Almuerzo en el Imperio [Priv. Kiseki]
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Última modificación: 09-10-2023, 10:01 PM por Tsuneo.
El País del Rayo y en particular su capital, Kumogakure no Sato, demuestra con todas sus letras el estatus de una capital imperial. La arquitectura es imponente, mezclando la fiereza elegante de la prosperidad con la imposición de una fortaleza preparada para la guerra. Podría ser un lugar del cual sentirse orgulloso de pertenecer. No obstante, conversando con gente local, Tsuneo ha logrado intuir, entre medias frases, miradas desconfiadas a la espalda y la atmósfera del manto del miedo que pesa como la noche, que el régimen bajo un "Dios" del Rayo no es precisamente amable, ni siquiera con sus autóctonos. Entre los cuchicheos de la multitud, había identificado más de una vez la mención de alguna ejecución pública. El albino solamente podía encogerse de hombros ante la tragedia típica de este continente miserable.
De por sí, había invertido un gran esfuerzo en llegar hasta aquí. La ciudad está construida en lo más alto de las montañas, atravesando relieves majestuosos que parecieran intentar levantar a los cielos esta urbe, con sus manos de piedra. Entre los locales, el albino identifica una mezcla de un comercio prolífero y una ciudadanía forjada a fuego y pulso por el militarismo, educada cultural y pedagógicamente como guerreros leales al orden imperante. De esta manera, era normal que el vagabundo, encapuchado, levantase sospechas. De hecho, debió sacarse la cobertura de la cabeza, revelando su larga y desordenada cabellera blanca, para evitar esas miradas de reojo que lo confundirían con un potencial rebelde o agente de nación extranjera. Cada tanto se sentía perseguido y debía sortear una esquina de la calle cuidadosamente, inspeccionando con disimulo si acaso algún agente real le seguía la pista. En realidad, ¿de qué podría temer? Él no es uno de los disidentes, es solamente un foráneo que no viene a hacer nada más que conocer nuevas tierras y pasar el rato. 
El nivel de seguridad era tremendo. Habían ninjas imperiales por todos lados, por donde la mirada se posase, como si fueran nubes en el firmamento, cada uno con sus respectivas formas, pero compartiendo esa advertencia de no mover un dedo más allá de lo permitido. Alguno le preguntó en el camino qué estaba haciendo allí, ya que le notó deambulando sin un rumbo fijo. — Busco dónde comer, eso es todo... — Respondió con una sonrisa lo más inocente posible. — ¿Me recomiendas algo por aquí? — Pidió consejo con tal aparente candidez, que el soldado monárquico simplemente le miró fijamente un par de segundos antes de señalarle una dirección por el distrito comercial. — Si quieres fideos, derecho por allá.  — Hasta los mercenarios de la dictadura tienen su estómago y sus ritos elaborados con la rutina del tiempo, ¿no? Tsuneo asintió y agradeció antes de seguir, exactamente, las indicaciones que le habían dado, mientras el legionario no le quitaba el ojo de encima, cual zorro sobre su presa.
Qué terrible. Sin duda alguna esta no era una ciudad donde podría emborracharse y perderse sin rumbo como acostumbraba. ¡En el País del Viento incluso podía adentrarse en el desierto más inhóspito y nadie diría una palabra al respecto! Además, en el Pais de la Tierra conoce todos los bares y tabernas habidos y por haber; aquí no sabe nada, y además, por lo que estaba descubriendo, sería complejo que alguien quisiera irse de copas con un desconocido. 
El lugar que le recomendaron era una barra de fideos al paso, atendida por una pareja mayor que ya tenía pericia en el rubro. El flujo de clientela era bueno y constantemente estaban saliendo platos. Por supuesto, no le reconocieron la cara; seguramente sería algún turista. Afortunadamente, esta vez, Tsuneo fue recibido con mejor hospitalidad.
— ¡Buenas tardes! ¿En qué le podemos servir? — La señora canosa se puso a disposición, mientras su marido armaba el cuenco de otro cliente, un hombre de negocios aparentemente, que estaba sentado en la esquina derecha. Al errante se le fue señalado un cartel con un menú contundente pero sencillo; se elegía entre una sopa de cerdo o de pescado.
— Tonkotsu con todo, por favor. — Era la hora de almuerzo y el vagabundo estaba hambriento, por lo cual solicitó caldo porcino con huevo, carne, cebollín, zanahorias y champiñones. Estaba tentado a pedir alcohol para acompañar, pero se sentía intimidado y desconfiado. En pleno centro urbano, seguramente lo llevarían preso.
— Y té verde, por favor... — Agregó, en realidad pensando en otra cosa. Sería un desafío intoxicarse en los dominios del Dios del Rayo sin morir en el intento. 
Una vez estaba todo servido, se lanzó al ataque, saboreando esa sopa artesana con años de experiencia. Parecía tener algunas especias propias de la zona, las cuales no podía identificar aún.
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Kiseki había regresado de un entrenamiento con su padre Rasa, quien viendo como su hijo tenía unas capacidades muy desarrolladas para hacer genjutsu lo estuvo instruyendo todo este tiempo sobre lo que conocía sobre esta rama.

