La Mercancía perdida (Misión Avanzanda Rango S)
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10 De enero del 16 D.K
A las 0500 HRS
Cerca de las fronteras del País del Colmillo y la Garra.



Al final… Nunca vinieron. — El enmascarado estaba mirando el periódico de hace muchísimos meses, dónde se hablaba de que el imperio buscaba destruir la dictadura que había sido impuesta a mano dura en el País del Colmillo y la Garra. Él simplemente pasaba las páginas mientras un puro descansaba en su boca, todo el cuarto se inundaba de humo por cada bocanada que soltaba. Hasta que alguien entro a la habitación, el sonido retumbó por todas partes, haciendo que el enmascarado soltará su puro y cayera dando vueltas por el suelo hasta llegar a una pared, dónde lamentablemente se apagaría. — Fumas tanto que hasta miedo me das, ¿realmente creés que está bien lo qué haces? — Dijo la persona que abrió la puerta, era una chica, baja pelo de color azabache y sus ojos eran de un morado intenso, atrapaba a cualquier hombre con la mirada. Se acercó a dónde el enmascarado, caminando a paso lento intentando denotar sus caderas, quería seducirlo. ¿Para qué era con exactitud?, quizás para hacerlo que deje de fumar pero seamos sinceros. Él no dejaría de fumar por nada en el mundo. — No quiero desgastar mi saliva contigo, además. ¿No te mandé a patrullar el este del país?, ¿qué diablos haces aquí? — Preguntó mientras se paraba, era un poco bajo. Mucho más grande que la chica. Se sintió aterrorizada por la presencia de él, ya lo conocía. Sabía que no le haría daño pero… ¿Realmente pasaría lo mismo de siempre?, se veía enojo en su cara, frustración. El Imperio no había mandado a ningún equipo para destruir su dictadura. Eso lo estaba comiendo vivo, viviendo siempre con el miedo de que invadan. Aunque tengas todo preparado para ello y quizás hasta más puede causarte miedo y una persona tan confiada como él lo estaba experimentando. La chica asustada trago saliva, le miró con sus ojos temblorosos igual que su cuerpo. — L-Lo s-si-siento mucho… Volveré a mi patrullaje. — Intento salir corriendo por la puerta pero una mano la tomó del cuello, apretándole un poco fuerte, no se podía exceder la podía hasta matar. — Sabes muy bien que nos tenemos que preparar por si el Imperio, o uno de esos millonarios quieren este maldito pueblo de vuelta. ¿Oíste bien? — La chica, que se quedaba sin respiración asintió. Oh Dios mío estaba experimentando lo que era de verdad un líder enojado. Él la miró, la soltó. Se apiadó de su mirada de miedo, ¿El causaba eso a las personas?, quizás. Cuando ella se fue corriendo se quedó solo en la habitación. Estaba nervioso, miró por su alrededor, no había nada. Se acercó a la ventana a mirar. Todo estaba tranquilo, pero… Esos millonarios que le tenían odio, el imperio y las aldeas que no podían hacer comercio ya que él les controla la ruta marítima. Todos le odiaban, era tarde o temprano que algún rico de esos le pagué a un par de shinobis para que intenté por lo menos recuperar algo de lo perdido, porque todo lo habían tomado, ni los barcos que ya estaban ahí dejaron. Fue horrible.


14 De Enero del 16 D.K
0700 HRS 
En algún lugar del extenso mundo.



Música, gritos y sonido de instrumentos se escuchaban por todo el lugar. Estaban haciendo una fiesta ya que faltaba poco para el día de San Valentín, entonces quizás ellos se encontraban divertido celebrar que faltaba poco. Normalmente los humanos comunes celebran por todo, ganar un partido, ganar dinero, ganar. En todo el sentido de la palabra pero… ¿Y qué hay de esos que no ganan?, que no ganan y solo pierden, pierden y pierden. Ellos no celebran, ellos están encerrados. Pensando en todo lo que han perdido, este es el caso del Señor Lio, un multimillonario el cuál ha conseguido su fortuna gracias a la venta incontrolable de armas y municiones, sin embargo este señor en concreto no está celebrando, no es por falta de dinero, ni de amor pues se conoce también por tener un harem extenso de mujeres. Sino, por la pérdida del cargamento más grande de armas jamás hecho por su parte. ¿Dónde fue la última vez que se vio ese súper cargamento?, en el país del colmillo y la garra, justo cuando se hizo la guerra civil ganando la dictadura, prohibiendo el paso de barcos ni sus salidas, además de que según los periódicos han cerrado por completo todo el lugar, era muy peligroso. Pero este señor: Lío, no iba a dejar que un grupo de delincuentes les haga perder todo lo que el trabajo por toda su vida. Ahorró lo que más pudo, créeme cuando te digo que es un señor que normalmente regalaba de a 10,000 Ryos, ahora ni la hora te dice. Consiguió el dinero, eso es verdad pero… ¿Dónde iba a conseguir a shinobis locos que aceptarán su trabajo?, la respuesta es muy obvia. — El Bajo mundo. — Replicó con una voz muy seca, mientras estaba en la mesa gigante con sus asesores financieros que prácticamente todos eran parte de la familia de Lío, todos eran mantenidos por él así que no se podían quejar. Aunque hubo uno, un chico, pequeño de unos 17 años, parecía ser el hijo menor de Lío. — No le veo el sentido a gastar tanto dinero por una mercancía perdida, además. Sería pagarles para que se suiciden. ¿No lo creés? — Pregunto mientras tomaba un poco de agua que se le había proporcionado, su padre respiró hondo y miró a todos sus acompañantes. — Si, pero esa mercancía fue y es todo lo que tenía. Así que lo haremos, al final del día soy yo quien mandó. — Fue una discusión corta, dando de ganador a Lío, su hijo le miró y suspiró. Su padre había perdido toda la cabeza, pagar para que los shinobis se suicidarán. Bueno, quizás podrían tomar algo mejor, información algo que el imperio pueda usar para invadir por completo esa zona y volver a tener una ruta comercial buena. Eso o dejar que los países que usaban esa ruta. Que no son pocos mueran de hambre, todos sin excepciones. — Rieguen la voz. Eso es todo nuestro. — Dijo finalizando por completo la reunión, todos harían caso. Promocionaron la misión como nunca pues al final del día, fue mandato de su encargado, así que no podrían hacer más nada que hacer caso.


15 De enero del 16 D.K
A las 0000
En algún lugar del extenso mundo.


Los Shinobis elegidos para la misión habían llegado en barco, todo suministrado por el señor Lío, el barco era demasiado lujoso. Prácticamente todo estaba tallado en oro, podían ver la marca de la compañía del señor Lío, una L grandísima en cada mueble o lugar del barco. Algo hermoso, se les proporcionó todo lo necesario que un ninja podrá necesitar para una misión, comida, vendas, kunais, shurikens y muchísimas cosas más. Todo era cuestión de tiempo para que estén a punto de llegar, podían ver al señor Lío a lo Lejos, con un sombrero de copa, alto, un traje negro y un monóculo en su lado izquierdo del cuerpo, al atracar fueron recibidos con una reverencia por parte de los trabajadores de Lío. — Me parece genial que todos estén aquí, realmente me siento muy agradecido pues ustedes fueron seleccionados con un propósito. Tomar mi mercancía de vuelta. ¿Podrían ustedes hacerme ese pequeño favor? — Dijo mientras reía un poco, era un empresario pero también era un bromista. ¿Cómo se lo tomarían los Shinobis?, ¿les gustará?, ¿harán preguntas?, eso deberían hacerlo obligatoriamente. Pueden meterse en algo horrible sino tienen las dudas aclaradas.

¡Bienvenidos a la Mercancía Perdida Rango S!
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Un comerciante, experto en economía como pocos, así se presentó de improvisto en aquella reunión en los bosques del Fuego. Así podría no tomar protagonismo en términos de fuerza, además de tener cierta autonomía en su forma de adquirir mayor capital para la organización. Pero no siempre guardar los secretos de todos es la decisión más acertadas. Hay ocasiones en que necesitas alguien que sepa la verdad y poder dialogar de manera correcta. Los elegidos dentro de Kakusei han sido Renji y Arata, los ninjas que él personalmente fue a buscar al País de la Tierra. Ellos conocen que posee habilidades avanzadas en el ninjutsu y atributos que incluso exceden el límite permitido. Por lo mismo, los tres forman el equipo perfecto para que Samuru pueda trabajar sin limitaciones, sin centrarse en un humilde papel de comerciante.

Esto es vida, ¿no creen? No pueden criticarme por el trabajo que conseguí. — El barco que lo transportada era muy lujoso, tenía de todo. Si bien todos sabían que la misión para la que los contrataron era muy compleja, ya que debían adentrarse en territorios bélicos, ya podrían pensar en ello después. Por ahora simplemente debían entregarse a las comodidades que les entregaban de forma gratis. — Podría ser rentable acabar con todos los de aquí y quedarnos con el barco, pero no sería humilde de nuestra parte.

Y así fue como funcionó el viaje. Solo descanso, relajo, disfrute. Quién sabe si alguna vez tendrán la posibilidad de viajar en un transporte como esto. Al menos este barco era amplio, no como en uno de sus sueños donde apenas tenía unos cuantos metros para desempeñar una batalla a gran escala. A quién se le ocurriría.

En su llegada a tierra firme, el tridente fue recibido con reverencias. ¿Qué se supone que ocurre en este lugar? ¿Acaso no se dan cuenta que es algo exagerado? Esto solo hacía que todo esto fuese muy sospechoso, así que Samuru no perdió tiempo en dejar las cosas claras. — No debe agradecer nada, esto no es un favor. — Avanzó unos pasos más, quedando por delante de sus compañeros. Por ahora, fue el primero y único en dar la cara de manera directa a quien buscó sus servicios. El de sombrero, como comerciante mundial que es, sabe que no puede dejarse pisotear por los poderosos, pues a la primera que pueden, se aprovechan para sacar ventaja. Tener una personalidad firme en su contra es crucial, sobre todo cuando hablan de términos de contrato. — Su palabra es que nos dará una paga tan deseable como el viaje en su barco.

Luego, pasó por su costado y de largo, quedando más allá. Poco le importaba ser mirado en mal por los trabajadores que él tenía. Si ellos intentaban algo en contra del equipo de Kakusei, podían arriesgarse a perder todas sus pertenencias actuales. — Créame que no quiere conocer de dónde nacen las plantas de Renji. — Esto lo dijo con un tono amenazante. La humildad se le fue durante unos segundos, así que se tomó un momento la cara, suspiró tranquilo y retomó una tranquila sonrisa, sumado a un tono de voz más armonioso.

Necesitamos información sobre un paradero aproximado de su mercancía y los alcances que puede tener el enemigo en términos de fuerza. — No aceptaría ir ciego a territorio enemigo. Un mapa podría servirles. — ¿Algo que necesiten saber ustedes, Renji, Arata?

