Iroh de semblante calmó se encontraba en el templo del centro de la hoja, el aroma del incienso llenando el aire mientras meditaba en silencio. La calma de la noche era aparente y una vibración extraña de transmitía a través de la energía natural hacia el anciano. Antes de entender la naturaleza de aquella extraña sensación, la calma del anciano se vio interrumpida por un destello rojo y abrasador que desgarró el cielo. Abrió los ojos lentamente, sintiendo en lo profundo de su ser que algo monumental estaba a punto de suceder.
El destello rojo se intensificó, bañando el mundo en una luz cegadora. Afuera, el caos reinaba: la gente gritaba y corría, presa del pánico. Pero Iroh, con su característico semblante sereno, se mantenía firme. Salió al exterior, donde varias personas habían buscado refugio en el templo, sus rostros llenos de terror.
Iroh se acercó a ellos con calma, sus palabras suaves pero llenas de autoridad.
—“No teman, amigos míos,”— dijo, su voz un bálsamo en medio del tumulto. —“La muerte es solo una transición, un paso hacia lo desconocido. No estamos solos en esto.”
Un pequeño grupo fueron aquellos inundados por la desesperación quienes se acercaron al viejo ninja, Iroh los rodeó con sus brazos, ofreciendo consuelo y paz. Mientras el destello rojo se intensificaba, su luz envolviendo todo a su paso, Iroh continuó hablando, guiando a aquellos a su alrededor hacia un estado de aceptación y serenidad.
—“Recordemos nuestros momentos de felicidad, nuestros logros y las personas que amamos. Este no es el final, sino un nuevo comienzo en un ciclo infinito.”
El destello rojo desde el horizonte infinito se volvió todo abarcador, desintegrando todo lo que tocaba. Iroh cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la energía abrazarlo. Sus últimas palabras resonaron en el aire:
—"Vivimos con propósito, y ahora, nos uniremos a la vasta red del universo. Que nuestras almas encuentren paz en el próximo viaje.”
Con esa última exhalación, el destello consumió a Iroh y a los demás a su alrededor. Sus cuerpos se disolvieron en la luz, pero sus esencias, sus recuerdos y su paz interior perduraron más allá del entendimiento mortal.
El destello rojo desapareció, llevándose consigo a millones de almas, incluyendo a Iroh. La serenidad con la que enfrentó el fin se convirtió en un faro de esperanza y consuelo para aquellos que habían tenido la fortuna de estar a su lado en sus últimos momentos.
Iroh, en su calma y sabiduría, había aceptado su destino, dejando una marca indeleble en el ciclo eterno de la creación y la disolución.
El destello rojo se intensificó, bañando el mundo en una luz cegadora. Afuera, el caos reinaba: la gente gritaba y corría, presa del pánico. Pero Iroh, con su característico semblante sereno, se mantenía firme. Salió al exterior, donde varias personas habían buscado refugio en el templo, sus rostros llenos de terror.
Iroh se acercó a ellos con calma, sus palabras suaves pero llenas de autoridad.
—“No teman, amigos míos,”— dijo, su voz un bálsamo en medio del tumulto. —“La muerte es solo una transición, un paso hacia lo desconocido. No estamos solos en esto.”
Un pequeño grupo fueron aquellos inundados por la desesperación quienes se acercaron al viejo ninja, Iroh los rodeó con sus brazos, ofreciendo consuelo y paz. Mientras el destello rojo se intensificaba, su luz envolviendo todo a su paso, Iroh continuó hablando, guiando a aquellos a su alrededor hacia un estado de aceptación y serenidad.
—“Recordemos nuestros momentos de felicidad, nuestros logros y las personas que amamos. Este no es el final, sino un nuevo comienzo en un ciclo infinito.”
El destello rojo desde el horizonte infinito se volvió todo abarcador, desintegrando todo lo que tocaba. Iroh cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la energía abrazarlo. Sus últimas palabras resonaron en el aire:
—"Vivimos con propósito, y ahora, nos uniremos a la vasta red del universo. Que nuestras almas encuentren paz en el próximo viaje.”
Con esa última exhalación, el destello consumió a Iroh y a los demás a su alrededor. Sus cuerpos se disolvieron en la luz, pero sus esencias, sus recuerdos y su paz interior perduraron más allá del entendimiento mortal.
El destello rojo desapareció, llevándose consigo a millones de almas, incluyendo a Iroh. La serenidad con la que enfrentó el fin se convirtió en un faro de esperanza y consuelo para aquellos que habían tenido la fortuna de estar a su lado en sus últimos momentos.
Iroh, en su calma y sabiduría, había aceptado su destino, dejando una marca indeleble en el ciclo eterno de la creación y la disolución.