Haz bien lo que esté en tu mano, el resto ya lo hará el destino.
Abrió los ojos al amanecer, cuando entraron por la ventana de su habitación los primeros rayos de sol. Aunque había descansado bien tenía cara de pocos amigos, a fin de cuentas, no estaba acostumbrado a madrugar tanto y hubiese preferido quedarse en la cama un poco más antes que tener que levantarse a esas horas. De buena gana hubiese seguido durmiendo, de no ser por que el deber le llamaba, aquel era un día importante, le había sido encomendada su primera misión. Se trataba de un encargo de rango D, el más bajo de los existentes, no obstante, no estaba decepcionado ni mucho menos, era algo totalmente comprensible teniendo en cuenta su poca experiencia y su nulo bagaje en aquel trabajo. Al parecer, uno de los hombres más influyentes y respetados del la villa tenía serias sospechas de que su mujer tuviese una aventura extramatrimonial, por ello había solicitado los servicios de un especialista en rastreo, sigilo y espionaje que se encargase de comprobar si sus temores eran fundados. Los altos cargos le habían asignado la misión a él y, además, en solitario. Conocían sus antecedentes y su talento para pasar desapercibido y ver cosas que otros no. Debía todas las pruebas reunidas sin ser descubierto, pero ahí terminaba su trabajo, todo lo que sucediese después ya no era una cuestión de su incumbencia.
Realizó todos los preparativos necesarios para llevar a cabo la misión y después de tomar sus herramientas ninja y de apretarse el protector frontal sobre la frente salió de casa sin perder más tiempo. Se mezcló entre los habitantes del lugar, desviándose un par de calles más abajo de su casa hacia un callejón estrecho, oscuro y vacío, lugar en el que aprovechó para escalar por una de las paredes de uno de los edificios más altos del contorno, el cual usaría como punto de partida para desplazarse entre los que le siguiesen a continuación, de azotea en azotea, de tejado en tejado, en silencio, evitando ser visto. Se movió como una sombra silenciosa, representaba a la perfección la definición de lo que significaba ser un shinobi.
Con la información que le habían dado relacionada con la misión y con lo pretenciosa que era la mansión del cliente y de su mujer no fue complicado llegar a la misma sin ser detectado antes de que la susodicha se dispusiera a salir de su domicilio a la hora de todos los días. A juzgar por las voces que se escuchaban en el interior de la vivienda el matrimonio estaba manteniendo una discusión bastante acalorada, quizás motivada por la tensión que se respiraba en el ambiente familiar aquel día, en el que se esclarecería de una vez por todas la verdad.
Estaba empezando a aburrirse de tanto esperar, cuando la susodicha salió de la mansión rumbo al centro de la villa. Llevaba un vestido negro bastante elegante, a juego con su bolso de piel y sus zapatos de tacón. Aunque se había maquillado no podía ocultar una clara expresión de nervios y preocupación, quizás motivada por una posible consciencia de que lo que iba a hacer no estaba bien.
Esa misión era de una dificultad ridícula, ni siquiera sabía porque alguien que no confiaba en la persona que tenía al lado destinaba tanto tiempo y recursos en descubrir si su corazón le seguía perteneciendo, ni que eso fuese a cambiar la realidad. Su comportamiento fue errático al principio, como si con ello creyese que iba a lograr pasar desapercibida, no obstante, se delató cuando un hombre fue a esperarla a la puerta de un hospedaje de dudosa categoría.
Ni siquiera fue necesario recurrir a su poder heredado como para saber lo que estaba pasando. Por prisa, por nervios o por algún extraño deseo habían dejado la ventana de la habitación en la que se encontraban abierta de par en par, con las cortinas abiertas, y desde su posición pudo ver con todo lujo de detalles el pecado de la lujuria y acto atroz de deseo carnal que estaban llevando a cabo.
Se dio media vuelta, dándoles la espalda y se encogió de hombros. Era hora de informar sobre la misión.