Datos
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La definición de paraíso siempre había sido personal para el ninja de ojos rojos. Por tanto, y lógicamente, el infierno se definía más o menos igual. Cuando había abordado aquel barco en conjunto con sus momentáneos compañeros de aventuras se sentía en el paraíso. Un paraíso dorado y reluciente, que con unos cuantos movimientos fugaces podía ser enteramente suyo tal como lo mencionaría más adelante Samuru. Aquel choque con tal muestra de riquezas le hizo paralizarse por un segundo, y el paraíso se volvió un infierno cuando a su mente se le ocurrió pensar que podía conseguir aún más terminando la misión satisfactoriamente. Su ambición no parecía tener límites, de nuevo.

— No me quejo, siempre que haya paga. De lo contrario nos arrepentiremos de no tomar este barco e irnos a la mierda. — Respondió a Samuru con rastros de mal humor. Curiosamente le molestaba estar rodeado de tanta excentricidad solo porque aquellas riquezas no pertenecían a sus arcas. — Escuché que a Denji le gustan los barcos. — Refiriéndose sarcásticamente a un compañero que no estaba presente, tocaría los detalles dorados tallados en las paredes. Por el resto del viaje se dedicaría a compartir charlas cortas con el personal del barco para tratar de conseguir algo de información de su patrón, y algunos intercambios con sus compañeros de vez en cuando.

Una vez en tierra firme trataría de ser el último en abandonar el barco -literalmente- para tratar de robar alguna joya mal puesta que se le atravesase. Una pequeña e inocente costumbre que tenía cuando tenía la oportunidad, tan antigua como su propia vida, remontada a aquellos callejones en la antigua Suna, llenos de hambre y violencia.

Cuando volvió a encontrarse con sus compañeros, y quien aparentaba ser su contratante, se quedó un poco más al margen de la conversación de lo que le gustaría. Samuru parecía llevar bien el tema de la negociación, y confiaba en las habilidades del chico para sacar más tajada del premio mayor. Sin embargo, su papel secundario dejó de serlo cuando el de las estrellas le dedicó unas palabras amenazadoras a quién les pagaría por un trabajo bien hecho. Se acercó rápidamente al par de locutores y se dirigió a aquel que tenía que mantener contento a como dé lugar. — No hay que llegar a eso. Samuru solo está de mal humor por el viaje en barco. — Sonreía inocentemente para darle serenidad al sujeto.

Poco después, con la conversación puesta en marcha con destino a la misión, la información estaba al alcance de un par de preguntas, y el Jiki no desperdiciaría tal oportunidad. — Estaría bien tener información de los lugareños. Saber por dónde y cómo movernos, especialmente. — Estaban en un terreno lejos de lo neutral, y aunque ninguno de los tres ninjas podía considerarse ajeno a la obtención de información, siempre era bueno tener un empujón al inicio. — ¿A qué o quién nos enfrentamos? Un cargamento tan preciado no desaparece por su cuenta. Y contratar a tres ninjas para recuperarlo me da a pensar que habrá peligros. — Terminó. De cualquier forma, obteniendo información útil o no, asumiría que debía obtener otras fuentes. Si no quedaba conforme con lo dicho por el contratante iría con la tripulación y cualquier persona que luciera como un lugareño a preguntar generalidades.


OFF
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Renji solía no prestar atención a los muchos preparativos que las misiones podrían requerir, pero esta vez sí lo hizo, aunque de manera ligera, ya que todo fue manejado de primera mano por el líder del grupo, Samuru.

Las habilidades del de vestimentas moradas, sin duda, eran envidiables, al menos en el ámbito económico. Sin entrar en detalles innecesarios, Renji, Samuru y Arata fueron elegidos para llevar a cabo el encargo bajo la nueva insignia que los había acogido a los tres, Kakusei...

— Sin duda lo es. — Afirmó el rubio, dando crédito a la labor de Kyhoko. El barco era un manojo de detalles únicos, riquezas y lujos que solo un propietario en particular podría permitirse, sin embargo, Renji solo disfrutó plenamente de una caja llena de golosinas, frituras y demás manjares suministrados únicamente para él y su consumo, claramente. — He de recalcar que todo es muy elegante y bonito, pero lo mío está aquí. — Señaló repetidamente con una sonrisa amplia, mientras se zambullía ligeramente dentro de la caja y tomaba cualquiera de los paquetes para saborear los exóticos sabores de los productos de alto costo. — Esto es cosa de millonarios. — Allí, acabaría relajándose después del primer bocado a la bolsa de frituras que abrió.

— ¿Qué tienes con la “humildad”? — Preguntó el Jounin, limpiándose ligeramente los labios. — Siempre mencionas esto de la humildad y ser humilde, ¿de dónde proviene? — Añadió a la primera cuestión, esperando obtener una respuesta no tan “agresiva”. Por otra parte, Arata no comentó nada relevante más allá de que uno de los tantos miembros era un amante de los barcos, curioso.



El barco llegó a tierra firme. Allí, como se había planeado anteriormente, se encontrarían con la persona a cargo de toda la operación o al menos con quien la financiaba. Samuru no tardó en replicar a las poco modestas palabras del adinerado, a lo cual el rubio simplemente asintió, dando su parte de razón sin intervenir verbalmente. — ¡Cierto! — Exclamó con vigor y chasqueó sus dedos casi al instante en que Samuru dejó sus palabras en el aire.

Tanto Samuru como Arata solicitaron cierta información. El Jounin de Iwagakure no parecía estar apresurado por ponerse en marcha, pero no podía resguardar tanto sus palabras. ¿Qué pensarían de él? — Nada en concreto, solo los detalles más importantes, aunque si tienen un sitio con una buena vista, me vendría bastante bien, quiero estudiar un poco el sitio. — Concluyó, dando unos cuantos pasos más allá de la posición de Samuru.


Datos
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El señor, vestido como un divertido juego de mesa. Se sorprendió dando un pequeño salto hacia atrás y tragando un poco de saliva, tenía miedo. Nunca había tratado con ninjas para una misión así de extensa. Se acomodo el bigote pues se le había vuelto un desastre con el mal clima que hacía en la región. El viaje fue bueno, quizás; pero desde que atracaron un fuerte viento los azotó. El Señor chiquito y dos más empezaron a responder a las preguntas que tenían nuestros shinobis, dos de ellas eran jóvenes. Demasiado para ser sincero, quizás tenían unos 17-18 Años, menos quizás. Podrían ser hijos del señor bigotudo pero no se parecían en nada. El señor se aclaró la garganta mientras miraba al señor del sombrero, le parecía una persona muy interesante. Quizás sería un buen encargado de una comunidad. — Claro, no podría simplemente no pagarles. Les dí mi palabra y mi palabra tendrán. — Respiró hondo, estaba asustado. Miró a los que parecían menores, ellos también lo estaban. Eran sus primeras oportunidades de tratar con ninjas, ¿mercenarios?, por así decirlo quizás no estaban en lo correcto. Se podía ver por su rostro. Uno de ellos, el que trataba con el moreno, tragó hondo y se dedicó a responder sus inquietudes. — ¿No sabe lo qué pasó en el País del Colmillo y la Garra?, la organización más temida de todo los tiempos hizo un golpe de estado, obviamente no será sencillo moverse para unos civiles como nosotros, en cambio, ustedes al ser ninja saben cómo hacerlo. — Quién andaba con el otro asustado también por la presencia replicó intentando dar mejor información que su compañero. — No sabemos, pero quizás si ustedes lo hacen sigiloso les vaya mejor pues no podrán luchar contra todos ellos. — Dijo mientras ayudaba al de pelo amarillo, se veía buena gente. Quizás lo era, no lo sabía por completo. Lo único que esperaba era una buena acción por su parte. — Ehh, te seré sincero. No, no hay. Estamos muy lejos del país a algunos 30-40 Kilómetros de distancia. Saldrán después de que el señor Lío les diga algo importante. Creo. — Término justo, entonces: Todos empezaron a caminar para llegar a una pequeña cabaña dónde se harían los preparativos para la misión que tendrían que hacer los tres ninjas capacitados.

El viaje, siendo sincero, no fue lo mejor de todo, Lío no mencionó nada. Estaba callado, era de madrugada y tenía demasiado miedo para hablar. ¿Realmente la presencia de los tres shinobis daba tanto miedo?, nadie sabía pero realmente, toda la flota que andaba con Lío se sentía intimidada. — Es por aquí, van a salir a las tres de la mañana. Podrán tomar cualquier cosa que necesiten pueden tomarla del cajón que está a la derecha. Cualquier duda estaré en mi despacho hasta las 2:30, hemos estado preparando su ida desde antes que su llegada. — Dijo mientras se acomodaba el traje y le abrían la puerta de la cabaña, era algo viejo no igual a lo que se vio en el barco. Sin tantos lujos como se esperaba. Habían dos cuartos, una oficina y un lugar por si tenían sueño descansar. Era lo mejor, tener energías para el viaje forzoso que tendrían era prácticamente contar con ventaja. Esa organización eran pocos entonces no tendrían tanto personal custodiando sus fronteras. ¿O sí?, ni ellos mismos sabían con exactitud. — Les daré un poco de contexto por si no sabían. Buscarán mi mercancía, es un barco chiquito. Lo podrán reconocer por la vela, está rota. Es una ciudad muy grande, pueden hacerse pasar por civiles y entrar. Preguntando dónde guardan los barcos y tal. Eso sería lo mejor, pero si quieren buscar una muerte segura pueden ir con el pecho abierto. Y no mentía, ir así les iba a asegurar una muerte tranquila quizás. Rápida, dolorosa pero. Realmente se buscaba que los tres volvieran con vida, y si no tenían el cargamento que era lo que más le importaba al pobre Lío, podían por lo menos tener más información sobre la increíble cruzada que hicieron esos shinobis, quizás su nombre. Su objetivo ya se sabe. El simple hecho de tener el control, y el dinero que manejaba esa ruta era su simple objetivo. Además de causar caos claro. Hubo un momento dónde dejó que los Shinobis pudieran descansar, tenían que tener energías para mañana.

