Cautiverio
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En algún momento del pasado.

Desperté. La iluminación era escasa - ¡Tsk! - tan solo el mero hecho de intentar pensar me provocaba una fuerte punzada de dolor. Toda mi cabeza retumbaba, como si el cerebro tuviera latido propio y tratara de hacer estallar el cráneo - ¡Ouch! - el brazo derecho y la pierna izquierda no parecían estar en mejor estado, pues al intentar moverlos habían enviado una intenso impulso de dolor que reverberaba ahora de manera constante. Traté de mover el resto de estremidades y si bien no dolían intensamente, sí parecían estar entumecidas.

Recorrí la zona con la mirada, moviendo únicamente los ojos y ligeramente el cuello para evitar sentir más dolor. Ignoraba si también tenía las cervicales heridas, pero por el momento ya tenía suficientes descubrimientos como para pasarme de explorador y temerario. Sentí la humedad, al menos eso me reconfortaba, aunque dudaba que para mi estado fuera lo mejor. También hacía algo de fresco. En una de las paredes había un pequeño agujero con barrotes que impedía todo intento de fuga. Claro que para ello antes uno debía caber por el hueco y no era mi caso. Todo el lugar parecía estar hecho de piedra. Al centrarme en mi alrededor, sentí una círcuferencia fría en la pierna derecha. Traté de moverla ligeramente y esta vez escuché el sonido metálico de la cadena chocar contra la piedra. Estaba encadenado. Estaba en mi celda.
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Abrí los ojos en la más completa de las oscuridades. Me llevé las manos a los ojos para tratar de averiguar si tenía alguna venta que me impidiera ver, sin embargo mis dedos tan solo consiguieron hacer contacto con los párpados. No había nada. Debía ser, pues, noche cerrada o hallarme en alguna lugar sin ventanas, ni iluminación. Mi respiración reverberaba por la zona como único sonido. El silencio reinante dolía a los oídos. ¿Se trataba de algún genjutsu? No. La razón desmentía lo que la esperanza gritaba. Estaba en algún lugar, seguramente bajo tierra a bastante profundidad, aislado. Dejado a mi completa soledad – Bueno, al menos no todo es malo – pensé serándome poco a poco.


¿Cuánto tiempo llevaba allí? Lo ignoraba. Para tratar de mantener la cordura comencé a contar, sin embargo pronto cedí ante tal empeño pues comprendí que de nada servía. El tiempo hacía mucho que había dejado de ser una realidad para convertirse en un mito. ¿Había muerto y lo que ahora sentía era lo que llamaban eternidad? Nada cambiaba, todo era inmutable y estable con la única salvedad de mi respiración y mis pensamientos que a veces se agitaban tratando de recordar el pasado y adivinar, sin éxito, qué era real y qué inventado. A veces simplemente se abandonaban al entorno y se fundían con la completa oscuridad y el doloros silencio. Cerré los ojos de nuevo y me dormí.
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