Última modificación: 24-10-2023, 08:15 PM por Kaito.
Las montañas de la isla cercana al País del Agua se alzaban como guardianes silenciosos en medio de la bruma perpetua. Eran un lugar donde las sombras se retorcían y la realidad misma parecía oscurecerse. En lo más profundo de esas montañas, los secretos ancestrales se ocultaban, y las pesadillas se convertían en realidad.
*Zetsubou*, el alter ego oscuro de Kaito Chikamatsu, había escuchado rumores inquietantes sobre lo que se escondía en las profundidades de esas montañas. Los aldeanos locales hablaban en voz baja de sucesos inexplicables, criaturas que acechaban en la noche y extrañas luces que bailaban en los cielos estrellados.
La historia que más le intrigaba era la de un antiguo dios olvidado, un ser de pesadilla que yacía en un sueño profundo en las entrañas de las montañas. Los aldeanos lo llamaban *Surai*, y decían que su despertar traería consigo la locura y la destrucción.
Zetsubou, sediento de conocimiento y atraído por lo oscuro y desconocido, decidió explorar esas montañas malditas por sí mismo. Se ocultó bajo su máscara y su capucha, transformándose en la personificación de la desesperación y la oscuridad.
La noche estaba en su punto más oscuro cuando comenzó su ascenso a las montañas. La luna estaba oculta por las nubes, y el único sonido que rompía el silencio era el susurro del viento entre los árboles retorcidos. La sensación de que algo lo observaba lo acompañó en cada paso que daba.
A medida que avanzaba por el denso bosque, las sombras se cerraban a su alrededor. El frío calaba en sus huesos, y su mente se llenaba de dudas y temores. Pero Zetsubou no podía retroceder; su destino lo llamaba desde lo más profundo de las montañas malditas, donde sin saberlo un horror aún más allá de lo que el imaginaba aguardaba su llegada.
A medida que ascendía más y más en la oscuridad de la noche, el mundo se volvía cada vez más extraño y retorcido. Los árboles, con sus ramas nudosas y hojas mustias, parecían alzarse como espectros que susurraban palabras incomprensibles. Cada paso de Zetsubou resonaba en el silencio, como si el propio bosque estuviera expectante, aguardando su llegada.
La bruma espesa se abrió paso entre los árboles, envolviéndolo en un manto de oscuridad y misterio. Sus pasos eran inciertos, guiados solo por los rumores de los aldeanos sobre la ubicación del antiguo dios dormido. Cada vez más, se sentía como si estuviera adentrándose en lo desconocido, en un lugar donde la realidad misma comenzaba a desvanecerse.
Finalmente, tras horas de ascenso, Zetsubou llegó a un claro en el bosque. Ante él se alzaba una pared de roca negra, imponente y lúgubre. En su superficie, extrañas marcas y símbolos antiguos estaban grabados en la piedra. Zetsubou reconoció algunos de ellos como pertenecientes al clan Kurama, y eso solo añadió al aura de misterio que envolvía el lugar.
Con cada paso que daba, las marcas en la roca parecían cobrar vida, brillando con un débil resplandor verdoso. Zetsubou se detuvo ante la pared, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que estaba cerca, que aquella cosa de la cual hablaban se ocultaba detrás de esa barrera, y el miedo comenzó a apoderarse de él.
Con una mano temblorosa, Zetsubou tocó las marcas en la roca, y en ese momento, la pared se estremeció. Un ruido sordo llenó el claro, y la roca comenzó a moverse, revelando una abertura en la montaña.
Zetsubou inhaló profundamente y, con valentía, avanzó hacia la oscuridad que se cernía ante él. No sabía lo que encontraría dentro, pero estaba decidido a enfrentar el horror lovecraftiano que se escondía en las profundidades de las montañas malditas.
A medida que avanzaba por el pasaje subterráneo, Zetsubou notaba cómo la temperatura descendía y la atmósfera se volvía cada vez más densa. El pasadizo estaba iluminado por tenues hongos bioluminiscentes que arrojaban destellos pálidos en la penumbra. Las paredes de la cueva estaban cubiertas de extrañas runas y símbolos que parecían contar una antigua historia de un poder dormido.
