El camino hacia el País del Fuego había sido poco acontecido, quitando de lado los hechos que ocurrieron con una compañera de Deikum, no fue muy difícil de esquivar cualquier pelea o encuentro incómodo que se pudiese presentar en su camino. Ya para este momento, sus ideales estaban marcados y su ambición había crecido y se había asentado en la idea de crear su propio grupo, mejor dicho, su propia nación, una capaz de rivalizar contra cualquier bando y posiblemente salir victoriosa.
Su primer objetivo sería visitar las aldeas y ver el estado de cada una de ellas, así como ver el estado del terreno alrededor de ellas, no quería hacer su base cerca de enemigos fuertes, pero si la competencia no era mucha, no temería en quitarle el poder, ya fuese al imperio o los rebeldes. Por esto, su primera parada debía ser Konoha, aldea popular en el pasado, no la había visitado antes, por lo que no sabía exactamente qué esperar para cuando llegase.
Pero primero, debía hacer una pequeña parada por provisiones, comida, medicina, ropa incluso y más importante aún, armamento; en especial algo que lo ayudase a enmascarar el fuerte olor de sus venenos predilectos para el uso de sus marionetas, mismas que sin duda empezaría a usar con mucha más regularidad que de costumbre.
Por ello se detuvo en una especie de pequeño poblado, lejos de Konoha, lo suficiente como para no entrar en ansiedad de ser descubierto -a pesar de no haber hecho nada malo aún-, allí, encontraría a simple vista varios establecimientos que servirían para cumplir sus necesidades e incluso uno en particular que lo ayudaría con su objetivo especial.
Se trataba de nada más y nada menos que de una floristería, la cual con un poco de suerte tendría el producto que necesitaba, una flor capaz de volverse el bloqueo del olor particular de sus confecciones mortales.
Dio un paso dentro entonces, observando alrededor y de una vez presentándose ante cualquiera que lo pudiese ayudar. — Buen día, soy un viajero, estoy buscando algo en especifico, ¿me podrían ayudar?