El sol se ocultaba tras las imponentes montañas que rodeaban Iwagakure, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Riku Ashira, con paso decidido, se aventuró hacia las afueras de la aldea, buscando un momento de tranquilidad en la naturaleza. Mientras caminaba por los senderos rocosos, el sonido de la brisa entre los árboles y el crujir de la hierba bajo sus pies le brindaban una sensación de serenidad.
Sin embargo, a medida que avanzaba, escuchó un débil llamado de auxilio que parecía provenir de más arriba. Riku alzó la vista y se percató de una figura pequeña y encorvada en lo alto de un acantilado. No lo pensó dos veces y se apresuró en esa dirección.
Al llegar al pie del acantilado, comprendió la magnitud del problema. La única senda que conducía hasta el anciano estaba completamente bloqueada por un desmoronamiento de rocas. El viejo, con arrugas profundas y cabello plateado como la luna, lo miraba con ojos llenos de preocupación.
Sin embargo, a medida que avanzaba, escuchó un débil llamado de auxilio que parecía provenir de más arriba. Riku alzó la vista y se percató de una figura pequeña y encorvada en lo alto de un acantilado. No lo pensó dos veces y se apresuró en esa dirección.
Al llegar al pie del acantilado, comprendió la magnitud del problema. La única senda que conducía hasta el anciano estaba completamente bloqueada por un desmoronamiento de rocas. El viejo, con arrugas profundas y cabello plateado como la luna, lo miraba con ojos llenos de preocupación.