Kano se adentró en el oscuro y misterioso templo que los miembros de su clan habían erigido en lo profundo de Kirigakure. La arquitectura era un reflejo de la devoción que sentían hacia el Rey Pesadilla, el demonio que les otorgaba su máximo poder. Las paredes estaban adornadas con símbolos antiguos y grabados enigmáticos, creando una atmósfera cargada de espiritualidad y misticismo.
A medida que avanzaba por el interior del templo, una mezcla de emociones lo envolvía. Sus pensamientos se dirigían hacia Jashin, el dios que también era centro de su fe, pero que lo había llevado por un camino oscuro y sangriento. Recordaba las palabras que le habían sido susurradas al corazón, el llamado de un destino que le exigía derramar sangre en su nombre.
Sus pasos resonaban en el suelo de piedra mientras avanzaba hacia el corazón del templo. Aquel lugar le recordaba la dualidad de su existencia: por un lado, su devoción al Rey Pesadilla, y por otro, su adoración a Jashin, el dios que le había otorgado la inmortalidad y lo había sumido en un torbellino de convicciones retorcidas.
La imagen de su abuelo apareció fugazmente en su mente, un recuerdo amargo que lo atormentaba. Había sido un acto necesario, eso le decía Jashin. El viejo había sido un obstáculo en su camino hacia la verdadera comprensión del poder, y Kano había sido la mano que había llevado a cabo el juicio final.
Finalmente, llegó al corazón del templo, donde una imponente estatua del Rey Pesadilla se alzaba en todo su esplendor. Kano se detuvo frente a ella, sintiendo la oscuridad que emanaba de la figura y el poder que le ofrecía. Sus ojos reflejaban una mezcla de devoción y duda, un conflicto interno que lo consumía.
El eco de sus pensamientos resonaba en el silencio del templo, mientras Kano sopesaba el significado de su fe. La sombra de Jashin se cernía sobre él, recordándole su compromiso con la sangre y el sacrificio.
Permaneció allí, ante la estatua del demonio. En ese momento, Kano se dio cuenta de que su camino no estaba claro, que su lealtad estaba dividida entre dos fuerzas oscuras y poderosas. El templo parecía un reflejo de su propia lucha interna, y su futuro estaba enredado en esa dualidad.
A medida que avanzaba por el interior del templo, una mezcla de emociones lo envolvía. Sus pensamientos se dirigían hacia Jashin, el dios que también era centro de su fe, pero que lo había llevado por un camino oscuro y sangriento. Recordaba las palabras que le habían sido susurradas al corazón, el llamado de un destino que le exigía derramar sangre en su nombre.
Sus pasos resonaban en el suelo de piedra mientras avanzaba hacia el corazón del templo. Aquel lugar le recordaba la dualidad de su existencia: por un lado, su devoción al Rey Pesadilla, y por otro, su adoración a Jashin, el dios que le había otorgado la inmortalidad y lo había sumido en un torbellino de convicciones retorcidas.
La imagen de su abuelo apareció fugazmente en su mente, un recuerdo amargo que lo atormentaba. Había sido un acto necesario, eso le decía Jashin. El viejo había sido un obstáculo en su camino hacia la verdadera comprensión del poder, y Kano había sido la mano que había llevado a cabo el juicio final.
Finalmente, llegó al corazón del templo, donde una imponente estatua del Rey Pesadilla se alzaba en todo su esplendor. Kano se detuvo frente a ella, sintiendo la oscuridad que emanaba de la figura y el poder que le ofrecía. Sus ojos reflejaban una mezcla de devoción y duda, un conflicto interno que lo consumía.
El eco de sus pensamientos resonaba en el silencio del templo, mientras Kano sopesaba el significado de su fe. La sombra de Jashin se cernía sobre él, recordándole su compromiso con la sangre y el sacrificio.
Permaneció allí, ante la estatua del demonio. En ese momento, Kano se dio cuenta de que su camino no estaba claro, que su lealtad estaba dividida entre dos fuerzas oscuras y poderosas. El templo parecía un reflejo de su propia lucha interna, y su futuro estaba enredado en esa dualidad.