3 de Jūichigatsu. Año 14 D.Y.
La rubia, por otro lado, iba sentada en el último carromato. Su transporte no llevaba shinobi a cargo, pues ella parecía hacer ambos trabajos. El de atender a sus heridos y el de proteger la retaguardia de todo el escuadrón. ¿Estaba tan capacitada como para tener tal tarea a cargo? No se sabía, pero ella misma había pedido moverse sola. Pocas veces había entrado a ese país y realmente le parecía complejo que la base a la que se dirigían quedase cerca a la fortaleza Shoseki. Los caminos seguros estaban bien vigilados y los mercenarios, a favor del imperio, estaban al corriente de cada movimiento extraño que se pudiera presentar.
Pese a todo aquello, los vehículos habían podido cumplir a término su misión. Acto seguido, la rubia se despediría dejando su trabajo en manos de los médicos de turno y que pertenecían a aquel grupo de ninjas, no sin antes dejar recomendaciones sobre lo que debían hacer en adelante. Suspiró y se marchó por un estrecho camino que en poco tiempo se convertiría en un frondoso bosque de pinos. Ella, por su parte llevaba su indumentaria y aunque su destino era Konoha, iba cuidadosa de cualquier eventualidad que se le pudiera presentar, nunca se sabía con el imperio los percances que pudieran aparecerse.
Pasaron quizá cuatro o cinco horas, antes de que la rubia, quien vestía una especie de capa café un tanto sucia, se topara con una pequeña aldea. Necesitaba comer y beber un poco agua, la que tenía se había acabado y para ser precisos, el desgaste que le había producido estar todo el tiempo alerta requería ahora de un pequeño momento en el que pudiera relajarse. Poco a poco, se hizo paso en medio de aquella aldea. No había demasiado comercio, pero entonces logró dar con un pequeño restaurante que casualmente tenía buena pinta.
Ingresó en el para dar con una especie de hostería mal acomodada. Todo parecía indicar que la familia que habitaba allí se había acoplado a las dinámicas del nuevo mundo y que buscando sobrevivir, habían sacrificado su tranquilidad para convertir, lo que era una casa de familia, en un negocio que les diera lo suficiente para poder vivir. Los niños, casi que con catorce y quince años eran los meseros. Al fondo podría verse la mujer en la cocina y el hombre de la casa atendiendo en la barra. Detestaba que fuera así, el trabajo de la barra a veces era más pesado, pero ¿cocinaba aquel hombre alguna vez? No meditó mucho más el hecho y se acercó a una de las mesas con solo una persona en ella.
—Disculpa ¿puedo sentarme aquí?— indagó colocando sus orbes violáceos sobre los del contrario.