentro de sus casas desde que comienza hasta que termina debido a lo peligroso que es salir y suicida navegar.

En aquel violento y cruel oceano nada podia divisarse excepto una cosa, o dos mejor dicho. Dos destellos brillantes que parecian flotar sobre el mar, aquellos destellos de chakra contenian la silueta apenas distinguible de dos personas, un hombre y otra que no podia distinguirse bien su sexo. Ambos estaban enfrentados a escasos metros de distancia, las violentas olas los elevaban y hundian constantemente. — ¡Debo reconocer que tu poder no tiene comparacion, para haberme empujado hasta este punto... jamas habia enfrentado a alguien como tu! — Dijo de pronto la voz del ser masculino, esbozando una sonrisa a su vez que un aura roja intensa que parecia sangre evaporada salia de la comisura de sus labios. La persona frente a él le devolvio la sonrisa y adopto una postura de pelea, parecia lista para atacar en cualquier momento. "Ambos estamos en las ultimas, todo se decidira en este ataque" Penso aquel hombre. — Supongo que no tiene caso decir nada mas... — Las palabras ya sobraban, el hombre tambien adopto una postura de combate, ambos se miraron a los ojos y cuando un rayo cayo justo detras de ambos entonces ambas siluetas, ambos destellos se lanzaron uno contra el otro provocando un estruendo tan fuerte como si un mismisimo rayo hubiera caido en ese sitio, incluso sonando mas fuerte que uno. Este choque fue tan poderoso que un remolino gigante en el mar se formo donde ambas siluetas se encontraban, aunque donde habian dos destellos de luz, ahora no habia ninguno, solo oscuridad absoluta interrumpida por los relampagos.



9 A.M



Ya habia pasado un dia desde que habia iniciado aquella tormenta, esto era solo el comienzo. En la isla del norte la lluvia y el viento azotaban la flora y el pueblo local, las calles estaban desiertas, algunas ventanas se abrian y cerraban violentamente y golpeaban haciendo un ruido estruendoso. La gente se encontraba resguardada en sus hogares y negocios, aun era peligroso salir y no parecia que la cosa fuera a mejorar, se pronosticaba que esto seguiria por varios dias asi. Solo personas muy experimentadas o habilidosas podian circular en el exterior sin correr tanto riesgo. Las olas del mar se estrellaban violentamente contra las playas de la isla, muchas veces esto preocupaba a los lugareños a que algun dia la marea creciera tanto por culpa de esta tormenta que se llevaria a todo el pueblo y sus habitantes consigo, pero aun despues de todos estos años eso jamas habia sucedido.

En una de las playas alejadas del pueblo, una ola gigantesca se estrelló violentamente contra la orilla, y al retirarse el agua como si el mar lo hubiese escupido, un hombre yacía boca arriba totalmente inconsciente, con su ropa destruida y su cuerpo repleto de heridas, golpes, cortaduras, sangre, cualquiera que lo viese podria pensar que estas heridas habian sido ocasionadas por el mar, sin embargo un shinobi experto podria distinguir que la mayoria de las heridas eran de combate. Parecia un cadaver de no ser porque aun su pecho se movia dejando ver sutilmente que aun respiraba de milagro. La vida de aquel hombre pendia de un hilo, parecia que el mar lo habia rechazado. Como sea no le quedaba mucho tiempo, si no recibia tratamiento medico pronto, aquella vida se apagaria bajo aquella lluvia tan cruel
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Última modificación: 11-04-2024, 05:32 AM por Namida.
Jūichigatsu, 8 D.K.
Isla del Norte, País del Agua.

[Imagen: 69f99e947786a2937c8f273a466cbc72.gif]


La mañana era oscura. El cielo llevaba ya varios días sin pintarse de azul y el sol, que se había puesto caprichoso, ocultaba sus rayos tras un lienzo descolorido y tormentoso.

La lluvia no escampaba. Desde la noche anterior azotaba impiadosa la extensión de la Isla, y las playas eran fuertemente barrenadas por el viento y las olas gigantescas. El estruendo de los rayos retumbaba en la distancia, los relámpagos encendían las nubes con intermitencia, y se dibujaban ramificaciones por todo el cielo plomizo que encontraban su final descargándose sobre el revuelto azul.

