The beginning | Yukine
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Última modificación: 24-11-2023, 02:58 AM por Sadashi.
En lo profundo de la oscura noche, la pequeña Sadashi corría entre sombras, su corazón latía al ritmo de sus pasos rápidos y temerosos. Sus padres, pertenecientes a un clan de ninjas de la oposición habían desafiado al imperio por años, y finalmente, la fatalidad los alcanzó. Una emboscada se desató, arrebatándole la vida a sus progenitores y a gran parte de su clan. Las tropas habían sentenciado el cruel destino en las llanuras alejadas y secas de Iwagakure donde su clan se escondía y sobrevivía a duras penas. El silencio fue arrebatado, para ahora escuchar y esparcir el eco de los gritos y el choque de las armas que resonaban en su mente mientras huía, herida y asustada.­

La luna, siendo una testigo silenciosa de la tragedia, arrojaba su pálida luz sobre el rostro ensangrentado de Sadashi mientras avanzaba por el bosque, con lágrimas que mezclaban dolor y rabia. La última orden de su padre resonaba en su mente: huir. Fue un escape desesperado, guiado por el instinto de supervivencia y la voluntad de cumplir con el último deseo de su familia.

Al menos dos días transcurrieron y lentamente, y Sadashi no se atrevía a salir de su improvisado escondite, donde se ocultaba en las sombras para evitar cualquier indicio de presencia. Su rostro, marcado por la crueldad de la batalla, exhibía una cicatriz que se convertiría en el emblema de su dolor y rencor. Aunque el miedo la acosaba, la necesidad de seguir adelante la impulsaba a persistir en su huida.

Las heridas que llevaba en su piel y en su corazón empeoraban con el tiempo. La infección amenazaba con consumirla, y el dolor se volvía cada vez más insoportable. Sadashi, en la soledad de la noche, se esforzaba por curar sus heridas con hierbas y ungüentos improvisados, pero su conocimiento en técnicas de curación era escaso.

La pequeña aprendiz de ninja, perdida en la vastedad del bosque, deseaba con todo su ser encontrar por alguien que pudiese auxiliarla. La desesperación y la debilidad la embargaban, y el temor de ser descubierta por las fuerzas imperiales la mantenía en constante alerta. No sabría con exactitud si sería buscada, era sólo una niña. Sin embargo, la ansiedad y aquella persecución que se creaba en su trastocada mente le atormentaba. Cada ruido, cada sombra, la hacía temblar de miedo, pero seguía adelante con la esperanza de encontrar refugio.

Finalmente, una noche, mientras la fiebre y el agotamiento la consumían, Sadashi decidió salir de su escondite para guiarse con sus últimas fuerzas y espíritu de supervivencia. Vagó hasta donde sus pies la llevaran hasta llegar un pequeño pueblo oculto en las cercanías del bosque. Desesperada, se acercó a la primera persona que encontró, una persona que le daba la espalda y destacaba entre las pocas personas que recorrían las calles gracias a su albo cabello. ¿Podría acaso auxiliarla o la apartaría rápidamente debido a su horrible aspecto ensangrentado?
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Agotado, su mirada se perdió en el horizonte del camino que se extendía frente a él. Había transcurrido una mañana larga y extenuante para un pequeño Yukine, que había consistido en levantarse mucho antes de lo que su cuerpo y mente acostumbraban para recolectar múltiples hierbas exóticas y flores en los bosques aledaños a su pueblo natal -contenidas en pequeños frascos firmemente atados y colgando de su cintura-, una solución rudimentaria del repentino agravamiento en la condición de su joven hermanita que sería arrastrada fuera de sus sueños más profundos y tiernos por una detestable tos seca a la que ni un buen vaso de agua conseguía entregar alivio alguno.

Ardía, deducible por como la pequeña nívea se sujetaba la garganta en un intento interrumpido de arrancársela a ver si así conseguía reposo. Tanto en el papel de su hermano como el de su cuidador, le carcomía por dentro observarla en su estado, sufriendo entre silencio y ahogamientos sin ser capaz de ofrecerle una solución duradera.

Escasas gotas de sangre manchaban el borde de la sábana que la menor intentaba ocultar sin éxito alguno, algo que no recibió juicio gestual alguno de parte de Yukine, sumaban a la desesperación del hermano mayor por aliviar a Hanako de todo lo que lentamente destrozaba su quebradizo cuerpo. Cada día él arrojaba súplicas a cuantas deidades existieran sobre el cielo estrellado con un rezo al cielo, rogando que su hermana pronto pudiera mostrar señales de mejoría o que aunque sea parte de su dolor fuese compartido con él tal que tan injusta y pesada carga no reposara exclusivamente en los frágiles hombros de la pequeña.

