Las calderas, los crisoles y la enorme cantidad de maquinaria que yacían en la parte más baja de la ciudad, en donde vivía la gente más pobre y trabajadora de Iwa, hacían ver esa sección de ese nivel, una sección compuesta por cavernas aprovechadas como factorías y metalurgias, como un enorme abismo ardiente. Pasar por ahí era caluroso, y los mismos trabajadores de ahí tenían que tomar muchas precauciones o sufrir golpes de calor, cosa que sucedía a menudo.
Los reportes de obreros muertos no llamarían mucho la atención del kage, pues además de ser gente muy pobre, era común en esa área, sin embargo, la presencia de cuerpos cercenados, con ojos y lenguas arrancados, hacían ver que se trataba de algo más que ello.
A menudo los ataques eran en solitario, por la espalda, en donde no se podía preveer el ataque de un asesino. Quizás no era tan fuerte si atacaba por la espalda, sobre todo si era un ataque sobre una víctima solitaria.
Con mis ropajes negros, avancé por las múltiples cavernas interconectadas y las fisuras bajo tierra, en donde una marea de metal fundido, alimentado por decenas de crisoles, corría hasta donde enormes moldes dosificaban el metal fundido.
Era bastante caliente, pero para mi suerte, el fuego era mi especialidad. Oculto desde las sombras, comencé a vagar por los techos y cavernosos, llenos de estalactitas, observando y analizando la situación. Escurriéndome entre los pinchos rocosos, como lo haría un reptil, avancé mirando desde arriba a los trabajadores ir y venir, cargando cosas y llevando cosas de un lado a otro.
El sonido de la maquinaria, golpes al metal y el escape de vapor y gases de las calderas llenaban el lugar. Pasaría de zona en zona, analizando, observando, tratando de no ser visto, cuando un grito llamó mi atención. Corrí por el techo a toda velocidad, llegando en segundos hasta donde yacía un obrero tumbado en el suelo, en un charco de su propia sangre. Se estaba ahogando en la sangre que manaba de su propio cuello.
Salté entre las rocas hasta llegar a la pared de la fábrica cercana y correr a la escena del crimen.
-A un lado- grité, girando al cuerpo, al cual no sólo le faltaban los ojos, sino que su lengua salía por la rajada de su garganta. Ese sello, "lengua de corbata", era común entre la mafia, sin embargo, era la primera vez que aparecía este rastro, como si quisiera confundirnos.
Algunos músculos aún convulsionaban y la defecación del rigor que estrujaba sus entrañas antes de morir, indicaba que el asesino debía estar cerca.
-¿Alguien vio algo? ¿Que vieron?- grité, pero todos se quedaron callados, excepto un obrero.
-Vi una sombra negra, se metía hacia el "abismo ardiente"-dijo el obrero.
-¿Que hay del otro lado?- le cuestioné.
-Tras esa marea de metal fundido, hay cavernas abandonadas. Es casi imposible que alguien lograse llegar hasta allá, pero eso fue lo que vi-dijo el sujeto.
Rápidamente, caminé a las orillas de ese mar de metal fundido, donde los crisoles vertían su contenido que fluía hasta las forjas.
El calor era cada vez más intenso, hasta el punto de llegar a incomodarme y ponerme de mal humor. Un humano normal no podría sobrevivir mucho tiempo en este lugar, por eso los obreros no iban hasta allí, de hecho, ninjas ajenos al katon debían tener problemas para llegar hasta allí, o eso pensé.
Tras llegar al final de aquella grieta ígnea, lejos de la zona de manufactura, sólo seguían cavernas enormes que rara vez eran usadas por alguien. Incluso ahí el calor era bastante alto, y el aire era demasiado pesado.
Sólo había basura, escombros de hace décadas de objetos que llegaron hasta allí. Con mi bola de luz comencé a caminar por el lugar, observando cuidadosamente mis alrededores. Di vuelta un par de veces en otras direcciones, hasta que, finalmente, logré ver un resplandor a lo lejos, seguidos de un lamento sollozante que rezaba fervientemente cosas que yo no entendía. Un olor a podredumbre impactó de lleno mi nariz.
Caminando, aplasté algo suave y de textura viscosa. Al alumbrar bien el suelo, noté sangre que caía del techo y lo que había pisado era un ojo. En el techo, cabezas agusanadas clavadas en estalactitas, con gestos de agonía, así como ojos clavados por doquier, hacían un macabro arte.