15 De Enero del 16 D.K
A las 0230 HRS
En algún lugar del mundo cerca del País del Colmillo y la Garra.



Lío estaba sentado en una silla, en la mesa principal donde se iban a levantar y encontrarse los Shinobis. Estaba asustado realmente, era un trabajo serio y no quería perder todo su dinero por culpa de unos shinobis que ni conocía. Sus secuaces fueron a levantar a cada uno. Tomándose su tiempo, dándole leves toquecitos en el hombro derecho. Buscando claro despertarlos sin hacerles daño, después de que todos estaban despiertos, algunos obligados otros no. Le iban a dejar la palabra a Lío, el cual; Estaba totalmente nervioso. En su rostro se podía ver la desesperación. — Ustedes… Ustedes van a ir en un barco pequeño, sin tantos lujos como el anterior. Pero es para no llamar la atención. Van a atracar a 30 Kilómetros de la frontera. La forma de entrar va a ser sencilla, podrían hacerse pasar por civiles, entrar sigilosamente como ninjas o la mejor de todas; Enamorar a la que atiende en la frontera. O en casos extremos saltarla, lo cual no recomiendo. — Dijo mientras se acomodaba el traje y miraba unos planos en su mesa, eran todos sobre el barco que perdió. A su lado había una gráfica del dinero que pudo haber ganado si tan solo no hubiese sido tonto, buscando ahorrarse un par de ryos ahora le costará muchísimo más. Sus secuaces estaban respirando muy agitados, estaban ayudando a los Shinobis a empacar llevando todo al barco. No quería que se desgastaran para nada, quería que realmente se sintieran bien de energía. Y así, sin más rodeos justo a las 3 de la mañana zarparon a un muelle pequeño que estaba a unos 30 kilómetros de la frontera. ¿Estarán listos?, no lo sabían. Realmente no; Pero lo único que sabían era que iba a ser algo inolvidable.


16 De Enero del D.K
A Las 0800 HRS
A 30 Kilómetros de la frontera del país del Colmillo y la Garra.


El barco atracó con éxito, fue un viaje largo realmente. Sin muchos problemas más que un oleaje fuerte que hizo despertar a más de uno en la madrugada. El conductor, que era uno de los secuaces de Lío estaba realmente tranquilo, estaba acostumbrado a que por la ruta que estaban tomando hubieran oleajes así. Sus compañeros de barco empezaron a ayudar a los Shinobis con todo lo que cargaban. No les dejaron mover ni un músculo. El muelle para serles sinceros. Era una madera muy vieja, rechinaba. Lo único bueno que se veía por ahí eran tres caballos, marrones y eran de trabajo. Podían usar eso para transporte o usarlo como distracción. ¿Qué harían los Shinobis?, ¿usar los caballos y hacerse pasar por vendedores ambulantes?, ¿usar los caballos como distracción para poder entrar por la frontera?, O lo que no se recomienda es entrar por la puerta en grande como Pedro por su casa. Había que tomar una decisión rápida. La misión no podía durar mucho, El barco sin mucho titubeó después de que se llevarán todo no duró ni media hora en despedirse. Simplemente agitó la mano desde lejos buscando despedirse de los Shinobis, deseándoles buena suerte.


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¡Bienvenidos a la Mercancía Perdida Rango S!

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Aparentemente, moverse con sigilo sin ser visto puede ser de lo más complejo. El campo al que deben ingresar es abierto y vigilado, por lo que ni escondiéndose podrían pasar como si nada. Se entiende que la paga ofrecida sea tan alta, no cualquiera puede completar esto. Fácilmente puedes caer en las manos del enemigo y terminar como prisionero de guerra, o simplemente pueden optar por acabar con tu vida. — Supongo que tendremos que jugar en modo experto. — Comentó, usando un tono juguetón. No le temía al peligro, pues jugarse la vida es lo que ha hecho siempre. Además, cuando no está solo, es mucho más llevadero.

La primera reunión finalizó y el tridente tuvo a su disposición un cuarto de la cabaña para descansar. Todos los lujos de los que antes gozaron desaparecieron. Era una lástima, pero tampoco es como si pudieran dormir en medio de tanto desconocido. — ¿No les parece extraño? — Cuestiona a sus compañeros. Usa un tono de voz bajo, asegurándose de que nadie fuera de esas cuadro paredes pueda oírle. También, antes de entrar, se percató de que no hubiera vigilantes exclusivos para ellos. Aparte de ellos, ahí no hay ninjas, o al menos eso supone, por lo que deberían estar a salvo. — Todos nos temen de una manera exagerada, deben estar escondiendo algo. — En el peor de los caos, deberán quedarse con la mercancía y romper de forma unilateral el contrato de trabajo. Claro, como si hubieran hecho uno. Esto esperaba que ellos lo entendieran sin la necesidad de decirlo con palabras. A estas alturas, ellos ya deben saber que Samuru hace lo que sea con tal de salir beneficiado.

Pasado el tiempo, una nueva reunión comenzó. Esta vez, la planificación fue mucho más concreta. Viaje sobre el mar, 30 kilómetros caminata. — Utilizar el método ninja contra una nación que ganó una guerra puede ser contraproducente. Pueden tener shinobis, así que lo mejor es no jugarles con la misma carta. — Sobre todo porque fingir ser un humilde civil es una de sus principales cualidades. Es lo que siempre hace, y siempre funciona. Es un actor de primera.

Las siguientes horas las aprovechó durmiendo en el transporte marítimo. Al tener a su alrededor a Arata y Renji, se sintió confiado de que en caso de que ocurra algo, ellos se encargarán o lo despertarán. O al menos eso espera, capaz hasta lo traicionan. En esta vida nunca se sabe.

Una vez llegaron a la costa, abrió los ojos. Se frotó los mismos, incluso estiró las extremidades. Se sentía como nuevo. Como dato importante, el de cabellos azules llevaba consigo su típico saco, aquel en el que guardaba su mercancía. Ya sabía cómo procederán de ahora en adelante, sin la necesidad de comunicárselo al resto. Podríamos decir que decidió por su cuenta y no le pidió la opinión a nadie. A veces hace eso, quién sabe dónde lo habrá aprendido.

Como dice el dicho, tres son multitud. Me adelantaré e ingresaré por mi cuenta. Confío en que uno de ustedes pueda enamorar a la chica de la frontera. — Posiblemente esto tome por sorpresa a sus compañeros, pues él simplemente abordó un caballo y se marchó, sin esperarlos. Por un momento pensó en llevarse los tres caballos, pero pensó que sería demasiado cruel obligarlos a recorrer 30 KM a pie. Hubiera sido chistoso, pero aquí se necesitaba resultado, no diversión. Aunque un poco nunca viene mal.

Tras el tiempo adecuado, llegó al famoso puesto fronterizo. Sus manos estaban en alto, demostrando paz. Descendió de su transporte y cargó su saco hasta la encargada. — Soy Samuru, viajo por el mundo comerciando mis productos. Puede revisarlos si así lo requiere. — En el interior encontrarían distintas cosas comunes, pero de buena calidad. Ropa, decoraciones, etc. Se notaba que viaja por distintas naciones, pues los productos eran de diferentes culturas. No encontrarían armas, ni siquiera si lo revisaban a él, esto por tener bien oculto un pergamino con su arsenal guardado. Está acostumbrado a superar controles.

Me gustaría mucho ayudar a esta nación en crecimiento, por eso quiero aportar con mi mercancía. — En todo momento se le escuchó amable, como si aquello de bromear o engañar a la gente fueran características de otra persona, no de él.

Si le dejan avanzar, irá hasta el respectivo país. ¿Sucederá así?

Resumen
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No iba a fingirse conocedor de la política mundial ni aunque la misión dependiera de ello. Era un gasto de energía innecesario evitar hacer preguntas que podrían sonar pertinentes para ese entonces, y como tal lo haría, hiriendo susceptibilidades o no. No pretendía, sin embargo, pasar por maleducado ni indolente. Lo de ignorante se vería después. — Lamento no estar al tanto. Como supondrá, vengo de muy lejos y el mundo es muy grande como para saber todo lo que pasa sobre él. — refiriéndose a aquel aparentemente importante para los lugareños se disculparía a su manera, con una media sonrisa.

Por el resto del intercambio se limitaría a observar a quienes hablaban y de vez en cuando pasear la mirada por sus compañeros. Quería ver la reacción de ellos para saber si, de casualidad, él el único que se estaba sintiendo extraño en aquella dinámica. Lo que el empleador rezaba sería el proceder de la misión se escuchaba como los suplicios incoherentes de un debilucho. ¿Qué tanto podía complicarse una situación como aquella? Robar un barco no parecía mayor proeza, y el ojicarmesí reconocía la habilidad de sus compañeros. ¿Qué podía salir mal?

En lo que concernía al viaje no hubo mayor altercado. La tripulación seguía con la misma actitud sospechosa desde el primer instante y el Jiki ya empezaba a acostumbrarse. Confiaba en que, si algo andaba mal, Renji fuese capaz de darse cuenta a tiempo para alertarles. Después de todo parecía que su turno de actuar venía pronto. Se dedicó a recorrer aquel barco en busca de un lujo que aparentemente ya no les acompañaba, y descansar tanto como pudiese antes de llegar a tierra firme. Después de todo era imposible saber cuándo iban a tener otro periodo de descansos en mucho tiempo.

Desembarcando por fin, revisó sus pertenencias el doble por si faltaba algo como buen receloso de lo material que era, y no esperó mucho por sus compañeros. Asumió que iba a encontrarse con ellos en tierra firme. Antes, sin embargo, volvió a ojear el resto del barco por si descubría algo que no estuviese allí antes. Si se topaba con algún miembro de la tripulación que estuviese en funciones distintas a los que le ayudaban a bajar el equipaje saludaría amablemente y trataría de obtener algo de información preciada. Hasta que eventualmente pondría pies en tierra firme.

— ¿No hay un camello? — diría en voz alta acercándose a los caballos y Samuru. Él mismo abrazaba la broma del chico del desierto cada vez que podía. — Eh, Samuru. Ten. — alzaba el puño con un puñado de arena. El chico de las estrellas sabía el por qué de esto, especialmente ahora que había indicado que el grupo se separaría. — Renji, tú también. — haría lo mismo con su coterráneo, quien también estaba acostumbrado a que Arata le regalase arena. Uno nunca terminaba de saber cuándo iba a ser útil. — Yo tomaré un caballo hasta mitad del camino, luego me las ingeniaré. — fue su parte del plan. Si los chicos tomaban la arena no sería difícil encontrarles luego.

El Jiki llevaba sus armas y utensilios ocultos bajo la gabardina de colores azulados que siempre llevaba consigo. Era un poco contrastante con la fauna local pero no por ello se detendría. Lo ancho de la ropa le permitía ocultar uno de sus brazos debajo de la manga, dejando solo uno a la vista. Al lado contrario de ese brazo derecho descubierto, colgaba una katana común de su cinturón, a medio ocultar por la ropa.

Montó el caballo en cuanto Samuru había partido ya, y el galope siguió el mismo camino. Giró para mirar a Renji, y en voz alta le hizo saber sus buenos deseos. — ¡Suerte con la chica! — y eventualmente desaparecería de la periferia.

