El hombre se dirigió a Kaito con una claridad extrema al presentarse como miembro de una organización, Ichigan, al parecer. Aunque el nombre no le resultaba familiar, estaba seguro de haber visto alguna vez el símbolo de un ojo entre los documentos de Akami sensei, los propósitos de esta entidad despertaron un interés particular en Kaito. Aunque no se consideraba especialmente preocupado por la búsqueda de la paz o por juzgar a otros, la razón para estar allí estaba clara, y el hombre llamado Izuku representaba el camino hacia una nueva dimensión en su poder.
-Sí, Izuki, me darás el mismo poder que a Akami sensei-, respondió Kaito con cierta sorpresa. No esperaba acercarse tan rápidamente a las esferas de poder de su sensei, y este hombre, que irradiaba una presencia titánica, también parecía llevar la marca de un poder desconocido en su cuello, así que definitivamente era algo de temer.
-Haré lo que sea necesario y aceptaré cualquier término que implique permitirme acceder a ese poder-, afirmó Kaito con determinación, descubriendo su hombro izquierdo mientras se acercaba a la mano extendida de Izuku.
-Si este sello es de tal magnitud, confío en que podremos llevar la organización a nuevos niveles-.
Tan pronto como Izuku colocó la mano sobre el hombro de Kaito, la expresión tranquila del marionetista cambió drásticamente. La mano de Izuku pesaba sobre el hombro de Kaito, y lo que inicialmente parecía ser un camino hacia poderes sin precedentes se transformó en una experiencia de agonía insoportable. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kaito cuando la leve molestia inicial se intensificó, transformándose en una sensación abrasadora que se infiltró en cada fibra de su ser. El rostro del marionetista, que una vez reflejaba determinación, ahora estaba retorcido por el sufrimiento que se intensificaba con cada instante.
La atmósfera a su alrededor se volvió densa, como si estuviera inmerso en una neblina oscura y opresiva. Kaito luchaba por mantener la compostura, pero la presión del dolor se volvía cada vez más insoportable. Cada músculo, cada nervio, parecía estar sometido a una tortura silenciosa, y la resistencia del marionetista se desmoronaba poco a poco.
El tiempo se convirtió en una eternidad para Kaito mientras su cuerpo y mente se veían sometidos a un sufrimiento inimaginable. La visión se volvía borrosa, y el sonido de su propio jadeo resonaba en sus oídos, como un eco constante de su dolor. Cada segundo se estiraba hasta la última gota, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para prolongar la tortura.
La mano de Izuku, se convirtió en un ancla de sufrimiento. Kaito, quien había aceptado cualquier término para acceder a ese poder, se encontraba ahora atrapado en una vorágine de dolor sin salida aparente. La voluntad que había exhibido inicialmente se debilitaba, y la esperanza de llevar la organización a nuevos niveles se desvanecía en la oscuridad de su tormento.
El sudor perlaba la frente de Kaito, su cuerpo temblaba involuntariamente ante la intensidad del tormento que lo envolvía. Cada músculo parecía estar siendo sometido a una prueba extenuante, y la fuerza vital del marionetista se deslizaba lentamente de sus manos. El aire mismo parecía cargado de electricidad, una sensación pesada que aumentaba la claustrofobia de su sufrimiento.
El tiempo perdía su significado mientras Kaito luchaba contra el dolor, y cada intento de resistencia se encontraba con una oleada implacable de sufrimiento. Los recuerdos de sus marionetas, de los momentos de gloria en la arena, se desvanecían ante la urgencia de encontrar una salida a esta pesadilla. La voluntad de Kaito, una vez firme, se desmoronaba en la vorágine de su propio tormento.
En el hombro izquierdo de Kaito, la marca del sello resplandecía ominosamente, como una prueba constante de su compromiso. Izuku, el artífice de este tormento, observaba impasible, sin revelar si este sufrimiento era una prueba temporal o una condena perpetua. La ambigüedad de la situación solo alimentaba la desesperación de Kaito, quien luchaba por encontrar una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
Las lágrimas se mezclaban con el sudor en el rostro de Kaito, marcando senderos salinos por su piel. Cada parpadeo era una lucha para mantenerse consciente, cada aliento era un recordatorio punzante de la realidad brutal que enfrentaba. El Coliseo, testigo mudo de la tragedia, parecía cernirse sobre Kaito con una presencia sombría y opresiva.
Las marionetas de Kaito, una vez manifestaciones de su creatividad y habilidad, yacían en silencio en la periferia de su conciencia, como espectadores impotentes de la agonía de su creador. El sonido de sus mecanismos, que solían ser una sinfonía de movimientos coordinados, estaba apagado, ahogado por la cacofonía del sufrimiento que llenaba el espacio vacío del coliseo.
La realidad se desdibujaba para Kaito, fusionándose con las sombras de su tormento. La línea entre el tiempo y la eternidad se desvanecía mientras el marionetista se sumía en la espiral interminable de su propio dolor. La promesa de poder, una vez tan tentadora, se volvía cada vez más borrosa, eclipsada por la cruel realidad de su sufrimiento interminable.
La oscuridad se cernía sobre Kaito como un manto, y la única luz que podía vislumbrar en su desesperación era la esperanza de que este tormento eventualmente cediera. Mientras la agonía persistía, Kaito se aferraba a la idea de que, de alguna manera, encontraría la fuerza para resistir, superar y renacer de las cenizas de su propio sufrimiento.
En medio de la espiral interminable de su propio dolor, Kaito se aferraba a la esperanza como un náufrago a un frágil trozo de madera en medio de un océano tormentoso. Cada segundo de agonía se convertía en una prueba de resistencia, pero en algún rincón de su ser, una chispa de determinación se mantenía encendida.
Los minutos eternos transcurrieron como horas en la oscura nebulosa de su tormento, pero, casi de manera imperceptible, el dolor comenzó a fluctuar. En lugar de la intensidad implacable que lo había abrumado, una suerte de armonía dolorosa comenzó a emerger. Los sellos de la marca maldita, que una vez solo adornaban su hombro, se extendieron como enredaderas oscuras, abarcando todo su cuerpo en intrincados tatuajes. La luz intermitente de la marca creaba patrones siniestros sobre su piel, revelando la fusión entre la maldición y el nuevo poder que yacía en su interior.
Un suspiro, profundo y tembloroso, escapó de los labios de Kaito. Sus ojos, que antes reflejaban la desesperación, ahora brillaban con una intensidad renovada. El sufrimiento que había sido su cárcel se convirtió en el catalizador de su transformación. La marca maldita, lejos de ser solo una carga, se reveló como un catalizador para un poder desconocido y formidable.
El brillo de los sellos de la marca maldita se atenuó gradualmente, pero el poder que había despertado en Kaito permanecía palpable en el aire. Las cicatrices de su sufrimiento se transformaron en símbolos de fortaleza, y el marionetista, que había estado al borde de la rendición, se erigía ahora como una amalgama de sufrimiento superado y nuevo poder abrazado.
El silencio se puso de nuevo en pie un silencio que resonaba con la trascendencia de lo que acababa de ocurrir. Izuku, el hombre que había desencadenado este dolor, observaba con una expresión impasible. La ambigüedad de sus intenciones se mantenía, pero la transformación de Kaito era innegable.
Con una inclinación respetuosa, Kaito dirigió su mirada a Izuku.
-Agradezco el poder que me has otorgado-, dijo con una voz que resonaba con una nueva autoridad. La gratitud de Kaito, aunque sincera, estaba envuelta en la complejidad de la experiencia vivida.