Bajo en un abrigo empapado, mas seco en su interior, Namida caminaba a paso raudo cerca de la orilla del mar, haciéndole frente al susurro helado de Eolo. Su mirada navegaba en el horizonte desdibujado por la lluvia, buscando, buscando... ¿buscando qué?

En realidad, estaba preocupada. 

Era durante esas épocas, a finales del otoño, que las feroces tempestades sacudían el archipiélago. Su hermano Suien, que era pescador, se encontraba en altamar. Y no era la primera vez. El mayor pasaba largas jornadas, a veces semanas enteras lejos de casa hasta que finalmente regresaba a la seguridad de su hogar. Siempre que salía a navegar, Namida esperaba y contaba los días, apretando el corazón en una mano. 

Para aquellas horas de la mañana la joven ya había cumplido con su rutina irrescindible y, después de visitar el templo a pesar del desafiante clima, sintió la imperiosa necesidad de explorar las playas, velando inútilmente por la seguridad de un hombre que se encontraba kilómetros mar adentro.

En la solitud de su arduo recorrido, pudo distinguir a la distancia algo que capturó completa su atención: Una figura yacía inerte, meciéndose en la orilla, como una marioneta rota en la arena empapada. ¿Era una persona?, ¿acaso un animal?

Con un nudo ajustándose en su garganta y temiendo lo peor, la Hoshigaki apresuró el paso y caminó hacia la figura. Se trataba de un muchacho muy, muy joven. Tan pronto lo vio, tirado boca arriba, se le estrujó el alma. Las olas golpeaban una y otra vez su cuerpo maltratado, rechazándolo, como si el mar hubiese decidido devolver desde sus profundas entrañas un tesoro indeseado.

Pero Namida lo recogió.

Con sumo cuidado arrastró su cuerpo y lo alejó varios metros de las olas violentas, que continuaban dando azotes en su paso irrefrenable hasta la orilla. A una distancia prudente de la espuma y la sal, lo recostó y se arrodilló junto a él. Contempló entonces su piel pálida, nívea, helada. Una cicatriz surcaba su boca, muy cerca de la comisura de sus labios azulados, que parecían tintados con la frialdad de la muerte. Pero... ¿en verdad estaba muerto?

Oye —llamó, zarandeando su cuerpo suavemente. Sin embargo, él no daría señales.

¿Cuánto tiempo llevaría a la deriva?

Con la palma retiraría de su frente el cabello negro y mojado, despejando así su rostro, y sostendría su cabeza ligeramente hacia atrás para que abriera la boca. Las hebras de plata le acariciarían la tez al momento que ella prestara el oído buscando sentir su respiración. Entonces, un destello de esperanza brillaría en los ojos color oro al notar que, aunque levemente, el joven sí respiraba. Su pecho se movía despacio, débil, en intervalos irregulares, pero estaba vivo.

Sin perder el tiempo, con los dedos índice y pulgar pinzaría su nariz, y no dudaría en sellarle la boca con la suya, realizando cuidadosamente algunas ventilaciones para reanimarlo. Una, dos, tres veces Namida inflaría su pecho tratando de hacerlo reaccionar y, afortunadamente, pronto el joven ahogado tosería, y de su boca brotaría agua de mar y poco más.

La Hoshigaki contuvo el aliento, su corazón latiendo con fuerza de alivio y gratitud. Con delicadeza posicionaría al joven de costado, para que pudiera expulsar el agua que había tragado sin ahogarse y, mientras le daba espacio para reincorporarse, se quitaría el abrigo y lo cubriría con el. Ya debía respirar mejor, aunque todavía débilmente, y a pesar de que ella insistiría en hablarle, el azabache en ningún momento respondería ni abriría los ojos.



¿Cómo había hecho para cargarlo hasta su casa? Ni ella sabría decirlo.

Bajo la inclemencia de la tormenta, la joven tiburón lograría cruzar el bosque y llegar junto al muchacho a la minka, con la intención de resguardarlo de la lluvia y el viento, que helaban la carne.

Al encontrar semejante escena llamando a su puerta, la vieja Kaede no haría preguntas, ni tampoco se demoraría en desplegar un futón cerca del fuego que calentaba la casa, antes de retirarse con premura. 