Como una diminuta muñeca de porcelana, enmendaba las grietas como podía y la protegía de cualquier golpe que pudiera darse. Pero aún con un hercúleo esfuerzo de un chico cuyos padres partieron de este mundo mucho antes de lo que debían, las fisuras no dejaban de aparecer y el peliblanco cada vez se sentía ahogado en la desesperación de su inhabilidad para subsanar a Hanako. En su mente gritaba con agua llenando sus pulmones y hundido hasta la coronilla, pero nadie nunca lo socorrería.

Ningún médico del pueblo conseguía otorgarle las respuestas que necesitaba, tan solo ofreciendo cuidados paliativos infructíferos que lo llevaban a un círculo vicioso donde su hermana gozaba -en sus mejores momentos- de días de mejoría antes de recaer con mayor fuerza, siendo su dura realidad la encargada de arrastrar a los hermanos de vuelta a mostrarles cuál era la única verdad que podían vivir. Él, aunque aprovechando dotes de excelente enfermero, carecía del talento para aprender artes médicas o medicina. 

Aborrecía la realidad impuesta en ellos con cada miaja de su alma, y la rechazaría encantado si tan solo fuera presentado con un fugaz atisbo de luz que le otorgara la fuerza y oportunidad de hacerlo. Incluso si se echaba el mundo encima, un castigo tan injusto para un ser tan inocente como Hanako era algo que su juvenil mente no podía comprender. La clase de preguntas que le impedía pegar ojo a la noche, preguntándose porqué. 

Como una burbuja reventándose al tocarla, el peliblanco fue removido de los pensamientos rebotando en su cráneo para ser puesto sobre sus propios pies nuevamente. Pasos flaqueantes de fuerza alguna, esforzándose por cumplir el único acometido de llevar su cuerpo hasta su meta cualesquiera que fuere. Se giró, dejando que la curiosidad por el origen de los sonidos tomara control de su cuerpo y mente. La primera vista que obtuvo pudo decir más que una conversación tendida. 

Una chica, no mucho mayor que su preciada familia, hacía cuanto podía para reunir las fuerzas que la llevaran hacia adelante. Sabía que era ajena al pueblo, pues el reducido número de habitantes les permitía a todos los locales saber quiénes pertenecían al grupo y quienes provenían del exterior por su agenda privada. -Disculpa. ¿Estás...- "...Bien?" Palabras que se cortaron de golpe en simultáneo con sus ojos abriéndose amplios, una reacción producida a raíz de ver la imponente división ensangrentada y contaminada que recorría su rostro, una herida que fácilmente separaba sus ojos del resto de su rostro. 

-... Sangrando... ¡¿Puedes hablar?! ¿Aunque sea asentir con la cabeza?- Su mano se colocó sobre el costado del hombro femenino mucho antes de lo que su cerebro ordenó hacerlo, haciendo intento preventivo de sujetarla en caso de que el peso de su cuerpo superara la poca consciencia que aún la sostenía bípeda, escenario en el que usaría su otra mano para atraparla en plena caída libre. La zarandeó a través del susodicho agarre con delicadeza, evitando marearla o romper su equilibrio.

Un indicio de preocupación consiguió filtrarse a través de su expresión estoica, siendo su experiencia cuidando a su hermanita la encargada de regresar el orden a sus pensamientos, la razón sensata a sus acciones y su rostro a la poca neutralidad que podía sostener en esta situación. Su mano libre se movió a centímetros de su rostro, completamente abierta y sus dedos estirados, en un intento de producir un reflejo en su cuerpo o mirada. -Si puedes entenderme, por favor dame una señal para saber que sigues consciente.- Imploró el chico, intentando encontrar consciencia en la muchacha. O al menos un visto bueno para prestarle su ayuda.
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La aguerrida muchacha había abandonado el bosque que parecía aferrarla con más fuerzas a sus sombras, mientras la fémina se arrastraba desesperada para huir lo más lejos del lugar que alguna vez llamó hogar. Los recuerdos del asalto imperial seguían persiguiendo, acechándola como sombras fantasmales en la penumbra de su mentre fragmentada. Cada paso resultaba una agonía, tanto física como emocional, mientras la fiebre y el dolor hacían lo suyo con la latente amenaza de consumirla por completo.

Había llegado finalmente a la desconocía aldea, la cual resultaba una promesa incierta ante un refugio y un vago consuelo. La noche era su manto, pero también era su paranoica enemiga, revelando su presencia demacrada ante los ojos curiosos de aquellos que deambulaba por las paupérrimas calles. Cada mirada, cada murmullo, se clavaban como una daga en el ahora frágil corazón de Sadashi, quién parecía desfallecer ante cada pequeño paso con cual avanzaba sin destino.