El pasaje parecía no tener fin, y Zetsubou comenzó a preguntarse si realmente había tomado la decisión correcta al adentrarse en este lugar prohibido. Las historias de los lugareños hablaban de un dios olvidado y vengativo, un ser que yacía en el sueño eterno, esperando ser despertado por un alma imprudente. Zetsubou se maldijo a sí mismo por su curiosidad insaciable, pero ya no había vuelta atrás.
Zetsubou continuó su descenso por el interminable túnel subterráneo, y a medida que avanzaba, canticos antiguos y siniestros resonaban en sus oídos, como si una legión de voces inhumanas cantara en un coro blasfemo. El sonido era tan espeluznante que las lágrimas le brotaron de los ojos, y una sensación de horror indescriptible se apoderó de él. La melodía era hipnótica y perturbadora, como si las voces enloquecidas provinieran de otro mundo, una dimensión donde la cordura no tenía cabida.
Finalmente, emergió en una caverna gigantesca que parecía no tener límites hasta donde alcanzaba la vista. La escena que se desarrollaba frente a sus ojos era un espectáculo grotesco y aterrador. En el centro de la sala se erguía una figura, aquello a lo que las descarnadas vocesa llamaban una y otra vez Saiken, pero cualquier descripción coherente de la criatura era imposible. *Saiken* era una pesadilla amorfa de tentáculos retorcidos y baba viscosa que se contorsionaban y se retorcían en todas direcciones.
Las voces que habían acompañado a Zetsubou se originaban en la propia criatura. Cada tentáculo parecía tener en toda su extensión una boca o múltiples bocasque se formaban y devoraban a sí mismas en un show espeluznante, de las cuales surgían las voces que continuaban el canto incesante. Las bocas de *Saiken* eran horribles, con dientes afilados y babas corrosivas que goteaban constantemente. Los ojos dispuestos en lo que Zetzubou podía identificar como una especie de rostro, numerosos y de diversos tamaños, se abrían y cerraban caóticamente, sin un patrón discernible.
Pero lo que más perturbó a Zetsubou fue la multitud de personas que rodeaba a la criatura. Almas perdidas y desesperadas, hipnotizadas por los canticos y la presencia de *Saiken*, se arrodillaban ante la abominación. Sus ojos estaban vacíos, y sus rostros mostraban una mezcla de éxtasis y terror. Como si estuvieran poseídas, estas personas se entregaban voluntariamente a *Saiken*, y al hacerlo, se acercaban a la monstruosidad y eran consumidas.
Al entrar en contacto con la baba viscosa que formaba parte de *Saiken*, sus cuerpos comenzaban a desintegrarse, convirtiéndose en una sustancia viscosa que se fusionaba con el cuerpo de la criatura. Sus gritos de agonía se mezclaban con los canticos macabros, creando una cacofonía infernal. La escena era una pesadilla viviente, una visión de horror que atacaba los sentidos de Zetsubou y lo sumía en el abismo de la locura.
Zetsubou se dio cuenta de que había desenterrado un poder incomprensible y que lo que yacía frente a él era un dios primigenio, un horror de otro mundo que lo había atrapado en sus redes de locura. Era el inicio de una pesadilla insondable que lo cambiaría para siempre. Atrapado en la visión de pesadilla, luchó por mantener su cordura mientras observaba el festín grotesco que tenía lugar ante *Saiken*. Cada vez más personas se arrodillaban voluntariamente y ofrecían sus cuerpos a la criatura, como si estuvieran dispuestas a sacrificar sus vidas en un ritual macabro. Los sonidos de la carne siendo consumida y desgarrada llenaban la caverna, y el olor a descomposición y putrefacción lo envolvía todo.
Aunque las personas que rodeaban a *Saiken* habían perdido completamente su humanidad, Zetsubou pudo distinguir algunos rasgos familiares en sus rostros desfigurados. Pudo identificarlos de los múltiples carteles de busaqueda dispersos a lo largo del país, eran shinobis, algunos de Kirigakure, otros de aldeas cercanas que habían desaparecido misteriosamente. ¿Cómo habían llegado hasta aquí? ¿Qué los había impulsado a entregar sus almas a esta entidad grotesca?
La voz de *Saiken* retumbó en la mente de Zetsubou, una amalgama de susurros incomprensibles y risas maníacas. La entidad abominable estaba consciente de su presencia, y su mirada, o lo que parecía ser su mirada, se volvió hacia él. En ese momento, Zetsubou sintió un temor indescriptible, como si su cordura estuviera pendiendo de un hilo.