A poco de llegar, bajaría del caballo y con una seña le indicaría que podía irse. Asumió que con eso bastaría para que volviera por donde vino, o de lo contrario sería un caballo salvaje por lo que le restaba de vida. De cualquier forma, haciéndose a un lado del camino, seguiría hacia el puesto fronterizo pero un poco más oculto que a simple vista. Si había vegetación la aprovecharía para acercarse sin ser visto. Una vez lo suficientemente cerca (unos 100 metros, aproximadamente) ejecutaría sellos de manos para una técnica que le haría mimetizarse con la tierra y andar como si fuese parte de ella. Si la inteligencia estaba en lo correcto, no había razones para asumir que habían sensores en los puestos fronterizos, y de ser así entraría sin ser detectado.

Mujitsu Hei
-20 de chakra (pasivas aplicadas).

Una vez pasado el puesto fronterizo tocaba emprender la marcha al poblado más cercano, saliendo de su escondite y marchando a toda la velocidad que sus estadísticas le permitiesen. La idea era buscar información, y seguir el que parecía el camino principal siempre funcionaba.

OFF
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"¿En serio?" pensó el rubio para sí mismo mientras daba otro bocado a su bolsa de frituras. Ya estaban por acabarse. El gesto del adinerado generó cierta curiosidad en el rubio, quien no hizo más que dar un vistazo rápido al entorno del hombre antes de desviar su mirada hacia la nada.

"Claro que podría", nuevamente, un pensamiento fugaz arremetió en la mente del Sin Clan. No pagarles no era una opción muy sensata, ciertamente, pero era muy posible y las probabilidades siempre estaban abiertas a todo. — Hm… — Saboreó aquel último bocado antes de sacudirse las manos entre sí y hacer una pequeña observación al comentario de uno de los más jóvenes allí presentes. — La situación es muy poco predecible, podría salir algo muy mal, no nos adelantemos. — Quería actuar de manera modesta. Aquel comentario que lanzó el chico, quizá los dejaba con expectativas muy altas, incluso para un pago tan suculento.

— Entiendo. Es una lástima. — Replicó el Sin Clan, frunciendo el ceño y demostrando clara molestia, sin embargo, no fue más allá. Siguiendo los pasos del resto del grupo en dirección a la cabaña…

Una vez allí, observó rápidamente los detalles más visuales de la cabaña. No presentaba el mismo lujo que aquel barco, lo cual era entendible, no podían levantar sospechas mostrando lujos a diestra y siniestra. En esta ocasión, le daría un punto al señor Lio, sin embargo, lo que estaba por comentar, sin duda le restaría algunos puntos en contra. — Y aquí estamos de nuevo con las afirmaciones. — Añadió. Renji simplemente bajó la cabeza y la movió ligeramente de un lado a otro con una sonrisa antes de dirigirse al cajón indicado, donde buscaría algo útil más allá de su equipamiento habitual.

La mañana siguiente llegó y tan rápido como el barco llegó a la costa, el grupo de tres shinobis descendió. Samuru se tomó la libertad de separarse del grupo para actuar por su cuenta, algo que no terminaba de cuadrarle del todo bien a Renji, pero que respetaría por el momento. — Solo no llames la atención. — Dejó aquellas palabras al aire intentando compartir cierta empatía con su reciente compañero.

El oriundo de las tierras de la Roca acabó despidiéndose fugazmente de Samuru y culminó su conversación con el arenoso. Más allá de atrapar aquel puñado de arena, no interactuó más con ninguno de los dos, simplemente se mantuvo estático, a un lado del caballo que suponía ser suyo. — ¿Y bien amigo? ¿Qué podríamos hacer nosotros? — Preguntó al animal mientras le daba algunas caricias en la parte superior de su rostro.



Nuestro intrépido rubio llegó de brazos cruzados y montando aquel corcel, muy bien decorado con un sinfín de empaques improvisados. Cada paquete mostraba una agrupación de flores, raíces y especímenes vegetales que no serían vistos en ningún otro sitio, pues habrían sido fabricadas por la habilidad innata de Renji.

— Buen día, estimada. — Renji hizo una ligera reverencia al acercarse a la frontera, obviamente, lo hizo con cautela para no llamar la atención de los lugareños, locales o la seguridad que supuestamente habría allí. El rubio esperaba que el caballo y toda la parafernalia que había armado pudiese impresionar a primera vista a la dama, de lo contrario, tendría que sacar las líneas prohibidas del maestro Rizz.



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Samuru.



Desde que tomó ese caballo se pudo haber sentido de una forma increíble, el aire chocaba de frente con su rostro moviendo su sombrero a veces, se descolocó mucho. Quizás lo mejor era quitárselo o simplemente pegarlo con cinta. Obvio lo mejor era pegarlo, no sabía que iba a hacer realmente. Podría hacer cualquier cosa. Su galope fue algo… Extraño, este camino no se sentía como uno normal, el olor que desprendía era increíble, olía a humedad unido con descomposición. Era prácticamente un campo de batalla que ya no se usaba. Se podía notar que había caído lluvia hace algunas horas, aún había cuerpos en algunas zanjas que tenía este camino, ¿realmente esa invasión fue de tal magnitud?, se podían ver manos saliendo de las zanjas en un estado de putrefacción alto. Una organización que prácticamente no era una, sino un gobierno funcional tenía en mal estado el camino a su ciudad. Realmente daba pena que prácticamente un gobierno tenga su ciudad así, ¿al comerciante realmente le importaría esto?, quizás no, quizás sí, todo era cuestión de cómo él veía el mundo desde su posición. ¿Era rebelde, imperial o ronin? Eso importaba tanto, quizás eso le haría cambiar de opinión y simplemente escapar por otro camino, yéndose por el camino del bien. Denunciando a todos los que se lleguen a burlar de él, eso era lo mejor que podía hacer. 

Cuándo llegó pudo notar una frontera gigante. Tan grande como para que nadie pudiera escapar de ahí y que nadie pueda entrar por la misma, su caballo se asustó un poco al llegar. La cantidad de seguridad que habían asustaban a cualquiera. En el puesto fronterizo dónde quedó de caer Samuru se pudo encontrar con una rubia de ojos azules, se podía considerar una pequeña damisela en apuros si no llegase a trabajar en este lugar. — A ver Idiota, deja todo tú equipaje a un lado, te tendremos que revisar por completo. — Dijo con una sonrisa maliciosa mientras con un chasquido de dedos hizo que dos hombres robustos, quizás de dos metros cada uno y unos 120 Kilos empezarán a revisar por completo a Samuru, todo el equipaje y le hicieron un chequeo natural por el cuerpo, no encontraron nada. Raro es, que la rubia le mirara de arriba a abajo. — Me da igual quién seas, de dónde vengas o siquiera si eres un mercader. Si haces algo mal en mi país, te juro que acabaré con tú vida. — Prácticamente todo lo que decía en parte era verdad. Estaba un poco mal de la cabeza así que no sería sorpresa si ella decidía matar a uno de los “turistas” que vienen a su país, si hacen alguna cosa mala o lo que sea que no vaya a acordé a sus reglas. Con una mirada de puro odio le dejo pasar. ¿Realmente iba a ser así con todos?, quizás no. Pero le gustaba ver a los civiles o shinobis asustados por su presencia.


Ya dentro pudo ver algunas tabernas, tiendas de ropa, restaurantes y un largo etc. ¿Qué tomaría para poder buscar información y lograr la misión qué se le había mandado? Todo era una decisión que podía cambiar el rumbo de su trabajo.









Arata.


Él camino pudo enojar a cualquiera, realmente por el camino alejado que tomó el Jiki era un campo de batalla cerca de la playa, el aire impactada su rostro por completo. El caballo estaba un poco cansado quizás no le entregaron uno en sus mejores condiciones. ¿Realmente le pasaba todo esto por ser simplemente Jiki?, quizás. Desde que Suna había sido destruida, los Jiki normalmente vagaban por el mundo, pero ahora tomaron lugar en diferentes países y aldeas, algo que realmente en la mente de algunos nacionalistas del país del colmillo y la garra no le gustaría. Ellos odian el simple hecho de que seas de esos lugares. Pero no se podía hacer prácticamente nada. Simplemente esperar que no se dieran cuenta de su origen esclavista y compañero de los más increíbles tiranos de toda la historia del mundo shinobi, Hagiri Pakura, Hark, y un mercenario no tan conocido pero que si se lograba encontrar con los justos podías saber bien de su historia: Shain, conocido por ser un asesino sin escrúpulos. Algo lamentable realmente.

Logró entrar sin dificultades, al parecer los sensores de las fronteras no notaron su presencia, quizás porque estaban dormidos o ni siquiera estaban ahí. Lo único bueno es que pudo pasar sin problema. Viendo negocios, restaurantes, tabernas y demás. Sin embargo no todo era perfecto, pues un pequeño niño sin piernas que estaba tirado en el suelo logró darse cuenta de su presencia. — S-Señor, una monedita por favor… Se lo suplico. — Dijo mientras alzaba una de sus manos abiertas. Necesitaba ese dinero, era su única forma de poder comer. ¿Le iba a hacer caso?, ¿lo iba ayudar siquiera?, iba a ser algo bueno después de todo.





Renji.



Él camino que tomó fue el mismo que el del sombrero. Algo feo y malo pues los cuerpos parecían no desaparecer y volverse uno con la tierra. El olor horrible hizo que el caballo se sintiera un poco asqueado y asustado, haciendo caer a Renji del mismo, su cuerpo lleno de tierra ahora sólo podía quejarse de la manera en cómo había caído. El caballo no desapareció, simplemente empezó a enojarse saltando un poco. Renji logró hacerlo calmar subiendo y siguiendo con su camino, el olor ya estaba en su nariz y sentía como impregnaba su garganta para después pasar a su estómago. Él podía sentir una intoxicación notoria en su cuerpo. El olor quizás le había afectado de una manera increíble.

Al llegar al centro fronterizo, saludo a las personas presentes. Pudo notar como se tiraron para atrás. Olía mal, ese olor de los cuerpos realmente le afectó en algo. Al acercarse la chica y el saludarla ella simplemente se rió. — Pareces un chico listo… ¿Tienes algo en mente?, ¿qué harás en mi país? — Preguntó mientras chasqueaba los dedos y mandó a que revisaran por completo a su nuevo amigo. Después de que tuviera todo revisado la chica se acercó para hacer un chequeo por si misma. — Tienes algo raro… ¿Seguro qué no traes armas para mi país maldito? — Preguntó mientras le seguía haciendo un chequeo. Después de que respondiera todas sus preguntas le dejaría entrar. Logrando ver de todo, restaurantes, tabernas, comercios y demás. ¿A dónde irá?, todo dependería de él y su buena toma de decisiones.


