(Auto narrada) Rango C: A guardar las entradas.
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El sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, pintando de tonos dorados la habitación. Me desperté con la familiaridad de la rutina diaria, pero la anticipación palpable en el aire indicaba que este día sería diferente. Al estirar mis miembros, recuerdo la misión para la que he sido destinada. Las palabras de los superiores resonaron en mi mente: dos días en las murallas, un deber que asumo con gravedad y honor. ‘Parece que voy ascendiendo de a poco el rango entre los genin, ya casi no me mandan a vigilar el parque de niños, ya tengo encargos de más responsabilidad.’ Mi mente divagó mientras me preparaba. Recuerdos de misiones pasadas flotaban en mi conciencia. Un instante se destacó, un encuentro en las sombras que había demostrado la necesidad de vigilancia constante. Kirigakure era mi hogar, y protegerlo era mi compromiso.

Con el uniforme de las fuerzas de autodefensa de la villa ajustado, dejé mi habitación y atravesé los pasillos silenciosos de la residencia de los shinobis. La mañana despertaba en la aldea, pero mi destino estaba en las murallas, un lugar donde la cotidianidad se fundía con la responsabilidad.

Ascendí las escaleras del torreón con la firmeza de quien lleva el deber en el corazón. El viento fresco me acariciaba mientras contemplaba la aldea desde mi posición elevada. Dos días de servicio en las murallas se extendían ante mí, y estaba decidida a cumplir con mi tarea con honor.

Las murallas se extendían majestuosamente, una amalgama imponente de piedra y madera que protegía la aldea. A medida que me acercaba a la entrada designada para mi turno, los oficiales al mando me esperaban. Estaban apostados frente a un improvisado puesto de mando, una mesa robusta con mapas extendidos y cuadernos llenos de anotaciones tácticas. Aunque la atmósfera era seria, la camaradería entre ellos era evidente.

-Sayuri Yuki, genin de Kirigakure se presenta.- Salude formalmente al par de altos mandos de la fuerza militar a la que pertenecía.
-Buenos días, Sayuri. Nos alegra tenerte aquí- saludó el oficial de mayor rango, una figura de semblante serio pero con una chispa amistosa en los ojos.
-Los informes indican que todo está tranquilo hasta ahora, pero tu tarea es vital- añadió otro oficial, señalando algunos puntos clave en el mapa, los cuales observe atentamente.

Me sumergí en la conversación, absorbiendo la información y las instrucciones con una atención meticulosa. La entrada a las murallas estaba flanqueada por torres de vigilancia que se alzaban como guardianes silenciosos. El olor a madera recién tratada y la brisa fresca de la mañana creaban un ambiente peculiar, donde la responsabilidad se entrelazaba con la familiaridad. Los oficiales, expertos en el arte de la defensa, compartieron su conocimiento. Detalles sobre el mantenimiento de las defensas, los procedimientos de verificación de documentos para los recién llegados y las rutas estratégicas fueron parte de la conversación. Cada palabra, cada gesto, destilaba la seriedad de su compromiso con la seguridad de la aldea.

-Recuerda, Sayuri, tu tarea es crucial- subrayó el oficial de mayor rango. -Si hay algo inusual, no dudes en informarlo de inmediato para que podamos reaccionar a tiempo. La vigilancia es nuestra mejor arma- Asentí con determinación, expresando mi comprensión del deber que recaía sobre mis hombros. A medida que se despedían para continuar con sus labores, me quedé frente a las murallas, lista para asumir mi posición.

Vigilé desde el torreón, con vistas panorámicas de la aldea. La sinfonía de la vida cotidiana se desplegaba ante mí: mercaderes llegando con caravanas llenas de bienes, shinobis regresando de misiones exitosas y ciudadanos ocupados en sus quehaceres diarios. Mi labor contribuía a proteger ese flujo constante de actividad. Revisé meticulosamente cada documento de aquellos que buscaban ingresar a Kirigakure, asegurándome de que contaran con las credenciales adecuadas. Mi papel no solo implicaba la vigilancia física sino también la interacción con los recién llegados. En cada encuentro, representaba la primera línea de defensa, evaluando la legitimidad de aquellos que buscaban entrar.

Con el sol descendiendo en el horizonte, la aldea se sumía en tonos dorados y anaranjados. La luz de las antorchas comenzaba a danzar, creando una atmósfera única. La noche no marcó el fin de mi deber; permanecí vigilante ante cualquier movimiento sospechoso, una sombra entre las sombras.

En la tranquila mañana de la segunda jornada, mientras ejecutaba mis tareas de vigilancia y revisión de documentos, una figura destacó entre los recién llegados. Un anciano de aspecto risueño, vestido con colores vivos que contrastaban con la seriedad del momento, se aproximó con una sonrisa en el rostro.

-¡Ah, joven guardiana!- exclamó con entusiasmo, extendiendo sus documentos hacia mí.

Observé los papeles con atención, pero algo en su expresión sugería que este encuentro no sería como los demás. Con una rápida ojeada, pude notar que la fecha de nacimiento estaba tachada y reescrita. Alcé una ceja en señal de sorpresa.

-¿Un error de mi época más joven, querida guardiana?- bromeó el anciano, riendo entre dientes.

La situación inusual rompió la rutina, y no pude evitar sonreír ante la ocurrencia. Intercambiamos algunas palabras ligeras mientras ajustábamos el papeleo, y aunque la formalidad del momento se mantuvo, la interacción con este peculiar visitante aportó un toque de humanidad a la tarea diaria. Con un adiós festivo, el anciano continuó su camino, dejándome con una grata sensación de que, incluso en medio de deberes serios, siempre hay espacio para momentos ligeros.

Finalmente, llegó el momento de ceder mi puesto. Los oficiales expresaron su agradecimiento por mi servicio diligente, y descendí del torreón con la sensación de haber cumplido mi deber con honor. La aldea estaba a salvo, y yo, junto con mis compañeros, había contribuido a ese logro.
Pasivas
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