Por esto y más, mucho más, era que Yukine se sentía incapaz de arrojar a un lado la sensación de recelo que se manifestaba en sus entrañas cada vez que regresaba a su sádica Madre Patria. Quizá un instinto impreso de querer alejarse por su propio bien, quizá por desdén a ser arrastrado de vuelta al intoxicante gravitación hacia el derrame de sangre que la aldea imponía sigilosamente en cada uno de sus visitantes, tan solo tenía clara una cosa: Era una sensación que servía a su favor, se encargaba de recordarle lo que podía llegar a ser y con cuán facilidad podía llegar a serlo. Se rehusaba vehemente a sujetar firme el filo que atravesaría de manera transversal a un hombre nuevamente, usando la fácil excusa de "supervivencia" de por medio, desnaturalizando el peso real de esta palabra.
En un intento de exhibir indiferencia a quienes pronto pasaría a llamar sus presentes compañeros de misión, hizo cuando pudo para mentalizar en sí mismo una actitud lejana a su honesta opinión sobre el País del Agua, una que al menos prefería omitir cualquier comentario malsonante hacia la susodicha o siquiera dedicara una mala mirada a cualquier mención de ésta, mucho más una que contuviera alabanzas hacia la misma; se trataba de un hombre que buscaba mantener la máxima expresión de profesionalidad que le era humanamente posible siempre que hubiera un contrato o misión de por medio, una espada a sueldo que buscaba mantener una actitud afable forjada junto a normativas y muy necesarios códigos morales, todo empaquetado en una actitud que perseguía demostraciones de afabilidad. Pero al final del día, bastaba tan solo una pizca de negro en una base blanca para mezclar mil tonalidades de grises.
La naturaleza de la misión era de sustancia sencilla, algo esperado para una misión de baja categoría que no por ello debía pasar desapercibida: Mientras los Shinobi ríen vanidosos frente a los tornados, las lluvias y los terremotos, era una necesidad de recordar que un civil promedio podía ver sus actividades cotidianas completamente arruinadas por algo tan simple como un resfriado. Esta vez, la misión era un llamado de emergencia a todo Shinobi que estuviera dispuesto a ayudar a las mencionadas víctimas de lo que posiblemente había sido uno de los peores climas no cataclismicos en el año de Kirigakure, a pesar de todas las contramedidas que la aldea había instalado en prevención de éste tipo de fenómenos precisamente. Mientras los ingenieros y constructores se encargaban de analizar lo que se había cargado a sus glorificadas creaciones, les correspondía a los pequeños Shinobi tratar de primera mano con las consecuencias y apaciguar los resultados emocionales de cada desastre.
Aunque simple en su narrativa, los objetivos de la misión eran laxos: Se limitaban a decir de prestar ayuda, algo que le inclinaba más hacia una especie de voluntariado que una misión Shinobi; mas allá de su intranquilidad por su propio pasado en el País del Agua, no tenía razones para no tender una mano a quienes lo requirieran. Saber que al final del día le esperaba una paga era un bonus al que no dedicaría un mal ademán.
El punto de encuentro para los tres participantes habría sido pactado de antemano por los despachadores de las misiones, siendo éste un barrio residencial de Kirigakure que tenía algunas comercios en medio de algunos edificios domésticos. Específicamente, sería el frente de una tienda de videojuegos que había cobrado una sorprendente fama entre la población más joven de clase media habitando la aldea: Tin Pin Slam, en honor a uno de los juegos que más copias había vendido y que les había permitido expandirse inexplicablemente en un plazo de una semana. A cada lado de la calle habrían algunas bancas para la población mayor afectadas por el fenómeno que dio raíz a la misión, escombros de todo tipo si así podía llamárseles -desde prendas de ropa que habían tomado vuelo hasta trozos de las estructuras más antiguas en la zona- y pequeños hilos de agua que caían por las paredes de múltiples edificios en la zona; que hubiese sucedido un diluvio no significaba que la lluvia rutinaria hubiese parado.
A espera de los dos integrantes restantes, el joven peliblanco se ubicaría de pie frente a la tienda mientras observaba hacia el cielo, marcando el ritmo de una de sus canciones favoritas con un rítmico golpeteo de su pie derecho contra el suelo, en espera que los susodichos llamaran su atención para marcar su presencia en el lugar, o que él consiguiera notar las presencias de éstos antes, cualquier opción era aceptable.