Namida arrastraría al joven y lo sentaría en el suelo, cerca del hogar, apoyándolo contra una pared. Le quitaría el abrigo con el que ella misma lo había envuelto, y con cuidado también lo despojaría de la ropa que llevaba. Casi todo estaba hecho girones, inservible, y al desvestirlo podría observar e inspeccionar con claridad las heridas que surcaban la blanca piel de su cuerpo definido; golpes, cortes, raspaduras. Algo terrible le había sucedido.

La anciana regresaría con mantas, vendas, toallas, y entre otras cosas una muda de ropa que pertenecía a Suien. Al continuar inconsciente, Namida tendría que ocuparse de secar, recostar y abrigar con toda delicadeza a su nuevo huésped. 

Al final, se arrodillaría en seiza junto a él, despejaría su pecho y posaría las palmas sobre la base de su esternón; de inmediato, las manos se verían envueltas en un verdoso fulgor que prometía sanar sus heridas... al menos las más superficiales.

Con suerte, el misterioso azabache despertaría pronto.
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Cita:¿Que estas leyendo? — Pregunta Toji curioso a una niña, su hermana menor, o mejor dicho una de ellas. El joven de unos nueve años se hace ver desde la entrada de la habitacion de la pequeña quien leia tranquilamente recostada sobre su cama, la niña no pasaba de los siete años, tenia un temple tranquilo y serio, parecia muy centrada en su lectura. Al verle ingresar a su habitacion, la niña le sonrie: — Es un libro de mitologia antiguo, lo encontre en la biblioteca de mama. — Respondio con impetu, siempre le gustaba que se interesasen en lo que leia, poder compartir ese gusto por el conocimiento y los libros que Toji solia llamar "gustos de nerd" le hacia muy feliz, pues no tenia mucho mas que compartir con los demas. Toji se rasco la cabeza observando el libro algo confundido. El libro que la pequeña sostenia en la mano era gordo, de tapa dura pero desgastado, por dentro sus paginas se conservaban bien mas alla de aquel color amarillento caracteristico del paso del tiempo, por otro lado su tapa era arrugada y desgastada, con algunas marcas de rasguños y restos de telarañas pegados junto al polvo, al parecer asi como la niña lo encontro lo abrio y se puso a leerlo sin siquiera ponerlo en condiciones, algo tipico de ella.

Toji observo el interior del libro muy por encima, curioso pero no muy interesado realmente en leer su contenido, tan solo lo suficiente como para notar que tenia mucho texto y algunas ilustraciones de criaturas extrañas. — Tu siempre pegada a los libros... es lo unico que sabes hacer. — Le comento mostrandose decepcionado de su hermana, pues claro, su familia era un clan de asesinos y mercenarios profesional, una mera bibliotecaria que no mostrase otra cualidad mas alla de leer no era considerada util para el negocio familiar que ellos heredarian en el futuro. — Sabes que a mama no le gusta que husmees en su biblioteca, solo haras que se enfade contigo otra vez. — Le advirtio el pequeño.

¡Eso no importa, mira mira! — La pequeña invito a Toji a acercarse a ver lo que estaba leyendo, ignorando las advertencias de este ultimo. Toji no se mostraba muy interesado sin embargo le hizo caso pues no tenia nada mas para hacer en ese momento. — Estaba leyendo sobre los angeles. Aqui dice que son criaturas celestiales consideradas divinidades, se encargan de cuidar a los humanos y protegerlos. Se dice que todos tenemos un angel designado a cuidarnos, ellos impiden que nos vayamos de este mundo antes de tiempo y son quienes nos guian al mas alla al morir. ¿¡No te parece fascinante!? — Le explicaba entusiasta la pequeña, sus ojos brillaban de vida y los abria como platos frente a un incredulo Toji.

