Yuta, se encontraba emocionada en su pequeño departamento en la aldea de Iwagakure; aunque por departamento entendemos la pequeña formación cavernosa a la que puso una cortina en la que se instalo entre el primer y segundo nivel. Había terminado recientemente su entrenamiento en la academia ninja y ahora, como genin, estaba preparada para enfrentar una misión importante. Su determinación y entusiasmo no eran ajenos a los demás ninjas de la aldea, quienes veían en ella un gran potencial, por lo menos los que fueron sus profesores.
Un día, mientras practicaba sus habilidades de combate en el patio de la academia, uno de sus profesores, el sabio y experimentado Maestro Hiroshi, se acercó a ella.
— Yuta, tengo una tarea urgente para ti — Le dijo con seriedad — Los regalos de Navidad de algunos aldeanos se han extraviado en la mensajería y necesitamos que los entregues lo más rápido posible — Se notaba en el tono del hombre que era algo urgente.
Yuta asintió con determinación y se preparó rápidamente para la misión. Hiroshi le entregó cinco paquetes y una decena de cartas, cada uno con un remitente y una dirección específica. Debía entregarlos antes de la noche de Navidad, de lo contrario, algunas personas tendrían una gran desilusión en sus corazones, lo cual Yuta no permitiría jamás.
Con su velocidad y agilidad ninja, Yuta partió a toda prisa hacia la primera dirección. Saltó de tejado en tejado, sintiendo el viento en su rostro mientras se movía ágilmente por la aldea. La adrenalina corrió por sus venas cuando entregó el primer paquete sin demora alguna. La sonrisa y el agradecimiento del remitente la llenaron de satisfacción.
Continuó con el mismo ritmo, sin detenerse ni un segundo. A medida que avanzaba, se enfrentaba a diversos obstáculos y desafíos. Atravesó estrechas calles llenas de gente, se deslizó por alcantarillas y corrió a través de las cavernas. Nada podía detenerla en su misión. En cada entrega, Yuta se encontraba con aldeanos agradecidos. Las sonrisas en sus rostros eran su mayor recompensa. Sin embargo, la noche estaba cayendo rápidamente y aún le quedaba un último paquete por entregar.
Se adentró en el las zonas cavernosas en las afueras de la aldea, siguiendo un sendero sinuoso iluminado por la tenue luz de la luna que se filtraba desde la zona superior entre escrachas. Cada paso que daba resonaba con fuerza en su corazón. Sabía que no podía permitirse el más mínimo error. Finalmente, encontró el último destino: una pequeña cabaña en lo profundo del bosque. Se acercó sigilosamente y, antes de tocar la puerta, escuchó una canción suave y melancólica. Al abrir, encontró a una anciana sentada junto a la chimenea, con lágrimas en los ojos.
La anciana se llamaba Aicho y había perdido a su hijo en una batalla años atrás justo en esta época. Al pobre no le dio tiempo a escribirle ninguna carta, aunque el mismo le había prometido que le mandaría decenas de cartas para que viera que estaba bien. Yuta, conmovida por la historia de Aicho, extendió una mano amable.
— No temas, estoy aquí para entregarte este regalo de tu hijo — Le susurró.
Aicho tomó la carta entre manos temblorosas y comenzó a leerla en silencio. Las lágrimas de tristeza se convirtieron en lágrimas de alegría mientras sus ojos brillaban con felicidad. En ese momento, Yuta entendió lo importante que era su misión. No se trataba solo de repartir regalos materiales, sino de llevar alegría y felicidad a los corazones de las personas. Su papel como shinobi no solo implicaba habilidades de combate, sino también el poder de hacer feliz a los demás.
