Una figura con la cabeza completamente cubierta en un keffiyeh, o mascada árabe, completamente blanca y vestido con ropajes blancos del desierto, amplios y frescos, se asomaba en la entrada de la ciudad en ruinas.
Entre un tumulto de mercaderes ambulante, aquel sujeto con lentes negros de aviador se adentraba, moviendo su lengua serpentina por debajo de su ropa. Sus sensores térmicos indicaban una gran masa de gente a su alrededor, y los olores no detectaban nada fuera de lo común, salvo sus intensas fragancias que usaban debido a la falta de agua para bañarse.
Tras los lentes que ocultarían mis ojos, vería aquellos sujetos armados en las calles y algunos en los techos, armados con ballestas y espadas, pero ninguno mostraba habilidades extraordinarias que les pudieran delatar como usuarios de chakra.
Grupos de gente protegiendo a algún pez gordo en el centro, y gente sospechosa con miradas juzgantes y agudas, daban la impresión de que siempre estaba siendo vigilado. La ciudad tenía ojos, y si alguien hacía algo fuera de lo normal, sería rápidamente identificado y neutralizado.
Me pasaría por un negocio, bajo una tienda común hecha con telas, para comprar agua.
-¿Alguna noticia local?- le preguntaría al vendedor.
-¿Que quieres saber? En la ciudad suceden muchas cosas- me respondió.
-Veo que hay mucha vigilancia, ¿algo ha sucedido?- le respondí.
-En una ciudad donde la mafia gobierna y los enemigos abundan, los ojos nunca sobran. La mayoría sólo trabajamos y les pagamos impuestos, no nos metemos con nadie- respondió el vendedor, entregándome un par de botellas de agua que le había comprado.
Tras verlo unos momentos, observando sus ojos, le realicé la pregunta.
-¿Hay ninjas aquí?- le cuestioné.
El vendedor nunca supo porqué, o cómo, pero sus labios hablaron sin que siquiera pensara.
-Los hay, en todas partes, pero no podrías verlos- dijo el tendero.
Entre un tumulto de mercaderes ambulante, aquel sujeto con lentes negros de aviador se adentraba, moviendo su lengua serpentina por debajo de su ropa. Sus sensores térmicos indicaban una gran masa de gente a su alrededor, y los olores no detectaban nada fuera de lo común, salvo sus intensas fragancias que usaban debido a la falta de agua para bañarse.
Tras los lentes que ocultarían mis ojos, vería aquellos sujetos armados en las calles y algunos en los techos, armados con ballestas y espadas, pero ninguno mostraba habilidades extraordinarias que les pudieran delatar como usuarios de chakra.
Grupos de gente protegiendo a algún pez gordo en el centro, y gente sospechosa con miradas juzgantes y agudas, daban la impresión de que siempre estaba siendo vigilado. La ciudad tenía ojos, y si alguien hacía algo fuera de lo normal, sería rápidamente identificado y neutralizado.
Me pasaría por un negocio, bajo una tienda común hecha con telas, para comprar agua.
-¿Alguna noticia local?- le preguntaría al vendedor.
-¿Que quieres saber? En la ciudad suceden muchas cosas- me respondió.
-Veo que hay mucha vigilancia, ¿algo ha sucedido?- le respondí.
-En una ciudad donde la mafia gobierna y los enemigos abundan, los ojos nunca sobran. La mayoría sólo trabajamos y les pagamos impuestos, no nos metemos con nadie- respondió el vendedor, entregándome un par de botellas de agua que le había comprado.
Tras verlo unos momentos, observando sus ojos, le realicé la pregunta.
-¿Hay ninjas aquí?- le cuestioné.
El vendedor nunca supo porqué, o cómo, pero sus labios hablaron sin que siquiera pensara.
-Los hay, en todas partes, pero no podrías verlos- dijo el tendero.