Tenía diez años cuando mis padres partieron en una misión especial, una que los mantendría lejos de mí durante lo que parecía ser un tiempo indefinido. Recuerdo ese día como si fuera ayer; el cielo estaba teñido de tonos dorados del atardecer, el aire tenía una frescura que solía acompañar a las tardes de otoño, y las hojas caídas crujían bajo mis pies mientras caminaba hacia la academia ninja.
Mis padres eran dos figuras imponentes: mi madre, con su cabello oscuro atado en una coleta y sus ojos penetrantes que siempre parecían conocer todos mis secretos; y mi padre, con su complexión robusta y su barba de varios días, siempre sonriendo con calidez y confianza. Ambos llevaban sus típicos atuendos de Jounin, marcados con los símbolos distintivos de Konoha, que ondeaban suavemente con el viento mientras se despedían de mí.
Al entrar en la academia, podía sentir la mezcla de emociones en el aire: la anticipación de los nuevos estudiantes, la seriedad de los instructores y la energía palpable de los compañeros de clase. A medida que avanzaba el día, me costaba concentrarme en mis estudios. Las lecciones sobre técnicas de ninjutsu y las prácticas de combate se mezclaban en mi mente, eclipsadas por la preocupación y el vacío que sentía por la ausencia de mis padres.
En el patio de la academia, me encontré con algunos amigos─. ¿Has escuchado algo de tus padres, Iwao? ─ preguntó Hiroshi, con una mirada preocupada. Negué con la cabeza, intentando mantener mi compostura─. Todavía no, pero seguro que están bien ─ respondí, aunque en mi interior las dudas y temores comenzaban a surgir.
Mientras el día se desvanecía en un manto de sombras, una sensación abrumadora de soledad comenzó a envolverme. El bullicio de la academia, que normalmente me rodeaba, se desvaneció en un murmullo lejano. Las risas y las conversaciones alegres de mis compañeros parecían distantes, como si estuvieran ocurriendo en un mundo completamente diferente al mío. Cada risa, cada comentario, cada gesto amistoso me recordaba lo mucho que echaba de menos la presencia y el apoyo de mis padres.
Me aparté del grupo, buscando un rincón tranquilo donde pudiera estar a solas con mis pensamientos. Me senté en el suelo, apoyando mi espalda contra una pared fresca, y dirigí mi mirada hacia el horizonte. Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno, cada una de ellas parecía un recordatorio de los momentos compartidos con mis padres bajo ese mismo cielo. Me preguntaba cuándo volvería a ver sus rostros, cuándo volvería a sentir el calor de sus abrazos, y si alguna vez regresarían de esa misión misteriosa y prolongada.
Más tarde, esa misma noche, en la tranquilidad de mi habitación, mis ojos se posaron en la bandana de Konoha que solía llevar mi madre. Estaba cuidadosamente doblada sobre mi escritorio, como un tesoro olvidado que esperaba ser descubierto. La tomé entre mis manos, sintiendo su suavidad y notando el ligero aroma a campo y aventuras que aún conservaba. Era un simple trozo de tela, pero para mí representaba mucho más: la fuerza, la valentía y el amor.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras acunaba la bandana contra mi pecho─. Mamá, papá ─ susurré con voz temblorosa, las lágrimas comenzando a empañar mis ojos y a deslizarse por mis mejillas─. Espero que estéis bien, que estéis a salvo en algún lugar lejano, y que volváis pronto a casa, a nuestro hogar en Konoha, donde os espero con todo mi corazón.
Mis padres eran dos figuras imponentes: mi madre, con su cabello oscuro atado en una coleta y sus ojos penetrantes que siempre parecían conocer todos mis secretos; y mi padre, con su complexión robusta y su barba de varios días, siempre sonriendo con calidez y confianza. Ambos llevaban sus típicos atuendos de Jounin, marcados con los símbolos distintivos de Konoha, que ondeaban suavemente con el viento mientras se despedían de mí.
Al entrar en la academia, podía sentir la mezcla de emociones en el aire: la anticipación de los nuevos estudiantes, la seriedad de los instructores y la energía palpable de los compañeros de clase. A medida que avanzaba el día, me costaba concentrarme en mis estudios. Las lecciones sobre técnicas de ninjutsu y las prácticas de combate se mezclaban en mi mente, eclipsadas por la preocupación y el vacío que sentía por la ausencia de mis padres.
En el patio de la academia, me encontré con algunos amigos─. ¿Has escuchado algo de tus padres, Iwao? ─ preguntó Hiroshi, con una mirada preocupada. Negué con la cabeza, intentando mantener mi compostura─. Todavía no, pero seguro que están bien ─ respondí, aunque en mi interior las dudas y temores comenzaban a surgir.
Mientras el día se desvanecía en un manto de sombras, una sensación abrumadora de soledad comenzó a envolverme. El bullicio de la academia, que normalmente me rodeaba, se desvaneció en un murmullo lejano. Las risas y las conversaciones alegres de mis compañeros parecían distantes, como si estuvieran ocurriendo en un mundo completamente diferente al mío. Cada risa, cada comentario, cada gesto amistoso me recordaba lo mucho que echaba de menos la presencia y el apoyo de mis padres.
Me aparté del grupo, buscando un rincón tranquilo donde pudiera estar a solas con mis pensamientos. Me senté en el suelo, apoyando mi espalda contra una pared fresca, y dirigí mi mirada hacia el horizonte. Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno, cada una de ellas parecía un recordatorio de los momentos compartidos con mis padres bajo ese mismo cielo. Me preguntaba cuándo volvería a ver sus rostros, cuándo volvería a sentir el calor de sus abrazos, y si alguna vez regresarían de esa misión misteriosa y prolongada.
Más tarde, esa misma noche, en la tranquilidad de mi habitación, mis ojos se posaron en la bandana de Konoha que solía llevar mi madre. Estaba cuidadosamente doblada sobre mi escritorio, como un tesoro olvidado que esperaba ser descubierto. La tomé entre mis manos, sintiendo su suavidad y notando el ligero aroma a campo y aventuras que aún conservaba. Era un simple trozo de tela, pero para mí representaba mucho más: la fuerza, la valentía y el amor.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras acunaba la bandana contra mi pecho─. Mamá, papá ─ susurré con voz temblorosa, las lágrimas comenzando a empañar mis ojos y a deslizarse por mis mejillas─. Espero que estéis bien, que estéis a salvo en algún lugar lejano, y que volváis pronto a casa, a nuestro hogar en Konoha, donde os espero con todo mi corazón.