Última modificación: 13-12-2023, 02:51 PM por Mukai Shingen.
Sobre el grasiento papel se dibujaba el retrato de un hombre pintado en matices amarillos, marrones, verdes y bordos. Era un hombre joven que debía estar en la treintena. Su cabello era castaño y corto al ras y desde su amplia frente se adentraban en el dos grandes estuarios de caucásica piel. La frente le relucía de sudor y mugre y daba paso a sus pobladas cejas castañas las cuales se arqueaban sobre unos ojos risueños y celestes. Las cejas también se unían por encima del tabique de una nariz protuberante, pero de buena estructura. Sus mofletes eran forzados a arrugarse a cambio de una sonrisa y era aquella graciosa sonrisa lo más interesante del asunto. Cuando la vi por primera vez, me pareció siniestra, desquiciada y perturbadora. Luego me percate de que, a pesar de que le era imposible perder aquellas cualidades, sí el retrato se miraba detenidamente y nos imaginábamos un contexto hipotético, cómo que, por ejemplo, aquel hombre de la pintura era nuestro querido amigo y nosotros acabábamos de contarle un muy buen chiste y él tan solo se remitía a reír con sinceridad, la sonrisa resultaba hasta familiar y nos sentíamos orgullosos de haber hecho pasar un buen instante a nuestro querido amigo.
Me pareció una buena forma de tomarme un descanso de la vida junto al pobre y enfermo Furusawa quién, dicho sea de paso, insistió en que me marchara. Y así partí hacia el país del viento con el retrato en mano y ansias de aventura.
La pintura había llegado a mi casa de improviso y sin remitente. En el reverso del papel solo había escritas unas pocas palabras:
“En este autorretrato, ¿de quién me estoy riendo? Ven al País del Viento, y permaneceré contento.”
Me pareció una buena forma de tomarme un descanso de la vida junto al pobre y enfermo Furusawa quién, dicho sea de paso, insistió en que me marchara. Y así partí hacia el país del viento con el retrato en mano y ansias de aventura.