Apagué la bola de luz y, tapándome la nariz, entré hasta una cámara enorme, llena de velas negras y restos de cadáveres. Un sujeto de unos veintitantos años yacía dándome la espalda hasta el otro extremo de la cámara, rezando a una extraña efigie cadavérica, hecha con restos humanos. Vestía con harapos negros.
-Ese debe ser el asesino-pensé, mientras preparaba mis herramientas. Lancé dos kunai hacia ese sujeto, encajándose en su espalda. Aunque la sangre escurrió, no pareció darle importancia.
-El viene- dijo aquel sujeto, pálido y escuálido, volteando a verme- el viene, ¿porque nos ha abandonado?
El sujeto parecía perturbado, como con una catatonía extraña. Se levantó lentamente y, de un lado de él, sujetó una hoz gigante.
Lancé mis shuriken, impactando su torso, pero aún no hubo respuesta de él.
-Mis ofrendas no le satisfacen ¿no es así?- dijo con tristeza- humanos mundanos, pero tú, tu sangre es rara... Él debe agradarle tu sangre.
Empuñé mi Kanabo y comencé a caminar, rodeándolo.
Tras un grito de batalla, con euforia y salvajismo, aquel sujeto se lanzó contra mí. Ambas armas chocaron una y otra vez. Pese a su apariencia famélica, tenía bastante fuerza. Tras invocar un poco de mi fuerza, lancé un golpe con mi kanabo, el cual apenas le hizo retroceder un par de pasos.
-El señor Jashin me premiará-dijo el sujeto, escupiendo sangre pues los shuriken habían logrado desgarrar su estómago.
Lanzó un poderoso arañazo hacia mi, pero tras un Kawarimi no jutsu, partió por mitad un cuerpo sin mucho esfuerzo. Reaparecería detrás de él, dándole un fuerte golpe con el Kanabo en la cabeza, tumbándolo contra el suelo. Tomé distancia de él.
-Él celebrará sus muertes, aplaudirá su sangre y él y sus sirvientes gritarán mi nombre-dijo el fanático, lanzando su hoz contra mí. Apenas logré protegerme de su impacto con mi arma, pero con una cuerda, volvió a jalar su arma hacia sí mismo.
Miré a mis alrededores. Estalactitas y estalagmitas había en ese lugar.
Debía descansar más de mis movimientos, pues el intenso calor y el aire pesado y apestoso me impedían respirar con normalidad.
Volvió a cargar contra mí. Volví a desviar el ataque que iba en mi dirección, volviendo a tomar un poco de distancia, lanzándome hacia él con mi pie extendido, golpeando su pecho, empujándolo 5 metros hacia atrás, cayendo sobre unos cuerpos.
Volví a lanzarme con mi patada, impactando su arma antes de que se levantara, volviéndolo a arrojar al suelo. Aproveché para salir de aquella caverna y dirigirme de regreso a las cavernas, donde era un poco más fácil respirar.
-No huyas, si lo haces Jashin no querrá tu alma- dijo el fanático, persiguiéndome. Lancé un clon ilusorio hacia él, que lo esperaba nadamás salir de la cámara, y al golpearlo, logré llegar por detrás y darle un Gouken Ryuu en el hombro. Con la mitad de su fuerza al no poder sostener con ambas manos su guadaña, intentó golpearme, pero lo detuve con el kanabo, empujándolo tras el impacto.
Me moví hacia las sombras haciendo que él me siguiera. Lanzó su hoz, pero dio a la nada, quedando atorada en las estalagmitas.
Caminó hacia su arma para desencajarla, cuando llegué y con una patada, lo empujé sobre las estalagmitas, clavándolo en el estómado sobre una. Antes de que se pudiera zafar y pudiera pegarme, con mi kanabo le lancé un golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente.
Agitado, con mi kunai apuñalé sus brazos y piernas, pero tuve que dejarlo allí ya que me comenzaba a marear. La falta de oxígeno y el calor de esa zona eran demasiado, y había estado mucho tiempo ahí.
