Sí, era posible que me hubiera excedido en mi fervor por la victoria... Pero había venido a este lugar con un propósito claro: perfeccionar mi técnica, y estaba segura de que mi adversario compartía ese mismo objetivo. Después de todo, ¿quién podría asegurar que él no habría hecho lo mismo si las posiciones se hubieran invertido y fuera yo quien yaciera paralizada en el suelo?
Mientras me encontraba en el podio, recibiendo los honores por mi victoria, una pregunta comenzó a martillear mi mente, una duda que se enroscaba en mis pensamientos como una serpiente insistente. '¿Por qué ese idiota cayó en su propio jutsu?' La interrogante giraba en mi cabeza, una y otra vez, sin encontrar reposo. La curiosidad por entender su error, por comprender qué había llevado a mi oponente a un fallo tan crítico, se convirtió en una obsesión que me acompañó mucho después de que los aplausos y felicitaciones se hubieran apagado. Era un enigma que, de alguna manera, sentía que debía desentrañar.
Y así, casi como si fueran movidas por una voluntad propia, mis piernas me guiaron, casi sin darme cuenta, hacia la sección médica de aquel imponente edificio al que habíamos acudido con el firme propósito de poner a prueba nuestras habilidades. Al cruzar el umbral de aquel lugar, me encontré inmersa en un ambiente de urgencia contenida, donde el aire parecía vibrar con la tensión de los recientes acontecimientos. Sin perder un instante, comencé a indagar entre los presentes, preguntando a cada rostro que cruzaba mi camino si tenían alguna noticia sobre el paradero del joven de piel morena, conocido entre nosotros como Zeta el Sucio.
-Disculpe, ¿sabe dónde han llevado al joven del último combate?- Mi voz se elevó, intentando hacerse camino entre el murmullo constante del lugar.
Fue entonces cuando me topé con una mujer de edad avanzada, cuya presencia no parecía corresponder a la de una enfermera o personal médico, sino más bien a alguien del equipo de limpieza, a juzgar por los productos de limpieza que sostenía en sus manos.
-Ah, sí, jovencita. Ese pelao quedó en bastante mal estado, pobre.- Su risa, aunque contenida, era evidente en su expresión, revelando una mezcla de compasión y humor ante la situación. -Sí, sí, sí, creo que después de atenderlo lo llevaron a la habitación 16. Supongo que estará descansando o algo por el estilo.-
Tras escuchar sus indicaciones, le expresé mi gratitud con un gesto de respeto, inclinando levemente mi cabeza en señal de agradecimiento.
-Muchas gracias, señora. No quiero interrumpir más su trabajo.- Me despedí con cortesía y retomé mi camino, siguiendo las instrucciones que me había proporcionado.
Finalmente, mis pasos me condujeron hasta la puerta de la habitación que me había sido indicada. Con un suspiro cargado de incertidumbre, crucé el umbral, y allí, ante mis ojos, yacía el joven con quien había cruzado fuerzas en el combate anterior. A primera vista, parecía que el reposo sería el único remedio necesario para sanar las heridas infligidas por mis dos certeras estocadas de viento.
Con movimientos suaves y silenciosos, me acerqué y tomé asiento en una pequeña silla dispuesta al lado de su cama. Allí, en la penumbra de la habitación apenas iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas, me quedé observándolo, sumida en mis pensamientos. La espera por su despertar se convirtió en un momento de introspección, en el que la fatiga de la batalla y la tensión acumulada comenzaron a hacer mella en mí.
Sin darme cuenta, el cansancio que había estado ignorando se apoderó de mi cuerpo y mente. Me rendí ante el sueño, dejándome llevar por la tranquilidad del momento.