privado con Ren (filosofía y algo mas)
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El sol de primavera se filtraba entre las copas de los árboles, creando un juego de luces y sombras sobre el camino de tierra que serpenteaba por el bosque de cerezos. El aire estaba impregnado del dulce aroma de las flores en plena floración, un perfume embriagador que invitaba a la contemplación y la reflexión.
Con mis 1,70 metros de altura y mi complexión atlética esculpida por años de entrenamiento ninja, caminaba por el bosque de cerezos en flor, mi figura contrastando con la delicada belleza del entorno primaveral. Mi cabello negro, largo hasta la cintura, estaba recogido en una coleta impecable, dejando libre mi rostro de facciones definidas y mirada penetrante. Mis ojos, característicos del clan Hyuga, eran de color perla, con un brillo casi sobrenatural que se intensificaba bajo la luz del sol filtrada por las ramas de los cerezos.
Para este paseo por el bosque, había elegido un atuendo tradicional japonés que resaltaba mi identidad como ninja y al mismo tiempo armonizaba con la belleza natural que me rodeaba. Llevaba puesto un jubán azul oscuro con detalles en blanco, una prenda holgada que me permitía moverme con libertad y fluidez. Un hakama negro, ancho y plisado, caía hasta mis tobillos, acentuando mi esbelta figura.
Bajo el jubán, llevaba una camisa blanca de seda, conocida como koshimono, que contrastaba con el azul oscuro del jubán y aportaba un toque de elegancia a mi atuendo. Un obi negro, ancho y ajustado a la cintura, completaba mi vestimenta tradicional, sujetando el hakama y dando forma a mi esbelta silueta.
Mis pies estaban calzados con tabi, calcetines blancos divididos en dos dedos, que me proporcionaban una mayor destreza y agarre en el terreno irregular del bosque. Sobre los tabi, llevaba zori, sandalias tradicionales japonesas de madera, que emitían un suave sonido al rozar contra la tierra.
Completando mi atuendo, portaba una katana, la espada curva característica de los ninjas, enfundada en un saya de madera lacada en negro. La katana colgaba de mi obi en un ángulo diagonal, siempre lista para ser desenvainada en caso de necesidad.
Al caminar por el bosque de cerezos en flor, me sentía como uno más con la naturaleza. Mi atuendo tradicional, en armonía con los colores y las formas del entorno, me convertía en una figura casi etérea, como si me hubiera fusionado con la belleza primaveral que me rodeaba.
Mis movimientos eran precisos y elegantes, cada paso calculado con la precisión de un ninja experimentado. A pesar de mi porte serio y mi mirada penetrante, emanaba una sensación de paz y tranquilidad, como si estuviera en perfecta sintonía con el bosque y sus habitantes.
En ese momento, no era solo un ninja, sino un ser humano conectado con la naturaleza, un espíritu libre que disfrutaba de la belleza efímera de la primavera. El bosque de cerezos en flor era mi escenario, un lugar donde podía dejar de lado las preocupaciones del mundo ninja y simplemente ser yo mismo.
Tras una intensa sesión de meditación en el antiguo templo que se encontraba en el corazón del bosque, salí acompañado de Byaku, mi fiel amigo y compañero de entrenamiento. Ambos caminábamos en silencio, disfrutando de la tranquilidad del bosque y la belleza del paisaje que nos rodeaba.
De pronto, llegué a la orilla de un lago cristalino. Un grupo de peces koi nadaba tranquilamente en sus aguas, sus escamas iridiscentes brillando bajo el sol. Me senté en la orilla, observando a los peces con fascinación.
Byaku, mi gato blanco de ojos azul pálido, se acurrucó a mi lado, ronroneando suavemente. Su presencia me reconfortaba y me invitaba a la reflexión.
"Byaku," pensé en voz alta, "he estado meditando sobre la naturaleza del hombre ideal. ¿Qué opinas tú?".
Byaku levantó la cabeza y me miró con sus ojos inteligentes, como si estuviera buscando las palabras perfectas para responder. Sin embargo, no emitió ningún sonido. En cambio, se limitó a parpadear lentamente, como si estuviera reflexionando sobre mi pregunta.
Comprendí que Byaku no hablaba, pero su silencio era más elocuente que cualquier palabra. En su mirada, podía ver la sabiduría y la comprensión que había adquirido a lo largo de su vida como animal de compañía.
"Algunos pensadores," continué, "dicen que el hombre ideal es aquel que actúa de acuerdo con la razón y la moral. Alguien que siempre busca el bien común y respeta las leyes universales."
Byaku me miró con atención, como si estuviera sopesando mis palabras
"Otros pensadores," añadí, "tienen una visión más individualista. Para ellos, el hombre ideal es aquel que supera sus propios límites y alcanza la plenitud de su potencial, sin importar las normas o las expectativas de la sociedad."
Byaku se acurrucó aún más contra mí, como si me estuviera dando su aprobación.
"¿Y tú, Byaku? ¿Qué piensas? ¿Cómo crees que es el hombre ideal?".
Byaku no respondió con palabras, pero su presencia a mi lado me dio la respuesta que buscaba. En su mirada y en su ronroneo tranquilo, vi la imagen del hombre ideal: alguien que vive en armonía con la naturaleza, que actúa con bondad y compasión, y que persigue sus sueños con determinación y sin miedo.
Me quedé en silencio durante un rato, disfrutando de la compañía de Byaku y de la belleza del bosque que nos rodeaba. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Era hora de regresar al templo.
Sin embargo, no pude resistirme a la tentación de quedarme un poco más. Me levanté y me acerqué a la orilla del lago, lanzando un puñado de semillas de girasol para los peces koi. Los peces se acercaron a la orilla, moviendo sus colas con entusiasmo para comer las semillas.
Observé a los peces con una sonrisa. En su simple acto de comer, vi un reflejo de la belleza y la armonía del universo. Cada pez era una parte perfecta del todo, cumpliendo su papel en la cadena de la vida.
En ese momento, me di cuenta de que el hombre ideal no era un ser perfecto e inalcanzable, sino alguien que aprende a vivir en armonía con la naturaleza y con los demás. Alguien que es capaz de encontrar la belleza en las cosas simples de la vida y que persigue sus sueños con determinación y compasión.
Acaricie a Byaku mientras reflexionaba en esta pequeña epifanía
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