El hedor de su carne descompuesta la delataba mientras luchaba mantenerse en pie. Sus pasos eran titubeantes y tambaleantes, dejando una estela de desesperación en el polvo del camino. A cada paso, el suelo se convertía en una trampa, amenazando con hacerla caer y sumirla en la rendición final ante su nula capacidad mental de resiliencia, sin embargo, se mantenía un ápice, un resquicio de supervivencia que la instaba en seguir avanzando.

El dolor, tanto físico como emocional, la empujaban al límite. Cada bocanada de aire era un suspiro de agonía, y sus ojos carmesíes reflejaban el tormento de su alma destrozada. La fiebre demoniaca nublaba sus pensamientos, convirtiendo la realidad en un laberinto distorsionado de temores y alucinaciones.

Fue entonces que un destello de esperanza se estampó contra ella, como quien choca contra un muro a máxima velocidad en su automóvil. El muchacho cabellos plateados, con sus ojos llenos de compasión, captaron la desolación de la fémina; quien, en un gesto decidido, se acercó y extendió su ayuda a la chica, ofreciendo palabras amables que resonaban en el aire, sin embargo, las cuales para Sadashi apenas eran un murmullo lejano, una sinfonía distorsionada por el caos que reinaba en su mente.

Si…. Ellos vienen…Duele, joder… tengo que irme… ellos vienen…— La respuesta de Sadashi eran incoherentes, un laberinto de palabras entrelazadas en una súplica desesperada. Explicaba, entre gemidos y balbuceos, que alguien la perseguía, un enemigo invisible que hasta el momento sólo existía en las sombras de su imaginación, pero en vanas palabras también solicitaba ayuda médica. —Tienes… tienes que ayudarme… ayudarme a escapar…— Suplicó una vez más. Mientras su vista nublada se fijaba de un lado a otro, viendo como la multitud se acercaba, atraída por el espectáculo de su sufrimiento, quienes observaban con curiosidad y morbo, como si estuvieses presenciando una actuación macabra.

La frustración se Sadashi se intensificaba al sentir como los rostros ajenos llenos de indiferencia y comentarios burlones la apuntaban a ella, cuando la fémina sólo buscaba una pizca de humanidad en aquel pueblo que había llegado. Finalmente, el agarre del muchacho sobre su hombro la hizo despabilidar. Llevó ambas manos sangrentadas hasta su hombro para tocar la mano del chico que la agarraba. —Sácame de aquí… ya no puedo más… — Dijo con voz débil como si se tratase de su último aliento. Ciertamente la fiebre producto a la infección de su rostro la tenía totalmente debilitada y sus piernas temblaban en un vano intento de estar de pie. —Ya vienen…los van a matar a todos…— Sentenció antes de caer presa por la fiebre y chocar con el cuerpo del chico para enfrentar el golpe contra el suelo.
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Escasa información y una situación que cobraba tan poco sentido le dificultaban en enorme medida otorgarle un significado a las palabras que la chica murmuraba. Podía sacar definiciones individuales de cada vocablo que débilmente articulaba entre pausas, entender que era una chica acarreando un titánico problema que ahora se había encargado de manifestarse imposible de desconocer en su rostro, en la forma de heridas que hace tiempo no conseguían la muy necesaria atención médica requerida para poder permitirse sanar correctamente, o aunque fuere conseguir que no mutaran hacia surcos que expusieran su interior a una infección lenta pero dolorosa, tal y como ella exhibía.

Pronto, obtuvo por adelantado justamente lo único que necesitaba para actuar en base a la situación: Una súplica de ayuda, dispersa en la poca fuerza que su cuerpo podía disponer para verbalizar. -¡Por supuesto! Solo...- Su atención estaba vertida en toda su capacidad sobre la chica que se ahogaba en sus propios gemidos de dolor, tanto así que le tomó unos segundos tomar vigilancia de sus alrededores y observar la multitud que se había formado alrededor del dúo ocupando la mitad de la calle; miradas de incredulidad, de disgusto y de burla por partes iguales se repartían entre los presentes y arrojaban -tanto de manera sutil como tosca- una muestra de la enorme variedad de personalidades que ocupaban el pequeño pueblo natal del que provenía el peliblanco, esta vez para mal... Y una más que excelente muestra de la falta de empatía que podían mostrar ante los foráneos