Las técnicas ilusorias, hechas para la manipulación de masas o tortura mental, si eran conceptos bastante macabros pero debían ponerse en práctica debido a que pertenece al clan Chinoike, un clan que además de su doujutsu tiene una especialización en el uso del genjutsu de tortura que le serviría para más adelante, claro todo esto era importante hasta cierto punto, solamente el joven de albino decidiría su propio estilo de técnicas y en qué se basarían.

Se introdujo en un puesto de fideos, claramente tenía hambre, y cuando entro al lugar se dirigió directamente a la barra sin importar cuáles personas estuvieran a sus lados, claramente al tener hambre las otras preocupaciones se van momentáneamente. -Buenos días-. Dijo mientras se sentaba a esperar a alguna persona que lo atendiera.
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Última modificación: 10-11-2023, 02:11 AM por Tsuneo.
Prontamente la petición de un hambriento viajero fueron atendidas. Un generoso cuenco de sopa de cerdo con carne y verduras, presentado junto a una porción de té, elevaron su emoción del momento, frotando sus manos enguantadas. Mientras contemplaba gustosamente el panorama y se prestaba a disposición de merendar, notó que ingresaba al recinto un sujeto notoriamente más joven; de hecho, muy joven. Sus cabellos eran blancos igual que los de Tsuneo, pero había bastante diferencia en la estatura. Un vistazo de reojo también daría cuenta de que sus ojos eran muy peculiares; la verdad no había visto algo así antes. ¿Será algo propio de los nativos del Rayo?

  Buenos días.  Respondió con cortesía al gesto de etiqueta de su compañero de barra. En general, el vagabundo tiene mucha desconfianza de la población local, pero tal como había podido encontrar un rayo de esperanza en su interacción con los vendedores de ramen, igualmente, tenía expectativas positivas del desconocido. Dicen que los niños no mienten y que, además, tienen una apertura natural a los demás. Tsuneo se rascó la cabeza, pensando en que en verdad no debía verlo como un infante, y que, además, esta tierra es tan dura y cruel, bajo un régimen de hierro, que probablemente sus vástagos están curtidos como el acero.

Lo lógico era que ahora la señora atendiera al muchacho Chinoike. Mientras tanto, el joven del abrigo largo probaba el caldo y después, un trozo de carne, asintiendo satisfecho.  — Recomiendo la sopa de cerdo, ¡está buena! — Declaró en dirección a Kiseki, con la autoridad de un catador. Normalmente, no obstante, estaba acostumbrado a reseñar licores como parte de su catálogo.

La cocinera parecía modestamente orgullosa, como si en verdad solamente le reconfirmasen una certeza ya poseída de antemano.

 — ¡Obvio! ¿Vienes de muy lejos? — Inquirió, siendo directa con sus sospechas de que aquel era un forastero. La verdad la interrogante le pilló desprevenido y le hizo atragantarse con un champiñón, disimulándolo lo mejor posible.
 — ¡Ah, sí...! Estoy de paso. — Respondió apresuradamente.
 ¿De paso? ¿Para qué?  Interrumpió el marido de la mujer, el cual parecía más preocupado y receloso de los desconocidos; había absorbido más activamente la ideología del Imperio del Rayo y en el pasado había delatado a más de algún rebelde.
 — Quería conocer los paisajes del País. Vengo de la Tierra... — Agregó procurando calma. Una respuesta suficientemente satisfactoria.
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El chico había llegado al local rápidamente, aunque no había apartado su vista de los fideos que se estaban preparando se aseguraba de no chocar con nadie en su trayecto, una ves llegó a la barra espero a la señora que amablemente le pidió su orden, había notado también al sujeto de cabellos blancos que le había saludado, le dedicaría una sonrisa de niño pequeño a aquel hombre intentando ser agradable.

Seguiría la recomendación del sujeto en cuanto a su orden ya que nunca había comido ese tipo de platillos, no quería ser tan cerrado con los alimentos por ahora. -Lo que dijo el señor porfavor, lo siento es que hace mucho tiempo no he comido fideos-. Comentaría para posteriormente esperar su pedido tranquilamente.

Estaría al tanto de cierta conversación justo a su lado lo cual lo llevaría a conocer algo del recelo que tenía el esposo hacia los desconocidos, era obvio, últimamente las guerras habían explotado entre rebeldes e imperiales, vivir con miedo era normal. -Iwagakure?, esa era...la de la niebla no?-. No recordaba cuáles eran los nombres característicos de las otras aldeas Shinobi lo cual podía dar algo de risa o pena ajena sabiendo que se trataba de un Shinobi, si, de uno muy joven y por lo tanto muy inexperto.
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