Lo que me parece fascinante es tu ingenuidad. ¿Si fuesen seres tan especiales como es que se sabe de su existencia? Incluso un Shinobi de bajo nivel puede ocultarse en pleno publico sin ser visto por nadie, si los angeles existiesen no deberiamos ser capaces de saber de su existencia. Ademas, ya he acompañado a nuestros hermanos a algunos de sus trabajos y vi la muerte cara a cara, tanto la de nuestros enemigos como la de aliados, y jamas vi que un angel apareciese a llevarselos o que me protegiese ¿Me estas diciendo que su destino era morir alli sin mas? Si existen entonces deben ser seres que se burlan y rien de nosotros desde el cielo. — Cuestiono el pequeño Zennin, con un planteo mas que razonable para un niño de su edad considerando la vida que llevaba. Simplemente no creia en ellos, el era alguien pragmatico pues asi fue criado. La niña al escucharlo inflo las mejillas haciendo puchero, molesta y ofendida por la actitud tan pesimista e incredula de su hermano.

Eres un pesimista ¿Lo sabias? Pues para que lo sepas, si se han visto angeles. — Replico la niña, llamando la atencion de Toji quien no pudo evitar mostrar cierto grado de sorpresa.

Segun dice este libro, los angeles no se dejan ver por cualquiera, solo pocos han podido. "Aquellos quienes han experimentado su propia muerte y han probado su voluntad para seguir viviendo, seran capaces de ver al angel que a su lado ha estado acompañandolo todo este tiempo." — Toji escucho aquella frase y por alguna razon resono en él, ciertamente eran condiciones muy especificas, muy dificiles de cumplir, por no decir imposibles. Esto hizo que escuchase con mas atencion a la niña quien seguia leyendo.


Incluso aqui dice el aspecto que tienen. — Comento siguiendo la linea de texto con su dedo indice apoyado sobre la hoja siguiendo las palabras que iba leyendo.

¿Y que aspecto tienen? — Pregunto curioso el pelinegro.



Tendido en la arena, el cuerpo de Toji se mecía de aqui para alla con los golpes del violento mar, apenas si tenia pulso y respiraba debilmente con mucha dificultad por el agua de mar que habia tragado. El tiempo pasaba y no parecia que fuese a recobrar la consciencia, todo indicaba que asi como el mar lo habia escupido, rechazado, pronto no le quedaria mas remedio que volverselo a llevar consigo. Asi era hasta que de pronto una figura se hizo presente a lo lejos. Aquella mujer lo encontro y fue a socorrerlo tan rapido como pudo. Intentando protegerlo de la violencia implacable del mar lo alejo unos cuantos metros, Namida pudo ver el estado deplorable de Toji, quien no era consciente de nada de lo que estaba ocurriendo en lo absoluto, en ese momento el se encontraba en la absoluta oscuridad. 

Oye  Toji no emitio respuesta alguna ante el llamado de la mujer. De pronto Toji pudo sentir algo, tal vez no era consciente de ello pero su cuerpo lo sentia y no lo olvidaria jamas. Un tacto suave, calido, podia sentirlo en sus labios, emanaba vida cada vez que lo sentia, los labios de Namida sellandose con los de Toji, en un acto tan milagroso y a la vez tan impersonal visto desde afuera, podia pasarle a cualquiera, era una practica basica de emergencia que se ha usado millones de veces en el mundo, un metodo de resucitacion simple y efectivo que podia salvar a una persona al borde de la muerte o incluso recientemente fallecida, sin embargo, ahora le tocaba a Toji estar del otro lado. Aquel gesto que parecia tan de protocolo basico en la medicina, se habia convertido en el mayor y mas importante gesto que le habian hecho en toda su vida. Cada bocanada de aire que Namida le entregaba a Toji era literalmente vida, como si le entregase una parte de su alma para completar aquella que Toji estaba perdiendo, sellandola con cada presion que ejercia sobre su pecho.

Al final como si le hubiesen dado un pequeño shock electrico, su cuerpo reacciono bruscamente y escupio toda el agua de mar que tenia dentro, ayudado por Namida quien le puso de costado para poder sacarlo todo, pues a pesar de que seguia con vida, no podia mover su cuerpo en lo absoluto, ni siquiera estaba consciente. Rapidamente la peliblanca se hizo cargo de la situacion ahora que lo peor ya habia pasado, pero el problema no habia terminado.




