Kaito observó con una sonrisa burlona cómo los dos bandidos frente a él, presa del pánico, tropezaban entre los árboles en su intento desesperado por escapar. Sin embargo, el tercero de ellos, quizás movido por la desesperación o la ira, se lanzó hacia él con un ataque torpe y descoordinado. Para Kaito, esquivar sus embestidas era como un juego de niños.
Pero ya era demasiado tarde para los bandidos. La lluvia tranquila que había invocado anteriormente ahora se intensificaba, transformándose en un diluvio denso y oscuro. Desde fuera, parecía que los tres hombres se habían quedado congelados en su lugar, con la mirada perdida y el dolor reflejado en sus rostros. Pero en sus mentes, estaban atrapados en una pesadilla vívida y tortuosa.
En su ilusión, cada gota de lluvia se transformaba en un torrente de aceite negro hirviente, que descendía sobre ellos con una crueldad implacable. Sentían cómo el líquido abrasador se adhería a su piel, quemándolos lentamente desde adentro. Los gritos de agonía resonaban en sus cabezas mientras luchaban en vano por escapar de esta tortura psicológica.
El chikamatsu no pudo contener su sonrisa de satisfacción mientras los bandidos eran consumidos por su ilusión. Luego, dirigió una mirada hacia su compañero distante, Kimble, y comentó con calma: -Bueno, parece que ya no serán una molestia-. Con un gesto ágil de sus manos, Kaito lanzó seis kunai que volaron con precisión mortal, acabando con la vida de cada uno de los bandidos de forma definitiva. Tras acabar con ellos, se alejó de vuelta a la caravana
Pero ya era demasiado tarde para los bandidos. La lluvia tranquila que había invocado anteriormente ahora se intensificaba, transformándose en un diluvio denso y oscuro. Desde fuera, parecía que los tres hombres se habían quedado congelados en su lugar, con la mirada perdida y el dolor reflejado en sus rostros. Pero en sus mentes, estaban atrapados en una pesadilla vívida y tortuosa.
En su ilusión, cada gota de lluvia se transformaba en un torrente de aceite negro hirviente, que descendía sobre ellos con una crueldad implacable. Sentían cómo el líquido abrasador se adhería a su piel, quemándolos lentamente desde adentro. Los gritos de agonía resonaban en sus cabezas mientras luchaban en vano por escapar de esta tortura psicológica.
El chikamatsu no pudo contener su sonrisa de satisfacción mientras los bandidos eran consumidos por su ilusión. Luego, dirigió una mirada hacia su compañero distante, Kimble, y comentó con calma: -Bueno, parece que ya no serán una molestia-. Con un gesto ágil de sus manos, Kaito lanzó seis kunai que volaron con precisión mortal, acabando con la vida de cada uno de los bandidos de forma definitiva. Tras acabar con ellos, se alejó de vuelta a la caravana