Cuatro días le tomó su viaje. Había sido sabio invertir en transporte aunque vaya que dolía. Aprovechó las paradas ocasionales que hacía la caravana para enviar algunos de sus apuntes hacia la biblioteca/laboratorio que hace ya mucho tiempo fue su hogar, Pueblo Ryuushi. Con tanta afinación a sus estudios, ese lugar se había convertido en el centro de todo progreso investigativo. Ahí guardaban copias de sus manuscritos y todos los documentos que Kyoshiro había enviado desde hacía casi un lustro. En fin, cuatro días de viaje y finalmente se hizo paso dentro de la segunda ciudad más importante del País de la Tierra. A lo lejos visualizó un castillo en lo alto. Pero el castillo no era su destino.
Kyoshiro buscaba información. Hace meses, cuando aún vivía en Amegakure a la espera del cadáver, le habían llegado noticias de un niño nacido de padres que no manejaban chakra o eran ignorantes a su manejo. Este niño, desde el día de su nacimiento, movía piedras a su alrededor de manera subconsciente. ¿Acaso otro indicio de la manipulación de realidad subconsciente? Ya sospechaba desde varios experimentos, incluido el más reciente, que el siguiente paso de la evolución humana yacía en el uso de chakra pasiva. Así como los riñones producen orina para purificar el cuerpo, el páncreas produce los jugos pancreáticos que contienen enzimas que ayudan a la digestión, o el corazón bombea la sangre hacia el resto del cuerpo, todo esto ocurre sin pensarlo, de manera pasiva. Así planteaba Kyoshiro que sería el siguiente paso de la evolución humana con el chakra. ¿Le aferraba? No. ¿Le generaba celos? Tampoco. Lo único que quería era estudio, y su interés científico le hizo poner este como su siguiente destino.
Eran las 9 de la mañana cuando Kyoshiro entraba a Ciudad Io. Se había bajado de la caravana unas dos horas antes de llegar. No le gustaba que le vieran llegar con un grupo de gente. No era algo de su plan, solo no le gustaba. El último trecho del camino lo hizo a pie. En su mano derecha llevaba un maletín tipo portafolio. Sobre su hombro izquierdo, un saco con algunas de sus pertenencias y equipo de viaje. Durante el viaje logró ganar unas monedas en juegos de azar y reparando unos zapatos y vestidos de sus acompañantes, ya que algo de calzado y costura sabía. Con esas monedas pudo pagar solo una semana en el motel a trescientos metros de la entrada. Esta debía ser una investigación rápida. De todas maneras no pensaba concluir nada aún. Si de analogías se tratara, esta era apenas la semilla que fuera a sembrar. Aún faltaba mucho para cosechar.
Se acomodó en su recinto. Preparó su cama y dejó sus pertenencias siempre listas en caso de tener que huir. Nunca había tenido que hacerlo a prisa, pero no por eso estaba desprevenido. Sacó su diario y trazó su plan nuevamente; la logística no podía fallarle. Al acabar su experimento acá, iría al norte a Nueva Iwa y luego más al norte a la costa, donde tomaría algún navío al este. Por la naturaleza de Nueva Iwa y su condición como aldea militar, sabía que no podía llamar la atención ahora en Ciudad Io o su seguridad y libertad de viaje por estas zonas del oeste se verían afectadas por meses o incluso más.
Kyoshiro salió de su habitación unas tres horas después. Llevaba armamento como lo llevarían los militares: una bolsa con shurikens y kunais, otra más con bombas de humo e hilo. No esperaba usarlas, pero sabía que siempre había que estar listo. Dejó instrucciones en la posada de que no regresaría sino hasta el anochecer o la mañana siguiente. Y así comenzó. Caminó por las calles de la ciudad en lo que la mañana llegaba su actividad más alta del jueves. Caminó preguntando disimuladamente de vez en cuando por aquel niño mágico que nació hace unos meses. Observaba a la gente, escuchaba fragmentos de conversaciones y prestaba atención a cada pequeño detalle que pudiera ofrecerle una pista. La ciudad, con su bullicio comercial y sus habitantes ocupados, escondía muchos secretos, y Kyoshiro estaba decidido a desenterrar el que más le interesaba.