Era una identidad que podía comprender hasta cierta extensión, pues al fin del día no eran mas que simples campesinos que vivían del día a día, pero era una naturaleza que Yukine se negaba vehemente a compartir o adoptar en cualquier punto de su vida. No eran malas personas en el núcleo de su ser ni mucho menos la clase de turba que buscaba el maleficio de todo aquello que pudiera traerles problema, pero eran ignorantes de todo lo que sucedía fuera de su círculo social y temerosos de toda ocurrencia cuya naturaleza incluía la violencia, por hipócrita que pudiese ser esto en el País del Agua. Al final del día, eran humanos que consumían cada fragmento de su vida en un pequeño vaso de agua, voluntariamente escogiendo no derramar el agua hacia el océano que yacía fuera de las delimitaciones del vidrio. Eran un grano de arena en el desierto, y vivían satisfechos de ésta manera. 

La mano femenina tocó la de él, dejando con el tacto un rastro de sangre, ya ligeramente seca. ¿Por cuánto tiempo había estado huyendo? La reacción de atraparla entre sus brazos fue instintiva en el instante que las fuerzas finalmente abandonaron la postura de la pelinegra, propiciando que ella pudiera dejar con abandono el peso de su cuerpo contra el de él para poder encontrar aunque fuere una pizca de reposo, y sobre todo previniendo que su trayectoria hacia el suelo llegase a cumplirse en algo más que una tentativa posible. 

En silencio permaneció por un momento, contemplando qué hacer. -... ¡Permiso, por favor!- Pidió a la muchedumbre al tiempo que sus brazos ubicaron el cuerpo femenino de tal manera que consiguieron levantarla, cargándola con un brazo a la altura de su espalda y otro bajo la articulación de la rodilla. A petición, las personas despejaron un camino por el que el albo pudo avanzar; sin muchas opciones, todo lo que podía ofrecer de momento era un tratamiento rudimentario pero suficiente con los implementos en su hogar, y posada en lo que su cuerpo conseguía recuperarse dentro de sus límites realistas. 

Un trote corto pero sin pausa los llevó a ambos hasta su vivienda, una estructura atemporal de piedra que intentaba malograda tomar la forma de una casa de dos pisos con un pequeño estanque rodeándola, y un jardín expuesto a un costado. Al entrar, una cocina limitadamente equipada, una sala-comedor y una chimenea se mostraban compartiendo un espacio envidiable antes de ser cortado por un medio muro divisor que finalmente llevaba a una cómoda cama con múltiples sabanas, cobijas y un par de almohadas encima. No mucho mas allá, una escalera que delataba la existencia de un segundo piso donde su hermana descansaba plácidamente. En el primer mueble mencionado, Yukine posicionaría con cuidado a la chica para que se acomodara como prefiriera si es que aún tenía fuerzas para hacerlo. 

-No te preocupes por mancharlas, puedo poner otro juego de sábanas después.- Las condiciones en el País del Agua eran especialmente crueles incluso en las temporadas supuestamente acaloradas -pero que realmente no merecían esa denominación-, razón por la cual siempre contaba con formas de conservar y generar calor en caso de que cualquier accidente sucediera. -Ahora espérame un segundo, iré por las cosas necesarias.- Pidió, aún sabiendo que seguramente la chica carecía de las fuerzas para moverse por cuenta propia, e inclusive contemplaba la posibilidad de que hubiese perdido el conocimiento por el dolor en el camino. Sea como fuere, partió raudo hasta el baño cercano, en donde pretendía revolver el botiquín hasta hacerle con los suplementos médicos que necesitaba para el tratamiento en mente.
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Sadashi yacía en la penumbra, con su cuerpo exhausto. Hacía lo posible para aferrarse débilmente al hilo de cordura que le proporcionaba el agarre reconfortante del muchacho de pelos plateados. Se podía oír la respiración agitada de la fémina de manera entrecortada y dificultosa producto a la fiebre y aún más el temblor producto al dolor de sus articulaciones que le afectaba por mantenerse de pie. Sin embargo, la calidez del agarre del muchacho fue como un cable a tierra que le hizo mantener un poco su sensatez. Las manos ajenas en un firme y hábil agarre le hicieron disfrutar el vaivén a la hora de iniciar el trayecto, que parecía transportarla a un sueño en que los susurros de sufrimiento se desvanecían, siendo ahora calmados por el calor del tacto del joven, que le sostenía como un frágil pétalo a punto de caer. En medio de una rendida somnolencia, él había resultado ser la ayuda humanitaria entre medio de un caos incesante.