Comencé a caminar de nuevo hacia la salida, hacia el mar de acero, cuando de nuevo escuché ese grito. Lanzó su hoz hacia mí, y apenas logré bloquearla. Se lanzó de nuevo hacia mí. Canalicé fuerzas de nuevo y con mi kanabo lo golpeé, haciendo que sus brazos se sintieran. Ahora que sus músculos estaban desgarrados y desangrado, sus fuerzas habían disminuído.
Lo sujeté de sus ropas y le dí un cabezazo con mis cuernos, luego, con el gouken ryuu, golpeé su rostro.
-Así, si, así le gustarás más a mi señor- dijo el Jashinista, lamiéndose su propia sangre. Lancé mis Kunai de nuevo, golpeando sus rodillas, haciéndolo tambalearse. Sujeté su hoz mientras él también lo hacía y, aumentando mi fuerza, lo arrojé hacia donde yo habia estado, acercándolo al mar de acero, para con una patada arrojarlo 5 metros hacia atrás.
Por poco resbalaba pero gracias a su hoz logró equilibrarse. Volvimos a chocar armas, intentó girarse, haciéndome a mí hacia el rio de metal fundido, pero canalizando fuerza se lo impedí. Con un gouken ryuu, le di un puñetazo en el estómago, atravesándolo al desgarrar aún más el agujero que le hizo la estalagmita momentos atrás, jalando de regreso sus entrañas, algunas de las cuales cayeron al suelo caliente.
Quedó desprotegido. En ese instante, volví a golpearlo con la patada, empujándolo y haciéndolo caer.
Me retiré de ahí y me senté, tratando de recuperar el aliento. Era difícil y me sentía a desmayar. Sin embargo, un sonido, un choque metálico me indicó que aquel sujeto se había sostenido con su hoz. Estaba colgando a escasos metros del rio de metal, sin embargo, el calor hizo que sus ropas se incendiaran y, poco después, sus carnes entraran en ignición. Sólo su mano carbonizada quedó sostenida de la guadaña, mientras el resto de su cuerpo, calcinado, cayó al metal fundido.
Finalmente, salí de ahí y me apresuré a dejar el abismo ardiente, regresando a la zona de trabajadores, sintiendo mi aliento regresar un poco más. Saldría de esa zona hasta sus afueras, en la zona inferior, en donde ya podía respirar con normalidad y el calor era menos intenso.
-Un jashinista- dije mientras me secaba el sudor y recuperaba el aliento, alertando a los oficiales que se acercaron a verme. Con preocupación en sus miradas, me condujeron a recibir atención médica y a dar declaración de lo que había sucedido.
Los reportes de obreros muertos no llamarían mucho la atención del kage, pues además de ser gente muy pobre, era común en esa área, sin embargo, la presencia de cuerpos cercenados, con ojos y lenguas arrancados, hacían ver que se trataba de algo más que ello.
A menudo los ataques eran en solitario, por la espalda, en donde no se podía preveer el ataque de un asesino. Quizás no era tan fuerte si atacaba por la espalda, sobre todo si era un ataque sobre una víctima solitaria.
Con mis ropajes negros, avancé por las múltiples cavernas interconectadas y las fisuras bajo tierra, en donde una marea de metal fundido, alimentado por decenas de crisoles, corría hasta donde enormes moldes dosificaban el metal fundido.
Era bastante caliente, pero para mi suerte, el fuego era mi especialidad. Oculto desde las sombras, comencé a vagar por los techos y cavernosos, llenos de estalactitas, observando y analizando la situación. Escurriéndome entre los pinchos rocosos, como lo haría un reptil, avancé mirando desde arriba a los trabajadores ir y venir, cargando cosas y llevando cosas de un lado a otro.
El sonido de la maquinaria, golpes al metal y el escape de vapor y gases de las calderas llenaban el lugar. Pasaría de zona en zona, analizando, observando, tratando de no ser visto, cuando un grito llamó mi atención. Corrí por el techo a toda velocidad, llegando en segundos hasta donde yacía un obrero tumbado en el suelo, en un charco de su propia sangre. Se estaba ahogando en la sangre que manaba de su propio cuello.
Salté entre las rocas hasta llegar a la pared de la fábrica cercana y correr a la escena del crimen.
-A un lado- grité, girando al cuerpo, al cual no sólo le faltaban los ojos, sino que su lengua salía por la rajada de su garganta. Ese sello, "lengua de corbata", era común entre la mafia, sin embargo, era la primera vez que aparecía este rastro, como si quisiera confundirnos.