*Saiken* comenzó a extender uno de sus tentáculos hacia Zetsubou, y la baba viscosa que goteaba de él se aproximó a pasos lentos y amenazantes. La entidad primigenia quería reclamarlo, incorporarlo a su grotesca existencia. La voz en su mente se volvió más insistente, más persuasiva, como si *Saiken* intentara convencerlo de unirse al canto y la locura.
Zetsubou sabía que debía actuar con rapidez antes de que su cordura se desmoronara por completo. Las palabras del enmascarado resonaron en su mente, recordándole su objetivo: obtener información. Pero ahora, en presencia de esta pesadilla lovecraftiana, ¿cómo podría lograrlo? La respuesta estaba envuelta en la locura y el horror que lo rodeaba.
El marionetista luchó por mantener su compostura mientras *Saiken* se acercaba cada vez más, su tentáculo viscoso extendiéndose hacia él. La presión de la voz en su mente era abrumadora, y por un momento, parecía que la entidad antigua podría doblegar su voluntad. Pero Zetsubou era un maestro en el arte del engaño y la manipulación, y sabía cómo jugar sus cartas el encapotado se encontraba en un estado de agitación mientras *Saiken* se acercaba más y más. La voz en su mente seguía presionando, y su cordura se desmoronaba bajo el peso del horror amorfo que tenía delante.
En medio de la desesperación, Zetsubou buscó una salida. Sabía que no podría resistir mucho más tiempo bajo la influencia de *Saiken*. En un acto de desesperación, sacó un kunai de su cinturón y se lo clavó en la pierna. El dolor agudo lo sacudió, devolviéndole momentáneamente la claridad a su mente.
Mientras la sangre brotaba de la herida, Zetsubou pudo concentrarse lo suficiente como para romper la conexión mental con *Saiken*. La entidad cósmica aulló en su mente mientras se veía forzada a liberarlo. Zetsubou luchó por mantener la lucidez mientras el dolor de su pierna se intensificaba.
Finalmente, con un último esfuerzo, Zetsubou se arrastró fuera de la caverna, alejándose del horror que había presenciado. Su pierna herida le dolía intensamente, pero eso era un recordatorio constante de su huida exitosa. Mientras escapaba de las montañas, Zetsubou sabía que nunca olvidaría el encuentro con *Saiken*, una entidad de un tiempo olvidado que había sacudido los cimientos de su cordura.
*Zetsubou*, el alter ego oscuro de Kaito Chikamatsu, había escuchado rumores inquietantes sobre lo que se escondía en las profundidades de esas montañas. Los aldeanos locales hablaban en voz baja de sucesos inexplicables, criaturas que acechaban en la noche y extrañas luces que bailaban en los cielos estrellados.
La historia que más le intrigaba era la de un antiguo dios olvidado, un ser de pesadilla que yacía en un sueño profundo en las entrañas de las montañas. Los aldeanos lo llamaban *Surai*, y decían que su despertar traería consigo la locura y la destrucción.
Zetsubou, sediento de conocimiento y atraído por lo oscuro y desconocido, decidió explorar esas montañas malditas por sí mismo. Se ocultó bajo su máscara y su capucha, transformándose en la personificación de la desesperación y la oscuridad.
La noche estaba en su punto más oscuro cuando comenzó su ascenso a las montañas. La luna estaba oculta por las nubes, y el único sonido que rompía el silencio era el susurro del viento entre los árboles retorcidos. La sensación de que algo lo observaba lo acompañó en cada paso que daba.
A medida que avanzaba por el denso bosque, las sombras se cerraban a su alrededor. El frío calaba en sus huesos, y su mente se llenaba de dudas y temores. Pero Zetsubou no podía retroceder; su destino lo llamaba desde lo más profundo de las montañas malditas, donde sin saberlo un horror aún más allá de lo que el imaginaba aguardaba su llegada.
A medida que ascendía más y más en la oscuridad de la noche, el mundo se volvía cada vez más extraño y retorcido. Los árboles, con sus ramas nudosas y hojas mustias, parecían alzarse como espectros que susurraban palabras incomprensibles. Cada paso de Zetsubou resonaba en el silencio, como si el propio bosque estuviera expectante, aguardando su llegada.
