Su desayuno matutino nuevamente había sido interrumpido, esta vez no por las noticias arribando en su buzón sino directamente por el sonido de nudillos chocando contra la madera que componía la entrada de su residencia. Casi empezaba a sospechar que, al menos en los días recientes, estaba siendo bendecido y maldecido a partes iguales, contando con la suerte de constante trabajo llegando a su regazo sin demasía de esfuerzo pero permitiéndose a sí mismas llegar en los tiempos más inoportunos que podían considerar.
Recibió de manos de un cartero empleado del servicio de postales local una asignación no mucho después de la anterior, aquella en la que le habían encargado detener discretamente a un ladrón que había estado desarrollando sus actividades en un pueblo aledaño a la frontera con el País del Fuego. En esta ocasión, en contraste, fueron mucho mas quisquillosos con los tiempos de entrega y con la garantía de que el albo no conseguiría pasar desapercibida el mensaje dirigido a su persona. Más que seguro porque esta vez si incluía la posibilidad de un accidente mayor que escalaría a la perdida de una vida humana si no se hacía algo al respecto.
La información que detallaba en la preciosa caligrafía -que pronto serviría de poco más que combustible para un fuego que hiciera en su camino- era clara y concisa: Capturar a un cazador furtivo que estaba realizando sus actividades ilegales en un bosque del País del Fuego, no muy lejos de la aldea pero lo suficiente como para no haberse topado jamás con ningún ninja dispuesto a partirle el brazo por sus acciones. O quizá tan solo por negación a hacer una distancia adicional a cambio de verificar una situación que probablemente solo era un malentendido al final del día. No lo era.
La mala puntería del hombre ya había causado daños materiales que, de no ser por fortuitos golpes de buena suerte, ya habrían mandado a más de un aldeano al hospital, a falta de decir a la morgue. Además, sus insistentes cacerías furtivas que resultaban ser mas productivas de lo esperado (por la falta de rutas de escape para los animales, al ser una zona protegida y sellada) e inclemencia al atacar hasta las crías hacía que los números de habitantes animales bajaran muy por encima de lo que podían reproducirse, dejando un impacto a corto y largo plazo.
El informe por sí solo era suficiente para querer reventarle la cabeza contra una pared. Aun así, debía recordar que estaba bajo un contrato: Especificaba que el hombre debía regresar vivo y en una pieza, intacto en la medida de lo posible. No era alguien sádico de manera innata; por más que le encantaría repartir justicia por la naturaleza que tantas veces le había dado cobijo, no era capaz de romperle uno o dos brazos a un hombre incluso si se lo tenía merecido, si es que no había mérito mas allá de querer dispensar karma por mano propia. Por ahora, mientras viajaba al lugar en el que se le citaba, tan solo respiraría profundo y sofocaría cada pensamiento violento rebotando en su cabeza hasta que se extinguieran sobre sí mismo. Podía parar la crisis antes de que empeorara aún más, y eso debía ser suficiente para Yukine.
Recibió de manos de un cartero empleado del servicio de postales local una asignación no mucho después de la anterior, aquella en la que le habían encargado detener discretamente a un ladrón que había estado desarrollando sus actividades en un pueblo aledaño a la frontera con el País del Fuego. En esta ocasión, en contraste, fueron mucho mas quisquillosos con los tiempos de entrega y con la garantía de que el albo no conseguiría pasar desapercibida el mensaje dirigido a su persona. Más que seguro porque esta vez si incluía la posibilidad de un accidente mayor que escalaría a la perdida de una vida humana si no se hacía algo al respecto.
La información que detallaba en la preciosa caligrafía -que pronto serviría de poco más que combustible para un fuego que hiciera en su camino- era clara y concisa: Capturar a un cazador furtivo que estaba realizando sus actividades ilegales en un bosque del País del Fuego, no muy lejos de la aldea pero lo suficiente como para no haberse topado jamás con ningún ninja dispuesto a partirle el brazo por sus acciones. O quizá tan solo por negación a hacer una distancia adicional a cambio de verificar una situación que probablemente solo era un malentendido al final del día. No lo era.
La mala puntería del hombre ya había causado daños materiales que, de no ser por fortuitos golpes de buena suerte, ya habrían mandado a más de un aldeano al hospital, a falta de decir a la morgue. Además, sus insistentes cacerías furtivas que resultaban ser mas productivas de lo esperado (por la falta de rutas de escape para los animales, al ser una zona protegida y sellada) e inclemencia al atacar hasta las crías hacía que los números de habitantes animales bajaran muy por encima de lo que podían reproducirse, dejando un impacto a corto y largo plazo.
El informe por sí solo era suficiente para querer reventarle la cabeza contra una pared. Aun así, debía recordar que estaba bajo un contrato: Especificaba que el hombre debía regresar vivo y en una pieza, intacto en la medida de lo posible. No era alguien sádico de manera innata; por más que le encantaría repartir justicia por la naturaleza que tantas veces le había dado cobijo, no era capaz de romperle uno o dos brazos a un hombre incluso si se lo tenía merecido, si es que no había mérito mas allá de querer dispensar karma por mano propia. Por ahora, mientras viajaba al lugar en el que se le citaba, tan solo respiraría profundo y sofocaría cada pensamiento violento rebotando en su cabeza hasta que se extinguieran sobre sí mismo. Podía parar la crisis antes de que empeorara aún más, y eso debía ser suficiente para Yukine.