¿Qué mejor pasatiempo para alguien como Tsuneo que hacer una lista de las bebidas alcohólicas que hay en todo el continente? En sus viajes ha encontrado de todo, con sus propias características, sabores, cuerpos y aromas, desde elixires suaves que incluso podrían incluirse en el desayuno, hasta bestialidades que te golpean con una resaca infernal. Es por esto que, para darle algún sentido a su existencia mediocre y vacía, en sus palabras, el vagabundo ha decidido que llevará un registro de los tesoros ocultos del licor que ha descubierto en la vida de un borracho errante.
Alguna vez visitó una destilería bastante elegante, que había partido como un taller artesano, pero por su éxito ya estaba extendiendo sus instalaciones y su mano de obra para conformarse como una factoría en lo alto de las montañas del País de la Tierra. La materia prima, por supuesto, no podían cultivarla en la tierra escarpada, pero sí podían transportarla desde la costa norte. El dueño había comprado unos terrenos para sembrar caña de azúcar alimentada con la brisa y el agua del mar, lo que le daba a su dulce néctar un toque oceánico y fragante. Allá en lo alto, donde se pierde la vista, se producía el ron. Tsuneo podría haber comprado una botella en el mercado porteño, pero el emprendedor local ofrecía una experiencia turística en la central productiva y también contaba con un bar y tienda para viajeros, que cada vez eran más numerosos. Un destino ideal para alpinistas y curiosos por igual.
Allí, el albino hizo sus preguntas.
— ¿Por qué producir en lo alto de la montaña? ¿No es más eficiente hacerlo donde está la caña de azúcar? —
— ¡Ah! — Exclamaba el regordete señor, como si esperase la interrogante y hubiera ensayado la respuesta. — ¡Un mercader una vez me dijo que era menos costoso en transporte, pero no tenía idea de logística real! ¡Aquí, en lo alto, no necesito pagar en refrigeración y el alcohol hierve, se destila y se mezcla más fácil! ¡Además, los cambios de temperatura sacan sabores muy diferentes en el producto final! Así que, haciendo la contabilidad y en cuanto a calidad, todo apunta a que el ron de montaña es lo mejor que le puedo dar a este país. — Recalcaba con el pecho hinchado de patriotismo y orgullo comercial.
La verdad era que el dulce licor helado con toques marinos era fino y excelente. Una de las mejores borracheras que ha tenido. Casi le dan ganas de lanzarse por el acantilado. Afortunadamente el terrateniente ha puesto vallas para evitar tales accidentes con los pasados de copas.
Alguna vez visitó una destilería bastante elegante, que había partido como un taller artesano, pero por su éxito ya estaba extendiendo sus instalaciones y su mano de obra para conformarse como una factoría en lo alto de las montañas del País de la Tierra. La materia prima, por supuesto, no podían cultivarla en la tierra escarpada, pero sí podían transportarla desde la costa norte. El dueño había comprado unos terrenos para sembrar caña de azúcar alimentada con la brisa y el agua del mar, lo que le daba a su dulce néctar un toque oceánico y fragante. Allá en lo alto, donde se pierde la vista, se producía el ron. Tsuneo podría haber comprado una botella en el mercado porteño, pero el emprendedor local ofrecía una experiencia turística en la central productiva y también contaba con un bar y tienda para viajeros, que cada vez eran más numerosos. Un destino ideal para alpinistas y curiosos por igual.
Allí, el albino hizo sus preguntas.
— ¿Por qué producir en lo alto de la montaña? ¿No es más eficiente hacerlo donde está la caña de azúcar? —
— ¡Ah! — Exclamaba el regordete señor, como si esperase la interrogante y hubiera ensayado la respuesta. — ¡Un mercader una vez me dijo que era menos costoso en transporte, pero no tenía idea de logística real! ¡Aquí, en lo alto, no necesito pagar en refrigeración y el alcohol hierve, se destila y se mezcla más fácil! ¡Además, los cambios de temperatura sacan sabores muy diferentes en el producto final! Así que, haciendo la contabilidad y en cuanto a calidad, todo apunta a que el ron de montaña es lo mejor que le puedo dar a este país. — Recalcaba con el pecho hinchado de patriotismo y orgullo comercial.
La verdad era que el dulce licor helado con toques marinos era fino y excelente. Una de las mejores borracheras que ha tenido. Casi le dan ganas de lanzarse por el acantilado. Afortunadamente el terrateniente ha puesto vallas para evitar tales accidentes con los pasados de copas.
Hablo - Pienso - Narro