— No sucederá de nuevo, Shokan — afirmó Isshimaru. Shokan, por su parte, asintió y se abrió paso a través de las puertas de la arena de combate que había reservado con poca anterioridad. — No es mi culpa que me debas favores tan importantes — espetó con sarcasmo el Sin Clan. Isshimaru, simplemente negó y sonrió mientras se alejaba rápidamente de la zona.
Isshimaru era un Jounin de antaño. Había pertenecido al imperio durante mucho más tiempo que Shokan e incluso tenía relatos de los años antes del imperio; era todo un vejestorio. Ahora solo se dedicaba a la formación e inculcar a los jóvenes bajo el yugo del imperio, un trabajo no muy respetable, pero menos sucio que otras muchas labores que el imperio podría designarle a un Shinobi.
En la recepción del centro de entrenamiento Imperial, Horaime encontraría a una joven de cabello rubio bastante llamativa. Ella se encargaría de darle la información sobre el punto de encuentro con su nuevo maestro, Shokan...
La arena de combate era bastante sencilla. Poseía un piso de hormigón blanco y estaba separada de unas pequeñas tribunas de dos niveles, lo suficiente como para un combate de exhibición con lo justo y necesario. La arena medía alrededor de 50 metros de largo y 30 de ancho. En la parte superior no había nada, solo un techo abierto que permitía que la tenue luz del sol entrara. A los costados de dicho techo había cableado dirigido a los aparatos de iluminación que mantenían la zona iluminada.
El joven Jounin se sentó en el centro de la arena para meditar, buscando disfrutar del ensordecedor silencio que lo rodeaba. Aún faltaba casi una hora y media para el encuentro con su alumno, así que aprovechaba de manera saludable y productiva el tiempo. Shokan tenía ciertas dudas sobre si el joven Horaime asistiría puntualmente, pero no por algo en particular, simplemente era lo que había aprendido de la naturaleza humana a lo largo de sus años de vida, ya que rara vez las personas llegaban a tiempo.