¡Bienvenidos a La Mercancía perdida!
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Si fuese por él, soltaría una carcajada. No era muy común encontrarse con una chica de tan buena apariencia que a la vez sea malhablada. Seguramente de reír, se le consideraría una burla y se metería en problemas. Menos mal Samuru es un actor impresionante, por lo que la sonrisa tranquila y amable se mantuvo en todo momento sobre su rostro. — Vamos, vamos, no es necesario ser tan agresiva. Alguien como yo no podría hacer nada en su contra. ¿Acaso me veo como alguien peligroso? — Estatura bajo el promedio, nula presencia de músculos, su apariencia se asemejaba más a un adolescente que a un adulto como tal. Pero claro, nunca puedes juzgar un libro por su portada.

Permitió que su cargamento fuera revisado. Pero como siempre, todo en orden. Ha tenido que superar esta clase de chequeos incontables veces, está demasiado acostumbrado, por eso es que no expresa ninguna pizca de miedo ante tales amenazas. ¿Acaso no teme algún día ser descubierto y se caiga su fachada de comerciante humilde? Claro que sí, pero a las malas tuvo que aprender a ser amigo del miedo. De lo contrario, no podría trabajar para conseguir los cambios que quiere en el mundo.

¡Espero vayan a comprar mis productos! — Comentó con entusiasmo antes de marcharse. El mal olor del camino llegaba hasta esa zona, así que deseaba alejarse pronto. Realmente el camino que presenció fue desolador. La cantidad de muertos que dejó la guerra es inaudita. ¿Por qué el mundo debía ser de esa forma? Probablemente todos los que perdieron la vida no tenían la culpa de todo este conflicto. Simplemente son víctimas que estaban en el lugar y tiempo incorrectos. Esperaba él algún día generar un verdadero cambio y no ser solo un cadáver más que queda en el camino. Aspira a algo mejor, a algo mucho más grande.

Finalmente pudo ingresar sin problemas a la aldea. Quizás es algo inseguro entrar solo cuando el equipo contratado fue de tres para tener más poder defensivo, pero Samuru confiaba en que aquí no necesitaría tener altos atributos en fuerza o ninjutsu, sino que usar más lo aportado a inteligencia. Además, seguro era que tarde o temprano el tridente más importante de Kakusei se reuniría, pues dudaba poder hacerse con el barquito de la mercancía así como así. De todos modos, esta labor no llevaría solo un día, sino que tendrían que estar dispuestos a quedarse ahí un tiempo. Comenzar de inmediato a buscar el barco llamaría mucho la atención. No olvidemos que hubo una guerra y debe haber gente fuerte y preparada en todos los rincones de la villa. Subestimarlos puede ser el peor de los errores.

Primero, debe adaptarse al entorno, formar uno con él. Es lo que siempre hace, además puede ganar dinero. Dos por uno, a eso se le llama estrategia.

Su prominente sombrero y peculiar vestimenta normalmente llama la atención, lo cual siempre es útil, sobre todo viniendo de un forastero. Evitó todas las miradas posibles, no hizo contacto visual con nadie. Buscó un espacio que no use nadie. Ni tan amplio ni tan pequeño, lo suficiente. Ahí es donde comenzó a instalarse. De su equipaje sacó una manta que colocó sobre la tierra y colocó ahí los distintos productos que vendía. Decoraciones, alimentos no perecibles cuyas marcas solo se encuentran en otras naciones, amuletos, de todo un poco. A donde iba, compraba lo que llame su atención, siempre con la intención de luego vender a un precio mayor. Así es como funciona el negocio. Comprar barato y vender caro. Si alguna vez alguien le reclama el precio, tiene sus métodos para zafar se las quejas.

¡Vengan a comprar! ¡Todo al mejor precio! ¡Productos de todas las naciones, todo de la mejor calidad! Si compran al por mayor, podemos conversar el precio. — Y, poco a poco, gente curiosa comenzaría a acercarse. ¿Algo interesante? ¿Alguien? ¿Qué puede conocer ahí, qué información obtener? Las charlas de negocios siempre son provechosas, pues generan confianza cuando el cliente queda conforme con lo adquirido. Además, con mercancía de tan buena calidad, en una de esas hasta un pez gordo puede aparecer. Incluso podría meterse en problemas por vender sin un permiso, más de alguna vez le pasó tener una rencilla con la justicia y terminar unos días dentro de un calabozo. Las opciones son infinitas, eso es lo divertido de este mundo.

Todo sirve, la misión apenas empieza.

Resumen
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— Qué escenario tan poco... amistoso. — Comentó con un tono de voz moderadamente bajo. El rubio no era una persona muy cautelosa, sin embargo, la misión lo obligaba a serlo y aún así parecía tener cierta dificultad para lograrlo. Un caballo cargado con una variedad de especies, raíces y plantas, cruzando un mar de muerte y cadáveres, no era precisamente una combinación de elementos que permitiera "pasar desapercibido". Era la primera regla que le habían dado...

— Calma, amigo, calma. — Repitió unas cuantas veces antes de que su poco confiable corcel se alzara, tomándolo por sorpresa y haciéndolo caer al barro. Sin embargo, no fue el barro lo primero en lo que pensó, sino en aquel extraño e irresistible hedor que llegó a sus fosas nasales y pareció penetrar en su ser. "Mierda, literalmente", bromeó, manteniendo su espíritu ligero incluso en ese momento. — Vamos viejo, no me hagas esto , dijo al ahora molesto corcel, quien le robaría algo de tiempo en el viaje hasta que finalmente pudo retomar las riendas.

El tramo restante fue un verdadero infierno. El olor que emanaba de los ropajes de Renji era curioso, irresistible; al menos, los enemigos y animales salvajes que pudiera encontrar en ese tramo final seguramente huirían antes de acercarse. — Finalmente, estamos aquí , anunció, deteniendo al caballo con unos leves taconazos y observando el puesto de entrada, el objetivo de su misión.

— Buenas tardes. Soy un geo-botánico de las Tierras de la Nube. — Hizo una ligera reverencia. "¿Era así?" Musitó en voz baja antes de continuar con su diálogo improvisado. — Me encuentro en búsqueda de buenas inversiones para mis investigaciones. He oído que el conflicto armado en esta zona es bastante fuerte, quizás no tanto como este olor, pero me servirá para poner en la mira los avances biológicos que traigo conmigo , añadió.

La inspección fue bastante rápida y cómoda, algo extraño tratándose de un país en caos total. "En efecto, no traigo armas, soy un hombre de vegetación", bromeó, aunque fuera una broma bastante mala.

El rubio ingresó sin muchos problemas, a pesar de su estado de higiene actual. Una vez dentro, pudo observar distintos locales de todo tipo, pero su mirada se fijó inmediatamente en una posada que estaba a unos cuantos metros de su posición. Pretendía dirigirse allí para reorganizarse y, por supuesto, tomar una ducha que le quitara la suciedad de encima...

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Volverse uno con las piedras del camino le tenía sin cuidado. Al final del día su tiempo de vida en el país de la tierra le había hecho acostumbrarse a ello. Era más fácil mimetizarse con una pared de rocas que resaltar por las calles de un sitio que nunca sintió su hogar. Por ello andaba con total normalidad, confiando en sus habilidades para no tropezar con las mismas piedras de las que ahora era parte. — Me pregunto si con suficiente esfuerzo pude haber vuelto al caballo invisible también… — aquello retumbaba en su mente. No se arriesgaba a alzar la voz aún cuando a su alrededor no hubiese nadie.

La facilidad con la que podía ejecutar aquella técnica le daba cierta seguridad al andar y, por consecuencia, incluso conseguía aburrirle. No en balde se había deshecho de casi cualquier chance de que las cosas salieran mal. Y en el remoto caso de que algo fuese hacia el lado contrario del que él había planificado, estaría preparado. O eso se repetía a sí mismo, tratando de no pensar en las millones de variables que se presentaban al estar entrando -prácticamente a ciegas- a un país hundido en violencia y guerra.

— Y yo que pensaba que los guardias de Iwa eran inútiles. — fue su primer pensamiento una vez cruzada la frontera. Agradecía que en aquella apuesta, como era usual, había salido bien parado y continuaría andando un poco más. Su mirada se pasearía por los establecimientos que podía encontrarse en el camino, y una vez lo suficientemente lejos del puesto fronterizo empezaría a deshacer su técnica para evitar más gastos innecesarios. Esto le tomaba algo de tiempo, que virtualmente era casi un instante pero distaba de serlo en realidad. Sobretodo cuando ojos curiosos estaban ahí para recibirle una vez saliese de su camuflaje. ¿O antes, incluso?

Se congeló en el acto cuando aquella voz le pedía unas monedas. No tanto por el sacrilegio imperdonable de pedirle dinero a él, sino porque no había salido de su invisibilidad cuando ya el niño le había detectado. — ¿Qué coño? — murmuró, clavando la mirada en el pobre diablo. Le estudió tanto como pudo mientras su cuerpo se materializaba de nuevo, y una vez completado el proceso dibujaría una sonrisa para el desdichado. — Te daré una… — sacaba una moneda de su bolsillo. Aquella pequeña moneda tenía granos de arena pegados y aún cuando el Jiki intentase sacudirlos algunos no cedían. De cualquier forma entregaría la moneda al chico, con arena aún. — … para que comas, y una más para que me cuentes algo que quiero saber. — sacaría otra moneda en iguales condiciones y la pondría en la mano del chico. Su intención sería escuchar rumores y obtener información de un lugareño. Preguntaría por muelles, la guerra, y lo que pudiese.

Y si el chico entregaba información o no, sacaría otra moneda empanizada en arena más. — Esta es para que olvides que me has visto. Ni una palabra a nadie. — acompañada de una sonrisa, repartiría la última moneda de las que estaba dispuesto a entregar, y partiría. Su destino dependería de la información que hubiese podido conseguir. Si no conseguía nada relevante del chico iría a una cantina o restaurante para comer algo y conseguir algo más de información. Si el chico servía de fuente de información le tomaría la palabra y se dirigiría al sitio señalado. Con suerte conseguiría más en el camino.


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Samuru.

Su fachada de "humilde" comerciante, poco a poco comenzaba a traerle clientes. En su mayoría era gente normal, gente que solo iba de paso, pero al percibir el entusiasmo del vendedor, decidieron acercarse. Un buen vistazo a las prendas, amuletos y el resto de la mercancía, los haría intercambiar palabras entre si, algunos hablaban de decir, unos cuantos optaron por retirarse, hablando de otros temas. No es como si fuese el primer vendedor ambulante que llegase al Colmillo y Garra. Sin embargo, independientemente a la cantidad de personas existentes, un sujeto con varias cicatrices en el rostro y portador de una armadura de chakra especial, se acercó a preguntar. — ¿Cuánto quieres por ese amuleto, niño? — Si el comerciante Kujaku mirara el cuello del sujeto, notaría un colgante con el signo de la religión Jashin, y también otros collares cuyo símbolos representaban religiones y mitología del País.