La bruma espesa se abrió paso entre los árboles, envolviéndolo en un manto de oscuridad y misterio. Sus pasos eran inciertos, guiados solo por los rumores de los aldeanos sobre la ubicación del antiguo dios dormido. Cada vez más, se sentía como si estuviera adentrándose en lo desconocido, en un lugar donde la realidad misma comenzaba a desvanecerse.
Finalmente, tras horas de ascenso, Zetsubou llegó a un claro en el bosque. Ante él se alzaba una pared de roca negra, imponente y lúgubre. En su superficie, extrañas marcas y símbolos antiguos estaban grabados en la piedra. Zetsubou reconoció algunos de ellos como pertenecientes al clan Kurama, y eso solo añadió al aura de misterio que envolvía el lugar.
Con cada paso que daba, las marcas en la roca parecían cobrar vida, brillando con un débil resplandor verdoso. Zetsubou se detuvo ante la pared, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que estaba cerca, que aquella cosa de la cual hablaban se ocultaba detrás de esa barrera, y el miedo comenzó a apoderarse de él.
Con una mano temblorosa, Zetsubou tocó las marcas en la roca, y en ese momento, la pared se estremeció. Un ruido sordo llenó el claro, y la roca comenzó a moverse, revelando una abertura en la montaña.
Zetsubou inhaló profundamente y, con valentía, avanzó hacia la oscuridad que se cernía ante él. No sabía lo que encontraría dentro, pero estaba decidido a enfrentar el horror lovecraftiano que se escondía en las profundidades de las montañas malditas.
A medida que avanzaba por el pasaje subterráneo, Zetsubou notaba cómo la temperatura descendía y la atmósfera se volvía cada vez más densa. El pasadizo estaba iluminado por tenues hongos bioluminiscentes que arrojaban destellos pálidos en la penumbra. Las paredes de la cueva estaban cubiertas de extrañas runas y símbolos que parecían contar una antigua historia de un poder dormido.
El pasaje parecía no tener fin, y Zetsubou comenzó a preguntarse si realmente había tomado la decisión correcta al adentrarse en este lugar prohibido. Las historias de los lugareños hablaban de un dios olvidado y vengativo, un ser que yacía en el sueño eterno, esperando ser despertado por un alma imprudente. Zetsubou se maldijo a sí mismo por su curiosidad insaciable, pero ya no había vuelta atrás.
Zetsubou continuó su descenso por el interminable túnel subterráneo, y a medida que avanzaba, canticos antiguos y siniestros resonaban en sus oídos, como si una legión de voces inhumanas cantara en un coro blasfemo. El sonido era tan espeluznante que las lágrimas le brotaron de los ojos, y una sensación de horror indescriptible se apoderó de él. La melodía era hipnótica y perturbadora, como si las voces enloquecidas provinieran de otro mundo, una dimensión donde la cordura no tenía cabida.
Finalmente, emergió en una caverna gigantesca que parecía no tener límites hasta donde alcanzaba la vista. La escena que se desarrollaba frente a sus ojos era un espectáculo grotesco y aterrador. En el centro de la sala se erguía una figura, aquello a lo que las descarnadas vocesa llamaban una y otra vez Saiken, pero cualquier descripción coherente de la criatura era imposible. *Saiken* era una pesadilla amorfa de tentáculos retorcidos y baba viscosa que se contorsionaban y se retorcían en todas direcciones.
Las voces que habían acompañado a Zetsubou se originaban en la propia criatura. Cada tentáculo parecía tener en toda su extensión una boca o múltiples bocasque se formaban y devoraban a sí mismas en un show espeluznante, de las cuales surgían las voces que continuaban el canto incesante. Las bocas de *Saiken* eran horribles, con dientes afilados y babas corrosivas que goteaban constantemente. Los ojos dispuestos en lo que Zetzubou podía identificar como una especie de rostro, numerosos y de diversos tamaños, se abrían y cerraban caóticamente, sin un patrón discernible.
Pero lo que más perturbó a Zetsubou fue la multitud de personas que rodeaba a la criatura. Almas perdidas y desesperadas, hipnotizadas por los canticos y la presencia de *Saiken*, se arrodillaban ante la abominación. Sus ojos estaban vacíos, y sus rostros mostraban una mezcla de éxtasis y terror. Como si estuvieran poseídas, estas personas se entregaban voluntariamente a *Saiken*, y al hacerlo, se acercaban a la monstruosidad y eran consumidas.