Hogar de Namida


Una vez en la casa de Namida, la joven lo acerco aun inconsciente a su hogar encendido, el calor del fuego envolvio al Zennin como una madre abrazando a su hijo con amor. Poco a poco el color volvia a sus mejillas y sus labios. Namida comenzo a desvestir al pelinegro, notando el estado deplorable de su ropa, su camiseta estaba desgarrada y destruida casi por completo, asi como una de las mangas de su pantalon y parte de la otra, y de su calzado ni se podia hablar pues ni siquiera los tenia puestos, los habia perdido en el mar. Pero no era lo unico deplorable en Toji, pues su cuerpo estaba igual sino peor que su ropa, musculos desgarrados, huesos rotos, cortes por doquier tanto nuevos como antiguos, moretones del tamaño de una pelota, multiples de ellos por todo su cuerpo. Toji habia cruzado todo limite fisico posible, quizas morir de hipotermia o ahogado era el menor de sus problemas, tal vez era mejor morir asi que del dolor que habria sentido de seguir consciente en ese estado.


Cita:Vamos dime ¿Que aspecto tienen esos angeles? — Pregunto impaciente Toji. Su hermana sonrio y le mostro una ilustracion junto a un texto que tenia debajo suya.

Son figuras que parecen humanas, esbeltas y muy hermosas. Su piel es del color del cielo del que provienen, sus ojos son dorados como el sol que los irradia con su pureza, y su cabello es blanco como una nube. ¡A que son hermosos! — Al describirlos la niña se maravillaba ante tal descripcion e imagen visual representada en el libro. Incluso Toji al ver dicha ilustracion y escucharla quedo impresionado por unos segundos.


Aquel recuerdo comenzo a desvanecerse poco a poco y a su vez los ojos de Toji comenzaron a entreabrirse lentamente, viendo primeramente un techo iluminado por el fuego del hogar junto a él, siendo ahora consciente de su calor, sintiendose comodo y reconfortable en aquello en lo que estaba reposando su cabeza. Pero noto algo mas... "¿Donde estoy?" Sobre su pecho vio unas manos que emanaban un chakra verdoso, le reconfortaba pero no entendia que estaba sucediendo "¿Que es eso?". Su vista entonces se desvio hacia arriba suyo, encontrandose con ella... Lo primero que noto fue su largo cabello blanco, tan blanco como una nube, luego su piel, azul palido como el cielo mismo, y por ultimo sus ojos, aquellos orbes dorados tan intensos como el sol, resaltando en medio de esa oscuridad que le rodeaba, era hermosa. Toji quedaria perplejo y muy confundido al verla, aunque en el estado en que estaba ni siquiera podia hacer alguna expresion facial que lo denotara. "¿Estoy muerto?"

"Acaso es..... un....." De pronto parecia como si quisiera decir algo pero no pudiera.

...angel. — Susurro debilmente aunque Namida podria escucharlo, pero al terminar de decirlo sus ojos volverian a cerrarse, quedandose inconsciente una vez mas. No despertaria hasta horas mas tarde.
Narro - Hablo - Pienso
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La luz del fuego danzaba en las paredes de la habitación, creando una atmósfera cálida y tranquila que contrastaba con la impía tormenta que rugía fuera de la seguridad de la minka. 

El reflejo cobrizo de las brasas encendidas iluminaba el perfil de aquel joven misterioso, todavía inconsciente. Trazos anaranjados coloreaban su mentón, su nariz, su pómulo, todo el costado izquierdo de su pálido rostro. Su respiración apenas era audible por encima del constante crepitar de los leños en la hoguera, pero se mantenía regular y eso era algo bueno. 

Namida permanecía de rodillas junto a él, prestando la energía necesaria para acelerar su recuperación, atenta a cualquier reacción de su cuerpo. Estaba tan mal herido que no dejaba de sorprenderle el hecho de que aún se aferrara a la vida. Una y otra vez, se preguntaba qué extraños giros había dado el destino para que acabara en tales condiciones.

De pronto, notó que sus párpados comenzaban a moverse lentamente. Parecía esforzarse por recuperar la consciencia. El fulgor sanador que sus manos irradiaban se apagó y, alerta, se inclinó más hacia él prestando atención a su boca, que amagaba con hilvanar débilmente las sílabas de una palabra. Un suave gemido escaparía de sus labios, interrumpiendo el silencio de la habitación: 

<<…ángel>>

Por primera vez, Namida pudo ver el intenso color de sus ojos, verdes esmeraldas que apenas llegaría a contemplar durante la brevedad de un instante antes de que volvieran a cerrarse.