Tal vez, no era la persona que estabas buscando exactamente. Pero una corazonada, te haría deducir que posiblemente este personaje misterioso y rudo, te acerque a lo que estás buscando. Sus rasgos eran distintos al resto de persona que le rodean, por lo que se le percibió un extraño acento extranjero, cuando formuló aquella pregunta. La presencia de Jin, atemoriza a unos cuantos clientes, por lo que no es bueno para tu negocio. Tienes ante ti, un criminal de la peor calaña con un gusto peculiar ante este tipo de mercancia.  — Hmmmm.... — Jin, no esperaría mucho tiempo, si quería obtener información, tendrá que convencerlo.



Arata.
La presencia de aquel niño, arrugaría el corazón de cualquiera. Mōji mantuvo aquella expresión inocente y necesitada, su estómago se estaba retorciendo. Había pasado un tiempo desde que comió pan caliente y bebió algo de jugo de moras. Así que, cuando extendió la primera moneda empanizada con arena, Mōji estiró la mano con agradecimiento y la tomó, guardándola en un bolsillo que tenía un pequeño orificio. — Muchas, muchísimas gracias, señor. — La sonrisa del pequeñín, indicaba un cambio, no drástico, en su personalidad y comportamiento. Pero eso no estaba cerca de ser todo, la segunda moneda, la cual tomó sorprendido lo puso pensativo. Nada es gratis. Una mano lava la otra. — Heeeh, vaya vaya. — Era la cara de un negociante infantil.


— ¿Qué quieres saber, señor? No parece ser de por aquí... Y los que no son de por aquí, no sobreviven mucho tiempo. — Diría el infante a modo de enganche, como si estuviera a punto de contar una historia de terror, cuyo propósito era infundir temor en el mayor, de modo cómico. — Se muchas cosas, ¿Sabes? También puedo conseguir lo que sea, tengo varios amigos de mi edad por aquí. Nuestro grupo se hace llamar "Los perdedores". Abandonados por nuestros padres a la suerte, y vivimos arrastrandonos como ratas buscando la supervivencia. — Ya eran las palabras de alguien maduro. Mōji guarda la tercera moneda, haciendo un gesto de cierre en su boca con sus dedos y asiente, firme como un soldado. — Sí, señor. Mōji no lo ha visto por aquí, aunque requiero de pago adicional para no difundir que un extranjero está por aquí... — Sentenció el pequeño soldado, esperando que muerda el anzuelo. Claro está que tiene la disposición, de contestar preguntas.

Renji.
En el puesto de entrada, no hubo una mala reacción ante el motivo de llegada de Renji, por lo que pasaría sin problemas al igual que Arata y Samuru. Pero, su situación era ligeramente diferente. Era entendible que buscase asearse, para mantener una buena presencia, luciendo como un "investigador" de botánica. Allí en la posada, si mirara con sumo cuidado notaría que habían unos cuantos tipos problemáticos, portadores de armadura de chakra avanzada. Unos bebían el recién llegado licor hidromiel, mientras que otros optaban por beber la cerveza local de la Garra y burlarse de quienes se deleitan con aquel licor de tierras lejanas. Era un buen lugar para comenzar.

A su izquierda, a unos cuatro metros de distancia, había una mesa de madera algo mellado y podrida, encima había comida regada y grandes vasos de vidrio vacíos con espuma deslizándose en el exterior. Tenji, Yami y Fū, miembros de una banda delectiva muy bien conocida por estos sectores, discuten en la mesa como si de un grupo de locos se tratasen. — ¡ESTÁS LOCO MALDITO, NO HUBO UNA PRIMERA GUERRA NINJA!. — Yami enfurecido exclamó tales palabras, pero al instante Fū repica, caracterizándose por ser tranquilo e indiferente. — Oh, rayos. No se porque me molesto en discutir contigo, ni siquiera sabes leer. — Tenji añade unas carcajadas y agrega un comentario burlón — ¿Discutiendo con la misma persona que cree que los Bijuus están vivos? —






off rol
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Una sonrisa ilumina su rostro. En pocos segundos mucha gente se acerca a preguntar por sus productos e incluso comprarle. Algunos solo miran y luego se van. Aquellos también son provechosos, independiente de que no le entreguen dinero al comerciante. ¿Por qué? Con solo llamar su atención ya puede provocar que le hablen de él a conocidos y atraer nuevo público interesado. En el mundo del comercio todo acercamiento sirve, no es necesario ser tan apresurado. Las ganancias tarde o temprano llegan cuando haces las cosas bien. — Pregunten, pregunten, sin ningún compromiso. Estaré aquí varios días, así que no dude en tomarse el tiempo para pensar y volver.

Eso sí, pronto, muy pronto, hace presencia un nuevo tipo. Solo viendo su apariencia te das cuenta que no es un civil más como los que han aparecido hasta ahora. Las cicatrices en su rostro y la armadura imponen respeto, incluso temor. De hecho, no hay que tener demasiada buena vista como para no notar que los civiles comienzan a alejarse unos cuantos pasos y sus ojos expresan temor hacia la figura emergente. — Qué interesante. — Samuru no pierde tiempo y se agacha a recoger el amuleto del que pregunta el recién llegado. Se lo acerca para que lo mire más de cerca, aunque no se lo entrega. Es obvio, ya lo dice la regla: “Se mira, pero no se toca”.

Es un objeto especial reunido tras una expedición en la Gran Cordillera del Oeste. Si gusta, puede llamar a algún experto que analice si es genuino o no, pero ya le puedo asegurar que hice ese trabajo cuando lo conseguí. — Y no es necesario explicar cómo es que logró quedarse algo tan importante. Todo comerciante tiene sus trucos para recibir sus ganancias, incluso si esto destroza cualquier moral de la buena competencia o valores humanos. Él consigue lo que quiere, siempre, aunque deba usar la fuerza en el proceso.

Queriendo generar un pequeño trato amistoso con el interesado comprador, sobre todo porque parece ser alguien que le puede ser de mucha utilidad. — Veo que usted es un prestigioso guerrero de por aquí. Como forma de pago a su gran contribución, puedo ofrecérselo a mitad de precio, solo 15.000 ryos. ¿Qué le parece? — Si sabe tanto como aparenta, él sabrá que aquello que está ante sus ojos es un objeto valioso. Ya sea para uso propio o empeñarlo en algún sitio más interesante que una simple calle, el beneficio que se le puede sacar es muy importante.

¿Y Samuru así de fácil regalará algo tan valioso? Creíamos que era un comerciante que siempre busca ganancia.

Y no se equivocan.

Aprovecha que ya muchos civiles se han alejado para bajar el tono de voz y generar cierta complicidad con el hombre de armadura. — Tengo más productos de este estilo, también para conseguir fuera de estas tierras, aunque esos negocios prefiero hacerlos más en privado. No sé si me entiende. — Se asegura de que nadie más lo oiga, pues coloca la excusa de mostrarle el amuleto directamente en la cara para así estar en un rango muy cercano. Tal vez esto le cause curiosidad al comprador, pues Samuru no parece sentir ni una pizca de miedo por su apariencia tan terrorífica, sino que se ve como un muchacho sumamente tranquilo.

Debe saber que este tipo de amuletos no pueden colocarse a la venta así como así, por eso solo tengo uno en el mostrador. — La indirecta es clara, quiere ir a un sitio más privado a hacer negocios con él, claro, si es que le interesa conseguir más de uno de esos productos. De ese modo, quizás el de sombrero pueda empezar a generar una red de contactos y así llegar poco a poco a la zona en donde está el barco con la mercancía que debe recuperar.

Tener amigos por aquí y por allá es fundamental para sobrevivir en este mundo tan egoísta.

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El rubio ingresó a la posada sin rodeos. Afortunadamente, la posada ofrecía servicios para cuidar su cabello, aunque con un costo adicional. Sin embargo, los fondos provenían de las arcas de Kakusei, por lo que no estaba demasiado preocupado, ya que en la petición de donación enviada no había aportado tantos Ryos de su parte.

Renji se dirigió a la habitación asignada y se duchó rápidamente. Las conversaciones de los diferentes grupos que escuchó al entrar le dejaron un mal sabor de boca, ya que quería saber más al respecto. Había dos mesas con información aparentemente interesante, aunque en realidad, la misión le importaba poco a Renji, él solo quería comer y aumentar su conocimiento de manera "general". Por lo tanto, decidió acercarse a la mesa del grupo delictivo, ya que la mención de la palabra "Bijuu" resonó en su interior. Eran solo cuentos y posibles leyendas que algún aldeano o ninja pudo haber escuchado hace mucho tiempo, pero para él sonaba como un término muy interesante y simple; y siendo alguien que vive en la simplicidad total, decidió acercarse a ellos.

Sus vestimentas ahora eran menos llamativas, en tonos de café, marrón y un poco de cuero, asemejándose a los investigadores de una pequeña tierra que visitó hace mucho tiempo. — Buenas noches, estimados. — Hizo una ligera reverencia para ambos grupos y tomó asiento no muy lejos de ambas mesas. — Pido disculpas por mi intromisión, pero no he podido evitar escuchar vuestra conversación. ¿Les molesta si me uno? — El rubio estratégicamente llevaba algunas pequeñas semillas que dejaría caer al suelo durante su ingreso a la zona de recreación, como un seguro en caso de que las cosas se pusieran violentas.

— Mi nombre es Nagasaki. Soy un investigador y dedico mi tiempo a mejorar y crear las bebidas más exóticas que jamás podrán probar, además de un estilo de hidromiel único. — Comentó, y adoptó una postura más relajada para observar la reacción de quienes le acompañaban esa tarde.

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De alguna forma u otra, y tanto para bien como para mal, el ojicarmesí se veía identificado en aquel niño. Claro que, guardando las distancias, él también había sufrido las temibles consecuencias del hambre y la desolación que la guerra y la pobreza traían consigo. Él había vivido en carne propia el abandono de la suerte y el destino amargo que eso conllevaba, y por ello se detuvo un instante antes de acabar con la miserable existencia de aquel “perdedor”.

Además, estando ahí, del otro lado de la escala, sabía lo desgraciado y manipulador que podía llegar a ser aquel chiquillo independientemente de lo inocente e indefenso que luciese. Y es que, si recordaba todas las fechorías y canalladas que había cometido cuando su edad se acercaba a la del chico no terminaría nunca. Al final de algo había que comer, y pedir dinero era la menos efectiva manera de conseguirlo para alguien con sus particulares “habilidades”.

— Tienes razón, no soy de por aquí. — respondió con una sonrisa. — Pero ha llegado a mis oídos que por aquí puede hacerse buen dinero si conoces a las personas correctas. — en parte aquello venía con cierto grado de verdad, y el brillo en los ojos del Jiki le delataba como un completo obsesionado con el dinero. Volvió a introducir la mano en su bolsillo sacando otras dos monedas y estirando la mano para dejarlas al alcance del desdichado. — Y considero esto como una inversión. Si me das la información indicada volveré y te recompensaré. A ti y a tus perdedores. — estas monedas, como las otras tres anteriores, estaban prácticamente envueltas en arena.