Con una sonrisa en el rostro, Yuta se despidió de Aicho y volvió a la aldea. La noche de Navidad estaba a punto de comenzar y la aldea se iluminaba con luces festivas. Los niños correteaban emocionados y los aldeanos compartían momentos de alegría. Yuta se reunió con el maestro que le asigno la misión, el cual la felicito por su éxito en la misma. Sin embargo, lo más importante para ella no eran los elogios, sino la satisfacción de saber que había hecho una diferencia en la vida de las personas.
Un día, mientras practicaba sus habilidades de combate en el patio de la academia, uno de sus profesores, el sabio y experimentado Maestro Hiroshi, se acercó a ella.
— Yuta, tengo una tarea urgente para ti — Le dijo con seriedad — Los regalos de Navidad de algunos aldeanos se han extraviado en la mensajería y necesitamos que los entregues lo más rápido posible — Se notaba en el tono del hombre que era algo urgente.
Yuta asintió con determinación y se preparó rápidamente para la misión. Hiroshi le entregó cinco paquetes y una decena de cartas, cada uno con un remitente y una dirección específica. Debía entregarlos antes de la noche de Navidad, de lo contrario, algunas personas tendrían una gran desilusión en sus corazones, lo cual Yuta no permitiría jamás.
Con su velocidad y agilidad ninja, Yuta partió a toda prisa hacia la primera dirección. Saltó de tejado en tejado, sintiendo el viento en su rostro mientras se movía ágilmente por la aldea. La adrenalina corrió por sus venas cuando entregó el primer paquete sin demora alguna. La sonrisa y el agradecimiento del remitente la llenaron de satisfacción.
Continuó con el mismo ritmo, sin detenerse ni un segundo. A medida que avanzaba, se enfrentaba a diversos obstáculos y desafíos. Atravesó estrechas calles llenas de gente, se deslizó por alcantarillas y corrió a través de las cavernas. Nada podía detenerla en su misión. En cada entrega, Yuta se encontraba con aldeanos agradecidos. Las sonrisas en sus rostros eran su mayor recompensa. Sin embargo, la noche estaba cayendo rápidamente y aún le quedaba un último paquete por entregar.
Se adentró en el las zonas cavernosas en las afueras de la aldea, siguiendo un sendero sinuoso iluminado por la tenue luz de la luna que se filtraba desde la zona superior entre escrachas. Cada paso que daba resonaba con fuerza en su corazón. Sabía que no podía permitirse el más mínimo error. Finalmente, encontró el último destino: una pequeña cabaña en lo profundo del bosque. Se acercó sigilosamente y, antes de tocar la puerta, escuchó una canción suave y melancólica. Al abrir, encontró a una anciana sentada junto a la chimenea, con lágrimas en los ojos.
La anciana se llamaba Aicho y había perdido a su hijo en una batalla años atrás justo en esta época. Al pobre no le dio tiempo a escribirle ninguna carta, aunque el mismo le había prometido que le mandaría decenas de cartas para que viera que estaba bien. Yuta, conmovida por la historia de Aicho, extendió una mano amable.
— No temas, estoy aquí para entregarte este regalo de tu hijo — Le susurró.
Aicho tomó la carta entre manos temblorosas y comenzó a leerla en silencio. Las lágrimas de tristeza se convirtieron en lágrimas de alegría mientras sus ojos brillaban con felicidad. En ese momento, Yuta entendió lo importante que era su misión. No se trataba solo de repartir regalos materiales, sino de llevar alegría y felicidad a los corazones de las personas. Su papel como shinobi no solo implicaba habilidades de combate, sino también el poder de hacer feliz a los demás.
Con una sonrisa en el rostro, Yuta se despidió de Aicho y volvió a la aldea. La noche de Navidad estaba a punto de comenzar y la aldea se iluminaba con luces festivas. Los niños correteaban emocionados y los aldeanos compartían momentos de alegría. Yuta se reunió con el maestro que le asigno la misión, el cual la felicito por su éxito en la misma. Sin embargo, lo más importante para ella no eran los elogios, sino la satisfacción de saber que había hecho una diferencia en la vida de las personas.