Algunos músculos aún convulsionaban y la defecación del rigor que estrujaba sus entrañas antes de morir, indicaba que el asesino debía estar cerca.
-¿Alguien vio algo? ¿Que vieron?- grité, pero todos se quedaron callados, excepto un obrero.
-Vi una sombra negra, se metía hacia el "abismo ardiente"-dijo el obrero.
-¿Que hay del otro lado?- le cuestioné.
-Tras esa marea de metal fundido, hay cavernas abandonadas. Es casi imposible que alguien lograse llegar hasta allá, pero eso fue lo que vi-dijo el sujeto.
Rápidamente, caminé a las orillas de ese mar de metal fundido, donde los crisoles vertían su contenido que fluía hasta las forjas.
El calor era cada vez más intenso, hasta el punto de llegar a incomodarme y ponerme de mal humor. Un humano normal no podría sobrevivir mucho tiempo en este lugar, por eso los obreros no iban hasta allí, de hecho, ninjas ajenos al katon debían tener problemas para llegar hasta allí, o eso pensé.
Tras llegar al final de aquella grieta ígnea, lejos de la zona de manufactura, sólo seguían cavernas enormes que rara vez eran usadas por alguien. Incluso ahí el calor era bastante alto, y el aire era demasiado pesado.
Sólo había basura, escombros de hace décadas de objetos que llegaron hasta allí. Con mi bola de luz comencé a caminar por el lugar, observando cuidadosamente mis alrededores. Di vuelta un par de veces en otras direcciones, hasta que, finalmente, logré ver un resplandor a lo lejos, seguidos de un lamento sollozante que rezaba fervientemente cosas que yo no entendía. Un olor a podredumbre impactó de lleno mi nariz.
Caminando, aplasté algo suave y de textura viscosa. Al alumbrar bien el suelo, noté sangre que caía del techo y lo que había pisado era un ojo. En el techo, cabezas agusanadas clavadas en estalactitas, con gestos de agonía, así como ojos clavados por doquier, hacían un macabro arte.
Apagué la bola de luz y, tapándome la nariz, entré hasta una cámara enorme, llena de velas negras y restos de cadáveres. Un sujeto de unos veintitantos años yacía dándome la espalda hasta el otro extremo de la cámara, rezando a una extraña efigie cadavérica, hecha con restos humanos. Vestía con harapos negros.
-Ese debe ser el asesino-pensé, mientras preparaba mis herramientas. Lancé dos kunai hacia ese sujeto, encajándose en su espalda. Aunque la sangre escurrió, no pareció darle importancia.
-El viene- dijo aquel sujeto, pálido y escuálido, volteando a verme- el viene, ¿porque nos ha abandonado?
El sujeto parecía perturbado, como con una catatonía extraña. Se levantó lentamente y, de un lado de él, sujetó una hoz gigante.
Lancé mis shuriken, impactando su torso, pero aún no hubo respuesta de él.
-Mis ofrendas no le satisfacen ¿no es así?- dijo con tristeza- humanos mundanos, pero tú, tu sangre es rara... Él debe agradarle tu sangre.
Empuñé mi Kanabo y comencé a caminar, rodeándolo.
Tras un grito de batalla, con euforia y salvajismo, aquel sujeto se lanzó contra mí. Ambas armas chocaron una y otra vez. Pese a su apariencia famélica, tenía bastante fuerza. Tras invocar un poco de mi fuerza, lancé un golpe con mi kanabo, el cual apenas le hizo retroceder un par de pasos.
-El señor Jashin me premiará-dijo el sujeto, escupiendo sangre pues los shuriken habían logrado desgarrar su estómago.
Lanzó un poderoso arañazo hacia mi, pero tras un Kawarimi no jutsu, partió por mitad un cuerpo sin mucho esfuerzo. Reaparecería detrás de él, dándole un fuerte golpe con el Kanabo en la cabeza, tumbándolo contra el suelo. Tomé distancia de él.
-Él celebrará sus muertes, aplaudirá su sangre y él y sus sirvientes gritarán mi nombre-dijo el fanático, lanzando su hoz contra mí. Apenas logré protegerme de su impacto con mi arma, pero con una cuerda, volvió a jalar su arma hacia sí mismo.
Miré a mis alrededores. Estalactitas y estalagmitas había en ese lugar.