— Busco trabajo. ¿Sabes donde puedo encontrarlo? — diría, habiendo entregado las monedas o no. — Me especializo en barcos, sé repararlos y construirlos. — vil mentira, pero sonaba convincente viniendo del Jiki. La realidad era que, de dónde venía, los barcos resultaban una leyenda más. — Y… — se agachaba para susurrar. — …busco donde deshacerme de un poco de mercancía que me “encontré” en mi camino acá. — haciendo referencia a bienes robados y un lugar donde poder venderlo.

Volvería a erguirse y miraría atento al chiquillo, buscando cualquier indicio de falsedad en sus respuestas. Sabía de sobra que podía meter las patas al barro por contar demás, pero a veces tocaba tomar riesgos. Si el chico le indicaba alguna dirección partiría hacia allá de inmediato. No apresuraría el paso con la única intención de echar un ojo hacia atrás, estudiando la actitud del chico, a medida que el Jiki se alejaba.

resumen
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Samuru

La situación, del chico con un buen gusto para sombreros, fue para mejor. La buena vibra en el aire se sentía, aunque duró poco tiempo, tras la llegada del ser misterioso, que al estar tan cerca de ti, pudiste percibir un ligero olor a sangre. Tal vez, estaba adherida a alguna zona de su cuerpo desde hace horas ¿Mató a alguien? No, por supuesto que no, él fue atacado y por extrañas circunstancias de la vida, sobrevivió, pero no salió ileso. Él tiene una herida en el abdomen, qué si no es trataba en varias horas, comenzará a infectarse. Pero ese personaje, que te espanta a la clientela, es un fiel creyente del dios "Taishin". Una entidad divina que promete una larga vida a sus más fieles seguidores. — Hmmm... No está para nada mal. —Dejaría escapar una risilla, que luego se transformó en una tos. Jin, por educación, se tapó con la mano y también volteó la cara, tampoco es como si se fuese acercado tanto a Samuru.



Aquel, prestigioso guerrero herido, alza una ceja en cuanto escucha que le quiere vender el amuleto a mitad de precio. ¿Cómo muestra de gratitud? ¿Hacía qué? No lo conoce, tampoco conoce las atrocidades que ha hecho por el bien de su banda delictiva, Kashin, a la cual él lidera. Por extrañas circunstancias de la vida, ante ti Samuru, tienes una pieza especial que puedes usar bajo tu conveniencia. Pero claro, aquí es la parte donde tu lavia y fachada como comerciante, toma un papel mucho más amplio e interesante, bajo esta situación. — Me parece bien. — Saca unos cuantos billetes, de la más alta denominación, para que el comerciante no tuviera que lidiar con tanto papel moneda. 

Había dado donde debía, al haber captado que el cliente tiene un gran interés por estos tipos de abuelos. ¿Fue una jugada astut?


 — Mi nombre es Jin, es un placer hacer negocios con usted. — Vuelve a toser y arquea una ceja, imaginándose la cantidad de Amuletos de diferentes continentes que podía tener en sus manos, no sólo para él mismo, si no para también venderlas a mayor precio. — Sígueme y haremos negocios. — El sonido metálico se escuchaba cada vez más, y el sujeto iba caminando paso por paso, en dirección hacia su guarida. Un bar abandonado, en un barrio peligroso. Samuru, si sigues a Jin, visualizarías a más pandillas jugando Shogi y bebiendo Sake en plenas calles. — Este lugar, se llama Shinguku. — Murmuró tomando un desvío vacía otra calle y luego de varios minutos en caminata, llegarían al bar. Jin abrió las puertas y se fue a servir un trago de hidromiel tras la barra. — A ver niñito. ¿Qué quieres a cambio? Se que esos artículos no pueden colocarse a la venta así como así, pero hay ciertos personajes adinerados que pagarían más del doble por material de calidad genuina, y no me refiero a sólo estos amuletos que son de mi gusto. — No hacía falta que lo preguntara, pero seguramente llegarías a comprender que te está pidiendo que le vendas a mitad de precio obras de arte valiosas o cualquier artefacto, que ponga a saltar con un pie a los coleccionistas burgueses.


AArata

La situación con Mōji, no estaba yendo para bien. La verdad es que, cualquier adulto tendría, al menos una pizca de malicia con el niño inválido, luego de haber revelado su verdadera cara, la cara de un auténtico negociante, que busca aprovecharse al máximo de cualquier circunstancia que se le presente. Los extranjeros como Arata, son su mayor presa. Pero no para hacerles algún mal físico, sabe que con su pequeñita pandilla apodada los "Perdedores" no poseen tanto poder como tal. — Yo soy la solución a todos los problemas, aquí en la Garra. — Recalca haciendo una señal de manos, y en un abrir y cerrar de ojos. Arata estaría rodeado por unos cinco niños más, ni median siquiera el metro. Había un hermano peli azul que tomaba de la mano a su pequeña hermana, a diferencia del resto, lucen más inocentes, pues recientemente han sido abandonados por sus padres, tras un declive en los negocios. — Aquí están todos los perdedores, señor. Sólo le pido, humildemente, que sea un poco más generoso, la situación está difícil... Claro, voy a ayudarlo con sus problemas y dudas. — Mōji intercambia su mirada de poker con el resto de los Perdedores, y se vuelve hacia Arata, suspirando.


— En el Muelle de Shinguku, Capitanes suelen reclutar gente para su tripulación. Aunque... Realmente es un sitio para el tráfico ilegal de humanos, en su mayoría los barcos que arriban a media noche, vienen repleto de personas indocumentados. Aunque, también hay rumores de que ese no es el único negocio, también hay drogas de por medio. — Un niño, inteligente y astuto, tiene en su pequeña mentesita un montón de información, por la cual se ha enterado por sus propios medios. Arata, esto te da a entender que puedes obtener de él, más información de la que esperas. — He escuchado que quienes trabajan en el mantenimiento del barco, son los más buscados. — Finaliza sonriendo. — ¡Sólo debes llegar y preguntar por el Capitán Toru! — El último "Y" fue largo, tanto que los niños, en señal de "burla", lo repitieron casi al mismo tiempo que Arata, como si estuvieran esperando algo más. ¿Tal vez más dinero? Quien sabe, lo cierto es que ya tiene una dirección, y curiosamente, podrá encontrarse con Samuru, si es que se adelanta lo suficientemente rápido.


El resto del grupo iría escondiéndose de nuevo, entre las sombras y Mōji, te saluda animado en lo que te alejas sin dejar de mover la mano, hasta que finalmente una nube de humo estalló y verías a otro niño, con un cuerpo completo. Corres el riesgo de que tal vez te haya mentido, pero algo en ti, percibió verdades en sus palabras, sobre todo por lo contado, de una forma tan normal e indiferente, que alteraría a un adulto común y corriente.

Para llegar al Muelle de Shinguku, tendrás que llegar primero al barrio. Pero no era difícil llegar hacia allí, puesto que a medida que buscabas lo más aislado de la "Cuidad", comenzarías a notar los cambios en las estructuras y la visualización de pandillas peligrosas. En un callejón, mientras andabas tranquilamente, presenciaste el robo de una ancianita a manos de dos Ninjas, que luego de una desaparición fugaz, la viejita pega un grito que a nadie en el barrio le importa. Sólo tendría que prestar atención a las calles y señales, para encontrar aquella cuya orientación lo llevaría al Muelle, donde se encuentran los Capitanes.

Renji

Los ropajes del muchacho, eran los ideales para mantener su fachada como investigador de ciencias de la tierra y plantas. Sin lugar a dudas, es una labor poca reconocida en el País actual, por lo que tampoco es como que se sepa mucho de las plantas. Este lugar,  no cuentan con institutos de investigación, que promuevan a la siguiente generación a cuidar más de la madre tierra. Pocas personas saben la importancia de ciertas plantas, les basta con saber que gracias a su existencia, pueden respirar. La pandilla reacciona ante tu acento con amabalididad, aunque no se podría decir lo mismo sobre Yami, aunque si actitud es bastante normal. —Tú no eres de por aquí... ¿Qué como andas buscando? — Renji, podrías notar como el grandullón te investiga con sus ojos, en lo que mantiene un semblante jodido, como si fuera un perro rabioso. —Adelante, aún tenemos espacio, aunque disculpa el desorden, recién terminamos de comer y beber. — Fū sonríe y desvía la cara hacia la ventanilla a su costado, viendo a las demás personas andar por las arenosas calles con aquella habitual tranquilidad.


Tenji, a diferencia de los otros dos, optaba por quedarse callado. Es desconfiado. Y cuando finalmente el ser presente revela lo que podría ser su nombre y auténtica labor, los ojos de Tenji se iluminan con un par de estrellas, producto de la emoción — Mucho gusto, ¡Nagasaki! La verdad es que hemos probado distintos tipos de hidro miel, pero ninguno nos llama la atención, en especial a este tipo. — Señala a Yami con el pulgar y Fū regresa a la conversación con aquella sonrisa amable que lo caracteriza, pese a que es un asesino desalmado. — Interesante... Es una lástima que ya debamos a regresar hacia Shinguku, cuando cae la noche, cosas espeluznante suceden. — Añade un toque de terror y religioso a sus palabras, aunque claramente sólo estaba tratando de aterrorizar a Nagasaki.  — Podemos ir después, no todos los días te cruzas con un tipo que cree nuestro tipo de bebidas favoritas y vivas para contarlo. ¿Verdad, Yami? — Yami sonríe y deja caer la mano abierta sobre la mesa.


— ¡ES VERDAD, DEBE TENER MUESTRAS DE ESE HIDROMIEL! — 
— Vamos, además, cuéntanos un poco sobre ti. Te hemos dejado integrarte a este espacio como si nada, sin recibir nada a cambio. Además, mencionaste a que te dedicas... Pero no la razón de tu llegada a la Garra y el Colmillo, extranjero. — Realmente eso si le causaba curiosidad. Renji percibes como el tono de voz de Tenji cambia al final de uno amigable a uno serio, así que tendrías que ingeniártelas para ofrecer una buena coartada y que no se revele tu status como shibobi bajo ningún motivo, ya que eso complicaría mucho las cosas. Los tres sujetos, mantienen sus miradas en ti, especialmente Tenji quien pone los codos sobre la mesa y entrelaza sus dedo frente a él, esperando una respuesta muy bien elaborada y no patrañas que diría un joven de su edad.


off rol
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¡Eh! — El rubio dio un pequeño salto y casi un respingo, pero pudo mantener la compostura al final de su "evidente" reacción. Para los oídos del rubio, escuchar hablar al de rojos textos era un poco difícil. ¿Qué habría querido decirle? Renji negó un par de veces, aunque más que negar parecía una pequeña sacudida.

