[Monotema] Un paseo casual (o causal)
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Riku Ashira se aventuró hacia el Pueblo Ryuushi, un lugar donde los contrastes entre opulencia y necesidad creaban un paisaje único. A medida que se adentraba, el Volcán Hai se erguía majestuoso en el horizonte, rodeando las pequeñas comunidades dispersas entre sus laderas. Este coloso, extinto hace décadas, ahora ofrecía un refugio tranquilo para las familias adineradas de Kōseki, que encontraban en este entorno el equilibrio entre el calor de las aguas termales y el frescor de la nieve.

Las haciendas, como joyas incrustadas en el paisaje volcánico, se alzaban con elegancia, cada una con su propio manantial termal, emitiendo vapores que se entrelazaban con el aire frío. Las familias afortunadas que habitaban allí disfrutaban del lujo y la comodidad, rodeados por el silencioso resplandor del volcán en reposo.
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Sin embargo, a medida que Riku avanzaba, la escena cambiaba drásticamente. Una gran mina se erguía como una sombra en las cercanías, testigo de jornadas arduas y esfuerzos titánicos. Los mineros, con la piel curtida por el trabajo y la mirada firme, extraían los recursos que luego serían enviados a Kōseki, la ciudad principal. Sus vidas eran marcadas por la dureza de la labor y la austeridad de las chozas que rodeaban la mina, un recordatorio constante de la dualidad en la que se encontraba el Pueblo Ryuushi.

Aunque las diferencias eran notorias, Riku reconocía el valor de ambos mundos. Los habitantes del pueblo, ricos y pobres, compartían el privilegio de ver la luz del día, un regalo que no todos en Kōseki podían apreciar. Mientras continuaba su paseo, el ninja reflexionó sobre la complejidad de esta comunidad, donde la naturaleza y la industria coexistían en una danza delicada y vital.
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Tras su exploración en el Pueblo Ryuushi, Riku Ashira regresó a su hogar en Iwagakure no Sato. El camino de regreso estaba lleno de pensamientos y reflexiones sobre lo que había presenciado en ese lugar de contrastes.

Mientras caminaba por las calles de su aldea, la imagen de las opulentas haciendas rodeadas por las aguas termales se interponía en su mente. La riqueza y el confort que disfrutaban esas familias acomodadas eran innegables. Sin embargo, también se veía a sí mismo reflexionando sobre la desigualdad que prevalecía en ese rincón del mundo shinobi, donde los mineros luchaban por sobrevivir en chozas modestas, día tras día.

Al llegar a su casa, Riku se sentó en silencio, en el rincón tranquilo de su habitación. Cerró los ojos y dejó que los pensamientos fluyeran. En su mente, veía el volcán Hai, un símbolo de poder y también de cambio. El volcán, extinguido pero imponente, era un recordatorio de la efímera naturaleza del poder y la riqueza, que podían desvanecerse como el humo de las aguas termales.
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Suspirando profundamente, Riku meditó sobre su papel como ninja, como un agente de equilibrio en un mundo lleno de desigualdades. Sabía que su deber no solo implicaba misiones y combates, sino también ser un faro de esperanza y justicia para aquellos que vivían en las sombras.

Con determinación renovada, se prometió a sí mismo utilizar sus habilidades y conocimientos para abogar por la igualdad y la justicia siempre que tuviera la oportunidad. Sabía que no podía cambiar el mundo de la noche a la mañana, pero podía ser una fuerza positiva en él.

El crepúsculo comenzó a teñir el cielo, y Riku supo que había llegado el momento de descansar para enfrentar un nuevo día de desafíos. Cerró los ojos nuevamente, encontrando calma en sus pensamientos y resolución en su corazón, listo para seguir adelante en su camino como ninja.
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