Abrió los ojos al amanecer, cuando entraron por la ventana de su habitación los primeros rayos de sol. Aunque había descansado bien tenía cara de pocos amigos, a fin de cuentas, no estaba acostumbrado a madrugar tanto y hubiese preferido quedarse en la cama un poco más antes que tener que levantarse a esas horas. De buena gana hubiese seguido durmiendo, de no ser por que el deber le llamaba, aquel era un día importante, le había sido encomendada su primera misión. Se trataba de un encargo de rango D, el más bajo de los existentes, no obstante, no estaba decepcionado ni mucho menos, era algo totalmente comprensible teniendo en cuenta su poca experiencia y su nulo bagaje en aquel trabajo. Al parecer, uno de los hombres más influyentes y respetados del la villa tenía serias sospechas de que su mujer tuviese una aventura extramatrimonial, por ello había solicitado los servicios de un especialista en rastreo, sigilo y espionaje que se encargase de comprobar si sus temores eran fundados. Los altos cargos le habían asignado la misión a él y, además, en solitario. Conocían sus antecedentes y su talento para pasar desapercibido y ver cosas que otros no. Debía todas las pruebas reunidas sin ser descubierto, pero ahí terminaba su trabajo, todo lo que sucediese después ya no era una cuestión de su incumbencia.
Realizó todos los preparativos necesarios para llevar a cabo la misión y después de tomar sus herramientas ninja y de apretarse el protector frontal sobre la frente salió de casa sin perder más tiempo. Se mezcló entre los habitantes del lugar, desviándose un par de calles más abajo de su casa hacia un callejón estrecho, oscuro y vacío, lugar en el que aprovechó para escalar por una de las paredes de uno de los edificios más altos del contorno, el cual usaría como punto de partida para desplazarse entre los que le siguiesen a continuación, de azotea en azotea, de tejado en tejado, en silencio, evitando ser visto. Se movió como una sombra silenciosa, representaba a la perfección la definición de lo que significaba ser un shinobi.
Con la información que le habían dado relacionada con la misión y con lo pretenciosa que era la mansión del cliente y de su mujer no fue complicado llegar a la misma sin ser detectado antes de que la susodicha se dispusiera a salir de su domicilio a la hora de todos los días. A juzgar por las voces que se escuchaban en el interior de la vivienda el matrimonio estaba manteniendo una discusión bastante acalorada, quizás motivada por la tensión que se respiraba en el ambiente familiar aquel día, en el que se esclarecería de una vez por todas la verdad.
Estaba empezando a aburrirse de tanto esperar, cuando la susodicha salió de la mansión rumbo al centro de la villa. Llevaba un vestido negro bastante elegante, a juego con su bolso de piel y sus zapatos de tacón. Aunque se había maquillado no podía ocultar una clara expresión de nervios y preocupación, quizás motivada por una posible consciencia de que lo que iba a hacer no estaba bien.
Esa misión era de una dificultad ridícula, ni siquiera sabía porque alguien que no confiaba en la persona que tenía al lado destinaba tanto tiempo y recursos en descubrir si su corazón le seguía perteneciendo, ni que eso fuese a cambiar la realidad. Su comportamiento fue errático al principio, como si con ello creyese que iba a lograr pasar desapercibida, no obstante, se delató cuando un hombre fue a esperarla a la puerta de un hospedaje de dudosa categoría.
Ni siquiera fue necesario recurrir a su poder heredado como para saber lo que estaba pasando. Por prisa, por nervios o por algún extraño deseo habían dejado la ventana de la habitación en la que se encontraban abierta de par en par, con las cortinas abiertas, y desde su posición pudo ver con todo lujo de detalles el pecado de la lujuria y acto atroz de deseo carnal que estaban llevando a cabo.
Se dio media vuelta, dándoles la espalda y se encogió de hombros. Era hora de informar sobre la misión.
