1 de Agosto, Konohagakure
Zona Residencial
Bajo el cálido sol del verano, el primero de agosto, Satoru amanece en el nuevo Motel recientemente adquirido. Los rayos dorados acarician las hojas de los árboles, creando un mosaico de sombras danzantes en las calles de la aldea. La brisa lleva consigo el murmullo de la vida cotidiana mientras los habitantes comienzan sus actividades diarias.En el Motel recientemente adquirido, perteneciente al joven Satoru, la mañana se despliega con tranquilidad. Las paredes de madera a medio pintar y el suelo crujiente señalaban la pronta necesidad de remodelar aquel lugar antes de abrirlo para las festividad, aunque en esta ocasión y gracias a su empeño como Shinobi, podía tomarse el gusto de contratar gente que lo ayudasen a remodelar.
Satoru, con su característica mirada decidida, se encuentra en una pequeña biblioteca en el interior del Motel, alguna vez fue la casa de una gran familia. Inmerso en la situación Satoru decide quitar el polvo de los libros y echarles una hojeada, con algo de suerte encontraría lo que busca. En un mundo de conocimientos antiguos y cientos de conflictos, acudir a la historia y el papel era uno de los pasatiempos que más disfrutaba. La habitación está llena de estantes repletos de libros polvorientos, reliquias de sabiduría acumulada a lo largo de los años. El joven ninja revisa con atención las páginas amarillentas, sumergiéndose en las historias y enseñanzas que contienen.
El sonido suave de las hojas siendo pasadas se mezcla con el rumor distante de la aldea que cobra vida. Afuera, los niños corretean jugando a ninjas, recordando a Satoru tiempos pasados y alegres momentos en su propia formación. El bullicio del mercado cercano agrega su propia melodía, con vendedores anunciando sus productos y compradores regateando con entusiasmo.
El sol avanza por el cielo, marcando las horas que Satoru dedica a su repaso e investigación. La información contenida en esos libros no solo es conocimiento, sino un legado, una conexión con generaciones pasadas de ninjas que dejaron su huella en las páginas amarillentas. A su suerte el antiguo dueño del lugar, ya fallecido, tenía buen gusto por la lectura...
Mientras se sumerge en las lecturas, la mañana avanza sin prisa. El sonido de la aldea fluye a través de las ventanas semiabiertas, recordándole que está inmerso en un presente que se mezcla con el pasado. La dualidad de su vida como shinobi y propietario del motel se refleja en la calma de la biblioteca, donde los susurros de la historia se entrelazan con las promesas del mañana.