El silencio que precedía cada pelea nunca acababa por proyectar una sensación cómoda. Un choque de acero contra otro, un intercambio de puños y finalmente... nada. En un relato, sería la excusa perfecta para desenvainar la metáfora de "La calma antes de la tormenta". Pero no era primerizo con la incómoda falta de sonido que precedía a haber capturado a un bandido sin nombre; un sujeto más que se había metido con un civil y sus posesiones,y por eso había acabado con una despreciable recompensa sobre su cabeza, pero una más que suficiente para justificar un contrato a modo de misión por el País del Rayo. Por supuesto, tan minúsculos como fueron sus crímenes -unos robos que nisiquiera escalaron a mayor violencia- causaron que el mantenerle vivo fuese un requisito imposible de tergiversar.
Aunque en esta ocasión si hubo una marcada diferencia de sus trabajos habituales, algo que escapaba de su zona de confort pero no por ello con una mala interpretación: Un compañero de viaje para cumplir con la misión, asignado al momento de tomar el trabajo. Debía admitir que era cómodo poder recostarse un poco y permitirse compartir el peso de una misión bien hecha en los hombros de un segundo, mas aún cuando éste era lo suficientemente capaz para manejarse solo y su propia cabeza podía permitirse centrarse de manera unilateral en el objetivo en mano.
El contrato era simple en su naturaleza: Encontrar a un grupo de bandidos que se refugiaban en una formación rocosa cercana a una ruta de caravanas, capturarlos vivos -pero no necesariamente ilesos- y retenerlos en su lugar de escondite hasta que los refuerzos llegaran a retirarlos del lugar. ¿A dónde después de eso? No era información que divulgarían al cachorro de guerra que enviaban a cazar objetivos.
Sea como fuere, siendo que eran bandidos sin afiliación cuyo mayor logro en su vida consistía en entender -tras múltiples intentos- cuál lado de un kunai cortaba y cuál no, el proceso de desarmarlos y atarlos desde múltiples ángulos de manos y pies con hilo metálico probó ser incredulamente más sencillo de lo esperado. Casi parecía un montaje, de no ser porque no había razón para que lo fuera.
El problema... fue la espera. Dado que habían pactado la paga al encontrarse en la misma cueva que los bandidos usaban como escondite, el dúo dependía completamente de la aparición de los mencionados refuerzos para recibir la parte que faltaba del pago prometido. Sí, podían solo marcharse con lo que ya habían recibido... Pero al menos el peliblanco no tenía el lujo de rechazar dinero entregado en bandeja de plata, menos aún cuando había sido ganado invirtiendo un día entero en atrapar al grupo ahora inmovilizado.
Plan B. Esperar, luego tomar una decisión conforme a lo que sucediera. Armar un campamento no sería difícil, puesto que no encontraron resistencia al "tomar prestados" los implementos que tenían los bandidos y armar una fogata rudimentaria que utilizó de combustible principal las ropas del líder; el lino era muy bueno para hacer arder fuego y mantenerlo vivo por un rato, aunque tendrían que estar colocando un nuevo trozo cada cierto tiempo para que no se consumiera todo a al vez.
Yukine estaría sentado frente a la fogata, en uno de los improvisados muebles de roble "tomados prestados" con los que formaron un círculo alrededor de la fogata. Su mandoble de acero negro, Beastlord, descansaba justo a su lado; ligeramente recostado sobre uno de los mencionados, con el mango mirando hacia él en caso de que necesitara tomar y saltarle encima a uno de los que consiguiera zafarse de las ataduras. No lo veía posible ni tampoco contaba con que pasaría, pero la maquinación maquiavélica por debajo de sus facciones casi afeminadas era lo que le había mantenido con vida hasta ahora.
-Va a ser una noche larga, ¿te parece si charlamos un poco alrededor de la fogata?- Comentó en su usual tono afable, un intento de iniciar conversación amistosa con su compañero de misión, dejando que una pequeña sonrisa se asomara en cada comisura de sus labios. Casi como un ritual de antigüedad, con fogata y compañía siempre venían las anécdotas y los relatos, ¿no es así?
Aunque en esta ocasión si hubo una marcada diferencia de sus trabajos habituales, algo que escapaba de su zona de confort pero no por ello con una mala interpretación: Un compañero de viaje para cumplir con la misión, asignado al momento de tomar el trabajo. Debía admitir que era cómodo poder recostarse un poco y permitirse compartir el peso de una misión bien hecha en los hombros de un segundo, mas aún cuando éste era lo suficientemente capaz para manejarse solo y su propia cabeza podía permitirse centrarse de manera unilateral en el objetivo en mano.
El contrato era simple en su naturaleza: Encontrar a un grupo de bandidos que se refugiaban en una formación rocosa cercana a una ruta de caravanas, capturarlos vivos -pero no necesariamente ilesos- y retenerlos en su lugar de escondite hasta que los refuerzos llegaran a retirarlos del lugar. ¿A dónde después de eso? No era información que divulgarían al cachorro de guerra que enviaban a cazar objetivos.
Sea como fuere, siendo que eran bandidos sin afiliación cuyo mayor logro en su vida consistía en entender -tras múltiples intentos- cuál lado de un kunai cortaba y cuál no, el proceso de desarmarlos y atarlos desde múltiples ángulos de manos y pies con hilo metálico probó ser incredulamente más sencillo de lo esperado. Casi parecía un montaje, de no ser porque no había razón para que lo fuera.
El problema... fue la espera. Dado que habían pactado la paga al encontrarse en la misma cueva que los bandidos usaban como escondite, el dúo dependía completamente de la aparición de los mencionados refuerzos para recibir la parte que faltaba del pago prometido. Sí, podían solo marcharse con lo que ya habían recibido... Pero al menos el peliblanco no tenía el lujo de rechazar dinero entregado en bandeja de plata, menos aún cuando había sido ganado invirtiendo un día entero en atrapar al grupo ahora inmovilizado.
Plan B. Esperar, luego tomar una decisión conforme a lo que sucediera. Armar un campamento no sería difícil, puesto que no encontraron resistencia al "tomar prestados" los implementos que tenían los bandidos y armar una fogata rudimentaria que utilizó de combustible principal las ropas del líder; el lino era muy bueno para hacer arder fuego y mantenerlo vivo por un rato, aunque tendrían que estar colocando un nuevo trozo cada cierto tiempo para que no se consumiera todo a al vez.
Yukine estaría sentado frente a la fogata, en uno de los improvisados muebles de roble "tomados prestados" con los que formaron un círculo alrededor de la fogata. Su mandoble de acero negro, Beastlord, descansaba justo a su lado; ligeramente recostado sobre uno de los mencionados, con el mango mirando hacia él en caso de que necesitara tomar y saltarle encima a uno de los que consiguiera zafarse de las ataduras. No lo veía posible ni tampoco contaba con que pasaría, pero la maquinación maquiavélica por debajo de sus facciones casi afeminadas era lo que le había mantenido con vida hasta ahora.
-Va a ser una noche larga, ¿te parece si charlamos un poco alrededor de la fogata?- Comentó en su usual tono afable, un intento de iniciar conversación amistosa con su compañero de misión, dejando que una pequeña sonrisa se asomara en cada comisura de sus labios. Casi como un ritual de antigüedad, con fogata y compañía siempre venían las anécdotas y los relatos, ¿no es así?