Pisadas sin cesar, un hombre de tarje y sombrero blanco con rapidez avanzaba a través de semejante desierto de tan terroríficas dunas. Sus pisadas parecían estar en un limbo, algunas se hundían, otras apenas hacían contacto, y aquello era resultado de su paso acelerado pero sin ritmo alguno que seguir. Destino parecía no tener, pero en realidad estaba bien encaminado porque tanto su destino como la forma correcta de llegar a él sabía, o al menos eso parecía. Un negocio, qué más, aquel era el lugar que con deseo esperaba alcanzar en menos tiempo del requerido, eso pensaba con seguridad, una seguridad proveniente de la misma nada.
-No te conozco, tenemos tiempo demás. Sería el que menos se desespera el tú, no el yo. ¿Razón de semejante comportamiento? Responde.-
Cabeza mal nacida, de vientre maldecido, de madre con dientes podridos y ojos desviados, con sangre como saliva, y con saliva como lágrimas. Aquella bestia de horror indescriptible se hizo presente mostrando su cabeza por un lugar indebido; el hombro del de blanco ya no era hombro, y su cabeza no correspondía al lugar correcto por inclinarse levemente para darle lugar a un ser con un conjunto de insultos más que listos para ser lanzados de inmediato, de boca a oído, a un oído cercano.
También empezó a escupir, rogando por ser escuchado, desesperado por una respuesta cuando ni tiempo suficiente avanzó en término de segundos para tal pregunta ser pensada. Y allí estaba el de sombrero blanco, procesando en sus pensamientos, no primero la respuesta a dar, sino el cómo se sentiría morir solo y no acompañado.
-Quisiera estar solo por una vez. Es irónico que recuerde que tan seguido apareces a pesar de no recordar cada una de tus preguntas y ocurrencias en los momentos menos oportunos. Es increíble también cómo me descarrilas de mi actitud, de mi pensar, de cómo actúo normalmente para...-
-¡LOS CARRUAJES TIENEN RUEDAS! Deberías de haber pensado mejor, deberías haber comprado uno para atravesar semejante camino. No soy el tú que soluciona los problemas de tú, pero parece que a veces olvidas tu papel, y he yo de hacer el tú de tu.-
Había sido rápidamente interrumpido, con un comentario que no buscaba analizar la profundidad de sus problemas emocionales ni de memoria, sino buscando la solución a un problema que ya no tenía solución alguna. Era demasiado tarde como para volver a algún pueblo o ruta por el camino en busca de un comercio inmediato; pero no se trataba del dinero, había algo más, algo que no recordaba o que aquel ser incesante en sus acciones no quería que recordara. Sin embargo, esa era una gran pregunta,¿Por qué correr, ¿Por qué gastar energía que mejor se apreciaría gastada de manera tranquila y leve, en forma de caminata larga pero sostenible? Fue ahí donde de repente la duda se hizo clara en la cabeza del de sombrero blanco y se detuvo por un momento, sin entender el por qué de su correr, el por qué de la discusión en donde claramente perdía y su razonamiento, sea el que sea, lógica no tendría.
La cabeza del deforme se hizo hacia dentro, no sin dejar un rastro de saliva primero sobre el hombro del hombre cuyas ideas estaban descolocadas.
Verdad era que tarde no podía llegar, temprano no era tan necesario, y a tiempo incluso a ritmo lento y con pies fríos, sería la más óptima de las opciones. Qué era aquello que lo aquejaba tanto para causarle la necesidad de correr, parecía que sólo la bestia de las bestias, el demonio traído desde el infierno a hacer presencia en la tierra, el carcomido, el caníbal que por fantasía se convierte solo en un mutilado, el demente, el loco; sólo el deforme parecía saber el sentido de semejante desesperación, y en absoluto no pensaba contarle ni por asomo, ni bajo amenaza, al de blanco.
-Otra vez...Algo hiciste. Otra vez jugaste.
Más que nunca me pregunto ¿Qué se sentirá sentirse solo? Ya olvidé.-
Detuvo su andar, suspiró, limpió la saliva de su hombro y retomó el paso una vez más; calmado, tranquilo, sin apuro, destino al destino que sea que tenía que llegar, llegaría.