Si un par de días atrás alguien le hubiese preguntado a Karai Yotsuki cómo imaginaba que sería su paso por el País de la Aguas Termales, no hubiese logrado ni buscando entre sus más fantasiosas ideas lucubrar un ápice de los escenarios y situaciones que se le habían presentado hasta el momento durante el desarrollo de aquella particular misión. Tantos años dedicados a su rigurosa formación como kunoichi no la prepararon jamás para experimentar algo similar. Y algo similar no se refiere a lidiar con cíclopes ni proxenetas, si no a tener que resistirse a los distractores encantos de uno de sus compañeros. La morena no era una muchacha tímida y su pulso no temblaba fácilmente, al contrario, pero de alguna forma la para nada pudorosa situación más el arrebatador atractivo de Gojo Hyuga la habían hecho acalorar al punto de no poder disimularlo más, y se vio en una posición tan vulnerable que acabó huyendo para encerrarse en uno de los cuartos de aquel sitio de mala muerte. Ahora, ambos compartían el mismo espacio. De hecho, compartían algo más íntimo que eso...
Karai no había intentado ser brusca, si no veloz, pero la ejecución repentina de su idea tomó por sorpresa a Gojo y el tirón le hizo perder el equilibrio y caer sobre ella, justo donde la Yotsuki lo quería. Después de atraparlo con sus piernas, las separó lo suficiente para darle un espacio cómodo entre ellas. Él había evitado descansar todo el peso de su cuerpo sobre la morena y se sostuvo con los brazos, apoyando las manos una a cada lado de la cabeza de la muchacha. En ese breve instante de desconcertante quietud, los ojos de ambos se encontraron. Karai trató de transmitir confianza con su mirada, pretendiendo tenerlo todo bajo control como si supiera lo que hacía. Pero su acto resultaría poco creíble, porque era evidente el rubor en su tez morena, y le fue imposible no estremecerse bajo el cuerpo del otro al conectar con aquellos orbes que eran el reflejo mismo del cielo.
—Bien, tranquila. Estamos fingiendo —se recordó a si misma para no perder la calma. Él parecía haberse acoplado al plan perfectamente y sin chistar, y esa ''aprobación'' hizo que Karai se sintiera segura de la decisión que había tomado. No haría falta extenderse mucho más, no era necesario que algo sucediera entre ellos, solo bastaba con que cada uno actuara breve y superficialmente su papel, siendo Gojo el ''cliente'' y Karai quien ''prestara el servicio'', y aunque la tensión sexual era fuerte y resultaba algo difícil para la morena mantener la compostura ante una persona que le gustaba tanto y que además era victima de una clara excitación, pensó que podría lidiar con el asunto.
Sin embargo, mientras ella desplegaba sus dotes de actuación entonando falsos gemidos, el albino se movió y Karai pudo sentir la dureza de su virilidad presionando contra el lugar más sensible de su entrepierna. Por la posición horizontal, él no llegaría verlo, pero la falda cortísima que la joven llevaba se había levantado y exponía la parte más gruesa de sus muslos tonificados, así como también revelaba tímidamente el color de su ropa interior y sobre todo permitía un contacto más directo entre sus intimidades. Aquel roce electrizante provocó que de su boca brotara un gemido suave pero claramente auténtico, reacción que intentó acallar rápido conteniendo la respiración. Luchó por repeler las tentadoras sensaciones que poseyeron su cuerpo, mas no tendría éxito. Ya no podría fingir.
En el momento en que oyó su propio nombre escapando como un suave susurro de la boca del otro, y sintió en la piel la calidez de su aliento, y el peso de su cuerpo fibroso que poco a poco dejó descansar contra su pecho prominente, Karai supo que había perdido.
Y así de fácil el cielo se tragó al sol.
Gojo deslizó una mano hacia su tez morena y suavemente los dedos pálidos se perdieron enredándose en el cabello oscuro. Ella se dejó tocar, dócil, sin despegarse de sus ojos hipnóticos. Ya no había forma de ocultar el deseo que se reflejaba en su mirada felina, la que desviaría solo por un breve instante para recorrer sus facciones, deteniéndose en la curvatura de su boca. Sin poder contenerse se atrevió a levantar la izquierda y acarició apenas con el índice la piel nívea y la comisura de sus labios. Se dijo a si misma que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de oírle una vez más susurrando su nombre, o arrancarle el aliento en un suspiro.
Con la razón totalmente eclipsada por el deseo, trabó las piernas de Gojo enredándolas con las suyas, forzando a juntar aún más las caderas de ambos y aumentando así la fricción entre los cuerpos. La mano bajó por el mentón del Hyuga hasta su blanco cuello, rozó la nuez con la yema del pulgar y continuó trazando un suave camino desde su clavícula hasta su hombro torneado, deslizándose por el bícep hasta acabar aferrándose al antebrazo del muchacho. Tomándolo por la muñeca manipuló la mano que él había enredado entre su cabello morado y la acercó a su propia boca, y sin dejar de mirar dentro del océano de sus ojos besó despacio la punta de sus dedos, apoyándolos apenas sobre sus labios. Luego elevó el rostro, haciendo la cabeza hacia atrás y exponiendo la vulnerabilidad de su garganta en un acto de total sumisión. Era una clara invitación, quería que él también la besara.