La joven kunoichi estaba durmiendo sobre un agradable montón de paja, en un granero que había encontrado con la puerta abierta tras el atracón de ramen del día anterior. Sabía que había lugares para dormir, pero había que pagarlos y, claro, no tenía nada de dinero. Afortunadamente el dueño del granero no apareció hasta la mañana siguiente, y cuando abrió el viejo portón se oyó un crujido terrible que resonó por encima de sus ronquidos, y Rei se incorporó inmediatamente.
Con la ropa y el pelo lleno de briznas amarillas vio al hombre entrar un carro en el interior del granero, y marcharse para volver en un rato. Se había quedado totalmente quieta sentada en la penumbra, con sólo su cabeza y su torso fuera de la nube de mullida paja, así que él no la vio. Ella se desperezó con un tremendo y sonoro bostezo, se estiró un buen rato, y luego salió del montón para dirigirse al exterior. Estaba amaneciendo y todavía no había nadie por la calle.
Rei podía no dedicar mucho tiempo al cuidado personal, pero tampoco era una persona sucia; afortunadamente, había unas escaleras estrechas hasta un canal bajando desde la entrada al granero. Oyó cómo el señor volvía al otro lado de la esquina, así que bajó por ella tareando una canción alegre y despejándose completamente. Desapareció antes de que el hombre volviera a meterse en el granero y se pusiera a trabajar.
Abajo había una pequeña plataforma junto al agua, con una columna de piedra y un farol apagado; era un sitio tranquilo por el que no pasaba nadie, así que se desvistió, sacudió bien sus ropas viejas y polvorientas, y se metió un rato en el agua para sumergirse y frotarse bien. Luego salió, se puso su kimono y sus shorts y subió las escaleras de nuevo. Se encontró con el señor del granero, que estaba llenando el carro, y lo saludó con una sonrisa; "¿Layudo?". El hombre la miró extrañado, pero aceptó y ella cargó el carro sin aceptar nada a cambio. Al fin y al cabo había dormido allí, aunque él no lo supiera.
Después salió a la calle principal de nuevo, y con los brazos en jarras empezó a buscar a alguien que pudiera ofrecerle trabajo. El día anterior la gente había huido de ella, o le habían ofrecido actividades que no le interesaban. Quizás hoy tuviera más suerte, la avenida empezaba a llenarse de gente.
Con la ropa y el pelo lleno de briznas amarillas vio al hombre entrar un carro en el interior del granero, y marcharse para volver en un rato. Se había quedado totalmente quieta sentada en la penumbra, con sólo su cabeza y su torso fuera de la nube de mullida paja, así que él no la vio. Ella se desperezó con un tremendo y sonoro bostezo, se estiró un buen rato, y luego salió del montón para dirigirse al exterior. Estaba amaneciendo y todavía no había nadie por la calle.
Rei podía no dedicar mucho tiempo al cuidado personal, pero tampoco era una persona sucia; afortunadamente, había unas escaleras estrechas hasta un canal bajando desde la entrada al granero. Oyó cómo el señor volvía al otro lado de la esquina, así que bajó por ella tareando una canción alegre y despejándose completamente. Desapareció antes de que el hombre volviera a meterse en el granero y se pusiera a trabajar.
Abajo había una pequeña plataforma junto al agua, con una columna de piedra y un farol apagado; era un sitio tranquilo por el que no pasaba nadie, así que se desvistió, sacudió bien sus ropas viejas y polvorientas, y se metió un rato en el agua para sumergirse y frotarse bien. Luego salió, se puso su kimono y sus shorts y subió las escaleras de nuevo. Se encontró con el señor del granero, que estaba llenando el carro, y lo saludó con una sonrisa; "¿Layudo?". El hombre la miró extrañado, pero aceptó y ella cargó el carro sin aceptar nada a cambio. Al fin y al cabo había dormido allí, aunque él no lo supiera.
Después salió a la calle principal de nuevo, y con los brazos en jarras empezó a buscar a alguien que pudiera ofrecerle trabajo. El día anterior la gente había huido de ella, o le habían ofrecido actividades que no le interesaban. Quizás hoy tuviera más suerte, la avenida empezaba a llenarse de gente.