Cuando Sadashi finalmente despertó, sus orbes rojizos se encontraron con un entorno extraño. Donde las paredes eran de piedra y el humo de la chimenea impregnaban el lugar; todo indicaba que no estaba en un lugar conocido. Sadashi un poco más algo desesperada pero intentando guardar la calmada a pesar de su mente nublada por el trauma ocurrido, se llevó un sobresalto cuando el muchacho la recostó sobre las sábanas y salió de la habitación. Sadashi llevó sus manos temblorosas para posarlas sobre su rostro ardiente que se intensificaba con las lágrimas que recorrían sus mejillas y heridas. Era asqueroso, realmente nauseabundo que el único olor que podía percivibr era el intenso aroma a descomposición de su herida.

Lo siento… yo lo siento…- Susurraba la kunoichi a la nada, como si sus disculpas pudieses aliviar el peso de su propia desgracia. 

Las palabras flotaban en el aire, impregnadas de la fragilidad de un alma rota. La joven ninja, temerosa y vulnerable, se encontraba en territorio desconocido, tanto físico como emocional. Sus ojos carmesíes buscaban desesperadamente una respuesta en el entorno que yacía abandonado por el momento. En la quietud del lugar, Sadashi llevó sus manos a sus brazos, sintiendo el impulso de la desesperación. Con sus uñas afiladas, intentó arrancar la angustia que ardía bajo su piel. El dolor físico parecía ser una distracción necesaria, una forma de anestesiar el tormento emocional que la invadía. Sin embargo, el eco de su propia angustia se multiplicaba en la penumbra, acompañado de la dicotomía de las cálidas palabras que aquel hombre le había brindado ‘’Esperame… ya vengo…’’

-Ellos vendrán…vendrán aquí…- Murmuraba Sadashi, como un mantra de desesperación. La sombra de lo desconocido se cernía sobre ella, amenazando con devorar lo que daba de su cordura. Observaba de un lado a otro, como si la realidad misma hubiera perdido su coherencia, como si la esencia misma de Sadashi se hubiese desvanecido en la oscuridad de aquel dulce hogar.

El tiempo en aquel lugar extraño transcurría con lentitud, marcado por los gemidos ahogados por el dolor de la kunoichi, y alaridos ahogados de su mente le indicaban que parecía estar al borde de una catastrófica desgracia de un ataque de pánico. Sin embargo, un anhleo incipiente a las palabras otorgadas por el desconocido le ofrecía un extraño consuelo que le anclaba en el rincón de su vaga cordura. - ¿Dónde estás? ...-Musito apenas audible y con clara preocupación.
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Sus pasos intencionalmente apresurados lo llevaron pronto hasta el baño de su hogar, lugar donde se encontraba un botiquín montado en la pared que mantenía para cualquier emergencia relacionado para sí mismo; su hermana no contaba con el mismo método, sino que tenía un mueble reservado para todos los cuidados que la pequeña requería además de un excedente que siempre mantenía en caso de que los suministros se mostraran cortos en el pequeño pueblo que usaba como morada temporal. El desabastecimiento no era un fenómeno raro para él, menos aún cuando las demandas que el frágil cuerpo de Hanako solicitaba eran tan específicas que en ocasiones atontaban incluso a adoctrinados en el arte de la medicina, salvándose de esto tan solo los mas veteranos en el campo.

Abrió la pequeña caja de suministros médicos apresurado, y removió  todo lo que pudo ubicar rápidamente con la periferia y vista directa de su ojo, sintiendo un esperado desgaste por los múltiples, forzosos movimientos que su ojo tuvo que hacer en el esfuerzo de escanear todo el contenedor y aislar solo lo necesario. En un instante, gracias a sus manos que de memoria muscular ya conocían los instrumentos y medicamentos necesarios para el caso particular de la foránea, ocupó sus manos y brazos en llevar todo lo necesario, cerrar como pudo la puerta del contenedor médico con el codo y regresar al lugar de reposo de la pelinegra. A su salida, reuniría en un cuenco una cantidad suficiente de agua. 

Una conveniente mesa de noche al lado de la cama sería donde dejaría todos los instrumentos: Paños, gasas, jabón líquido, vendas y un antiséptico de nombre impronunciable que siempre compraba usando la estética del frasco como referencia y preguntando dos veces al dependiente de la tienda para no equivocarse. Antes de empezar el tratamiento, haría una única, necesaria tarea más. -Dame un segundo.- Aprovechó la cercanía de la cocina para desplazarse hasta ella, llenando una olla pequeña con agua y colocándola a hervir; vaciaría el contenido de los tubos que antes había atado a su cintura, pequeñas hierbas que se mezclarían en el líquido para hacer una infusión que ayudaría con el malestar de su hermana, una tarea con mucho tiempo muerto de por medio que esta vez usaría en algo más. 