Al entrar en contacto con la baba viscosa que formaba parte de *Saiken*, sus cuerpos comenzaban a desintegrarse, convirtiéndose en una sustancia viscosa que se fusionaba con el cuerpo de la criatura. Sus gritos de agonía se mezclaban con los canticos macabros, creando una cacofonía infernal. La escena era una pesadilla viviente, una visión de horror que atacaba los sentidos de Zetsubou y lo sumía en el abismo de la locura.
Zetsubou se dio cuenta de que había desenterrado un poder incomprensible y que lo que yacía frente a él era un dios primigenio, un horror de otro mundo que lo había atrapado en sus redes de locura. Era el inicio de una pesadilla insondable que lo cambiaría para siempre. Atrapado en la visión de pesadilla, luchó por mantener su cordura mientras observaba el festín grotesco que tenía lugar ante *Saiken*. Cada vez más personas se arrodillaban voluntariamente y ofrecían sus cuerpos a la criatura, como si estuvieran dispuestas a sacrificar sus vidas en un ritual macabro. Los sonidos de la carne siendo consumida y desgarrada llenaban la caverna, y el olor a descomposición y putrefacción lo envolvía todo.
Aunque las personas que rodeaban a *Saiken* habían perdido completamente su humanidad, Zetsubou pudo distinguir algunos rasgos familiares en sus rostros desfigurados. Pudo identificarlos de los múltiples carteles de busaqueda dispersos a lo largo del país, eran shinobis, algunos de Kirigakure, otros de aldeas cercanas que habían desaparecido misteriosamente. ¿Cómo habían llegado hasta aquí? ¿Qué los había impulsado a entregar sus almas a esta entidad grotesca?
La voz de *Saiken* retumbó en la mente de Zetsubou, una amalgama de susurros incomprensibles y risas maníacas. La entidad abominable estaba consciente de su presencia, y su mirada, o lo que parecía ser su mirada, se volvió hacia él. En ese momento, Zetsubou sintió un temor indescriptible, como si su cordura estuviera pendiendo de un hilo.
*Saiken* comenzó a extender uno de sus tentáculos hacia Zetsubou, y la baba viscosa que goteaba de él se aproximó a pasos lentos y amenazantes. La entidad primigenia quería reclamarlo, incorporarlo a su grotesca existencia. La voz en su mente se volvió más insistente, más persuasiva, como si *Saiken* intentara convencerlo de unirse al canto y la locura.
Zetsubou sabía que debía actuar con rapidez antes de que su cordura se desmoronara por completo. Las palabras del enmascarado resonaron en su mente, recordándole su objetivo: obtener información. Pero ahora, en presencia de esta pesadilla lovecraftiana, ¿cómo podría lograrlo? La respuesta estaba envuelta en la locura y el horror que lo rodeaba.
El marionetista luchó por mantener su compostura mientras *Saiken* se acercaba cada vez más, su tentáculo viscoso extendiéndose hacia él. La presión de la voz en su mente era abrumadora, y por un momento, parecía que la entidad antigua podría doblegar su voluntad. Pero Zetsubou era un maestro en el arte del engaño y la manipulación, y sabía cómo jugar sus cartas el encapotado se encontraba en un estado de agitación mientras *Saiken* se acercaba más y más. La voz en su mente seguía presionando, y su cordura se desmoronaba bajo el peso del horror amorfo que tenía delante.
En medio de la desesperación, Zetsubou buscó una salida. Sabía que no podría resistir mucho más tiempo bajo la influencia de *Saiken*. En un acto de desesperación, sacó un kunai de su cinturón y se lo clavó en la pierna. El dolor agudo lo sacudió, devolviéndole momentáneamente la claridad a su mente.
Mientras la sangre brotaba de la herida, Zetsubou pudo concentrarse lo suficiente como para romper la conexión mental con *Saiken*. La entidad cósmica aulló en su mente mientras se veía forzada a liberarlo. Zetsubou luchó por mantener la lucidez mientras el dolor de su pierna se intensificaba.
Finalmente, con un último esfuerzo, Zetsubou se arrastró fuera de la caverna, alejándose del horror que había presenciado. Su pierna herida le dolía intensamente, pero eso era un recordatorio constante de su huida exitosa. Mientras escapaba de las montañas, Zetsubou sabía que nunca olvidaría el encuentro con *Saiken*, una entidad de un tiempo olvidado que había sacudido los cimientos de su cordura.