Muken desenrolló con cuidado el pergamino que Milier le había entregado. Las marcas oscuras y las inscripciones rituales daban testimonio de la naturaleza siniestra de la misión que se avecinaba. A medida que sus ojos recorrían las líneas, la descripción detallada de Beniko se revelaba ante él, una guía para rastrear a la mujer inmortal. "Beniko", murmuró Muken para sí mismo mientras absorbía la información del pergamino. La figura de la mujer descrita cobraba vida en su mente, cada detalle meticulosamente registrado. La tarea de capturarla viva se presentaba como un desafío monumental, considerando su condición inmortal. La descripción pintaba a Beniko como una presencia intrigante y peligrosa. Un cabello negro como la noche, ojos dorados que revelaban la sabiduría de los siglos, y una cicatriz marcada en su mejilla izquierda, vestigio de batallas pasadas. La elegancia y la astucia emanaban de las palabras en el pergamino, creando una imagen de una mujer cuyo misterioso pasado se entretejía con su inmortalidad. Muken, aún sumido en las sombras de la obediencia a Jashin, se preparaba mentalmente para enfrentar a esta enigmática figura. Beniko no sería una presa fácil, y las implicaciones de su captura sugerían secretos oscuros que él estaba destinado a descubrir. Con el pergamino ahora impreso en su mente, Muken se puso en movimiento. El silencio en la celda fue roto por el susurro sutil de la tela de su kimono negro moviéndose mientras se dirigía hacia el exterior. El destino de Beniko estaba sellado en las palabras del pergamino, y Muken, ahora un instrumento ciego de la voluntad de Jashin, se embarcaba en una búsqueda que desentrañaría los misterios que rodeaban a la mujer inmortal.
El viaje de Muken hacia las Islas del Norte fue una odisea envuelta en sombras y susurros de vientos gélidos. Su figura esbelta se movía con agilidad, como una sombra danzante sobre la tierra. Ataviado con su kimono negro, Muken se desplazaba con una mezcla de gracia y determinación, sus pasos resonando en la vastedad silenciosa que rodeaba las oscuras rutas hacia el norte. Las primeras noches del viaje estuvieron marcadas por paisajes de tierra fría y cielos estrellados. Muken atravesaba bosques sombríos, donde los árboles se alzaban como testigos silenciosos de su marcha. La luna, pálida y distante, arrojaba su luz sobre su camino, delineando sombras que se movían con él como compañeras en la oscuridad. A medida que avanzaba, las temperaturas descendían, y el aire se volvía más penetrante, llevando consigo el anuncio de las Islas del Norte. Los vientos gélidos azotaban su rostro mientras Muken continuaba su travesía, resistiendo con la firmeza inherente a un shinobi entrenado. Los pueblos a lo largo del camino observaban con cautela al enigmático viajero. Las historias de sombras y figuras misteriosas que vagaban por las noches habían llegado a sus oídos, y Muken se convirtió en parte de esas leyendas, un espectro que cruzaba los límites de lo conocido. Las semanas avanzaban, y el terreno cambiaba lentamente. Las llanuras congeladas se extendían hacia el horizonte, interrumpidas solo por formaciones rocosas que se asemejaban a monumentos antiguos. Muken, con la determinación fija en su rostro, continuaba su viaje, enfrentándose a los desafíos que las tierras heladas le presentaban. En su camino, Muken se topaba con la fauna resistente que habitaba las Islas del Norte, criaturas adaptadas a las condiciones extremas. A veces, su espada se deslizaba en la oscuridad para enfrentar a bestias que intentaban desafiarlo. Cada encuentro fortalecía su resolución y afilaba sus habilidades. El sonido del viento ululante y el crujir de la nieve bajo sus pies se volvían sus únicas compañías en ese paisaje frío y solitario. La soledad del viaje era eclipsada por el propósito que lo impulsaba hacia adelante, la misión dada por el culto de Jashin. Finalmente, después de dos semanas de travesía desafiante, Muken alcanzó las costas de las Islas del Norte. Ante él se extendía un vasto océano helado que separaba las islas. El viaje aún no había llegado a su fin, pero Muken, resuelto y sin desfallecer, se embarcaría en las siguientes etapas de su misión en este reino gélido y enigmático.