La invadió una mezcla de alivio y ansiedad. La mano izquierda se estiró y posó la palma sobre su frente, haciendo a un lado el húmedo cabello azabache, y se deslizó regalando una caricia suave a su mejilla magullada. Poco a poco iba recuperando la temperatura.

Descansa —susurró, aunque tal vez él no llegaría a escuchar. 

Las preguntas que resonaban en su mente seguían sin respuesta: ¿Qué había hecho que estuviera tan gravemente herido? ¿De dónde venía? ¿Quién era?

Aoko —llamó Kaede. Namida giró apenas su rostro en dirección a la voz, pero sin mirar—. Tu ropa sigue mojada. Deberías secarte y cambiarte, o te vas a enfermar —aconsejó la anciana, hablando bajito—. ¿Por qué no te das un baño caliente?

La Hoshigaki titubeó, desviando sus preocupados ojos de oro hacia el joven que yacía frente a ella.

Pero aún no he...

Descuida, yo me ocuparé mientras tanto.

Finalmente asintió. Cuidadosa, se aseguró de que el azabache estuviera cómodo y protegido bajo las mantas, y después se levantó. Sabía que lo dejaba en buenas manos, sin embargo por alguna razón no se sentía del todo tranquila al tener que separarse de él. Por eso, procuraría no demorarse demasiado.



Para cuando Namida acabó de asearse, la anciana Kaede ya la esperaba en la cocina con una tetera humeante. Sirvió té de jazmín para las dos, y ofreció un cuenco a la joven Hoshigaki. A ella le bastaría con una simple una expresión de sus cejas para preguntar, sin tener que decir nada.

Sigue dormido —contestó la mujer—. Sus heridas son realmente terribles. He de decir que me sorprende que aún se encuentre con vida. ¿Tienes idea de qué le sucedió?

Namida negó al interrogante con la cabeza y tomó un sorbo del té, dejando que el cálido líquido calmara su garganta antes de responder con suave voz.— No lo sé. Lo encontré en la playa —No tenía mucha más información que brindar al respecto—. Estaba ahogado. Solo puedo suponer que ha naufragado y el mar lo arrastró hasta la orilla.

Pero eso no debe ser todo. Lo has visto. Muchos de sus huesos están rotos, y estoy segura de que también tiene graves lesiones internas. Todo su cuerpo está destrozado. ¿Quién podría sobrevivir a semejantes condiciones? —Hizo una pausa, pensativa, para dar un sorbo a su taza de té—. Hay algo diferente en ese muchacho... o tal vez su voluntad de vivir sea simplemente excepcional.

Tenía razón. Aunque en ese momento se viera tan vulnerable y desprotegido, no debían subestimarlo. Sin duda se trataba de un joven fuerte, no era una persona normal y corriente.

¿Crees que sea... un shinobi? —preguntó. Hasta el momento no se lo había planteado. 

La anciana apretó los arrugados labios y levantó momentáneamente las cejas. ''Quién sabe'', dijo sin decir, con su expresión. Entonces la mano de la joven se estiró para aferrarse al brazo de la mujer. No apretaba, pero su agarre era firme.

¿Y si lo están buscando? —Namida susurró. Su ceño fruncido denotaba inquietud. 

Queriendo calmarla, Kaede posó su palma sobre la azulada y miró en sus ojos fijamente, sin inmutarse.— Eso no te importó al momento de arrastrarlo hasta aquí, Aoko 

Los orbes dorados oscilaron. No, no lo había contemplado. —Solo pensé en salvar su vida.

Y has hecho lo correcto, querida. Toda vida es valiosa. De cualquier manera, no es prudente especular sin más información. Por ahora, lo importante es que ese jovencito se recupere.

Si, pero...

¿Recuerdas cuando llegaste a esta casa? —interrumpió. Esas palabras bastaron para hacerla callar. 

Namida asintió, soportando el apretado nudo que sentía en el estómago ante la incertidumbre que le generaba toda la situación. Se aferró a la taza caliente y delineó con los dedos los delicados trazos que pintaban cigüeñas azules en la blanca porcelana. Desde la cocina miró hacia Toji, todavía inconsciente en el lecho improvisado, y el fuego de la hoguera se reflejó en la preocupación de sus ojos dorados.