De vuelta con la chica, esta vez tomaría más de su tiempo y sentidos para definir con claridad la situación a la mano: La herida, supurante y maltratada. amenazaba con llevarse la mitad de su rostro en caso de que no se le otorgara muy necesitada atención. Por otro lado, la chica que cargaba con el traumatismo parecía sentir su cordura ser corroída lentamente por todo lo que sucedía a su alrededor, y más que seguramente todo lo que había sucedido previo a esto. Ante esto, esperaba que sus palabras fueran suficientes. -No te preocupes, todo estará bien.- Su mano se colocó en la de ella y la sujetó, un método que servía para brindar confort en el contacto físico a la vez que daba un objeto sólido el cual ella pudiera apretar con fuerza cuando el paño enjabonado inevitablemente rozara la herida. -Estoy aquí y estoy contigo, puedes estar tranquila. Déjamelo a mí.- Fuese que confundiera su voz con la de un conocido, que sus palabras pasaran como las de alguien más o que la chica pudiera creer de todo corazón en lo que decía, todo lo que buscaba era brindar paz a su corazón y mente. 

Continuó a un proceso tan largo como quirúrgico donde realizó cada movimiento con toda la delicadeza y destreza que podía reunir, intentando no llevarla a su límite de tolerancia física. Cada movimiento con el paño retiraba un poco de la suciedad y el tejido indeseado que se había formado por encima y en la herida, y aunque su tacto intentaba aplicar la menor cantidad de presión posible en toda la región inflamada, era inevitable que en alguna ocasión aplicaría suficiente presión para causarle un disgusto a la chica, un mal necesario para garantizar que extraía todo lo que mantenía su desmejora en constante desarrollo.

Desconocía si todo se había realizado en el paso de minutos, o habían transcurrido horas desde que había iniciado, siendo la disminuida luz ambiental entrando por la ventana su única pista de que empezaba a atardecer para cuando había finalizado. La diferencia apreciable en el rostro femenino era tan radical como para transmitir una sensación de disociación con respecto a la persona que solo conseguía oler su propia carne consumiéndose por una entidad externa que parasitaba los zurcos antes ensangrentados en su rostro. Incluso pausó en un momento que le concedió para que pudiera reunir valor para enfrentar la sumatoria del dolor a lo largo de la limpieza, un fragmento de tiempo que utilizó para llevar la infusión a su hermana aunque no contara con el suficiente para explicarle lo que sucedía. Le debía un relato largo y suficientemente descriptivo. 

Suspiró tendido mientras que una sensación de tranquilidad lo invadía; con la herida limpia y recientemente vendada, todo lo que quedaba era solicitar la presencia del médico ambulante que pasaba cada semana por el pueblo para que pudiera suturar la herida, y finalmente pudiera saber que todo lo necesario eran cuidados básicos higiénicos. -Ya está, tu herida ya está libre de... todo.- Una pausa en sus palabras que vio necesaria, considerando que no sería buena idea entrar en detalles de momento. La chica ya había pasado por suficiente como para enfrentarla inmediatamente después al duelo de haber recibido una marca tan notable en su rostro. -¿Que tal te sientes? ¿Puedes hablar sin esfuerzo o demasiada incomodidad?- Preguntaba, aún desconociendo si siquiera seguía con la suficiente conciencia como para responderle coherentemente.
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Sadashi se encontraba en una habitación ajena, sumida en un estado de shock que se reflejaba en sus ojos vidriosos y en las profundas heridas que marcaban su rostro y ahora brazos gracias a sus acciones impulsivas y un tanto inconsciente. El silencio pesado envolvía la habitación, mientras a lo lejos la fémina podía percibir el sonido del revolver de objetos que indicaba que el chico podía estar buscando en alguna estancia, algo que pudiese aliviar el sufrimiento de la pelinegra.

Sadashi, quien estaba sentada en el borde de la cama, mostrando una postura rígida como si su cuerpo hubiese perdido total conexión con su entorno, para dejarse llevar por sus pensamientos que le sumergían en un mar de recuerdos que le hacían torturarse, para ahora sólo aferrarse a la realidad de encontrarse arrebatada de todo sentido de seguridad, siendo escupida a un mundo desconocido donde debía rasguñar en el último retazo de esperanza para recuperar algún vestigio de normalidad.