Días pasaron y la oscura figura de Muken emergió de las sombras de la noche cuando llegó al pequeño pueblo a orillas de las Islas del Norte. El halo de misterio que lo rodeaba no pasó desapercibido para los lugareños, quienes observaban con curiosidad y, en algunos casos, con temor al enigmático forastero. Los faroles tenues iluminaban las estrechas calles del pueblo mientras Muken avanzaba con pasos silenciosos. Buscaba refugio en la posada local, una estructura de madera que se alzaba contra el frío nocturno como un refugio acogedor en medio de la gélida oscuridad. Al entrar en la posada, el sonido apagado de conversaciones y risas se detuvo momentáneamente. Las miradas de los presentes se posaron en Muken, pero la presencia imperturbable del shinobi ahogó cualquier comentario antes de que pudiera nacer. Dirigiéndose al mostrador, Muken solicitó hospedaje por tres días, pagando con monedas que brillaban a la luz de las velas. La posadera, una mujer de mediana edad con rostro amable, entregó una llave y señaló la habitación asignada. -Descansarás allí-, dijo con una sonrisa cordial, aunque no pudo ocultar completamente el rastro de nerviosismo en sus ojos al encontrarse con la mirada intensa de Muken. Durante los días siguientes, Muken se alojó en la posada, manteniendo una presencia discreta pero alerta. Se fundió en las sombras del pueblo, observando y escuchando, mientras la información sobre Beniko se tejía a su alrededor. En la tercera noche, un informante discreto se acercó a Muken en la oscura penumbra de un callejón apartado. La luz tenue de las farolas apenas iluminaba el callejón oscuro, creando sombras danzantes que se deslizaban por las paredes de piedra. Muken se mantenía en las sombras, su figura esbelta oculta en la oscuridad, cuando una presencia encapuchada emergió del rincón más sombrío del callejón.
Informante: (con voz apagada y cautelosa) ¿Eres el que busca información?
Muken: (asintiendo con un gesto imperceptible) ¿Tienes lo que necesito?
El informante asintió y, con gestos rápidos y sigilosos, compartió la información crucial sobre Beniko. Mientras el viento frío mecía los pliegues de sus capuchas, la conversación se desenvolvía con un tono conspirativo.
Informante: (susurrando) Beniko ha sido vista en la pequeña isla al noroeste. Una tierra solitaria y olvidada, alejada de las miradas indiscretas. Pero ten cuidado, forastero, aquella isla esconde más secretos de los que puedes imaginar.
Muken: (con una mirada intensa) ¿Qué más debería saber?
Informante: (mirando a su alrededor con cautela) La isla está habitada por los pocos lugareños que quedan, pero su lealtad es incierta. También hay rumores de que sombras más oscuras acechan en la penumbra. Ten cuidado con lo que descubres.
Mientras hablaban, las sombras del callejón parecían cerrarse a su alrededor, el susurro del viento cargado de misterio. En la distancia, se podían escuchar los murmullos de la vida nocturna del pueblo, pero en ese rincón apartado, el diálogo entre Muken e informante resonaba como un secreto compartido. En la penumbra, Muken agradeció al informante y se desvaneció de nuevo en las sombras de la noche. La figura encapuchada se fundió con la oscuridad del callejón, dejando a Muken con un fragmento de información que lo guiaría hacia la siguiente fase de su misión. A medida que se alejaba, la vida en el pueblo continuaba su curso normal, con ciudadanos transitando sin percatarse de la transacción clandestina. No había shinobis a la vista, pero la cautela se palpaba en el aire, como si las sombras mismas estuvieran atentas a la intriga que se desarrollaba en su seno.
El viaje de Muken hacia las Islas del Norte fue una odisea envuelta en sombras y susurros de vientos gélidos. Su figura esbelta se movía con agilidad, como una sombra danzante sobre la tierra. Ataviado con su kimono negro, Muken se desplazaba con una mezcla de gracia y determinación, sus pasos resonando en la vastedad silenciosa que rodeaba las oscuras rutas hacia el norte. Las primeras noches del viaje estuvieron marcadas por paisajes de tierra fría y cielos estrellados. Muken atravesaba bosques sombríos, donde los árboles se alzaban como testigos silenciosos de su marcha. La luna, pálida y distante, arrojaba su luz sobre su camino, delineando sombras que se movían con él como compañeras en la oscuridad. A medida que avanzaba, las temperaturas descendían, y el aire se volvía más penetrante, llevando consigo el anuncio de las Islas del Norte. Los vientos gélidos azotaban su rostro mientras Muken continuaba su travesía, resistiendo con la firmeza inherente a un shinobi entrenado. Los pueblos a lo largo del camino observaban con cautela al enigmático viajero. Las historias de sombras y figuras misteriosas que vagaban por las noches habían llegado a sus oídos, y Muken se convirtió en parte de esas leyendas, un espectro que cruzaba los límites de lo conocido. Las semanas avanzaban, y el terreno cambiaba lentamente. Las llanuras congeladas se extendían hacia el horizonte, interrumpidas solo por formaciones rocosas que se asemejaban a monumentos antiguos. Muken, con la determinación fija en su rostro, continuaba su viaje, enfrentándose a los desafíos que las tierras heladas le presentaban. En su camino, Muken se topaba con la fauna resistente que habitaba las Islas del Norte, criaturas adaptadas a las condiciones extremas. A veces, su espada se deslizaba en la oscuridad para enfrentar a bestias que intentaban desafiarlo. Cada encuentro fortalecía su resolución y afilaba sus habilidades. El sonido del viento ululante y el crujir de la nieve bajo sus pies se volvían sus únicas compañías en ese paisaje frío y solitario. La soledad del viaje era eclipsada por el propósito que lo impulsaba hacia adelante, la misión dada por el culto de Jashin. Finalmente, después de dos semanas de travesía desafiante, Muken alcanzó las costas de las Islas del Norte. Ante él se extendía un vasto océano helado que separaba las islas. El viaje aún no había llegado a su fin, pero Muken, resuelto y sin desfallecer, se embarcaría en las siguientes etapas de su misión en este reino gélido y enigmático.