Desde el día en que llegó junto a su hermano a la Isla del Norte, buscando refugio, la vieja Kaede nunca les hizo cuestionamientos. Los acogió a ambos sin preguntar más que sus nombres, aunque en el fondo siempre supo que los dos eran ex-shinobi que huían de las consecuencias de la guerra. Sin embargo, la anciana nunca tuvo miedo a las represalias de ayudar a exiliados o fugitivos, y nunca indagó, nunca cuestionó, nunca preguntó que habían hecho ni por que huían. No necesitaba saber quienes eran para poner delante de ellos un plato de comida caliente y ofrecerles hospitalidad y la comodidad de una cama. Y así era con todas las personas que llegaban a su puerta.

Sin embargo Namida, aunque intentaba seguir los pasos de la mayor dejando de lado el prejuicio, nunca había logrado ignorar por completo la realidad. Su realidad. Sabía que si el Imperio se presentaba en la casa haciendo averiguaciones por aquel extraño, podría llegar a envolverse en graves problemas. Especialmente si alguien descubría su verdadera identidad.

Tras beberse el té, la Hoshigaki volvió a ubicarse en un pequeño asiento cerca del Zennin. Con la esperanza de que recuperara la conciencia y pudiera encontrar algunas respuestas que le brindaran un poco de tranquilidad, permanecería junto a él, pretendiendo leer un libro y velando por su sueño durante horas hasta que finalmente despertara. Sin embargo, sería ella quien acabaría por dormirse sentada, sucumbiendo a la relajación tras la adrenalina del repentino esfuerzo y el enorme gasto de chakra.
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Última modificación: 03-06-2024, 08:21 AM por Toji Zennin.
Cita:Descansa 


Fue lo ultimo que pudo escuchar, y aquella caricia suave en su mejilla lo ultimo que pudo sentir antes de perderse en el limbo otra vez. No hubo sueños, no hubo recuerdos, no hubo nada en todo el tiempo que se mantuvo inconsciente, tan solo oscuridad absoluta. Era curioso, tal vez por su cansancio, tal vez por sus heridas, pero aquella sensacion era agradable, se sentia calido, pacifico y el tiempo no existia. Luego de varias horas, lo que pudo ser una eternidad o un mero instante se vio interrumpido al recuperar la consciencia, poco a poco Toji comenzo a abrir los ojos, vislumbrando nuevamente el techo, aunque se veia un poco diferente, estaba en otro sitio, la lluvia y los truenos se escuchaban con ferocidad fuera de la casa, era un sonido constante que no se detenia por nada en el mundo. 

Lentamente sus ojos comenzaron a recorrer la habitacion, era diferente a donde habia despertado la primera vez, ya no se encontraba en el suelo, ahora estaba en una cama, se sentia muy agradable la sensacion de su cuerpo levemente hundido en el colchon y la calidez de las mantas que lo cubrian, aunque extrañamente se sentia mejor la primera vez que habia despertado, como si algo le faltase ahora, tal vez alguien. En su intento de reconocer y investigar el lugar con su vista, sus ojos se quedaron fijos, clavados en aquella mujer que pudo reconocer al instante, aquella a quien vio la primera vez que desperto, y de pronto dejo de sentir aquella falta, como si ahora todo estuviera bien, estaba tranquilo, confundido pero entregado a su entorno, a su condicion actual. Estaba sentada a su lado en una silla, dormida, parecia cansada ¿Quien era ella? Era una pregunta que no podia dejar de repetirse una y otra vez. Toji intento moverse pero era inutil, sentia como si estuviera a punto de quebrarse en pedazos si lo intentaba, ni siquiera tenia las fuerzas para quejarse del dolor, lo que si pudo notar es que estaba totalmente vendado de pies a cabeza, parecia una momia con varios mechones de su cabello sobresaliendo de entre las vendas y su cara estaba totalmente cubierta a excepcion de los ojos.



