Las paredes de biombo, una característica distintiva de la arquitectura oriental, se usaban con gracia en varias áreas del hotel. Separaban los espacios de manera artística y proporcionaban una sensación de privacidad sin sacrificar la fluidez del diseño interior. Los biombos estaban adornados con intrincados diseños, desde representaciones de aves y flores hasta paisajes naturales que capturaban la belleza del País de los Pájaros.
El vestíbulo estaba decorado con tapices tradicionales que representaban las aves migratorias que pasaban por la región cada año. Los muebles eran una mezcla de antiguas piezas de madera oscura y cómodos sofás tapizados en colores suaves. Aunque en ese momento estaba completamente vacío, daba la sensación de que en algún momento había sido muy transitado.
El hotel contaba con nueve dormitorios, cada uno decorado de manera única pero con un toque de elegancia tradicional. Las camas eran amplias y cómodas, con sábanas suaves y almohadas de pluma. Grandes ventanales permitían la entrada de la luz natural durante el día y ofrecían vistas panorámicas del paisaje circundante, aunque era sabido que las enormes cortinas a sus costados era nido de arañas y polvillo...
El Baño central, ubicado bajo el Hotel, era una maravilla por sí solo, además de las instalaciones estándar, contaba con un Sauna que era un verdadero regalo para los huéspedes. Las paredes de cedro emitían un aroma relajante mientras el vapor llenaba el espacio. Era un lugar perfecto para desconectar y rejuvenecer después de un día de trabajo duro.
La Sala de Entrenamiento del hotel era espaciosa y bien equipada. Grandes espejos y cuadros cubrían una de las paredes, y había una variedad de equipos de entrenamiento disponibles. Desde pesas, hasta muñecos de entrenamiento, sogas, etc...
El patio abierto del hotel era un oasis de serenidad. Jardines cuidadosamente diseñados rodeaban la estructura, con flores de colores vivos y arbustos recortados con precisión. Era el lugar perfecto para relajarse al aire libre y disfrutar de la belleza natural del País de los Pájaros.
Satoru sabía que este hotel sería su hogar temporal mientras esperaba las próximas instrucciones de Zeon. A pesar de estar solo en este momento, se sentía agradecido por la tranquilidad y el confort que le ofrecía este lugar. Era un refugio bienvenido en medio de la incertidumbre que se cernía sobre el mundo exterior.
Decidió, devolverle al lugar, su antigua gloria. Satoru comenzó su día abriendo todas las ventanas. Las cortinas se mecieron suavemente con la brisa matutina mientras el aire fresco inundaba el edificio. Los rayos de sol se derramaron sobre el suelo de madera, revelando sus tonos cálidos y el brillo natural de la madera bien cuidada.
Armado con escobas y trapos, Satoru se dedicó a una intensa sesión de limpieza. Barrió cada rincón, desde el vestíbulo hasta las habitaciones del segundo piso. El polvo y las telarañas cedieron ante su determinación, revelando la belleza oculta del lugar. Mientras trabajaba, admiraba las obras de arte en los biombos y las columnas talladas, maravillándose ante la habilidad y la atención al detalle de los artesanos que habían creado estas obras maestras, siempre se podía aprender algo de aquellos lugares tan antiguos y como mínimo debía intentar preservarlo...
Después de horas de trabajo, el hotel empezaba a recuperar su antiguo esplendor. Las superficies brillaban, los suelos relucían y las habitaciones estaban listas para recibir a los futuros visitantes. Satoru tomó un momento para descansar en el patio trasero, disfrutando de la vista panorámica del País de los Pájaros. Se sentía satisfecho por el progreso que había logrado en tan poco tiempo.
Al caer la tarde se retiró a una de las habitaciones en la planta baja. Se sentó en el suelo de madera, apoyándose en la pared de papel de arroz. El cansancio de la jornada se hizo sentir, pero también estaba lleno de gratitud por la oportunidad de estar en un lugar tan hermoso y lleno de historia. Sabía que su tiempo en el hotel sería una experiencia única, una pausa en su agitada vida como Shinobi.
Después de una noche de descanso en una de las habitaciones restauradas, Satoru se levantó temprano. El suelo de madera crujía ligeramente bajo sus pies mientras se movía por la habitación. Al abrir las puertas corredizas de papel de arroz que separaban su habitación del patio trasero, una brisa fresca y revitalizante acarició su rostro. Respiró profundamente el aire fresco del País de los Pájaros, sintiendo cómo llenaba sus pulmones de energía.
Serían las 8 Am cuando Satoru se dispuso a buscar algo de comer en la cocina, con suerte conseguiría huevos y algunos frutos secos, quizá enlatados, para su Suerte, hacía poco el lugar había sido abastecido por cargamentos del Imperio ( previo a la invasión), el lugar contaba con abundante comida y armamento. Lo extraño era que el Imperio no regresara, llegado al caso, no le quedaría otra que actuar...