Días pasaron y la oscura figura de Muken emergió de las sombras de la noche cuando llegó al pequeño pueblo a orillas de las Islas del Norte. El halo de misterio que lo rodeaba no pasó desapercibido para los lugareños, quienes observaban con curiosidad y, en algunos casos, con temor al enigmático forastero. Los faroles tenues iluminaban las estrechas calles del pueblo mientras Muken avanzaba con pasos silenciosos. Buscaba refugio en la posada local, una estructura de madera que se alzaba contra el frío nocturno como un refugio acogedor en medio de la gélida oscuridad. Al entrar en la posada, el sonido apagado de conversaciones y risas se detuvo momentáneamente. Las miradas de los presentes se posaron en Muken, pero la presencia imperturbable del shinobi ahogó cualquier comentario antes de que pudiera nacer. Dirigiéndose al mostrador, Muken solicitó hospedaje por tres días, pagando con monedas que brillaban a la luz de las velas. La posadera, una mujer de mediana edad con rostro amable, entregó una llave y señaló la habitación asignada. -Descansarás allí-, dijo con una sonrisa cordial, aunque no pudo ocultar completamente el rastro de nerviosismo en sus ojos al encontrarse con la mirada intensa de Muken. Durante los días siguientes, Muken se alojó en la posada, manteniendo una presencia discreta pero alerta. Se fundió en las sombras del pueblo, observando y escuchando, mientras la información sobre Beniko se tejía a su alrededor. En la tercera noche, un informante discreto se acercó a Muken en la oscura penumbra de un callejón apartado. La luz tenue de las farolas apenas iluminaba el callejón oscuro, creando sombras danzantes que se deslizaban por las paredes de piedra. Muken se mantenía en las sombras, su figura esbelta oculta en la oscuridad, cuando una presencia encapuchada emergió del rincón más sombrío del callejón.
Informante: (con voz apagada y cautelosa) ¿Eres el que busca información?
Muken: (asintiendo con un gesto imperceptible) ¿Tienes lo que necesito?
El informante asintió y, con gestos rápidos y sigilosos, compartió la información crucial sobre Beniko. Mientras el viento frío mecía los pliegues de sus capuchas, la conversación se desenvolvía con un tono conspirativo.
Informante: (susurrando) Beniko ha sido vista en la pequeña isla al noroeste. Una tierra solitaria y olvidada, alejada de las miradas indiscretas. Pero ten cuidado, forastero, aquella isla esconde más secretos de los que puedes imaginar.
Muken: (con una mirada intensa) ¿Qué más debería saber?
Informante: (mirando a su alrededor con cautela) La isla está habitada por los pocos lugareños que quedan, pero su lealtad es incierta. También hay rumores de que sombras más oscuras acechan en la penumbra. Ten cuidado con lo que descubres.
Mientras hablaban, las sombras del callejón parecían cerrarse a su alrededor, el susurro del viento cargado de misterio. En la distancia, se podían escuchar los murmullos de la vida nocturna del pueblo, pero en ese rincón apartado, el diálogo entre Muken e informante resonaba como un secreto compartido. En la penumbra, Muken agradeció al informante y se desvaneció de nuevo en las sombras de la noche. La figura encapuchada se fundió con la oscuridad del callejón, dejando a Muken con un fragmento de información que lo guiaría hacia la siguiente fase de su misión. A medida que se alejaba, la vida en el pueblo continuaba su curso normal, con ciudadanos transitando sin percatarse de la transacción clandestina. No había shinobis a la vista, pero la cautela se palpaba en el aire, como si las sombras mismas estuvieran atentas a la intriga que se desarrollaba en su seno.