Se sorprendió al no percatarse de la presencia del muchacho, quién había regresado con los implementos necesarios y parecía dispuesto a enfrentar la difícil tarea de curar sus heridas, al mismo tiempo que le dedicaba palabras afables, las cuales resonaron en un eco imponente en su cabeza -Todo estará bien…- Pensaba repetitivamente ante aquellas palabras de confort; quería sonreír ante aquel gesto, más, sólo tembló cual cachorro asustadizo ante el tacto ajeno sobre su mano. -Gracias…- Murmuró con cierto recelo, fijando sus orbes rojizos sobre los de él, a su vez que recibía el objeto con su mano libre. Las palabras por parte del desconocido le habrían brindado momentáneamente la calidez que necesitaba y en ese instante Sadashi no pudo evitar forzar una escueta sonrisa que demostraba la aceptación de sus acciones.

Siguiendo con la ardua tarea que había creado aquel fortuito encuentro, Sadashi se entregó sin más a las curaciones, sintiendo como su tacto con la gaza era suave, sin embargo, provocaban gemidos de dolor en ella. Su rostro estaba compungido y expresaba una clara tortura que atravesaba ante cada toque. En un intento de aliviar el sufrimiento, sus manos apretaban firmemente el objeto, como si pudiera transferir todo el dolor a través de él. Maldiciones escapaban en desahogo de sus labios de manera intermitente. El tiempo transcurría lentamente para la fémina, quién observaba por el rabillo del ojo cómo el Sol empezaba a declinar, proyectando sombras en la habitación. -Mierda…. Joder como duele…. Yo… yo lo siento…- Maldijo y se disculpó seguidamente. Era impresionante el dolor que le acomedía, sintiendo como su cuerpo temblaba ante el tacto del paño danzante que se posaba una y otra vez sobre su rostro dañado, el cual cada vez que era presionado con determinación para eliminar algún rastro de pus o suciedad de sangre seca, provocaba un alarido en ella. El procedimiento era agonizante, pero el peliblanco parecía persistía con dedicación. A medida que avanzaba, la joven de ojos rojizos podía percibir la transformación de su propia fisionomía, sintiendo como las capas de dolor y desesperación eran desgarradas una a una, para ahora brindarle un poco más de calma.

Finalmente, aquel tratamiento había llegado a su fin, dejando a Sadashi completamente exhausta, pero agradecida. La habitación que les acogía, antes sumida en un mar de maldiciones y lamentos, ahora estaba impregnada con la atmósfera de una batalla superada; y a pesar de la ausencia de palabras por parte la fémina, el entendimiento era claro en cada gesto y mirada que le dedicaba al muchacho. -Si…puedo hablar…- Dijo débilmente pero audible, mientras llevaba la diestra hasta su rostro y tocar sutilmente con las yemas de sus dedos los vendajes. -Me siento fatal… pero sé el dolor menguará poco a poco…- Agregó demostrando positivismo ante aquella escena. – Realmente te la has llevado difícil… ¿Se ha visto muy mal? ...Las heridas… mi rostro… ¿Crees que se puedan borrar con algo? – Cuestionó compungida y con una inocente esperanza  de que aquellas marcas en su piel desaparecieran y no fuesen un recordatorio constante del fatídico día. -Realmente estoy agradecida… no sé cómo retribuirlo… creo que hubiese muerto hoy de no haberme topado contigo… ¿Cuál es tu nombre?-
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Unas palabras de agradecimiento llegaron a sus oídos, débiles y fragmentadas perdiéndose en el silencio que inundaba el ambiente, un mal augurio por los quejidos tormentosos que estaban por sobrescribir tan inquietante atmosfera. Un sonido al que le tenía un profundo disgusto, y que cada día hubiera preferido prevenir la razón por la que éste se generara en primer lugar; no es que quisiera evitarlo, no era tan hipócrita como para predicar de bondades y un mundo teñido de rosa pero sí estaba dispuesto a ignorar la fuente de cacofonía que eran los gritos de sufrimiento de alguien más. Si le quedaba decisión, la usaría para ayudar a alguien más. Y el día que no, afrontaría lo que llegara al arco de su entrada junto a quien tocara la madera que la conformaba. 

Si tuviera a la mano algún analgésico mas fuerte que pudiera ser de utilidad, la primera acción que haría sería la de administrárselo a la chica para que la agonía experimentada en carne propia de ella fuese más suave. El problema es que, tal y como estaba, sabía que esto solo sería desperdiciar suplementos; asustada y confusa, con afecciones que ya habían conseguido exitosamente robar la fuerza a su cuerpo y en casa de un perfecto desconocido -aunque fuese quien le tendía una mano- dejaba en claro que su corazón estaría andando a mil latidos por minuto, y con ello cada glándula de su cuerpo se encargaría personalmente de drenar cualquier agente extraño que intentara circular sus venas con remarcable eficiencia, mucho antes de lo que las pastillas llegarían a su sistema nervioso. 