Debía descansar más de mis movimientos, pues el intenso calor y el aire pesado y apestoso me impedían respirar con normalidad.
Volvió a cargar contra mí. Volví a desviar el ataque que iba en mi dirección, volviendo a tomar un poco de distancia, lanzándome hacia él con mi pie extendido, golpeando su pecho, empujándolo 5 metros hacia atrás, cayendo sobre unos cuerpos.
Volví a lanzarme con mi patada, impactando su arma antes de que se levantara, volviéndolo a arrojar al suelo. Aproveché para salir de aquella caverna y dirigirme de regreso a las cavernas, donde era un poco más fácil respirar.
-No huyas, si lo haces Jashin no querrá tu alma- dijo el fanático, persiguiéndome. Lancé un clon ilusorio hacia él, que lo esperaba nadamás salir de la cámara, y al golpearlo, logré llegar por detrás y darle un Gouken Ryuu en el hombro. Con la mitad de su fuerza al no poder sostener con ambas manos su guadaña, intentó golpearme, pero lo detuve con el kanabo, empujándolo tras el impacto.
Me moví hacia las sombras haciendo que él me siguiera. Lanzó su hoz, pero dio a la nada, quedando atorada en las estalagmitas.
Caminó hacia su arma para desencajarla, cuando llegué y con una patada, lo empujé sobre las estalagmitas, clavándolo en el estómado sobre una. Antes de que se pudiera zafar y pudiera pegarme, con mi kanabo le lancé un golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente.
Agitado, con mi kunai apuñalé sus brazos y piernas, pero tuve que dejarlo allí ya que me comenzaba a marear. La falta de oxígeno y el calor de esa zona eran demasiado, y había estado mucho tiempo ahí.
Comencé a caminar de nuevo hacia la salida, hacia el mar de acero, cuando de nuevo escuché ese grito. Lanzó su hoz hacia mí, y apenas logré bloquearla. Se lanzó de nuevo hacia mí. Canalicé fuerzas de nuevo y con mi kanabo lo golpeé, haciendo que sus brazos se sintieran. Ahora que sus músculos estaban desgarrados y desangrado, sus fuerzas habían disminuído.
Lo sujeté de sus ropas y le dí un cabezazo con mis cuernos, luego, con el gouken ryuu, golpeé su rostro.
-Así, si, así le gustarás más a mi señor- dijo el Jashinista, lamiéndose su propia sangre. Lancé mis Kunai de nuevo, golpeando sus rodillas, haciéndolo tambalearse. Sujeté su hoz mientras él también lo hacía y, aumentando mi fuerza, lo arrojé hacia donde yo habia estado, acercándolo al mar de acero, para con una patada arrojarlo 5 metros hacia atrás.
Por poco resbalaba pero gracias a su hoz logró equilibrarse. Volvimos a chocar armas, intentó girarse, haciéndome a mí hacia el rio de metal fundido, pero canalizando fuerza se lo impedí. Con un gouken ryuu, le di un puñetazo en el estómago, atravesándolo al desgarrar aún más el agujero que le hizo la estalagmita momentos atrás, jalando de regreso sus entrañas, algunas de las cuales cayeron al suelo caliente.
Quedó desprotegido. En ese instante, volví a golpearlo con la patada, empujándolo y haciéndolo caer.
Me retiré de ahí y me senté, tratando de recuperar el aliento. Era difícil y me sentía a desmayar. Sin embargo, un sonido, un choque metálico me indicó que aquel sujeto se había sostenido con su hoz. Estaba colgando a escasos metros del rio de metal, sin embargo, el calor hizo que sus ropas se incendiaran y, poco después, sus carnes entraran en ignición. Sólo su mano carbonizada quedó sostenida de la guadaña, mientras el resto de su cuerpo, calcinado, cayó al metal fundido.
Finalmente, salí de ahí y me apresuré a dejar el abismo ardiente, regresando a la zona de trabajadores, sintiendo mi aliento regresar un poco más. Saldría de esa zona hasta sus afueras, en la zona inferior, en donde ya podía respirar con normalidad y el calor era menos intenso.
-Un jashinista- dije mientras me secaba el sudor y recuperaba el aliento, alertando a los oficiales que se acercaron a verme. Con preocupación en sus miradas, me condujeron a recibir atención médica y a dar declaración de lo que había sucedido.