Nuestro investigador planta se acomodó los ropajes y continuó escuchando antes de tomar la palabra. La amabilidad del segundo permitió que el chico de la roca se sintiese un poco más suelto y, tal como le permitieron, se sentó. — Muchas gracias, es bueno poder sentarme un rato y descansar las piernas. — Suspiró, fingiendo estar agotado. — Bueno, vine cabalgando, pero no es lo mismo que una cómoda silla de madera, ¿no? — Bromeó ligeramente, aunque se notaba que exageraba en el énfasis de la broma. No estaba poniendo tanto cuidado a su papel; siendo honestos, cualquier otro estúpido lo hubiese descubierto.

— ¿Shinguku? — Mostró clara ignorancia. — ¿Dónde queda eso? ¿Es cerca de aquí? Me suena un poco, pero no lo sé. — Mintió de nuevo y llevó su diestra hacia su mentón. — ¿Qué tipo de cosas espeluznantes suceden allí? — Su curiosidad había despertado, incluso superaba el propio papel por el cual había decidido optar.

— ¡Eh! — El rubio tragó aquel nudo que se formó en su garganta e intentó holgar el cuello de sus ropajes. Renji asintió y se acomodó en aquella silla; su forma de sentarse, ademanes y demás, apuntaban a que era un tipo sumamente "delicado". — Claro. Como les dije, mi nombre es Nagasaki. Vengo desde las Tierras del País de la Tierra, un poco lejos, creo. — Comentó. Su diestra rascaba su cabellera en la zona posterior y puso una mirada un poco más seria antes de continuar. — En lugares muy remotos del país de la tierra se han avistado plagas que se encargan de consumir grandes zonas de flora y posteriormente, dan muerte a la fauna debido al desequilibrio del ecosistema. — Renji sacó un par de muestras. No eran más que flores marchitas que habían quedado en sus bolsillos, pero tenían una tonalidad rojiza debido a las frituras que solía consumir. — Son estas, pero no se alarmen, están "muertas". Son seguras a la vista, tacto y olfato. — Explicó. El rubio no extendió la muestra mucho más allá de un par de centímetros hasta volver a colocarlas en su bolsillo. He venido hasta estas tierras para hacer un poco de investigación. He oído que no cuentan con muchos investigadores, al menos en mi rubro, y creo que tienen un potencial para explotar que podría ayudar a mucha población alrededor del continente. — Añadió.

El rubio dio por finalizado su discurso con una ligera sonrisa y volteó para observar a todos los presentes, incluyendo ambas mesas. — Y bueno, con respecto a la hidromiel, no traigo muestras, pero si me ayudan a conseguir los materiales, sin duda puedo elaborarles un poco. — El rubio se inclinó ligeramente y señaló con su pulgar hacia donde reposaba el tendedero. — Aunque no creo que ese de allí me deje usar sus cosas. Tendrán que darme una mano. — Guiñó su ojo derecho y retomó su postura seria y muy formal.

Resumen
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Afortunadamente, el intercambio de palabras parece ir bien con el interesante comprador. Es consciente de que puede extrañarle recibir una oferta a mitad de precio, pero su cerebro está listo para responderle en caso de recibir la interrogante. Pero no es así, aquel acepta y paga los correspondientes billetes, los cuales Samuru guarda dentro de sus vestimentas como si de magia se tratase. El dinero simplemente desaparece frente a los ojos del dueño anterior. Ahora lo que sigue es ver si se interesa en tener negocios más avanzados con el de sombrero y, nuevamente, acepta. — El placer es mío, señor Jin. — Le atrae la invitación a seguirlo. Si bien duda dentro de su cabeza ya que la apariencia ajena genera desconfianza, pero con miedo jamás avanzará en su labor. Recordemos que ha venido a esta tierra con un objetivo en particular. No puede simplemente ignorarlo.

De acuerdo, iré detrás de usted. — Solo le toma unos segundos recoger su mercancía y situarla de vuelta en su saco, el cual nuevamente carga por encima de su hombro. Luego, sigue tranquilo los pasos ajenos.

La caminata los lleva a una zona algo alejada y no muy correcta para meros civiles. En cada calle se ven presencias peligrosas que, impulsadas por el alcohol, pueden ocasionar más de un problema a los humildes visitantes. Asume que Jin está acostumbrado a andar por ahí y le ayudará en caso de verse envuelto en líos. Varios de los presentes se voltean a mirarlo cuando pasa por enfrente de ellos, interesados más que nada en el cargamento que lleva en su hombro. Samuru intenta no hacer contacto visual con ellos, pero sí observa cada rincón y cada calle. Ya no se encuentra rodeado de personas indefensas que no pueden hacerle nada, así que tener un plan de escape veloz es siempre una buena idea. Mejor prevenir que curar, siempre lo he dicho.

El nuevo escenario se trata de un bar, uno en el que están solamente ellos, o eso parece. Nadie dice que no haya individuos escondidos, pero Samuru nunca tiene la guardia totalmente baja. Años teniendo que sobrevivir por su cuenta lo han entrenado lo suficiente para saber qué hacer para mantenerse con vida incluso en los ambientes más hostiles. Este debe ser solamente un juego de niños. Por lo mismo, se dirige a una mesa cercana a la barra y se sienta en la correspondiente silla, dejando su saco sobre la mesa, aunque lo mantiene sujeto por dentro con la mano zurda. Suspira en señal de relajo, aunque esto es fingido, solo quiere darle a entender a Jin que está con la guardia baja. Es una especie de invitación a intentar algo agresivo en caso de que tenga ese plan oculto. Por el contrario, si efectivamente Jin solo quiere hacer negocios, verá en el muchacho de sombrero a alguien de fiar.

Por supuesto, lo siguiente que revelará Samuru puede cambiar todo el panorama, pues revelará qué es lo que realmente busca en esa nación, así que está listo para callar a la fuerza a su nuevo amigo en caso de no resultar alguien confiable.

Samuru, — le corrige, para que no vuelva a decirle “niño”. Esta vez, de manera notoria, mueve la cabeza hacia los costados, demostrando que quiere asegurarse de que no haya nadie ahí acompañándolos desde las sombras. — Necesito información, hay algo que me interesa. Puedo entregarte todos los amuletos que poseo si gustas. Incluso puedo darte el contacto de mi proveedor. — No continúa, quiere crear un ambiente de misterio y sumir a su compañero de negocios en el clima. Además, generando una pausa, también le inculca el deseo interno de querer seguir escuchando. Si le ofrece mucho pago es por algo. No puede simplemente ignorarlo.

Un barco pequeño con la vela rota. Desconozco dónde están los barcos, así que necesito llegar hasta ellos. — Su tono de voz bajó, asegurándose de que desde el exterior del bar nadie pudiera oír. Sabe que las paredes tienen oídos y las ventanas tienen ojos.

Pero jugar con el peligro siempre es emocionante, ¿no lo creen?

Resumen
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Los perdedores, como tal se denominaban entre ellos, era un grupo numeroso y de lo más pintoresco. Era curioso notar el contraste de una tierra que parecía hostil a la vida, pero con un grupo de chicos relativamente jovenes se pudiese valer por sí mismos. Encomiable a ojos de cualquier inexperto, pero para el Jiki era la más usual de las situaciones. Era por ello que su mano se sentía más ligera al entregar las monedas empanizadas en aquel material plateado que no parecía desprenderse por más que lo intentasen.

— Seré tan generoso como mis gastos de viaje me lo permitan, pequeño. — diría, al tiempo que esculcaba sus bolsillos en busca de más monedas. — No quisiera terminar siendo parte de su grupo, creo que ya estoy bastante mayor para eso. — jocosamente hablaba al tiempo que repartía las monedas entre los otros. Algunos se habían quedado sin recibir nada, pues el límite estaba en 10 monedas. La más chica del grupo recibiría dos, por el puro hecho de ser la más pequeña. Eso sí, todas y cada una de las monedas iba a acompañada con su dosis de arena.

El oriundo del desierto escuchó con atención cada detalle de lo que el chico tenía para compartir. Parecía ser el líder, si es que pudiese llamarlo así, de tan particular conglomerado de jóvenes. Su tono buscaba ser convincente, tanto que incluso rozaba lo forzado, pero el Jiki era de los partidarios de que aún si la información fuese mentira podía incluir una pequeña dosis de verdad.

Una vez los demás desaparecieron del lugar, empezaría un pequeño jueguecillo que el Jiki solía hacer. Con un movimiento casi imperceptible en ambas manos -que mantenía ocultas en sus bolsillos- haría que la arena de plata impregnada en las monedas buscase que estas se cayeran al suelo, saliéndose de los bolsillos y bolsos de sus incautos nuevos dueños. Él notaría si alguno de los chicos hacía un esfuerzo por recoger la moneda de nuevo, y cesaría el esfuerzo con esa moneda en particular. Pero aquellos que no notasen que su moneda había caído al suelo la perderían. Los únicos exentos de esta maniobra eran el chico que aún tenía en frente, y la más pequeña de las chicas. Esta última por pura caridad, y el primero porque no era su turno aún.

Una vez se separó del hablador, y aprovechando su distracción mientras le saludaba, haría el mismo movimiento para recuperar alguna de las monedas que le había entregado. Al final, cuando ya no estuviese a la vista de ninguno, llamaría consigo todas las monedas que hubiese podido, y partiría hacia donde el destino aparentemente le llamaba.

Kurogane No Jutsu



Durante su viaje prestaría toda la atención posible a sus alrededores pero se mantendría al margen de cualquier situación desagradable, como aquel robo que presenció en primera fila. Y es que, si a ningún local le importaba, mucho menos a un extranjero como él.

Sus pasos terminarían por llevarle al muelle de Shinguku. Y como en todo muelle que había escuchado en historias de viajeros tenía tabernas y bares, trataría de ubicar el más concurrido de ellos. Las probabilidades de encontrar marinos se multiplicaban en sitios en los que la bebida y las mujeres se congregasen, y tal sería su destino. De encontrar alguno en particular entraría, echando un vistazo muy fugaz a todos los presentes antes de dirigirse a quienquiera que le recibiese o al bartender, si es que este estaba disponible. — Muy buenas, busco trabajo. — pondría un par de monedas sobre la barra. — Y una bebida fría. — para amenizar. — Se me ha dicho que por aquí puedo encontrar al capitán Moru. — diría el nombre equivocadamente a propósito.

Por lo demás, se dedicaría a esperar cualquier interacción con los presentes. Buscaría hacerse pasar por un civil más, y es que no había nada en su apariencia que dijese lo contrario y mucho menos le delatase como ninja. Se mostraría confiado, pero evitando hasta lo imposible lucir desafiante.

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