Tanto como al albo le frustrara admitirlo, lo único que la fémina podía hacer era apretar los dientes y tolerarlo lo mejor que pudiera. Era una prueba de confianza entre dos perfectos extraños, que no habían compartido nada en su vida más que un pedido de auxilio que de casualidad la llevó hasta la única persona en kilómetros dispuesta a tenderle una mano, sin dedicarle mirada alguna con recelo o denunciarla a las autoridades locales para sacarse un problema de encima. La única persona en el pueblo que había sujetado un arma de filo con sus propios dedos, y usado para arribar a casa con sus vestimentas manchadas de sangre que no era suya.

Para su sorpresa, el procedimiento de primeros auxilios fue menos traumático de lo que pensó, y dejó de lejos menos desastre en el suelo o las sábanas de lo que se había mentalizado. Sí, toda tela que utilizó para el proceso de desinfección quedó hecha un desastre y se tendría que limpiar con bastante insistencia, pero mas allá de eso, se ahorraría el tener que sacar un nuevo juego de sábanas y colocarlas a cambio de las ya puestas, que no había lavado sino hace unos cuantos pocos días. Un alivio, a falta de más descriptivas palabras. 

La contestación recibida fue endeble, frágil, pero no dejaba de ser una contestación. Una que además conseguía confirmar que la chica se encontraba lo suficientemente bien para mover su rostro sin regresar al mismo estado agonizante y moribundo de antes. -Me alegra que puedas hablar. De hecho, me sorprende que pudieras mantenerte despierta en todo este momento, no te hubiera culpado si tan solo hubieras caído por unos minutos.- Comentó, buscando cerrar distancia psicológica entre la desconocida y él, mostrarse amigable y proveer muy necesario confort tras la experiencia. 

-No soy ningún doctor, pero el médico errante que pasa por la villa me ha contado historias de hombres que pasarían por veteranos de guerra desmayarse por menos.- Dejó salir una risa suave entre dientes, profundizando en el intento susodicho de exhibir afabilidad a la desconocida.

De pronto fue asaltado por una inesperada pregunta. Si se borrarían o no las cicatrices... El positivismo y el realismo del joven peliblanco chocaron en un instante, haciendo en el exacto centro una pregunta que requería de mucha motivación y que lo había pillado completamente desprevenido. Al menos sería el caso, si no fuera porque tenía experiencia como hermano mayor buscando una respuesta tangente a lo esperado, que fuese suficiente para dejar satisfecho sin revelar la que a veces era una realidad más cruel de lo que cualquiera merecía. Sonrió gentil, cerrando los ojos tan solo por un momento para complementar su expresión. -Yo creo que es muy pronto para que te preocupes por eso. Primero tiene que revisarte el médico que te nombré y dé los toques finales para asegurarte que no habrá problemas con la cicatrización. Y el estrés es enemigo de la buena recuperación, así que por ahora intenta mentalizarte a los cuidados que tendrás que tener para que todo sane bien, ¿de acuerdo?

Se levantó hasta erguirse completo, disponiendo su cuerpo para hacer algo que era una costumbre, necesidad inclusive, pero no sin antes atender a la petición que la chica dejó en su regazo. -¡Soy Yukine! La verdad es que no esperaba toparme con alguien de esta manera en la vida, pero compensa saber que he podido ayudar. Y compensaría más si pudiera escuchar un nombre de vuelta.- Sin intenciones hostigantes, lejos de forzar su petición, el tono tan bienhumorado como afable dejaba implícito que era decisión de ella si corresponder a sus deseos o rechazarlos, por los motivos que fuere. 

Se dio media vuelta y empezó a avanzar en dirección a la cocina, tan cerca como para seguir hablando sin que ninguno de los dos tuviera que moverse un centímetro para escucharse mutuamente con claridad. -¿Has comido algo ya? Yo he salido algo temprano a conseguir algunas hierbas, así que no he pegado bocado de nada.- Anunció, coincidencialmente revisando la infusión y verificando que ya estaba lista para servirse. -Me prepararé algo, y no me molesta preparar un plato más si te atrae la idea.- Su ofrecimiento benevolente en realidad tenía pegas: Antes de siquiera finalizar sus palabras, sus manos ya habían removido un puñado de ingredientes adicionales para la mencionada porción adicional. Y sin dar oportunidad a la chica de responder, los implementos de la cocina ya se movían para procesarlos en una deliciosa comida que tantas veces había hecho ya, una fragancia aromática que no tardaría en invadir toda la casa. Un pequeño traspaso de sus límites sociales que, por ser papa de campo, simplemente no calaba en su cabeza que debía medir mejor.
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