No tenia nada que hacer, no podia mas que observar la habitacion, el techo y a aquella mujer de tez tan particular, casi unica. A diferencia de la ultima vez, ahora ella estaba aseada, su cabello estaba impecable, se veia suave y lacio, su piel era impecable, aquel azul palido lo dejaba hipnotizado, Toji no podia dejar de verla, le transmitia una paz que no podia explicar, al verla era lo mas cercano que tenia a ver el cielo azul, y su respiracion era como una suave brisa, aun con la tormenta fuera podia escucharla, como si apagara todos los sonidos a su alrededor excepto a ella, como dije, era una mujer hipnotica, al punto de que la respiracion de Toji comenzo a sincronizarse inconscientemente con la de aquella joven y sus ojos comenzaron a cerrarse nuevamente cayendo en un profundo sueño. Luego de un par de horas mas, Toji volveria a despertar y ahora probablemente Namida estaria despierta. Afuera ya estaba oscureciendo y la tormenta no cesaba, apenas si habia comenzado, por otro lado en la isla comenzaban a vislumbrarse las luces de los faroles del pueblo. En lo que a Toji fueron apenas unos cuantos minutos, en realidad habian pasado casi doce horas desde que Namida lo habia rescatado.

Toji la miro de reojo unos segundos mas no dijo ni una palabra, volviendo su mirada al techo, intentaba buscar algo dentro de su mente ¿Pero que podia sacar de una mente vacia? Era contradictorio y estupido hasta que Toji cayo en cuenta... ¡Vacia, su mente estaba vacia! Lo que intentaba buscar era informacion sobre él, intentaba recordar, entender como habia terminado alli, que habia pasado, pero nada... solo su nombre, Toji, era todo lo que le venia a su mente, de lo unico que estaba seguro en su vida, su nombre era Toji, pero no habia mas nada en él. A pesar de su situacion se le veia tranquilo, tal vez el cansancio era tan fuerte que no tenia fuerzas ni para sentir emocion alguna, tan solo para mirar el techo y a Namida si es que seguia alli.
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Última modificación: 30-07-2024, 06:37 AM por Namida.
Ya oscurecía y caía la noche. Afuera, ni por un momento había parado de llover.

La habitación era un refugio de sombras, iluminada vagamente por la tenue pero cálida luz de una vela. Las cortinas, gruesas y pesadas, mantenían el mundo exterior a raya, apenas dejando entrar los destellos intermitentes de los relámpagos. El sonido de la lluvia golpeando en el techo y las ventanas parecía un canto de cuna que lo sumía todo en su arrullo de tranquilidad.

En una silla de madera, pegadita a la cama, descansaba Namida. El sueño la había vencido en su guardia, ya que había pasado largas horas velando por el bienestar del joven que yacía ante ella. Aunque esperó con paciencia por volver a ver aquel par de verdes esmeraldas que tanto la intrigaban, cuando Toji despertó la encontraría dormitando. El cabello blanco caía desordenado sobre su frente, y aunque su rostro se veía tranquilo, estaba marcado por la preocupación vivida durante las últimas horas.

El muchacho había estado inconsciente la mayor parte del día, por lo que Namida y Kaede tuvieron tiempo de sobra para tratarlo y atenderlo. Lo movieron a aquel cuarto de la casa, un sitio más reconfortante y acogedor, con una cama suave y mantas cálidas donde podría recuperarse con tranquilidad. Habían puesto ungüentos en cada herida visible de su cuerpo, y lo vendaron prolijamente de la cabeza a los pies. El pobre parecía una momia, pero al menos sus ojos estaban al descubierto.

De repente, como si fuese capaz de intuir que algo sucedía en su entorno, Namida abrió los ojos y se incorporó despacio. Su cuerpo se tensó y luego se relajó al estirarse, sintiendo cómo los músculos se quejaban por la posición incómoda en la que había estado. Dormir en una silla no era precisamente grato, y el cuerpo se lo recordaría con cada movimiento.

Mientras se desperezaba, notó que Toji estaba despierto, inmóvil, observándola de reojo. De hecho, ya había despertado antes, pero ella no lo sabía.

Lentamente, se inclinó hacia él esbozando una mueca de alivio.

Hola —le dijo, rompiendo el silencio con un tono dulce, cargado de ternura y preocupación—. ¿Cómo te sientes? —No sabía si él podía hablar, por lo que su mirada fija se mantuvo atenta a cualquier indicio de dolor o malestar.

En ese pequeño refugio, con la lluvia como telón de fondo, Toji podía sentirse seguro. Bajo el cuidado de Namida, nada malo iba a pasarle.
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